Fracasamos con el niño si, al contar la historia, la angustia de la rivalidad fraterna no se refleja en nosotros, así como tampoco la sensación desesperada de rechazo que el niño experimenta cuando se da cuenta de que no se le valora lo suficiente; su complejo de inferioridad cuando su cuerpo le falla; su sensación de impotencia cuando él o los demás esperan realizar tareas que parecen imposibles; su angustia ante los aspectos «irracionales» del sexo; y la manera en que todo ello y mucho más puede superarse. Ni siquiera le proporcionamos la convicción de que después de todos sus esfuerzos le espera un maravilloso futuro, y hemos de tener en cuenta que sólo esta sensación puede darle la fuerza necesaria para desarrollarse sin problemas, con seguridad, confianza en sí mismo y autorrespeto.
«Hansel y Gretel» comienza de manera harto realista. Los padres son pobres y se preocupan de cómo podrán cuidar de sus hijos. Una noche comentan su problema y cómo solucionarlo. Incluso si lo examinamos a este nivel superficial, el cuento de hadas popular aporta una verdad importante, aunque desagradable: la pobreza y las privaciones no mejoran el carácter del hombre, sino que lo hacen más egoísta, menos sensible a los sufrimientos de los demás y, así pues, inclinado a actuar de modo perverso.
El cuento expresa mediante palabras y acciones lo que ocurre en la mente del niño. En los mismos términos que la angustia que los domina, Hansel y Gretel creen que sus padres están tramando un plan para abandonarlos. Un niño pequeño, que se despierta con hambre en medio de la oscuridad de la noche, se siente amenazado por un rechazo y un abandono totales, que experimenta en forma de temor a morir de hambre. Al proyectar su angustia interna en los que temen que van a abandonarlos, Hansel y Gretel se convencen de que sus padres planean dejarlos morir de inanición. De acuerdo con las fantasías ansiosas de los niños, la historia nos dice que hasta entonces los padres habían podido alimentar a sus hijos, pero que ahora pasan por un momento crítico.
La madre representa la fuente de alimento para el niño, por lo que éste cree que es ella la que lo abandona, dejándolo en medio de un desierto. La angustia y la gran decepción que el niño experimenta al darse cuenta de que la madre ya no quiere satisfacer sus necesidades orales le lleva a creer que, de repente, la madre se ha convertido en un ser poco cariñoso, egoísta y despreciativo. Los niños intentan volver a su casa después de ser abandonados, puesto que saben perfectamente que necesitan a sus padres. En efecto, Hansel consigue encontrar el camino de vuelta desde el bosque la primera vez que los dejan allí. Antes de que un niño se atreva a embarcarse en el viaje que lo llevará a conocerse a sí mismo, a ser una persona independiente capaz de enfrentarse al mundo, sólo podrá tener iniciativas intentando volver a la pasividad, a la seguridad de que obtendrá una gratificación siendo eternamente dependiente. «Hansel y Gretel» nos muestra que este comportamiento, a largo plazo, no da buenos resultados.
El hecho de que los pequeños consigan volver sanos y salvos a casa no resuelve nada. Su esfuerzo por continuar viviendo como antes, como si nada hubiera sucedido, no les conduce a ninguna parte. Siguen las frustraciones y la madre planea, cada vez con mayor astucia, cómo deshacerse de sus hijos.
Podemos entender, por deducción, lo que la historia nos dice acerca de las funestas consecuencias del intento de enfrentarse a los problemas por medio de la regresión y la negación, que disminuyen, precisamente, la capacidad de solucionarlos. Al encontrarse en el bosque por primera vez, Hansel agudiza al máximo su ingenio al arrojar piedrecitas que señalan el camino de vuelta. En cambio, la segunda vez, es incapaz de hacer un buen uso de su inteligencia, ya que, viviendo junto al bosque, debería haber pensado que los pájaros se comerían las migas de pan. En lugar de hacer esto, Hansel hubiera tenido que fijarse en las señales del camino para encontrar después la salida del bosque. Pero, al insistir en una negación y regresión —la vuelta a casa—, Hansel ha perdido gran parte de sus iniciativas y de su capacidad para pensar con lucidez. El miedo a morir de hambre le obsesiona y, por eso, sólo puede pensar en la comida como solución a todas sus dificultades. En este caso, el pan representa la comida en general, la «salvación» del hombre, imagen que Hansel toma al pie de la letra debido a la angustia que experimenta. Esto nos demuestra cómo la fijación a niveles primarios de desarrollo, en los que nos encontramos cuando tenemos miedo a algo, puede llegar a limitar nuestra satisfacción.
