—¿Has hecho la traducción? —preguntó Casey.
—Sí —respondió secamente la mujer, sin inflexión en la voz.
—¿La has terminado?
—Sí. He terminado.
—¿Podrías pasármela por fax? —preguntó Casey.
Tras una pausa, Ellen respondió:
—Creo que no sería conveniente.
—De acuerdo…
—¿Sabes por qué?
—Me lo figuro.
—Te la llevaré a tu despacho —dijo Ellen—. ¿Te va bien a las dos?
—Perfectamente —respondió Casey.
Las piezas comenzaban a encajar rápidamente.
Casey estaba prácticamente segura de que podía explicar lo sucedido en el vuelo 545. Casi podía reconstruir la secuencia entera de hechos fortuitos. Con un poco de suerte, la cinta que estaba en Video Imaging le daría la confirmación final.
Sólo tenía una duda.
¿Qué iba a hacer al respecto?
Fred Barker estaba sudando. Había tenido que apagar el aire acondicionado del despacho y ahora, ante el insistente interrogatorio de Marty Reardon, las gotas de sudor se deslizaban por sus mejillas, brillaban en su barba, le humedecían la camisa.
—Señor Barker —dijo Marty, inclinándose hacia delante. Marty tenía cuarenta y cinco años y era un tipo atractivo de labios delgados y mirada penetrante. Tenía un aire de fiscal benevolente, de hombre de mundo que lo ha visto todo. Hablaba con lentitud, casi siempre con frases cortas, y adoptaba una actitud razonable. Ofrecía al testigo todas las oportunidades de explicarse. Y su tono favorito era el del desencanto.
—¿Cómo es posible? —preguntó arqueando sus cejas morenas—. Señor Barker, usted ha dicho que el N-22 tiene problemas. Pero la compañía asegura que se dictaron directivas de aeronavegabilidad que corrigieron esos problemas. ¿Están en lo cierto?
—No. —Ante la insistencia de Marty, Barker había abandonado las frases completas. Ahora decía lo mínimo posible.
—¿Las directivas no funcionaron?
—Bueno, acaba de producirse otro incidente relacionado con los
slats
.
—Norton dice que el incidente no se debió a los
slats
.
—Creo que averiguarán que sí.
—¿Quiere decir que Norton miente?
—Están usando la táctica de costumbre. Siempre salen con una explicación complicada para ocultar el auténtico problema.
—Una explicación complicada —repitió Marty—. Pero, ¿acaso los aviones no son máquinas complicadas?
—En este caso, no. El accidente es consecuencia de su incapacidad para corregir un antiguo fallo de diseño.
—Está seguro de ello.
—Sí.
—¿Cómo puede estar tan seguro? ¿Es usted ingeniero?
—No.
—¿Tiene un título en alguna especialidad de la aeronáutica?
—No.
—¿En qué rama se especializó en la universidad?
—Eso fue hace mucho tiempo…
—Fue en música, ¿verdad, señor Barker? ¿Se especializó en música?
—Sí, pero…
Jennifer observaba el ataque de Marty con sentimientos encontrados. Siempre resultaba divertido observar cómo se acobardaba un entrevistado, y al público le encantaba ver a los presuntuosos expertos en aprietos. Pero el ataque de Marty amenazaba con cargarse el reportaje. Si Marty destruía la credibilidad de Barker…
Aunque podría pasar sin él, pensó. No lo necesitaba.
—Licenciado en artes, especialidad música —dijo Marty con su característico tono razonable—. ¿Cree que eso le da autoridad para juzgar un modelo de avión?
—No, claro, pero…
—¿Tiene algún otro título?
—No.
—¿Ha recibido una formación técnica o científica?
Barker se tiró del cuello de la camisa.
—Bueno, trabajé en la FAA…
—¿Y en la FAA recibió una formación técnica o científica? ¿Le enseñaron, por ejemplo, dinámica de fluidos?
—No.
—¿Aerodinámica?
—Bueno, tengo mucha experiencia…
—De eso estoy seguro. Pero, ¿ha recibido una educación
formal
en cálculo, metalurgia, análisis estructural o cualquier otra asignatura relacionada con la fabricación de un avión?
—No. Formal, no.
—¿Informal entonces?
—Sí, desde luego. Tengo toda una vida de experiencia.
—Bien. Eso es estupendo. Me he fijado en los libros que están a su espalda y sobre su escritorio. —Reardon se inclinó hacia delante y tocó uno de los libros abiertos sobre la mesa—. Éste, por ejemplo, se titula
Métodos avanzados de integridad estructural para la durabilidad y tolerancia a los desperfectos de los reactores
. Parece muy complejo. ¿Ha leído este libro?
—Sí. Casi todo.
—Por ejemplo… —Reardon señaló la página abierta y se inclinó para leer—. Aquí, en la página 807, dice: «Leevers y Radon introdujeron un parámetro de biaxilidad B que relaciona la magnitud de la tensocorrosión con la ecuación 5». ¿Lo ve?
