Psicoanálisis de los cuentos de hadas (42 page)

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Authors: Bruno Bettelheim

Tags: #Ensayo

A pesar de las enormes variaciones en cuanto a los detalles, el argumento central de todas las versiones de «La bella durmiente» es que, por más que los padres intenten impedir el florecimiento sexual de su hija, éste se producirá de modo implacable. Además, los obstinados e imprudentes esfuerzos de los padres no conseguirán más que evitar que la madurez se alcance en el momento preciso. Este retraso en la maduración está simbolizado por los cien años de letargo de Bella Durmiente, que separan su despertar sexual de la unión con su amante. Otro aspecto importante, íntimamente relacionado con éste, es el de que tener que esperar largo tiempo para llegar a la completa satisfacción sexual no disminuye, en absoluto, su atractivo.

Las versiones de Perrault y de los Hermanos Grimm comienzan insinuando que uno debe aguardar cierto tiempo para alcanzar la realización sexual completa, situación que viene representada por el hecho de tener un bebé. Se nos dice que, durante mucho tiempo, el rey y la reina deseaban, en vano, tener un niño. En el relato de Perrault, los padres se comportan como los contemporáneos de aquél: «Recorrieron todos los santos lugares del mundo entero, realizaron peregrinaciones; hicieron ofrendas, lo intentaron todo, pero sin resultado alguno. Finalmente, la reina quedó embarazada». En cambio, el principio de los Hermanos Grimm se acerca mucho más a la forma de los cuentos de hadas: «Érase una vez un rey y una reina que cada día repetían: "¡Oh, si pudiéramos tener un hijo!", pero todo resultaba inútil. Un día, cuando la reina se estaba bañando, de pronto, una rana saltó del agua y dijo: "Tu deseo será cumplido, antes de un año tendrás una niña"». El plazo que, según las palabras de la rana, tiene que transcurrir antes de que la reina dé a luz, se acerca a los nueve meses del embarazo. Esto, añadido al hecho de que la reina se está bañando, da pie a pensar que la fecundación se realizó con ocasión de la visita de la rana. (Más adelante, al comentar la historia de «El rey rana», se discutirá la razón por la que, en los cuentos de hadas, la rana simboliza, a menudo, la satisfacción sexual.)

La larga espera de los padres, que finalmente ven realizados sus deseos, indica que no hay que tener prisa alguna respecto al sexo; el que uno tenga que aguardar cierto tiempo, no significa que luego no se obtengan todas las satisfacciones inherentes. En realidad, las hadas buenas y sus deseos en el bautizo de la niña no influyen demasiado en el argumento de la historia, a no ser por el contraste que ofrecen con la maldición del hada que se siente desairada. Este detalle puede considerarse teniendo en cuenta que el número de hadas varía, según el país, pasando de tres a ocho y a trece.
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Los dones que las hadas ofrecen a la niña varían según las diferentes versiones, sin embargo la maldición del hada perversa es siempre la misma: la muchacha (al alcanzar la edad de quince años en la historia de los Hermanos Grimm) se pinchará un dedo con la rueca (de un torno de hilar) y morirá irremisiblemente. Pero queda un hada buena que todavía no ha concedido su deseo, por lo que puede cambiar esta amenaza de muerte por cien años de sueño profundo. El mensaje es paralelo al de «Blancanieves»: lo que puede parecer un período de pasividad total al finalizar la infancia, no es más que un lapsus de crecimiento reposado y preparación, del que la persona despertará más madura y dispuesta ya para la unión sexual. Hay que puntualizar que en los cuentos de hadas esta unión significa más bien una conjunción de mente y espíritu en la pareja que una unión de deseo puramente sexual.

Tiempo atrás, los quince años era la edad en la que solía aparecer la menstruación. Así, las trece hadas de la historia de los Hermanos Grimm son una reminiscencia de los trece meses lunares en los que antiguamente se dividía el año. Aunque hoy en día este simbolismo no tenga significación alguna para aquellos que no están familiarizados con el año lunar, todo el mundo sabe que el ciclo menstrual se presenta cada veintiocho días, esto es, según la frecuencia de los meses lunares, y no en función de los doce meses en que se divide el año. A partir de ahí, podemos inferir que la cifra de doce hadas buenas más la perversa, la número trece, indica simbólicamente, que la «maldición»
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fatal se refiere a la menstruación.

Podemos relacionar esto con el hecho de que el rey, varón, no comprende la necesidad de la menstruación e intenta impedir que su hija sufra esta hemorragia fatal. En todas las versiones de la presente historia, la reina parece no estar implicada en la predicción del hada furiosa. En cualquier caso, conoce demasiado bien este hecho como para intentar impedirlo. El funesto juramento gira en torno a la rueca, palabra que en inglés designa, también, al sexo femenino. Aunque esta interpretación no sea válida para el término francés (Perrault) o alemán (Hermanos Grimm), lo que sí es cierto es que, en la época de los cuentos de hadas, hilar y tejer se consideraban ocupaciones típicamente «femeninas».

