Psicoanálisis de los cuentos de hadas (28 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

No obstante, se da también la posibilidad de que esto implique algunas desventajas. Un padre que no esté de acuerdo con su hijo o que se deje influir excesivamente por lo que ocurre en su propio inconsciente puede contar los cuentos basándose en sus necesidades y no en las del niño. Pero incluso en este caso no está todo perdido, puesto que el pequeño entenderá mejor las motivaciones de su padre y, sin duda, el hecho de comprender las razones de las personas más importantes para él resulta muy interesante y de gran valor para el niño.

Encontramos un ejemplo en el caso de un padre que estaba a punto de abandonar a su mujer, mucho más preparada que él, y a su hijo de cinco años, a los que no había conseguido proteger durante un cierto tiempo. Tenía miedo de que, en su ausencia, el niño cayera exclusivamente bajo el poder de su esposa, a la que consideraba una mujer muy dominante. Una noche, el pequeño pidió a su padre que le contara un cuento antes de dormirse. El padre escogió «Hansel y Gretel», y cuando la narración llegó al punto en que la bruja había puesto a Hansel en una jaula y lo estaba alimentando para comérselo, el padre empezó a bostezar, dijo que estaba demasiado cansado para continuar y se fue a la cama dejando al chico sin más. De esta manera, Hansel quedó en poder de la bruja devoradora sin ninguna ayuda, de la misma manera que el padre pensaba que estaba a punto de dejar a su hijo en poder de su esposa dominante.

Aunque sólo tenía cinco años, el muchacho comprendió que su padre estaba convencido de que su madre era una persona amenazadora y que estaba a punto de abandonarlo pero que, sin embargo, no veía la manera de protegerlo o de salvarlo. Durante la noche angustiosa que pasó, se dio cuenta de que no había esperanza alguna de que su padre se ocupara de él, por lo que él mismo debía aclarar la situación que se le presentaba con su madre. A la mañana siguiente le contó a ésta lo que había sucedido y añadió, de modo espontáneo, que incluso, aunque su padre no estuviera en casa, él sabía que su madre se haría siempre cargo de él.

Afortunadamente, el niño no sólo sabe cómo enfrentarse a las distorsiones que sus padres llevan a cabo en los cuentos, sino que, además, posee sus propios métodos para utilizar los elementos de la historia que van en contra de sus necesidades emocionales. Puede hacerlo, o bien modificando la historia por completo y recordándola de manera diferente a la versión original, o bien añadiéndole algunos detalles. El modo fantástico en que se desarrollan las historias impulsa estos cambios espontáneos; los cuentos que niegan la parte irracional que hay en nosotros no permiten efectuar, tan fácilmente, estas variaciones. Resulta fascinante contemplar los cambios que, incluso los cuentos más famosos, sufren en las mentes de los individuos, a pesar de que los hechos que en ellos se desarrollan son conocidos por todo el mundo.

Un muchacho cambió la historia de Hansel y Gretel, de manera que la bruja encerró a Gretel en una jaula y era Hansel a quien se le ocurrió la idea de usar un hueso para engañar a la bruja, el que la arrojó a las llamas y el que liberó a Gretel. Veamos ahora un ejemplo de distorsiones llevadas a cabo para conformar los cuentos a las tendencias femeninas individuales: una muchacha recordaba el cuento de «Hansel y Gretel» con la variante de que era el padre el que quería echar a sus hijos de casa, a pesar de los esfuerzos de su mujer por evitarlo y de que, finalmente, era el padre quien realizaba la despiadada acción a espaldas de la madre.

Una joven mujer recordaba el cuento de «Hansel y Gretel» como una descripción de la dependencia de Gretel respecto a su hermano mayor y se quejaba de su carácter «chauvinista masculino». Por lo que podía recordar del relato —y, según ella, de un modo muy vivo—, era Hansel el que conseguía escapar por sus propios medios y el que empujaba a la bruja a las llamas y salvaba a Gretel. Al volver a leer la historia, se sorprendió de cómo su memoria la había distorsionado y se dio cuenta de que, durante toda su infancia, ella había disfrutado de una completa dependencia respecto a un hermano algo mayor y «no deseaba aceptar mis propias capacidades y la responsabilidad que se deriva de una toma de conciencia». Había, además, otra razón por la que esta distorsión se acentuó en la adolescencia. Mientras su hermano estaba de viaje, su madre murió y ella tuvo que encargarse de todo lo referente a la incineración. Así pues, incluso al volver a leer el cuento siendo ya adulta, sintió repulsión por la idea de que fuera Gretel la responsable de lanzar la bruja a las llamas, puesto que le recordaba la incineración de su propia madre. A nivel inconsciente había comprendido perfectamente la historia, en especial el hecho de que la bruja representaba a la madre malvada, frente a la que todos experimentamos sentimientos negativos que nos hacen sentir culpables. Otra muchacha recordaba con todos los detalles que Cenicienta había podido ir al baile gracias a su padre, a pesar de las objeciones de la madrastra.