—Sí. —Barker tragó saliva.
—¿Qué es un parámetro de biaxialidad?
—Bueno, eh… es difícil de explicar brevemente…
—¿Quiénes son Leevers y Radon? —espetó Marty.
—Investigadores especializados en este campo.
—¿Los conoce?
—Personalmente, no.
—Pero está familiarizado con su trabajo.
—Los he oído nombrar.
—¿Sabe algo de ellos?
—No.
—¿Y son investigadores importantes en este campo?
—He dicho que no lo sé —contestó Barker, tirándose otra vez del cuello de la camisa.
Jennifer comprendió que tenía que detener a Marty. Como de costumbre, estaba atacando al entrevistado como un perro que ladra al olfatear el olor a miedo. No podría aprovechar nada del material que tenía hasta el momento. Lo único importante era que Barker había emprendido su cruzada particular hacía años, que tenía antecedentes en el tema, que estaba comprometido con la lucha. De cualquier modo, tenía la grabación del día anterior con las explicaciones de Barker sobre los
slats
y las respuestas concisas a las preguntas que ella misma le había hecho. Tocó a Marty en el hombro.
—Se nos hace tarde —dijo.
Marty reaccionó de inmediato. Era evidente que estaba aburrido. Se levantó rápidamente.
—Lo siento, señor Barker, tenemos que cortar. Gracias por recibirnos. Ha sido muy amable.
Barker parecía atónito. Murmuró algo entre dientes. La maquilladora se acercó con unas toallitas húmedas en la mano y dijo:
—Le ayudaré a quitarse el maquillaje…
Marty Reardon se volvió hacia Jennifer y preguntó en voz baja:
—¿Qué coño estás haciendo?
—Marty —respondió ella en el mismo tono de voz—, la cinta de la CNN es dinamita. La historia es dinamita. La gente tendrá miedo de subir a ese avión. Nosotros vamos a sacar a la luz la polémica. A hacer un servicio público.
—No con este payaso —replicó Reardon—. No es más que el títere de un picapleitos. Sólo sirve para hacer apaños fuera de los tribunales. No tiene ni zorra idea de lo que dice.
—Marty, te guste o no este tipo, lo cierto es que el avión tiene un largo historial de fallos. Y la cinta es genial.
—Sí; y todo el mundo la ha visto —repuso Reardon—. ¿Dónde está la noticia? Será mejor que me enseñes algo tangible, Jennifer.
—Lo haré, Marty.
—Más te vale…
El resto de la frase quedó implícito: «O llamaré a Dick y tiraré de la manta».
Filmaron al tipo de la FAA en la calle, con el aeropuerto al fondo, para variar el escenario. El representante de la FAA era esquelético y llevaba gafas. Parpadeaba rápidamente, deslumbrado por el sol. Era un tipo débil, amorfo, sin una pizca de personalidad, tanto que Jennifer ni siquiera recordaba su nombre. Estaba convencida de que no haría un buen papel.
Desgraciadamente, no tuvo piedad con Barker.
—La FAA maneja mucha información reservada. Parte de ella está patentada; otra parte es técnica. Su confidencialidad es vital para la industria o para las fábricas. Dado que la equidad con todas las partes es fundamental para nuestra labor, tenemos reglas muy estrictas en lo referente a su difusión. El señor Barker violó esas reglas. Parece desesperado por salir en la televisión o por ver su nombre impreso en los periódicos.
—Él dice que eso no es cierto —respondió Marty—. Dice que la FAA no cumplía con su trabajo, y que por eso se sintió obligado a hacer declaraciones.
—¿A los abogados?
—¿Abogados?
—Sí —respondió el tipo de la FAA—. En casi todos los casos, habló con los abogados que demandaban a las compañías aéreas. Les facilitó información confidencial, información incompleta sobre investigaciones en curso. Eso es ilegal.
—¿Y ustedes no lo procesaron?
—No podemos procesarlo directamente. Carecemos de autoridad para ello. Pero nos quedó claro que Barker recibía sobornos de los abogados para que les proporcionara información. Pasamos el caso al Departamento de Justicia, que falló a su favor. Eso nos molestó mucho. Creemos que Barker debería estar preso junto con los abogados que le pagaron.
—¿Y por qué no lo está?
—Pregúnteselo al Departamento de Justicia. Pero ese departamento está formado por abogados, y a los abogados no les gusta meter a sus colegas en la cárcel. Es una cuestión de cortesía profesional. Barker trabajaba para abogados, y por eso lo dejaron en libertad. Y ahora sigue trabajando para abogados. Todo lo que dice sirve para apoyar o incitar demandas negligentes. La seguridad aérea le trae sin cuidado. Si no fuera así, seguiría trabajando para nosotros. Se dedicaría a servir al público, en lugar de amasar fortunas.
