—He oído que Edgarton tiene problemas.
—Vaya novedad —dijo Doug Doherty, extendiendo el brazo para alcanzar las cortezas de maíz con salsa picante.
—Marder lo detesta.
—¿Y? —dijo Ron Smith—. Marder detesta a todo el mundo.
—Sí —terció Kenny—, pero corren rumores de que Marder no va a…
—¡Joder! ¡Mirad! —interrumpió Doug Doherty señalando al otro lado del comedor, donde estaba la barra.
Todos se volvieron a mirar el aparato de televisión colocado en un estante encima de la barra. El volumen estaba bajo, pero las imágenes eran inconfundibles: el interior de un reactor de fuselaje ancho Norton, filmado con una temblorosa cámara de vídeo. Los pasajeros literalmente volaban por los aires, los compartimientos de equipaje se abrían y los paneles de las paredes caían sobre los asientos.
—¡Mierda! —exclamó Kenny.
Se levantaron de la mesa y corrieron hacia la barra, gritando:
—¡El sonido! ¡Subid el volumen! —Las imágenes aterradoras continuaban en la pantalla.
Cuando Casey entró en el restaurante, el vídeo había terminado. En la pantalla aparecía un hombre delgado con bigote, luciendo un traje azul de corte impecable que se asemejaba ligeramente a un uniforme. Casey reconoció a Bradley King, un abogado especializado en accidentes aéreos.
—Vaya —dijo Burne—, es el Rey de los Cielos.
«Creo que las imágenes hablan por sí solas —dijo King—. Nos las entregó mi cliente, el señor Song, y reflejan claramente la terrible ordalía que vivieron los pasajeros de este espantoso vuelo. El avión cayó injustificada e incontrolablemente en picado, y estuvo a ciento sesenta y cinco metros del océano Pacífico».
—
¿Qué?
—exclamó Kenny Burne—. ¿Qué ha dicho?
«Como saben, yo he sido piloto, y puedo afirmar con absoluta seguridad que lo ocurrido es resultado de un conocido defecto de diseño en el reactor N-22. Norton conoce este defecto desde hace años, y no ha hecho nada al respecto. Pilotos, operadores y especialistas de la FAA han protestado por los fallos del reactor. Conozco personalmente a pilotos que se niegan a volar en el N-22 porque no les parece un avión seguro».
—Sí; sobre todo los que tienes en nómina —dijo Burne.
En la televisión, King continuó: «Sin embargo, la compañía Norton Aircraft no ha tomado ninguna medida concreta para solucionar estos problemas de seguridad. Es inexplicable que, conociendo estos fallos, no hagan nada al respecto. Teniendo en cuenta esta negligencia criminal, era inevitable que tarde o temprano se produjera una tragedia así. Ahora han muerto tres personas, dos pasajeros han quedado parapléjicos, y mientras hablamos, el copiloto se encuentra en estado de coma. En total, fueron hospitalizados cincuenta y siete pasajeros. Es una auténtica vergüenza para el mundo de la aviación».
—El muy capullo —gruñó Kenny Burne—. Sabe perfectamente que eso no es verdad.
Pero la CNN volvía a emitir el vídeo, esta vez en cámara lenta, con las imágenes de los cuerpos, alternativamente borrosas y claras, flotando en el aire. Casey comenzó a sudar. Sintió náuseas y frío. Alrededor, el restaurante se volvió sombrío, de un color verde pálido. Se sentó rápidamente en un taburete y respiró hondo.
A continuación salió en pantalla un individuo con barba y aspecto de profesor en medio de una de las pistas de aterrizaje del aeropuerto de Los Ángeles. Al fondo, se veían aviones maniobrando. No oyó lo que decía aquel hombre porque los técnicos comenzaron a insultar a la imagen a voz en cuello.
—¡Imbécil!
—¡Capullo!
—¡Subnormal!
—¡Maldito embustero!
—¿Por qué no os calláis? —dijo Casey. El tipo de la pantalla era Frederick Barker, antiguo funcionario de la FAA, aunque ya no trabajaba en la administración. Barker había testificado en los tribunales en contra de la compañía en varias ocasiones en los últimos años. Todos los técnicos lo odiaban.
«Sí —decía Barker—, me temo que no hay ninguna duda sobre la causa del problema». ¿De qué problema?, pensó Casey, pero la CNN devolvió la conexión a su estudio de Atlanta, donde apareció una comentarista delante de una fotografía del N-22. Debajo de la foto rezaba en enormes letras rojas: ¿NO ES UN AVIÓN SEGURO?