Ya he indicado antes que, para aprovechar al máximo sus posibilidades, el hecho de contar un cuento de hadas debería ser un acontecimiento interpersonal en que el adulto y el niño deberían participar por igual, cosa que no sucede cuando se lee una historia. Un episodio de la infancia de Goethe nos puede servir de ejemplo.

Mucho antes de que Freud hablara del ello y del super-yo, Goethe adivinó, gracias a su experiencia, que existían estos grandes bloques que forman la personalidad. Afortunadamente para él, cada uno de ellos estaba representado en su vida por uno de los padres. «De mi padre recibí la paciencia y la seriedad en todas las actividades a realizar; de mi madre, el placer de disfrutar de la vida y el gusto por la fantasía.»
[70]
Goethe sabía que para poder gozar de la vida, para hacer agradable el trabajo más arduo, es necesaria una existencia llena de fantasías. El relato de cómo Goethe llegó a conseguirlo, a través de los cuentos que su madre le contaba, nos sirve de ejemplo para ilustrar el modo en que deben contarse dichas historias y en que éstas tienen que unir a padres e hijos, desempeñando cada uno de ellos su papel correspondiente. La madre de Goethe contaba al llegar a la vejez:

«Yo le presentaba el aire, el fuego, el agua y la tierra como hermosas princesas y todas las cosas naturales adquirían un significado más profundo», recordaba. «Inventábamos caminos entre las estrellas y personas muy sabias con las que podíamos encontrarnos… Él me contemplaba extasiado; y si el destino de uno de sus personajes favoritos no era el que él deseaba, yo percibía el malhumor que expresaba su rostro, los esfuerzos que tenía que hacer para no echarse a llorar. A veces me interrumpía y me decía: "Mamá, la princesa
no
se casará con el sastrecillo pobre, aunque él mate al gigante", y entonces yo interrumpía el relato y posponía la catástrofe para otro día. De esta manera, mi imaginación era sustituida, a menudo, por la suya; y cuando a la mañana siguiente yo arreglaba la narración de acuerdo con sus sugerencias y le decía, "lo adivinaste, así es como sucedió", se emocionaba y casi se podía ver cómo palpitaba su corazón.»
[71]

No todos los padres pueden inventar historias como la madre de Goethe, que se hizo famosa, precisamente, por los cuentos que relataba. Contaba las historias de acuerdo con lo que sus oyentes sentían internamente que iba a suceder, y, según creo, es así como hay que hacerlo. Por desgracia, a muchos padres de nuestra época no se les explicó ni un solo cuento durante su infancia; y, al haberse visto privados del placer intenso, y del enriquecimiento de la vida interna que estas historias representan para el niño, ni siquiera los mejores de estos padres pueden dar espontáneamente a sus hijos lo que a ellos mismos les faltó. En este caso, una comprensión intelectual de lo significativo que un cuento de hadas puede llegar a ser para un niño, y del porqué, debe sustituir a la empatía directa basada en los recuerdos de la propia infancia.

En este caso, cuando hablamos de comprensión intelectual del significado de un cuento de hadas, debemos recalcar que no se trata en absoluto de contar cuentos con intenciones didácticas. Si en algunos momentos de esta obra se afirma que un cuento de hadas ayuda al niño a comprenderse mejor a sí mismo, a encontrar soluciones a los problemas que lo abruman, etc., esto debe considerarse siempre bajo un punto de vista metafórico. El hecho de que contar un cuento permita al niño alcanzar estos objetivos no era la intención consciente ni de los que, en tiempos remotos, inventaron la historia ni de los que, al contarla una y otra vez, la traspasaron de generación en generación. El propósito del relato de un cuento debe ser el de la madre de Goethe: una experiencia compartida en cuanto a la satisfacción que el cuento proporciona, aunque ésta pueda ser muy ser muy distinta para el adulto que para el niño. Mientras que el niño disfruta de la fantasía, el adulto puede obtener su placer a partir del goce del niño; mientras que el niño está muy contento porque ahora se entiende mejor a sí mismo, el deleite del adulto al contar la historia puede provenir del trauma repentino que sufre el niño al reconocer sus sentimientos.

