«Jack y las habichuelas mágicas». Se nos cuenta que la vaca Leche Blanca, que hasta entonces había alimentado al niño y a la madre, deja, de repente, de dar leche. Así comienza la expulsión de un paraíso infantil; y continúa con las burlas de la madre cuando Jack cree en el poder mágico de sus semillas. La planta de habichuelas, de aspecto fálico, permite a Jack enzarzarse en el conflicto edípico con el ogro, a cuyos ataques sobrevive y al que finalmente vence, sólo gracias a que la madre edípica se pone de su parte y en contra de su propio marido. Jack abandona su confianza en el poder mágico de la autoafirmación fálica cuando corta la planta de habichuelas, lo que abre el camino hacia la masculinidad madura. Así pues, la combinación de ambas historias de Jack cubre el desarrollo masculino en su totalidad.
La infancia termina cuando la creencia en una fuente inagotable de amor y de nutrición demuestra ser una fantasía irreal. La niñez comienza con una convicción igualmente irreal acerca de lo que puede conseguir el propio cuerpo del niño en general, y una parte de él en especial: su recientemente descubierto aparato sexual. De la misma manera que en la infancia el pecho materno era el símbolo de todo lo que el niño quería para vivir, ahora su cuerpo, incluidos los genitales, cumplirá esta función o, por lo menos, así quiere creerlo el muchacho. Esto es igualmente válido para ambos sexos; esta es la razón por la que tanto los niños como las niñas disfrutan de «Jack y las habichuelas mágicas». Se llega al final de la niñez, como ya hemos dicho antes, cuando se abandonan estos sueños infantiles y cuando la autoafirmación, incluso frente a un progenitor, se convierte en lo más importante.
Todos los niños pueden captar el significado inconsciente de la tragedia cuando la vaca Leche Blanca, que brindaba todo lo necesario, deja, repentinamente, de dar leche. Les trae a la memoria imágenes, ya casi olvidadas, del momento dramático en que dejaron de recibir la leche al ser destetados. Es el instante en qua la madre exige al niño que aprenda a recibir lo que el mundo externo puede ofrecerle. Esto está representado en la historia por el hecho de que la madre de Jack lo manda a buscar algo (el dinero que se espera que consiga por la vaca) que les ayude a sobrevivir. Pero el que Jack crea todavía en los objetos mágicos no le ha preparado todavía para enfrentarse al mundo de manera realista.
Si hasta este momento la madre (la vaca, en la metáfora del cuento) ha proporcionado todo lo necesario y ahora ya no es así, es lógico que el niño se dirija al otro progenitor —representado en la historia por el hombre con el que Jack se encuentra por el camino— a la espera de que el padre le brinde, a través de la magia, lo que el niño necesita. Privado de los objetos «mágicos» que hasta entonces nunca le habían fallado y que él sentía como sus «derechos» incuestionables, Jack está más que preparado para cambiar la vaca por cualquier promesa de solución mágica a la difícil situación en que se encuentra.
No es sólo la madre la que dice a Jack que venda la vaca porque ya no da leche; también Jack quiere deshacerse de esta vaca no buena que le ha decepcionado. Si la madre, en forma de Leche Blanca, falla y obliga a cambiar las cosas, Jack no va a conseguir que le den por la vaca lo que su madre quiere, sino lo que a él le parezca mejor.
El ser impulsado al mundo externo significa el final de la infancia. Entonces el niño tiene que empezar el lento y difícil proceso que le llevará a convertirse en un adulto. El primer paso en este camino es el abandono de las soluciones exclusivamente orales a todos los problemas de la vida. Hay que sustituir la dependencia oral por lo que el niño puede hacer por sí mismo, siguiendo sus propias iniciativas. En «Jack y sus negocios», el héroe recibe tres objetos mágicos y sólo gracias a ellos consigue su independencia; estos objetos lo hacen todo por él. Su única contribución, aunque demuestra un gran autocontrol, es más bien pasiva: no se mueve cuando está en la cama con la princesa. Cuando es arrojado al pozo donde se encuentran los animales salvajes, no se salva gracias a su valentía o a su inteligencia sino sólo por el poder mágico de su palo.
Las cosas son muy diferentes en «Jack y las habichuelas mágicas». Esta historia nos dice que, aunque el creer en la magia puede ser una ayuda para enfrentarse al mundo por sí mismo, en último término debemos tomar la iniciativa y aceptar correr los riesgos que implica la lucha por la vida. Cuando Jack recibe las semillas mágicas, trepa por la planta y pone en peligro su vida tres veces para conseguir los objetos mágicos. Al final de la historia corta el tallo, asegurando de esta manera su posesión de los objetos mágicos que ha conseguido gracias a su astucia.