—Dios, ¿quién puede creerse toda esa mierda? —se lamentó Burne—. Primero el Rey de los Cielos y después esa basura de Barker. ¿Acaso no saben que Barker trabaja para King?
En la pantalla apareció un edificio bombardeado en Oriente Próximo. Casey se volvió, se bajó del taburete, y respiró hondo.
—Maldita sea. Necesito una cerveza —dijo Kenny Burne, mientras regresaba a la mesa. Los demás lo siguieron, mascullando comentarios hostiles contra Fred Barker.
Casey cogió su bolso, sacó el teléfono móvil y llamó a su despacho.
—Norma —dijo—, llama a la CNN y consigue una copia del vídeo que acaban de emitir.
—Iba a salir a…
—Ahora mismo —ordenó Casey—. Hazlo de inmediato.
—¡Deborah! —gritó Jennifer mientras miraba la cinta—. Llama a la CNN y consigue una copia del vídeo de la Norton.
Continuó mirando las imágenes, atónita. Volvían a pasar el vídeo, esta vez en cámara lenta, seis fotogramas por segundo. ¡Era sensacional!
Vio a un pobre desgraciado flotando en el aire como un buceador que se queda sin oxígeno, agitando los brazos y las piernas en todas direcciones. El tipo se estrelló contra un asiento, y se rompió el cuello; su cuerpo se retorció, poco después volvió a saltar en el aire y chocó contra el techo. ¡Increíble! ¡Un vídeo con las imágenes de un tipo rompiéndose el pescuezo!
Era la mejor filmación que Jennifer había visto en su vida. ¡Y el sonido! ¡Fantástico! La gente chillando, aterrorizada… sonidos imposibles de falsificar. Gente gritando en chino, lo quedaba
exotismo
a la escena, y un montón de estampidos increíbles, mientras personas, bolsos y toda clase de basura chocaban contra las paredes y el techo. ¡Cielo santo!
¡Era una cinta fabulosa! ¡Increíble! Duraba una eternidad —cuarenta y cinco segundos— y no tenía desperdicio. Incluso cuando la cámara temblaba, cuando aparecían rayas e imágenes borrosas, el efecto añadía emoción. ¡Ningún cámara profesional podría haberlo hecho mejor, ni por todo el dinero del mundo!
—¡Deborah! —gritó—. ¡Deborah!
Estaba tan emocionada que su corazón latía desbocado. Tenía la impresión de que en cualquier momento iba a salírsele del pecho. Apenas prestó atención al tipo que apareció a continuación en la pantalla, un abogado listillo que llenaba la secuencia siguiente con acusaciones. La cinta debía de ser suya. Pero estaba segura de que se la pasaría a
Newsline
. Sin duda querría publicidad, lo que significaba que Jennifer tenía un reportaje. ¡Fantástico! Algún pequeño añadido, un poco de montaje, ¡y ya estaba!
Entró Deborah, entusiasmada, con la cara encendida.
—Consigue todos los recortes de prensa sobre aviones Norton de los últimos cinco años. Busca información en la red sobre el N-22, un tipo llamado Bradley King y otro llamado… —Volvió a mirar a la pantalla—… Frederick Barker. Transfiere todos los datos a mi terminal. ¡Lo quiero de inmediato!
Veinte minutos más tarde, había perfilado la historia y tenía los antecedentes de las figuras clave. Un artículo de
Los Ángeles Times
de hacía cinco años sobre el lanzamiento, la certificación y el primer vuelo del N-22 de la Norton. Aviónica avanzada, sistemas de control electrónicos y piloto automático avanzados, etcétera, etcétera.
Un artículo del
New York Times
sobre Bradley King, el polémico abogado, acusado de ponerse en contacto con los familiares de las víctimas de accidentes aéreos antes de que la compañía les informara oficialmente de la muerte de sus parientes. Otro recorte de
Los Ángeles Times
sobre Bradley King, que había interpuesto una demanda después del accidente de Atlanta. Una nota del
Independent Press Telegram
, de Long Beach, donde se comentaba que la judicatura de Ohio había reprobado la conducta poco ética de King, «el Rey de los Litigios Aeronáuticos», al hablar con familiares de las víctimas. King negaba esas acusaciones. Otro artículo del
New York Times
: «¿King ha ido demasiado lejos?».