Un cuento de hadas es, ante todo, una obra de arte; Goethe escribe lo siguiente en el prólogo de
Fausto
: «El que ofrece muchas cosas siempre ofrecerá algunas de ellas a varias personas al mismo tiempo».
[72]
Esto implica que cualquier intento deliberado de ofrecer algo concreto a una persona en particular no puede ser nunca el objetivo de una obra de arte. El escuchar un cuento de hadas y tomar las imágenes que éste nos presenta puede compararse con arrojar unas cuantas semillas, de las que sólo unas pocas darán fruto en la mente infantil. Algunas de estas semillas trabajarán en la parte consciente de la mente, mientras que otras estimularán algunos procesos inconscientes. Habrá otras, en cambio, que necesitarán permanecer en reposo durante algún tiempo, hasta que la mente del niño alcance el nivel adecuado para que germinen, y habrá algunas, por último, que nunca echarán raíces. Sin embargo, las semillas que se han esparcido en el terreno adecuado darán lugar a hermosas flores y a sólidos árboles —es decir, darán validez a importantes sentimientos, provocarán percepciones internas, alimentarán esperanzas y eliminarán ansiedades— y, al hacerlo, enriquecerán la vida del niño en un momento determinado y para siempre. El contar un cuento con un objetivo dado, distinto de este enriquecimiento de la experiencia infantil, convierte al cuento de hadas en un relato admonitorio, en una fábula o en alguna experiencia didáctica que, en el mejor de los casos, se dirige a la mente consciente del niño, mientras que el alcanzar directamente el inconsciente infantil debe ser otro de los grandes valores de este tipo de literatura.

Si un padre cuenta cuentos a su hijo con el espíritu adecuado —es decir, con los sentimientos que él mismo evoca al recordar lo que el relato significó para él en su infancia, y a través del significado diferente que tiene en la actualidad; y con sensibilidad acerca de las razones por las que el niño puede obtener también un cierto significado personal cuando oye la narración—, el niño, al escucharle, se sentirá comprendido en sus deseos más tiernos, sus anhelos más ardientes, sus angustias y sentimientos de impotencia más graves, así como en sus esperanzas más elevadas. Puesto que lo que el padre cuenta consigue, de alguna manera, informarle acerca de lo que sucede en los aspectos más oscuros e irracionales de su mente, le muestra que no está solo en su vida de fantasía, que la comparte con la persona que más quiere y necesita. En condiciones tan favorables, los cuentos de hadas ofrecen sugerencias sutiles sobre cómo utilizar, de manera constructiva, estas experiencias internas. El cuento de hadas transmite al niño una comprensión intuitiva e inconsciente de su propia naturaleza y de lo que puede ser su futuro si llega a desarrollar sus potenciales positivos. Capta, gracias a los cuentos, que ser una persona de este mundo significa tener que aceptar difíciles pruebas, pero también pasar por maravillosas aventuras.

Nunca se deben «explicar» al niño los significados de los cuentos. Sin embargo, es importante que el narrador comprenda el mensaje que el cuento transmite a la mente preconsciente del niño. La comprensión de los diversos niveles de significado del cuento por parte del narrador hace posible que el niño extraiga del relato la clave para entenderse mejor a sí mismo. Se aumenta, así, la sensibilidad del adulto para seleccionar los cuentos más apropiados al estadio de desarrollo del niño y a las dificultades psicológicas a las que se enfrenta en un momento dado.

Los cuentos de hadas describen los estados internos de la mente mediante imágenes y acciones. Como un niño reconoce la tristeza y la pena cuando una persona llora, el cuento no necesita nada más para expresar que alguien se siente afligido. Cuando muere la madre de Cenicienta, no se nos dice que ésta estuviera triste o que se lamentara por la pérdida y se sintiera sola, abandonada o desesperada, sino, simplemente, que «iba todos los días a llorar sobre la tumba de su madre».

En los cuentos de hadas, los procesos internos se traducen en imágenes visuales. Cuando el héroe se enfrenta a difíciles problemas internos que parecen no tener solución, no se describe su estado psicológico; el cuento de hadas nos lo presenta perdido en un bosque frondoso e impenetrable, sin saber qué dirección tomar, desesperado por no encontrar el camino de vuelta a casa. Nadie que haya oído alguna vez un cuento podrá olvidar la imagen y la sensación de estar perdido en un bosque oscuro y frondoso.

Desgraciadamente, algunas personas rechazan los cuentos, en la actualidad, porque los analizan a niveles totalmente equivocados. Si uno toma estas historias como descripciones de la realidad, resultan ser horribles en todos los aspectos: crueles, sádicas y todo lo que se quiera. Pero, como símbolos de problemas o hechos psicológicos, estos relatos tienen mucho de auténticos.

Por ello, el que un cuento no surta ningún efecto, o que, por el contrario, sea muy valorado, depende en gran parte de lo que el narrador siente respecto al relato. La abuela adorable que cuenta un cuento a un niño que, sentado en su regazo, la escucha embobado, comunica algo muy distinto de un padre que, aburrido por la historia, la lee a un grupo de niños de edades diferentes, únicamente como un deber. El sentido de participación activa que un adulto experimenta al contar una historia contribuye de manera vital, y enriquece muchísimo, a la experiencia que el niño extrae de ella. Ayuda a afirmar su personalidad a través de una experiencia concreta compartida con otro ser humano, que, a pesar de ser adulto, puede apreciar los sentimientos y reacciones del niño.

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