La historia de «Hansel y Gretel» encarna las ansiedades y tareas de aprendizaje del niño, que debe superar y sublimar sus deseos de destrucción más primitivos. El pequeño debe aprender que, si no se libera de ellos, sus padres o la sociedad le obligarán a hacerlo en contra de su voluntad, tan pronto como la madre haya dejado de criarlo, en el momento que ella crea oportuno. Este cuento expresa de manera simbólica tales experiencias internas, directamente vinculadas a la madre. Así pues, el padre, a lo largo de toda la historia, sigue siendo un personaje gris e inepto, puesto que aparece en los primeros años de vida del niño, que es la época en que el lugar principal corresponde a la madre, tanto en sus aspectos benévolos como en los que para el niño son más amenazantes.
Al no saber encontrar, en la realidad, una solución a su problema, puesto que la confianza en que la comida los salvaría (migas de pan para marcar el camino) les ha fallado, Hansel y Gretel dan rienda suelta a su regresión oral. La casita de turrón representa una existencia basada en las satisfacciones más primitivas. Arrastrados por sus impulsos incontrolables, los niños no piensan más que en destruir lo que les hubiera podido dar cobijo y seguridad, a pesar de que el hecho de que los pájaros se comieran las migas de pan debería haberles advertido de que no tenían que comer nada más.
Al engullir el tejado y la ventana de la casita de turrón, los niños demuestran que están dispuestos a comerse a alguien además de la casa. Hansel y Gretel habían proyectado en sus padres ese temor a ser devorados, como causa de su abandono. A pesar de la voz que les pregunta en tono amenazante, «¿quién está mordisqueando mi casita?», los pequeños se mienten a sí mismos, culpan al viento de lo que sucede y «siguen comiendo tranquilamente».
La casita de turrón es una imagen que nadie puede olvidar, ni tampoco su increíble atractivo y el terrible riesgo que se corre si uno cae en la tentación de comérsela. El niño reconoce que, al igual que Hansel y Gretel, le gustaría comerse la casita de turrón, sin preocuparse de los posibles peligros. La casa representa la voracidad oral y lo atrayente que ésta resulta. El cuento de hadas es la primera fuente en la que el niño aprende a leer en su mente, gracias al lenguaje de las imágenes, el único que le permite llegar a una buena comprensión antes de alcanzar la madurez intelectual. El niño necesita poseer este lenguaje y tiene que aprender a usarlo de manera plenamente responsable si quiere llegar a ser dueño y señor de su propio espíritu.
El contenido preconsciente de las imágenes del cuento de hadas es mucho más rico que lo que se indica en los siguientes ejemplos: en los sueños, así como en las fantasías o en la imaginación infantil, una casa, vista como el lugar en que vivimos, puede simbolizar el cuerpo, normalmente el de la madre que, en efecto, alimenta al bebé con su cuerpo. Por consiguiente, la casa que Hansel y Gretel devoran feliz y despreocupadamente representa, en el inconsciente, a la madre buena que ofrece su cuerpo como fuente de alimento. Es la madre original que todo lo da y a la que todo niño espera encontrar de nuevo en algún lugar del mundo, cuando su propia madre empieza a imponerle exigencias y limitaciones. Esta es la razón por la que, arrastrados por sus esperanzas, Hansel y Gretel no prestan atención a la voz que les pregunta qué están comiendo; es la externalización de la voz de la conciencia. Impulsados por su voracidad y embaucados por los placeres de la satisfacción oral, que parece eliminar la angustia oral anterior, los niños «creyeron que estaban en la gloria».
No obstante, por lo que nos dice la historia, el ceder a esta glotonería ilimitada puede llevar a la destrucción. La regresión al estado primario «ideal» — cuando se vivía simbólicamente unido al pecho de la madre— da al traste con toda individuación e independencia. Incluso pone en peligro la propia existencia, como vemos por las inclinaciones devoradoras encarnadas en el personaje de la bruja.
La bruja, que es una personificación de los aspectos destructivos de la oralidad, está tan dispuesta a devorar a los niños como ellos a destruir la casita de turrón. Cuando éstos ceden a los impulsos incontrolados del ello, simbolizados por su voracidad ilimitada, corren el riesgo de ser destruidos. Los niños se comen únicamente la representación simbólica de la madre, mientras que la bruja pretende devorarlos a ellos. Esto constituye una valiosa lección para el que escucha el relato: el utilizar símbolos es menos peligroso que hacerlo con cosas reales. El hecho de que sea la bruja la que pague todas las culpas está justificado también a otro nivel: los niños, que tienen escasa experiencia y están todavía a medio camino del autocontrol, no pueden medirse con el mismo patrón que los adultos, quienes se supone que pueden reprimir mejor sus deseos instintivos. Así pues, el castigo de la bruja está tan justificado como la salvación de los niños.
Los planes malvados de la bruja obligan, finalmente, a que los niños se den cuenta de los peligros que acarrea la dependencia y la voracidad oral limitada. Para sobrevivir, deben tomar la iniciativa y ser conscientes de que su único recurso se basa en llevar a cabo planes y acciones inteligentes. Tienen que dejar de estar sometidos a las presiones del ello para actuar de acuerdo con el yo. Una conducta dirigida a un objetivo determinado, y basada en una visión correcta de la situación en que se encuentran, debe sustituir a las fantasías de satisfacción de los deseos: el cambio del hueso por el dedo que lleva a la bruja a caer en las llamas.
