No hay modo de saber si en la lengua original de «El pescador y el genio» existe una expresión similar a la nuestra referente a los sentimientos «controlados».
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De todos modos, la imagen del encierro en una botella fue entonces tan adecuada como lo es ahora para nosotros. En cierta manera, todos los niños tienen experiencias parecidas a las de este niño de tres años, aunque, normalmente, son menos exageradas y las reacciones menos patentes. El pequeño, por sí solo, no sabe lo que le ha ocurrido, todo lo que sabe es que
tiene
que actuar así. Todos los esfuerzos por ayudar a un niño a comprender racionalmente, no sólo no le afectarán, sino que, además, lo dejarán derrotado, ya que todavía no es capaz de pensar racionalmente.
Si le contamos a un niño pequeño que otro niño se enfadó tanto con sus padres que, durante dos semanas, no quiso hablar con ellos, su reacción será: «¡Esto es estúpido!». Si intentamos explicarle por qué el chico no habló durante dos semanas, el pequeño que nos está escuchando siente, todavía más, que actuar de esta manera es estúpido; y no sólo porque considere que esta acción es disparatada, sino también porque la explicación no tiene sentido para él.
Un niño no puede aceptar conscientemente que su rabia pueda dejarlo sin habla, o que pueda llegar a querer destruir a aquellas personas de las que él mismo depende para su propia existencia. Comprender esto significaría tener que aceptar el hecho de que sus emociones pueden dominarlo hasta el punto de llegar a perder el control sobre ellas, cosa que no deja de ser un pensamiento bastante angustioso. La idea de que en nuestro interior puedan existir fuerzas que se hallan más allá del alcance de nuestro control es demasiado amenazadora como para que se tome en consideración, no solamente para un niño.
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Cuanto más intensos son los sentimientos de un niño, más evidente resulta que la acción sustituye a la comprensión. Puede haber aprendido a
expresarse
de otra manera con la ayuda del adulto, aunque tal como él lo ve, la gente no llora porque está triste, sino que simplemente llora. La gente no pega ni destruye, ni tampoco deja de hablar a causa de un enfado; sino que simplemente actúa de este modo. Es posible que el niño haya aprendido que puede aplacar a los adultos explicándoles su acción: «Lo hice porque estaba furioso». Sin embargo, esto no cambia el hecho de que el niño no experimente la ira como ira, sino solamente como un impulso de pegar, de destruir, de guardar silencio. Únicamente después de la pubertad empezamos a reconocer nuestras emociones por lo que son, sin actuar inmediatamente de acuerdo con ellas o desear hacerlo.
Los procesos inconscientes del niño se hacen comprensibles para él sólo mediante imágenes que hablen directamente a su inconsciente. Los cuentos de hadas evocan imágenes que realizan esta función. Al igual que el niño no piensa «cuando vuelva mi madre, seré feliz», sino «le daré algo», el genio se dice a sí mismo «haré rico a quienquiera que me rescate». Al igual que el niño tampoco piensa «estoy tan furioso que podría matar a esta persona», sino «cuando le vea, le mataré», el genio dice «mataré a quienquiera que me rescate». Si una persona
real
piensa o actúa de este modo, semejante idea despierta demasiada ansiedad como para poder comprenderla. Pero el niño sabe que el genio es un personaje imaginario, y por lo tanto puede permitirse el lujo de conocer lo que motiva al genio, sin que esto le obligue a hacer referencia directa a sí mismo.
Al crear fantasías en torno a la historia —si no lo hace, el cuento de hadas pierde gran parte de su impacto—, el niño se va familiarizando poco a poco con la manera en que el genio reacciona ante la frustración y el encarcelamiento, y da un importante paso que le llevará a observar reacciones paralelas en su propia persona. Puesto que lo que presenta al niño estos patrones de conducta no es más que un cuento de hadas del país del nunca jamás, la mente del pequeño puede oscilar hacia adelante y hacia atrás entre «es verdad, así es como uno actúa y reacciona» y «es todo mentira, no es más que un cuento», según esté más o menos preparado para reconocer estos mismos procesos en su propia persona.
Y lo más importante, puesto que el cuento de hadas garantiza una solución feliz, es que el niño no tiene por qué temer que su inconsciente salga a la luz gracias al contenido de la historia, ya que sabe que, descubra lo que descubra, «vivirá feliz para siempre».
Las exageraciones fantásticas de la historia, como la de estar «embotellado» durante siglos, hacen plausibles y aceptables reacciones que no lo serían en absoluto si se presentaran en situaciones más realistas, como la ausencia de los padres. Para el niño, la ausencia de sus progenitores parece una eternidad, y este es un sentimiento que permanece invariable aunque la madre le explique que sólo estuvo fuera media hora. Así pues, las exageraciones fantásticas de los cuentos de hadas dan a la historia una apariencia de verdad psicológica, mientras que las explicaciones realistas parecen psicológicamente falsas, aunque en realidad sean ciertas.