—Como ya sabrá, en estos momentos la FAA se encuentra en entredicho…
Jennifer pensó que debía detener a Marty en ese punto. No tenía sentido que continuara. De todos modos, se proponía cortar la mayor parte de la entrevista. Sólo usaría la declaración en que el tipo de la FAA decía que Barker quería publicidad. Era el comentario menos dañino y equilibraría las fuerzas.
Porque necesitaba a Barker.
—Lo lamento, Marty, pero tenemos que ir a la ciudad.
Marty asintió de inmediato —otra señal de que estaba aburrido—, dio las gracias al tipo de la FAA, le firmó un autógrafo para su hijo, y se subió a la limusina junto a Jennifer.
Saludó por la ventanilla al representante de la FAA; incluso le sonrió. Luego se reclinó en el asiento.
—No entiendo nada, Jennifer —dijo con tono pesimista—. Corrígeme si me equivoco, pero no tienes ninguna noticia. Tienes un montón de acusaciones hechas a la ligera por unos abogados y sus soplones a sueldo. Pero no tienes nada sustancioso.
—Tenemos una noticia —aseguró ella, procurando parecer convencida—. Ya lo verás.
Marty gruñó.
El coche arrancó y se dirigió al norte del valle, hacia Norton Aircraft.
—Ahora verá la película —dijo Harmon, tamborileando con los dedos sobre la consola.
Casey se movió en su asiento y sintió varias punzadas de dolor. Faltaban pocas horas para la entrevista, pero todavía no había decidido qué diría.
La cinta comenzó a avanzar.
Harmon había triplicado los fotogramas y la imagen se movía en una inestable cámara lenta. El cambio daba a las secuencias un aspecto aún más aterrador. Casey observó en silencio los cuerpos que rodaban, la cámara que giraba, caía, y finalmente llegaba a la puerta de la cabina de mando.
—Retroceda —indicó Casey.
—¿Hasta dónde?
—Lo más lentamente posible.
—¿Fotograma a fotograma?
—Sí.
Las imágenes retrocedieron. La alfombra gris. Un borrón cuando la cámara saltó de la rendija de la puerta. Un destello de luz procedente de la cabina de mando. El resplandor rojo de las ventanillas, los hombros de los pilotos a ambos lados del pedestal, el comandante a la izquierda, el copiloto a la derecha.
El comandante inclinándose hacia el pedestal.
—Pare.
Casey miró el fotograma con atención. El capitán, que no llevaba gorra, extendía la mano, y el copiloto tenía la cara vuelta hacia otro lado.
El comandante extendía la mano.
Casey giró la silla hacia la consola y escudriñó el monitor. Se levantó para acercarse más a la pantalla y vio las líneas de exploración.
Ahí estaba la prueba; a todo color.
Pero, ¿qué podía hacer con ella?
Nada, pensó. No podía hacer nada. Ya tenía la información que buscaba, pero si quería conservar su trabajo, no podía hacerla pública. Aunque era probable que se quedara sin empleo de todos modos. La tarea de portavoz ante la prensa que le habían asignado Marder y Edgarton era una trampa. Estaba metida en un buen lío, tanto si mentía, como pretendía Marder, como si decía la verdad, que era lo que en realidad deseaba. No tenía escapatoria.
La única solución posible era no presentarse a la entrevista. Pero tenía que hacerlo. Estaba entre la espada y la pared.
—Vale —dijo con un suspiro—. Ya he visto suficiente.
—¿Quiere que haga algo más?
—Sí; otra copia.
Harmon pulsó un interruptor de la consola y se movió en la silla, intranquilo.
—Señora Singleton. Tengo que decirle algo. Los empleados que trabajan aquí han visto la cinta y, francamente, están muy afectados.
—Me lo figuro —dijo Casey.
—Todos han visto a ese tipo que salió en la tele diciendo que ustedes están ocultando la verdadera causa del accidente…
—Ajá…
—Y una persona en particular, la recepcionista, cree que deberíamos enviar la cinta a las autoridades o a las cadenas de televisión. Es algo así como el asunto de Rodney King. Estamos sentados encima de una bomba. Hay muchas vidas en juego.
Casey suspiró. La situación no le sorprendía, pero le planteaba un nuevo problema, y tendría que resolverlo.
—¿Acaso lo ha hecho ya? ¿Es eso lo que intenta decirme?
—No —respondió Harmon—. Todavía no.
—Pero la gente está preocupada.
—Sí.
—¿Y qué me dice de usted? ¿Cuál es su opinión?
—Bueno, con franqueza, yo también estoy preocupado —respondió Harmon—. Usted trabaja para la compañía, le debe lealtad. Pero si es verdad que el avión tiene un defecto y que por eso ha muerto gente…
Casey analizó rápidamente la situación. Era imposible saber cuántas copias de la cinta habían hecho ya. No tenía forma de detener o controlar los acontecimientos. Y estaba harta de intrigas. Peleas con las líneas aéreas, con los técnicos, con el sindicato, con Marder, con Richman. Se sentía atrapada en medio de tantos planes en conflicto, intentando salvar la situación.