Así pues, «Cenicienta» ofrece a los padres un gran alivio, porque les enseña por qué razón su hijo se forma, temporalmente, una imagen tan negativa de ellos. El pequeño extrae de «Cenicienta» la conclusión de que, para conquistar su reino, debe estar dispuesto a pasar, durante algún tiempo, por una existencia de «Cenicienta», no sólo en cuanto a las difíciles empresas a que se ve abocado, sino también en relación con las dificultades que debe superar con su propia iniciativa. Según el estadio de desarrollo psicológico del niño, el reino que Cenicienta obtiene será o una gratificación ilimitada, o una consecución individual y personal.
A nivel inconsciente, tanto los niños como los adultos responden también a las otras certidumbres que les brinda «Cenicienta»: que, a pesar de los conflictos edípicos, aparentemente destructores, que originaron la humillante posición de Cenicienta, de la decepción sufrida en la figura paterna y de que la madre buena se convirtiera en una madrastra, Cenicienta logrará triunfar y alcanzar una vida satisfactoria, incluso más que la de sus padres. Por otra parte, la historia confirma que la angustia de castración no es más que una ficción en la mente angustiosa del niño: en un matrimonio satisfactorio, la pareja encontrará la plena realización sexual, incluso de lo que parecían sueños imposibles: el marido conseguirá tener una preciosa vagina, y la mujer un pene.
«Cenicienta» guía al pequeño desde sus peores sufrimientos —desilusión edípica, angustia de castración, mala opinión de sí mismo debido a la creencia de la mala opinión que los otros tienen de él— hacia el desarrollo de su autonomía y capacidad de trabajo, ayudándole a alcanzar una identidad positiva por sí solo. Cenicienta, al final de la historia, está realmente preparada para contraer matrimonio y ser feliz. Pero ¿ama, en realidad, al príncipe? En ningún punto del relato se nos habla de ello. El cuento toca a su fin en el momento en que el príncipe se compromete con Cenicienta al ofrecerle la zapatilla de oro, que podría ser perfectamente un anillo de boda, también de oro (como en algunas otras versiones de «Cenicienta», en las que el objeto que entrega el príncipe es una sortija).
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Pero ¿qué más tiene que aprender Cenicienta? ¿Qué otras experiencias son necesarias para que el niño comprenda lo que significa estar verdaderamente enamorado? La respuesta a estas cuestiones nos la proporcionará el último ciclo de historias que analizaremos en este volumen, esto es, el ciclo animal-novio.
Cuando el príncipe se lleva a Blancanieves, inmóvil en su ataúd, ella, por casualidad, tose y expulsa el trozo de manzana venenosa adherido a su garganta, con lo que recobra la vida. Bella Durmiente se despierta cuando su amante la besa, y las vejaciones de Cenicienta terminan en el instante en que la zapatilla se ajusta a su diminuto pie. En cada una de estas historias —así como en otras muchas— el libertador demuestra, de alguna manera, el amor que siente por su futura esposa. Por el contrario, nada sabemos acerca de los sentimientos de las heroínas. Tal como los Hermanos Grimm cuentan estas historias, desconocemos si Cenicienta estaba enamorada, aunque podamos sacar algunas conclusiones del hecho de que acuda tres veces al baile para encontrarse con el príncipe. En cuanto a los sentimientos que Bella Durmiente experimenta, se nos dice tan sólo que mira «con simpatía» al hombre que la libera del hechizo. Sabemos asimismo que Blancanieves «se sintió atraída» hacia aquel que le devolvió la vida. Parece que estos relatos evitan, deliberadamente, la afirmación de que las heroínas están enamoradas; da la impresión de que incluso los cuentos conceden poco crédito a los enamoramientos repentinos. Sugieren, en cambio, que es mucho más importante querer de verdad que ser despertada o escogida por un príncipe encantador.
Los libertadores se enamoran de las heroínas debido a su extraordinaria belleza, que es símbolo de perfección. Después, los personajes masculinos tienen que pasar a la acción y demostrar que son dignos de la mujer que aman, cosa muy distinta de lo que las heroínas deben hacer: aceptar pasivamente que alguien las ame. En «Blancanieves», el príncipe reconoce que no puede vivir sin ella y ofrece todo lo que los enanitos le piden por la muchacha, consiguiendo, finalmente, llevarse a Blancanieves. Al introducirse en el muro de espinos, el pretendiente de Bella Durmiente pone en peligro su vida. El príncipe de «Cenicienta» traza un plan ingenioso para conseguir su amor y, al quedarse únicamente con la zapatilla de la muchacha, hace todo lo posible por hallarla en cualquier rincón del mundo. Estas historias parecen indicar que el hecho de enamorarse es algo que pasa; el estar enamorado exige mucho más. Sin embargo, si observamos el comportamiento de los personajes masculinos en estos cuentos, no averiguamos nada acerca de los progresos involucrados en el amor por alguien, ni acerca de lo que comporta el compromiso de «estar enamorado», puesto que desempeñan tan sólo papeles secundarios.