«El pescador y el genio» ilustra por qué el cuento simplificado y censurado pierde todo su valor. Si observamos la historia desde el exterior, puede parecer harto innecesario hacer que los sentimientos del genio experimenten un cambio, desde el deseo de recompensar a la persona que lo libere hasta la decisión de castigarla. La historia podía haber sido simplemente la de un genio malvado que quería matar a su liberador, quien, a pesar de ser un frágil ser humano, se las arregla para ser más astuto que el poderoso espíritu. Pero, simplificado de esta manera, el cuento se convierte en una historia de miedo con un final feliz, sin ninguna verdad psicológica. Es precisamente el cambio del genio de desear-recompensar a desear-castigar lo que permite al niño conectar empáticamente con la historia. Ya que el cuento describe tan verídicamente lo que ocurrió en la mente del genio, la idea de que el pescador pueda engañarlo también resulta real. Al eliminar estos elementos, aparentemente insignificantes, el cuento de hadas pierde su sentido más profundo, haciéndose, a la vez, poco interesante para el niño.
Sin ser consciente de ello, el niño se regocija por la lección que el cuento de hadas da a aquellos que ostentan el poder y pueden «embotellarlo y controlarlo». Hay numerosas historias infantiles modernas en las que un niño logra engañar a un adulto. Pero, por ser demasiado directas, estas historias no ofrecen, en la imaginación, ningún alivio en cuanto a la situación de tener que estar siempre bajo el dominio del poder adulto; por otra parte, asustan al niño, cuya seguridad reside en el hecho de que el adulto es más maduro que él, y puede protegerle tranquilamente.
El ser más astuto que un genio o un gigante tiene mayor validez que hacer lo mismo con un adulto. Si se le dice al niño que puede aprovecharse de alguien como sus padres, se le ofrece un pensamiento agradable, pero, al mismo tiempo, se le provoca ansiedad, pues si puede ocurrir esto, entonces el niño no está suficientemente protegido por estas personas tan bobas. Sin embargo, como el gigante es un personaje imaginario, el niño puede fantasear con la idea de engañarle hasta el punto de lograr, no sólo dominarlo, sino destruirlo, no dejando por esto de considerar a los adultos reales como sus protectores.
El cuento de «El pescador y el genio» tiene algunas ventajas sobre las historias de Jack («Jack, el matador de gigantes», «Jack y las habichuelas mágicas»). Al enterarse por el relato de que el pescador no es sólo un adulto sino un padre de familia, el niño aprende implícitamente, a través de la historia, que su padre puede ser amenazado por fuerzas superiores a él, pero que es tan astuto que consigue vencerlas. Según este cuento, el niño puede obtener provecho de estos dos mundos. Puede identificarse con el papel del pescador e imaginarse a sí mismo burlando al gigante. También puede colocar a su padre en el papel de pescador e imaginar que él es un espíritu que puede amenazarle, sabiendo no obstante que, al final, vencerá el padre.
Un importante aspecto de «El pescador y el genio», aunque aparentemente insignificante, es que el pescador tiene que pasar por tres intentos fracasados antes de atrapar la tinaja en la que se encuentra el genio. Sería más fácil empezar la historia pescando ya la funesta botella, pero este elemento explica al niño, sin moralizar, que uno no debe esperar el éxito al primer, al segundo, ni al tercer intento. Las cosas no se consiguen tan fácilmente como uno se imagina o desearía. A una persona menos perseverante, los tres primeros intentos del pescador la hubieran hecho desistir, ya que cada esfuerzo le llevaba a obtener cosas cada vez peores. El importante mensaje de que uno
no
debe detenerse, a pesar del fracaso inicial, está implícito en la mayoría de fábulas y cuentos de hadas. El mensaje es efectivo, siempre que sea transmitido, no como moraleja o exigencia, sino de un modo casual, que muestre que la vida es así. Además, el hecho mágico de dominar al gigantesco genio no se da sin esfuerzo o astucia: esta es una buena razón para agudizar la mente y seguir esforzándose, sea cual sea la tarea emprendida.
Otro detalle que puede parecer igualmente insignificante, pero cuya supresión debilitaría también el impacto de la historia, es el paralelismo que hay entre los cuatro esfuerzos del pescador, coronados finalmente por el éxito, y las cuatro etapas por las que pasa la creciente ira del genio, presentando el problema crucial que la vida nos plantea a todos nosotras: el de estar dominados por nuestras emociones o por nuestra razón.