Todos los obstinados esfuerzos del rey por prevenir la «maldición» del hada cruel terminan en el fracaso. Aunque se eliminen todas las ruecas del país, nada podrá evitar la natural hemorragia de la niña al llegar a la pubertad, es decir, a los quince años, tal como predijo el hada. Por muchas precauciones que tome un padre, cuando la muchacha esté madura para ello, la pubertad hará su aparición. La momentánea ausencia de los padres cuando sobreviene este acontecimiento simboliza la incapacidad de todos los padres para proteger a su hijo de las diversas crisis por las que tiene que pasar todo ser humano durante su crecimiento.

Al convertirse en una adolescente, la niña explora las áreas de existencia antes inaccesibles, simbolizadas por la habitación oculta en la que una anciana está hilando. Al llegar a este punto, la historia abunda en simbolismo freudiano. Al aproximarse a este lugar crítico, sube por una escalera de caracol; en los sueños, este tipo de escalera representa experiencias sexuales. Una vez arriba, se encuentra frente a una pequeña puerta en cuya cerradura hay una llave. Al hacerla girar, la puerta «se abre de golpe» y la niña entra en un cuarto muy pequeño en el que sorprende a una viejecita que está hilando. En lenguaje onírico, una habitación cerrada representa a menudo los órganos sexuales femeninos, y el hacer girar la llave de la cerradura simboliza la relación sexual.

Al ver a la anciana que está hilando, la niña pregunta: «¿Qué es esto tan gracioso que da vueltas?». No hace falta mucha imaginación para captar las posibles connotaciones sexuales de la rueca; pero, al menor contacto con ella, la niña se pincha en el dedo y queda sumida en un profundo sueño.

De todos modos, las asociaciones más importantes que este cuento provoca en el inconsciente del niño se refieren a la menstruación, más que a las relaciones sexuales. En el lenguaje corriente, remitiéndonos también a su origen bíblico, el término «maldición» alude a menudo a la menstruación; y es, precisamente, la maldición de una mujer —del hada— la que origina la hemorragia. Por otra parte, la edad en que este maléfico juramento debe cumplirse coincide con la edad en que, antiguamente, se presentaba el período. Por último, la hemorragia se produce a través del encuentro con una mujer anciana, nunca con un hombre; y, de acuerdo con la Biblia, la menstruación se heredaba de mujer a mujer.

La hemorragia menstrual es, para la muchacha (y también para el muchacho, aunque de distinta forma), una experiencia abrumadora si no está emocionalmente preparada para ello. Sorprendida por la repentina hemorragia, la princesa cae en un profundo sopor, protegida de cualquier pretendiente —es decir, de todo contacto sexual prematuro— por un impenetrable muro de espinos. En tanto que las versiones más conocidas hacen hincapié en el nombre de «La bella durmiente», que alude al largo sueño de la heroína, el título de otras variantes de esa misma historia da preponderancia al muro protector, como en la inglesa «Briar Rose».
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Muchos príncipes intentan llegar hasta Bella Durmiente antes de que haya transcurrido el tiempo necesario para su maduración, por esta razón esos pretendientes precoces perecen enredados en las zarzas. Esta es una advertencia tanto para el niño como para los padres, ya que asegura que cualquier excitación sexual antes de que el cuerpo y la mente estén preparados para ella, es sumamente destructiva. Pero cuando Bella Durmiente ha logrado alcanzar la madurez física y emocional y está preparada para el amor, esto es, para el matrimonio y el sexo, lo que antes parecían caminos infranqueables, dejan ahora de ser obstáculos. El muro de espinos se convierte, de pronto, en un seto de flores grandes y hermosas, que se apartan para dejar paso al príncipe. El mensaje implícito es el mismo de otros cuentos de hadas: no hay que preocuparse ni apresurar las cosas: cuando llegue el momento, el problema se resolverá por sí solo.

El prolongado letargo de la hermosa doncella posee también otras connotaciones. Tanto si se trata de Blancanieves en su ataúd de cristal o de Bella Durmiente que yace en su cama, el sueño adolescente de eterna juventud y perfección es tan sólo eso: un sueño. La modificación de la maldición original, que amenazaba con la muerte, por un prolongado sueño insinúa que entre los dos no existe demasiada diferencia. Si no queremos cambiar ni desarrollarnos, podemos permanecer tranquilamente sumidos en un sueño semejante a la muerte. Durante el transcurso del sueño, la belleza de las heroínas es fría, es el aislamiento propio del narcisismo. Este ensimismamiento, que excluye el resto del mundo, no comporta sufrimiento alguno, pero tampoco ofrece ningún conocimiento ni sensaciones nuevas.