Todas las historias que se han discutido hasta este momento afirman que se ha de pasar por un camino lleno de dificultades si se desea alcanzar la propia y firme identidad y llegar a una integridad total: es necesario afrontar enormes peligros, sufrir penalidades y salir victorioso de todo ello. Los héroes y las heroínas de los cuentos de hadas libran una batalla comparable a los ritos de iniciación que un principiante, ingenuo e ignorante, debe llevar a cabo, y que le permitirán alcanzar un nivel superior de existencia, que ni siquiera podía soñar al principio de este viaje sagrado. Una vez ha encontrado el verdadero sí mismo, el héroe o la heroína es digno de ser amado.
No obstante, aunque este proceso sea muy meritorio y constituya una gran ayuda para nuestro espíritu, no es suficiente todavía para alcanzar la plena felicidad: se necesita superar el propio aislamiento y establecer un vínculo con otra persona. A pesar de que la vida del
Yo
se desarrolle en un plano muy elevado, su existencia seguirá siendo solitaria si carece del apoyo del
Tú.
Los finales felices de los cuentos de hadas, en los que el héroe se une a la pareja ideal, son una prueba evidente de ello. Sin embargo, no indican qué se debe hacer para superar el aislamiento de cada individuo después de conquistar la propia identidad. Ni en «Blancanieves» ni en «Cenicienta» (versiones de los Hermanos Grimm) se menciona detalle alguno de la vida de las heroínas después del matrimonio; no sabemos si viven felices con su pareja. Aunque estos relatos eleven a la heroína hasta el umbral del verdadero amor, no indican qué tipo de desarrollo personal se requiere para la unión con la persona amada.
Aun estableciendo las bases necesarias para la consecución de una conciencia total, los cuentos no serían completos si no prepararan la mente infantil para la transformación que exige y comporta el estar enamorado. Hay muchos cuentos de hadas que empiezan allí donde terminan otros, como «Cenicienta» y «Blancanieves», y que transmiten el mensaje de que, por muy agradable que sea sentirse amado, ni siquiera el cariño de un príncipe garantiza la plena felicidad. Se requiere una última transición para alcanzar la autorrealización en y a través del amor. El ser uno mismo no es suficiente, ni siquiera cuando la propia identidad se ha conquistado tras luchas tan terribles como las de Blancanieves y Cenicienta.
Una persona sólo se convierte en un ser humano total que ha desarrollado todas sus potencialidades, si, además de ser ella misma, se siente, al mismo tiempo, capaz y feliz de autorrealizarse en su relación con la pareja. En la consecución de este nivel entran en juego las capas más profundas de nuestra personalidad. Como toda transmutación que implica nuestro ser más íntimo, comporta problemas que deben resolverse y peligros que hay que afrontar con valor y decisión. El mensaje de estos cuentos de hadas es que debemos despojarnos de las actitudes infantiles y adoptar otras, más maduras, si queremos establecer con otra persona una relación íntima que prometa la felicidad eterna para ambas.
Los cuentos de hadas preparan al niño para ello, permitiéndole obtener una comprensión preconsciente de los conflictos que podrían perturbarlo si se los hiciera aflorar a la conciencia. Sin embargo, estas ideas, ancladas en su mente preconsciente o inconsciente, son susceptibles de comprensión por parte del niño cuando éste está maduro para ello. Mediante el lenguaje simbólico de los cuentos de hadas, el niño puede ignorar lo que no está a su alcance, reaccionando tan sólo a lo que se ha expresado a nivel superficial. Gracias a ello es capaz también de ir desvelando, gradualmente, algunos de los significados ocultos tras los símbolos que utiliza la historia, a medida que va aprendiendo a dominarlos y a sacar provecho de ellos.
Por este motivo, los cuentos de hadas constituyen un método ideal para que el niño se familiarice con el sexo de un modo adecuado a su edad y nivel de comprensión. Cualquier tipo de educación sexual, más o menos directa, aun cuando se emplee un lenguaje apropiado para el niño y se utilicen términos fácilmente comprensibles, no le deja otra alternativa que aceptar nuestra explicación, aunque no esté preparado para ello, hecho que le afecta profundamente y provoca en él una enorme confusión. Es posible que el pequeño intente protegerse contra esta abrumadora información, que todavía no puede controlar, distorsionando o reprimiendo la explicación recibida, cosa que acarrea graves consecuencias tanto en el momento presente como en un futuro próximo.