En términos psicoanalíticos, dicho conflicto simboliza la difícil batalla que todos hemos de librar: ¿Debemos ceder al principio del placer, que nos lleva a conseguir la satisfacción inmediata de nuestros deseos o a recurrir a la violenta venganza por nuestras frustraciones, incluso en aquellas personas que no tienen nada que ver; o deberíamos renunciar a vivir bajo el influjo de estos impulsos y procurar una vida regida por el principio de la realidad, según el cual tenemos que estar dispuestos a aceptar muchas frustraciones si queremos obtener recompensas duraderas? El pescador, al no permitir que sus decepcionantes capturas le desanimaran y le impidieran continuar con sus esfuerzos, eligió el principio de la realidad, que le proporcionó el éxito final.
La decisión a tomar sobre el principio del placer es tan importante que numerosos mitos y cuentos de hadas intentan hacérnosla aprender. El mito de Hércules es un ejemplo del modo, directo y didáctico, en que un mito plantea esta elección crucial, comparado con el modo amable, indirecto y nada exigente y, por esta razón, más efectivo desde el punto de vista psicológico, en que los cuentos de hadas transmiten este mensaje.
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En el mito se nos cuenta que «había llegado la hora de saber si Hércules utilizaría sus dones para bien o para mal. Abandonó a los pastores y se encaminó hacia una solitaria región para reflexionar sobre cuál debería ser el curso de su vida. Mientras estaba sentado meditando, vio que dos mujeres muy altas se acercaban a él. Una era hermosa y noble, con un aire de modestia. La otra, seductora y de protuberantes senos, andaba arrogantemente». La primera mujer, continúa el relato, es la Virtud; la segunda, el Placer. Cada una de ellas ofrece grandes promesas para el futuro de Hércules si éste elige el camino que ella le sugiere para vivir de ahora en adelante.
La imagen de Hércules en esta encrucijada es de tipo paradigmático, porque todos nosotros, como él, estamos tentados por la visión del goce fácil y eterno en la que «recogeremos los frutos de las fatigas de otro y no rechazaremos nada que nos pueda proporcionar un beneficio», como prometió «el Placer Ocioso, camuflado como la Felicidad Permanente». Pero también nos atrae la Virtud y su «largo y penoso camino hacia la satisfacción», que dice «que al hombre nada se le concede sin esfuerzo y tesón» y que «si una ciudad te tiene en estima, tendrás que prestarle ayuda; si quieres tener una buena cosecha, deberás sembrar».
La diferencia entre el mito y el cuento de hadas se refleja en el hecho de que el primero nos explica directamente que las dos mujeres que se dirigen a Hércules son el Placer Ocioso y la Virtud. Al igual que los personajes de un cuento de hadas, estas dos mujeres son la personificación de las conflictivas tendencias internas y los pensamientos del héroe. En éste se las describe a ambas como alternativas, aunque en realidad no lo sean; entre el Placer Ocioso y la Virtud debemos elegir esta última. En cambio, el cuento de hadas no nos enfrenta nunca tan directamente ni nos dice abiertamente qué hemos de escoger. Por el contrario, el cuento de hadas ayuda a los niños a desarrollar el deseo de una consciencia superior a través del contenido de la historia. Nos convence por el atractivo resultado de los sucesos, que nos tienta, y por el llamamiento que hace a nuestra imaginación.
Platón —que comprendió lo que forma parte de la mente del hombre mejor que algunos de nuestros contemporáneos, que quieren que sus hijos conozcan solamente personas «reales» y hechos cotidianos— sabía lo que las experiencias intelectuales hacen por la verdadera humanidad. Aconsejó que los futuros ciudadanos de la república ideal comenzaran su educación literaria con el relato de mitos, antes que con simples hechos o enseñanzas, llamadas racionales. Incluso Aristóteles, maestro de la razón pura, dijo: «El amigo de la sabiduría es también amigo de los mitos».
Los pensadores modernos que han estudiado los mitos y los cuentos de hadas desde un punto de vista filosófico o psicológico, llegan todos a la misma conclusión, sin tener en cuenta sus convicciones anteriores. Mircea Eliade describe estas historias como «modelos de comportamiento humano [que], por este mismo hecho, dan sentido y validez a la vida». Haciendo paralelismos antropológicos, éste y otros autores afirman que los mitos y los cuentos de hadas derivaron de, o dan expresión simbólica a, ritos de iniciación u otros
ritos de pasaje,
tales como la muerte metafórica de un yo, viejo e inadecuado, para renacer en un plano superior de existencia. Cree también que, por esta razón, dichos cuentos tratan de una necesidad sentida intensamente, y son portadores de este profundo significado.
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Otros investigadores, con una orientación profundamente psicológica, hacen hincapié en las semejanzas entre los fantásticos sucesos de los mitos y cuentos de hadas y aquéllos de los sueños y fantasías de los adultos —el cumplimiento de deseos, la victoria sobre todos los rivales, la destrucción de los enemigos—, y concluyen que uno de los atractivos de esta literatura es su expresión de lo que, normalmente, evitamos que surja a la conciencia.
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