Todo paso de un estadio de desarrollo al siguiente está atestado de peligros; los de la pubertad están simbolizados por el derramamiento de sangre al tocar la rueca. Una reacción lógica ante la amenaza de tener que crecer y madurar es alejarse del mundo que impone tales dificultades. La retirada narcisista es una solución tentadora para evitar las tensiones que produce la adolescencia, pero la historia nos advierte de que, actuando así, podemos vernos abocados a una existencia peligrosa y similar a la muerte, si la adoptamos como escape al absurdo de la vida. El mundo se convierte, entonces, para la persona en algo carente de vida; este es el significado simbólico y admonitorio del prolongado sopor en el que caen todos aquellos que rodean a Bella Durmiente. Y ese mundo tan sólo vuelve a la vida cuando aparece la persona que despierta a la muchacha. Únicamente podremos «despertar» del riesgo de malgastar la vida durmiendo si somos capaces de mantener relaciones positivas con los demás. El beso del príncipe rompe el hechizo del narcisismo y aboca a una feminidad que, hasta entonces, había permanecido detenida en su desarrollo. La vida sólo podrá continuar si la muchacha deja de ser doncella y se convierte en mujer.

El apacible encuentro del príncipe y de la princesa, su mutuo despertar, es un símbolo de lo que comporta la madurez; no sólo la armonía dentro de uno mismo, sino también con el otro. Depende por completo del oyente el interpretar la llegada del príncipe en el momento preciso como el acontecimiento que provoca el despertar sexual o el nacimiento de un yo superior; probablemente el niño capta ambos significados.

Según la edad, el niño comprenderá este volver a la vida después de un largo sueño de modo distinto. A una edad temprana, verá en ello, sobre todo, el logro de su propia identidad y de la concordancia entre lo que habían sido sus caóticas tendencias internas; es decir, la consecución de la armonía interna entre el ello, el yo y el super-yo.

Tras haber experimentado este significado antes de alcanzar la pubertad, el niño extraerá un significado adicional y más rico del mismo cuento, en la adolescencia. Entonces se convertirá, también, en una imagen del logro de la armonía con el otro, representado por una persona del sexo opuesto, de modo que ambos, al igual que en el desenlace de «La bella durmiente», puedan vivir felices y unidos para siempre. Este objetivo final de la vida de toda persona parece ser el mensaje más importante que los cuentos de hadas transmiten al niño mayor. Está simbolizado por un final en el que el príncipe y la princesa se encuentran mutuamente «y vivieron felices por el resto de sus vidas». Únicamente cuando se ha obtenido la paz interna, puede uno empezar a buscarla en las relaciones con los demás. El niño, a través de sus propias experiencias en el desarrollo, puede alcanzar una comprensión preconsciente de la conexión entre estos estadios.

La historia de Bella Durmiente inculca al pequeño que un suceso traumático —como la hemorragia de las niñas al llegar a la pubertad y, más tarde, en la primera relación sexual— puede tener consecuencias muy satisfactorias. El relato sugiere la idea de que tales acontecimientos deben tomarse muy en serio, pero no por ello hay que temerlos. La «maldición» representa, de modo latente, una bendición.

Analizando una vez más la primera versión conocida sobre el tema de «La bella durmiente» en
Perceforest,
que data de unos seiscientos años atrás, observamos que Venus, la diosa del amor, dispone el despertar de la muchacha haciendo que su bebé succione el dedo y extraiga, así, la astilla que estaba clavada en él, al igual que ocurre en la historia de Basile. La completa realización de la mujer no se termina con la menstruación. La autorrealización femenina no se consigue al enamorarse, ni al tener relaciones sexuales ni al dar a luz un hijo, pues las heroínas de
Perceforest
y de la historia de Basile siguen, a pesar de todo esto, sumidas en su letargo. Estas no son más que etapas, necesarias para la consecución última de la madurez, pues la verdadera identidad se alcanza sólo después de haber dado vida y alimentado al ser que se llevaba en las entrañas: cuando el bebé succiona el cuerpo materno. Vemos, por lo tanto, que estas historias citan experiencias exclusivamente femeninas e ilustran las etapas por las que tiene que pasar la mujer antes de alcanzar la plena feminidad.

El hecho de que sea el bebé quien, al chupar el dedo de la madre, la devuelva a la vida, indica que el niño no es un receptor pasivo de lo que la madre le proporciona, sino que puede, también, ayudarla de forma activa. El ser alimentado por la madre hace posible que el bebé pueda revivirla, pero, a su vez, la muchacha no conseguiría despertarse a no ser por el niño. Este renacimiento simboliza siempre, en los cuentos de hadas, el logro de un nivel mental superior. En este aspecto, el cuento comunica, tanto a los padres como al hijo, que el niño no se limita sólo a recibir de su madre, sino que, también él, le ofrece satisfacciones. Evidentemente, ella lo trae al mundo, pero el pequeño añade una nueva dimensión a su vida. El retraimiento de la heroína, simbolizado por el prolongado sueño, toca a su fin cuando se da por completo a su hijo y éste, al recibir de ella, la devuelve a un nivel superior de existencia: reciprocidad en la que el que recibe la vida da, también, vida.

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