El niño sólo acepta el abandono de la dependencia oral si puede encontrar seguridad en la creencia realista —o, lo más probable, exageradamente fantástica— de que su cuerpo y sus órganos harán algo por él. Pero el niño no ve la sexualidad como algo basado en una relación entre un hombre y una mujer, sino algo que puede alcanzar por sí solo. Tras la decepción sufrida con su madre, no es probable que un muchacho acepte la idea de que necesita una mujer para llegar a su plena masculinidad. Si no cree de esta manera (tan poco realista) en sí mismo, el niño no puede enfrentarse al mundo. La historia nos dice que Jack buscaba trabajo pero no consiguió encontrar nada, lo cual indica que todavía no puede comportarse de modo realista; el hombre que le da las semillas mágicas lo comprende perfectamente, aunque no su madre. Sólo la confianza en lo que su propio cuerpo —o, más concretamente, su sexualidad floreciente— puede hacer por él le permite al niño el abandono de la satisfacción oral; esta es otra razón por la que Jack está dispuesto a cambiar la vaca por las semillas.
Si su madre aceptara el hecho de que Jack quiere creer en que sus semillas y lo que pueda nacer de ellas tendrá tanto valor como la vaca en el pasado, Jack necesitaría en menor grado echar mano de las satisfacciones fantásticas, como, por ejemplo, la confianza en los mágicos poderes fálicos simbolizados por la enorme planta de habichuelas. En lugar de aprobar el primer acto de independencia e iniciativa de Jack —el cambio de la vaca por las semillas—, su madre se burla de lo que ha hecho, se enfada con él, le pega y, lo peor de todo, cae de nuevo en el ejercicio de su poder oral frustrante: como castigo por haber mostrado iniciativas, Jack tiene que acostarse sin probar bocado. Una vez en la cama, después de que la realidad ha resultado tan decepcionante, la satisfacción de tipo fantástico se apodera de Jack. Comprobamos una vez más la sutilidad psicológica de los cuentos de hadas, que brinda lo que se ha llamado el halo de la verdad, por el hecho de que las semillas originan la enorme planta de habichuelas durante la noche. Ningún chico normal podría exagerar así, en estado de vigilia, las esperanzas provocadas en él por su recién descubierta masculinidad. Pero, durante la noche, ve en sueños las imágenes extraordinarias de la habichuela por la que trepará hasta las puertas del cielo. La historia nos dice que, cuando Jack se despierta, la habitación está a oscuras porque la planta impide que entre la luz. Esto nos sugiere también que todo lo que sucede —el hecho de escalar hasta el cielo por la planta, el encuentro con el ogro, etc.— no es más que un sueño, que hace concebir esperanzas a Jack de que algún día conseguirá grandes cosas.
El crecimiento fantástico de las pequeñas, pero mágicas, semillas que ocurre durante la noche es captado por los niños como un símbolo del poder milagroso y de las satisfacciones que el desarrollo sexual de Jack trae consigo: la fase fálica está sustituyendo a la oral; las habichuelas han reemplazado a Leche Blanca. El niño trepará por ellas hasta llegar a un plano superior de existencia.
No obstante, la historia nos advierte de que esto no será posible sin pasar antes por grandes peligros. La fijación en la fase fálica representa un nimio progreso respecto a la fijación en la fase oral. Cuando se utiliza la relativa independencia, adquirida gracias al nuevo desarrollo social y sexual para resolver los problemas edípicos anteriores, se ha emprendido el camino hacia el verdadero progreso humano. De ahí los peligrosos encuentros de Jack con el ogro, que encarna el poder edípico. Sin embargo, Jack recibe la ayuda de la mujer del ogro, sin la que éste hubiera llegado a destruirle. La inseguridad de Jack en «Jack y las habichuelas mágicas», en cuanto a su fuerza sexual recientemente descubierta, se manifiesta en su «regresión» a la oralidad siempre que se siente amenazado: se esconde dos veces en el horno y finalmente en una gran caldera de cobre. Se sugiere también su inmadurez en otro detalle: Jack roba los objetos mágicos que posee el ogro, sólo gracias a que éste está profundamente dormido.
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Asimismo se indica el hecho de que Jack, en el fondo, no está preparado para confiar en su nueva masculinidad cuando le pide comida a la mujer del ogro.
Este relato describe, a la manera típica de los cuentos, los estadios de desarrollo por los que un niño tiene que pasar para convertirse en un ser humano independiente, y muestra cómo se puede conseguir, incluso obteniendo un placer, a pesar de los más grandes peligros. No basta con abandonar las satisfacciones de tipo oral —quizá viéndose forzado a ello por circunstancias— y sustituirlas por las de tipo fálico para encontrar una solución a todos los problemas vitales: se deben añadir también, paso a paso, los valores superiores que se han ido adquiriendo. Antes de que esto sea posible, se tiene que pasar por la situación edípica, que comienza con una profunda decepción provocada por la madre y que implica una gran rivalidad y celos respecto al padre. El muchacho no confía aún suficientemente en el padre como para poder relacionarse abiertamente con él. Para vencer las dificultades de este período, el niño necesita la ayuda de una madre comprensiva: Jack llega a poseer los poderes del padre-ogro sólo porque la mujer de éste le protege y oculta.
En su primer viaje, Jack roba una bolsa llena de oro, que permite que él y su madre compren todo lo que necesitan. Sin embargo, pronto se acaba este dinero, por lo que Jack repite su incursión, aun sabiendo que, al hacerlo, pondrá en peligro su vida.