Una nota publicada en
Los Ángeles Times
sobre la polémica marcha de la FAA del «soplón» Frederick Barker. Barker, un crítico contumaz, había sido despedido por filtrar información confidencial a la prensa. A partir de ese momento, había abierto un despacho privado como «asesor de aviación».
Independent Press-Telegram
, de Long Beach: Fred Barker inicia una cruzada contra el N-22 de la Norton, que, según él, tiene «antecedentes de inaceptables incidentes de seguridad».
Telegraph-Star
, de Orange County: la campaña de Fred Barker para garantizar la seguridad de las líneas aéreas.
Telegraph-Star
, de Orange County: Barker acusa a la FAA de no controlar «los peligrosos aviones de la Norton».
Telegraph-Star, de Orange County
: Barker, testigo principal en el juicio de Bradley King, desestimado por los tribunales.
Jennifer comenzaba a imaginar el cariz que cobraría la historia. Estaba claro que debían mantenerse apartados de Bradley King, el «perseguidor de ambulancias». Pero Barker, ex-funcionario de la FAA, podría resultar útil. Seguramente estaría dispuesto a criticar los requisitos para la certificación de la FAA.
Y advirtió que Jack Rogers, el periodista del
Telegraph-Star
de Orange County, adoptaba una actitud particularmente crítica hacia Norton Aircraft. Leyó varios artículos recientes firmados por Rogers:
Telegraph-Star
, Orange County: Edgarton bajo presión para hacer nuevas ventas frente a las dificultades de la empresa. Discrepancias entre los miembros de la junta directiva y los ejecutivos importantes. Dudas de que lo consiguiera.
Telegraph-Star
, Orange County: drogas y matones en la línea de montaje de Norton.
Telegraph-Star, Orange County
: rumores de conflictos sindicales. Oposición de los trabajadores a la venta de China, que, según ellos, arruinará a la compañía.
Jennifer sonrió.
Las perspectivas eran optimistas.
Llamó a Jack Rogers a su periódico.
—He leído sus artículos sobre la Norton. Son excelentes. Al parecer, usted cree que la compañía tiene problemas.
—Muchos problemas —afirmó Rogers.
—¿Con los aviones?
—Bueno, sí. Pero también tienen problemas sindicales.
—¿Por qué?
—No está claro. Pero hay una gran agitación en la fábrica, y los directivos han perdido el control. El sindicato está furioso por la venta a China. Creen que no debería concretarse.
—¿Hablaría de esto ante las cámaras?
—Claro. No puedo revelar mis fuentes, pero le diré lo que sé.
Desde luego, pensó Jennifer. Todos los reporteros gráficos soñaban con salir en televisión. Sabían que la tele daba dinero. Por mucho éxito que obtuvieran escribiendo artículos, no eran nadie hasta que entraban a trabajar en la tele. Una vez que uno ganaba celebridad en televisión, podía dedicarse al lucrativo negocio de las conferencias, ganando diez o quince mil dólares sólo por hablar durante una comida.
—Es probable que viaje allí esta misma semana… Mi secretaria se pondrá en contacto con usted.
—Sólo tienen que concretar la cita, y allí me tendrán —respondió Rogers.
Llamó a Fred Barker, a Los Ángeles. El tipo parecía estar esperando su llamada.
—Es un vídeo muy espectacular —dijo Jennifer.
—Es aterrador que los
slats
de un avión se extiendan en pleno vuelo, prácticamente a la velocidad del sonido —señaló Barker—. Eso es lo que ocurrió en el vuelo de TransPacific. Es el noveno incidente de esta clase desde que el modelo entró en servicio.
—¿El
noveno
?
—Sí. No es ninguna novedad, señorita Malone. Al menos otras tres muertes pueden achacarse al diseño defectuoso de este modelo de aviones Norton, y la compañía no ha hecho nada al respecto.
—¿Tiene una lista?
—Deme su número de fax.
Miró fijamente la lista. Era demasiado técnica para su gusto, pero aun así impresionante:
Incidentes debidos a extensión de
slats
en el N-22 de Norton Aircraft
Jennifer levantó el auricular y volvió a llamar a Barker.
—¿Hablaría de estos incidentes ante las cámaras?
—He testificado sobre ellos en los tribunales en varias ocasiones —respondió Barker—. Estaré encantado de hablar del tema ante las cámaras. Quiero que se corrijan los defectos de ese avión antes de que muera más gente. Y nadie parece dispuesto a hacerlo. Ni la compañía, ni la FAA. Es una vergüenza.