Los cuentos de hadas indican que llegará un día en que tendremos que aprender lo que todavía desconocemos o, para decirlo en términos psicoanalíticos, tendremos que desembarazarnos del tabú sexual. Todo aquello que habíamos experimentado como algo peligroso, horrible y que había que evitar, deberá imitar su aspecto, convirtiéndose en algo realmente maravilloso, gracias al amor. Aunque el hecho de liberarnos de las represiones sea un proceso paralelo, en la realidad, al cambio en el modo de experimentar el sexo, los cuentos de hadas lo describen como si se tratara de entidades separadas. No suele ser algo que suceda repentinamente, sino que se trata de un largo proceso de evolución que conduce a la convicción de que el sexo puede presentar aspectos distintos del que antes ofrecía. Así pues, algunos cuentos de hadas nos familiarizan con el brusco enfrentamiento ante esta feliz realidad, mientras que otros afirman que es necesaria una larga lucha antes de alcanzar el nivel en que puede darse esta imprevista revelación.
En muchas historias, el osado héroe da muerte a dragones, lucha contra gigantes y monstruos temibles, y se enfrenta a brujas y hechiceros. En ocasiones, el niño despabilado empieza a preguntarse qué estarán intentando demostrar estos héroes. Si todavía no se sienten seguros de sí mismos, ¿cómo pretenden proteger a la doncella que acaban de rescatar?, ¿qué ha sido de sus lógicas angustias, y por qué han desaparecido? Al ser consciente de sus propios temores y flaquezas, por mucho que intente negarlo, el niño llega a la conclusión de que, por algún motivo, estos héroes necesitan convencer a todo el mundo —incluyéndose a sí mismos— de que están libres de toda ansiedad.
Las fantasías edípicas de grandeza se materializan en los cuentos en que los héroes aniquilan a dragones y rescatan a hermosas doncellas. Sin embargo, estas historias son, al mismo tiempo, la negación de las ansiedades edípicas, incluyendo especialmente las de tipo sexual. Mediante la represión de los sentimientos de ansiedad, que aparecen, así, como algo completamente inofensivo, los héroes evitan el descubrimiento del verdadero origen de sus angustias. Algunas veces, las angustias de tipo sexual surgen ocultas tras las fantasías de hazañas disparatadas: después de que el intrépido héroe ha conquistado a la princesa, huye de ella, como si su osadía le posibilitara el triunfo en las batallas, pero no en el amor. En el cuento de los Hermanos Grimm «El cuervo», el héroe cae en un profundo sopor durante tres noches consecutivas en el momento en que su amada había prometido ir a verle. En otras historias («Los dos hijos del rey» y «El tamborilero» de los Hermanos Grimm), el héroe permanece dormido, aun cuando su amada le llama desde el umbral de su aposento, despertándose tan sólo al tercer intento. Al comentar «Jack y sus negocios» ya se ofreció una interpretación acerca del comportamiento de Jack, inmóvil, en el lecho nupcial; a otro nivel, su inmovilidad ante la princesa simboliza sus angustias sexuales. Lo que podría parecer una carencia de sentimientos es, en realidad, el vacío que deja la represión de los mismos, que debe superarse antes de llegar a la felicidad conyugal que comporta la plena satisfacción sexual.
Hay numerosos cuentos de hadas que tratan de la necesidad de poder experimentar la sensación de miedo. En ellos, el héroe soporta tranquilamente aventuras tan terroríficas que pondrían los pelos de punta a cualquiera, sin que, en ningún instante, se vea dominado por la ansiedad. Sin embargo, no puede encontrar satisfacción alguna en la vida si antes no experimenta lo que es el miedo. En muy pocas historias el héroe reconoce, desde el comienzo, que el no poder sentir temor es un defecto. Este es el caso de la historia de los Hermanos Grimm «Juan sin miedo». Desafiado por su padre a que haga algo por sí mismo, el protagonista responde: «Me gustaría saber qué es eso de estremecerse de terror, es algo que no consigo entender». Dispuesto, pues, a lograr sus objetivos, el muchacho se expone a horripilantes aventuras, pero todo resulta en vano, no experimenta sensación alguna. Finalmente, con lo que podríamos calificar de fuerza sobrehumana y de valentía extrema, si nos refiriéramos a una persona capaz de sentir miedo, el héroe consigue desencantar el castillo de un rey. Como recompensa, éste le ofrece a su hija en matrimonio. «"Me parece muy bien", replicó Juan, "pero sigo sin saber lo que significa temblar de miedo». Esta respuesta implica el reconocimiento de que en tanto no consiga sentir temor, el protagonista no estará preparado para contraer matrimonio. Este hecho se subraya, en la historia, por las palabras del héroe quien, aun sintiéndose sumamente atraído por su esposa, no se cansa de repetir, «si pudiera conocer el miedo». Pero esta vez lo consigue: en el lecho nupcial. Su mujer le demuestra lo que es sentir temor al echarle, una noche, un cubo de agua fría repleto de gobios (pequeños pececillos de río), después de arrancarle la colcha que lo cubría. Al notar que los diminutos peces se retuercen y colean sobre su cuerpo, se despierta de un salto y exclama: «¡Oh, qué susto me has dado, querida esposa! Sí, ahora ya sé lo que es temblar de miedo».