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En su segundo viaje, Jack coge una gallina que pone huevos de oro; ha aprendido que las cosas que uno no hace o que otros no hacen para él se acaban muy pronto. Jack podría haberse sentido satisfecho con la gallina, puesto que a partir de ese momento todas las necesidades físicas podían satisfacerse sin problemas. Así pues, no existía motivo alguno para el tercer viaje aparte del deseo de riesgos y aventuras y del anhelo de encontrar algo mejor que los bienes materiales. En consecuencia, Jack se apodera esta vez del arpa de oro, que simboliza la belleza, el arte y los aspectos superiores de la vida. Tras esto se produce la última experiencia, en la que Jack aprende que no se puede confiar en que la magia resuelva los problemas vitales.
Mientras Jack conquista una existencia más humana, al luchar y conseguir lo que el arpa representa, se ve obligado a reconocer —cuando el ogro está a punto de atraparlo— que, si sigue confiando en las soluciones mágicas, acabará por ser destruido. En el instante en que el ogro baja tras él por la planta, Jack llama a su madre para que corte el tallo. La madre coge el hacha pero, al ver las enormes piernas del ogro que se acercan, se queda paralizada por el terror; es incapaz de enfrentarse a los objetos fálicos. A un nivel diferente, esto significa que, aunque una madre pueda proteger a su hijo de los peligros implicados en su lucha por convertirse en un hombre —como hizo la mujer del ogro al esconder a Jack—, no puede hacerlo todo por él; sólo el niño mismo es capaz de conseguirlo. Jack le arrebata el hacha y corta la planta, con lo que el ogro cae al suelo y queda muerto en el acto. Con esta acción Jack se libera del padre experimentado a nivel oral: un ogro celoso que quiere devorarlo.
Sin embargo, al cortar la planta, Jack no sólo se ve libre de la imagen de un padre destructivo, sino que abandona también su confianza en el poder mágico del falo como medio para conseguirlo todo en la vida. Al utilizar el hacha, Jack renuncia a las soluciones mágicas, se convierte en «su propio hombre». Ya no tiene que apoyarse en los demás, ni vivir con el miedo mortal a los ogros, ni confiar en que la madre lo esconda en un horno (regresión a la oralidad).
Al final de la historia de «Jack y las habichuelas mágicas», Jack está listo para abandonar las fantasías fálicas y edípicas, y para intentar, en cambio, vivir en la realidad como cualquier niño de su edad puede hacer. El siguiente estadio de desarrollo no nos lo presenta ya tratando de engañar al padre que duerme para robarle sus posesiones, ni fantaseando que una madre pueda traicionar a su marido por él, sino luchando abiertamente por un progreso social y sexual. Ahí es donde empieza «Jack y sus negocios», es decir, cuando Jack consigue esta madurez.
Este cuento, como muchos otros, podría ser tanto una enseñanza para los padres como una ayuda para los hijos. Indica a las madres lo que los pequeños necesitan para resolver sus problemas edípicos: la madre tiene que unirse al atrevimiento sexual del muchacho, por muy subrepticio que pueda ser, y protegerle de los peligros inherentes a la afirmación masculina, particularmente cuando se enfrenta al padre.
La madre de «Jack y las habichuelas mágicas» no cumple con su deber, puesto que, en lugar de defender su virilidad en desarrollo, le niega todo valor. El progenitor del sexo opuesto debería impulsar el desarrollo sexual del hijo, especialmente cuando éste busca objetivos y logros en el mundo externo. La madre de Jack, que estaba convencida de que su hijo era tonto, por el negocio que hizo, resulta ser mucho más boba que él porque no supo reconocer su desarrollo hacia la adolescencia. Si ella hubiera hecho las cosas a su manera, Jack habría sido siempre un niño inmaduro y no hubieran podido salir nunca de la miseria. Jack, motivado por su incipiente virilidad e impasible ante el menosprecio que su madre le demuestra, consigue una gran fortuna con sus valientes acciones. Este relato enseña —como otros muchos, por ejemplo, «Los tres lenguajes»— que el error de los padres consiste básicamente en la falta de una respuesta apropiada y sensible a los diversos problemas que acarrea el desarrollo personal, social y sexual de sus hijos.
El conflicto edípico que tiene lugar en el interior del protagonista de esta historia está externalizado convenientemente mediante dos personajes distantes que existen en un castillo perdido en el cielo: el ogro y su mujer. Muchos niños pasan por la experiencia de que, la mayor parte del tiempo en que el padre —como el ogro del cuento— no está en casa, se sienten muy a gusto con su madre, al igual que Jack con la mujer del ogro. Pero entonces llega el padre pidiendo la comida y todo se estropea, por lo que el niño no está contento con la aparición del padre. Si no se consigue que el niño tenga la sensación de que su padre está feliz si le encuentra en casa, el pequeño tendrá miedo de haber excluido al padre de sus fantasías, mientras éste estaba fuera. Puesto que el niño quiere robar las posesiones que más aprecia el padre, es lógico que tema un castigo como represalia.