El camino hacia un nivel superior de desarrollo se abre únicamente cuando se reconocen los peligros inherentes a la fijación en una oralidad primitiva y en sus tendencias destructivas. Entonces resulta que la madre buena estaba escondida en el fondo de la mala y destructora, puesto que hay tesoros que tienen que conquistarse: los niños heredan las joyas de la bruja, que adquieren valor para ellos cuando vuelven a casa, es decir, cuando se encuentran de nuevo con el padre bueno. Esto indica que cuando los niños superan la angustia oral y dejan de depender exclusivamente de la satisfacción oral para tener una seguridad, pueden liberarse también de la imagen de la madre malvada —la bruja— y volver a descubrir los padres buenos, cuyo sentido común —las joyas compartidas— beneficia a todos por igual.
Al oír repetidamente la historia de «Hansel y Gretel», ni un solo niño deja de darse cuenta del hecho de que los pájaros se comen las migas de pan y, así, evitan que los pequeños vuelvan a casa sin vivir primero su gran aventura. Resulta ser también un pájaro el que guía después a Hansel y Gretel hasta la casita de turrón, y gracias a otro consiguen volver a casa. Esto hace que el niño —cuya opinión acerca de los animales difiere de la de los adultos— piense: estos pájaros deben tener un objetivo determinado, de otro modo no hubieran impedido primero que Hansel y Gretel encontraran el camino de vuelta, no les hubieran conducido después hasta la bruja ni, finalmente, les hubiesen guiado hasta casa.
Es evidente que, puesto que todo acaba bien, los pájaros debían saber que era preferible que Hansel y Gretel no encontraran directamente el camino de salida del bosque, sino que tenían que arriesgarse y enfrentarse a los peligros del mundo. Como consecuencia del encuentro con la bruja, no sólo los niños sino también los padres viven mucho más felices desde entonces y para siempre. Los distintos pájaros ofrecen una clave para encontrar el sendero que los niños deben seguir para ganar la recompensa final.
Tras familiarizarse con Hansel y Gretel, la mayoría de los niños comprende, al menos a nivel inconsciente, que lo que sucede en el hogar paterno y en casa de la bruja no son más que aspectos separados de una misma experiencia total. En un principio, la bruja representa la madre totalmente gratificadora: «Los cogió a ambos de la mano y los llevó al interior de su casita. Entonces les dio gran cantidad de comida, leche y tortas con azúcar, manzanas y avellanas. Después les ofreció dos camitas con sábanas limpias y blancas, en las que Hansel y Gretel se acostaron y creyeron que estaban en la gloria». Pero a la mañana siguiente despertaron de estos sueños de felicidad. «La anciana había fingido ser muy buena, pero, en realidad, era una bruja malvada…»
Así es como el niño se siente cuando se ve destruido por los sentimientos ambivalentes, frustraciones y ansiedades del período edípico, así como por la decepción y la cólera que había experimentado antes al comprobar que su madre ya no satisface sus necesidades y deseos como él quería. Completamente trastornado porque la madre no está a su servicio incondicionalmente, sino que le pone exigencias y se dedica cada vez más a sus propios intereses, el niño —algo que no había querido reconocer hasta entonces— imagina que la madre, tras haberlo alimentado y haber creado un mundo de felicidad oral, no ha hecho más que engañarlo, como la bruja del cuento.
Así pues, el hogar paterno «junto a un frondoso bosque» y la casa de la bruja, que se encuentra en la espesura del mismo, no son, a nivel inconsciente, más que dos aspectos de la casa paterna: el gratificador y el frustrante.
El niño que valora por sí solo los detalles de «Hansel y Gretel» encuentra significado en el modo en que éste empieza. El hecho de que el hogar paterno esté situado al borde del bosque, donde todo puede ocurrir, indica que lo que sigue es consecuencia de este comienzo. Esta es la manera en que el cuento expresa pensamientos: mediante imágenes que impresionan y que llevan al niño a utilizar su propia fantasía para extraer un significado más profundo.
Ya se ha hablado antes de cómo el comportamiento de los pájaros muestra que toda la aventura se desarrolla en bien de los niños. Desde los primeros tiempos de la era cristiana, la paloma blanca ha sido el símbolo de fuerzas superiores positivas. Hansel se detiene a mirar una paloma blanca posada en el tejado de la casa de sus padres para decirle adiós. Más tarde, un pájaro blanco como la nieve, que canta deliciosamente, les conduce hasta la casita de turrón y se posa en el tejado, indicándoles el lugar al que deben dirigirse. Y aún se requiere otro pájaro blanco para guiar a los niños de vuelta a la seguridad: el camino a casa está bloqueado por un «enorme lago», que sólo pueden atravesar con la ayuda de un cisne blanco.