¡Y ahora la maldita compañía de vídeo!
—¿Cómo se llama la recepcionista en cuestión? —preguntó.
—Christine Brown.
—¿Sabe que su empresa ha firmado un acuerdo de confidencialidad con la nuestra?
—Sí… Pero supongo que cree que su conciencia es más importante.
—Tengo que hacer una llamada —dijo Casey—. Por una línea privada.
La llevaron a un despacho vacío y Casey hizo dos llamadas. Cuando regresó, dijo a Harmon:
—Esta cinta es propiedad de la Norton y no puede reproducirse sin nuestra autorización. Y ustedes han firmado un acuerdo de confidencialidad con nosotros.
—¿No le remuerde la conciencia? —preguntó Harmon.
—No —respondió Casey—. Estamos investigando el incidente y nos proponemos llegar al fondo de la cuestión. Ustedes hablan de cosas que no entienden. Si reproducen esta cinta, estarán ayudando a un abogado sin escrúpulos a demandarnos por daños y perjuicios. Han firmado un trato de confidencialidad con nosotros. Si lo violan, pueden despedirse de su negocio. Recuérdelo.
Cogió la copia de la cinta y se marchó.
Frustrada y furiosa, Casey entró en su despacho de Control de Calidad. Una mujer madura la esperaba. Se presentó como Martha Gershon, asesora de imagen. Personalmente, la mujer tenía toda la pinta de una dulce abuelita: cabello gris recogido en un moño y un vestido beige de cuello alto y cerrado.
—Lo lamento, pero estoy muy ocupada —dijo Casey—. Sé que la envía Marder, pero me temo que…
—Sé que está ocupada —respondió Martha Gershon. Su voz era serena, tranquilizadora—. No tiene tiempo para mí, sobre todo hoy. Y en realidad no quiere verme, ¿no es cierto? Porque John Marder no le cae bien.
Casey guardó silencio.
Volvió a mirar a la amable mujer que estaba de pie en su despacho, sonriéndole.
—Quizá sienta que Marder la está manipulando. Lo comprendo. Ahora que lo he conocido personalmente, debo decir que no me parece una persona muy honrada, ¿y a usted?
—Tampoco —admitió Casey.
—Es evidente que no tiene un alto concepto de las mujeres —prosiguió Gershon—. Y sospecho que la ha escogido para hablar con la prensa con la esperanza de que salga mal parada. ¡Caray!, no me gustaría que eso sucediera.
Casey la miró fijamente.
—Por favor, tome asiento —dijo.
—Gracias, querida. —La mujer se sentó en el sofá y el vestido beige se onduló a su alrededor. Cruzó las manos sobre el regazo. Rezumaba serenidad—. No tardaré mucho, pero tal vez usted se sentiría más cómoda si también se sentara.
Casey se sentó.
—Sólo quiero recordarle algunas cosas antes de la entrevista —dijo Gershon—. Supongo que ya sabe que el periodista que la entrevistará es Marty Reardon.
—No; no lo sabía.
—Pues sí. Lo que significa que tendrá que vérselas con un estilo muy característico. Eso facilita las cosas.
—Espero que tenga razón.
—La tengo, querida —aseguró la mujer—. ¿Ahora se encuentra cómoda?
—Eso creo.
—Me gustaría que se apoyara en el respaldo de la silla. Eso es. Cuando se inclina hacia delante, se la ve demasiado ansiosa y su cuerpo genera tensión. Siéntese con la espalda apoyada en el respaldo. De esa forma, podrá escuchar lo que dicen y relajarse. Le convendría poner esto en práctica durante la entrevista. Quiero decir, sentarse con la espalda apoyada y relajarse.
—De acuerdo —respondió Casey, obedeciendo a la mujer.
—¿Está relajada?
—Eso creo —respondió Casey.
—Supongo que estará muy nerviosa —dijo Gershon con una risita comprensiva—. Pero conozco a Marty Reardon desde que era un crío. A Cronkite no le caía bien; pensaba que era frívolo y presumido. Y me temo que el tiempo le ha dado la razón. Martin es pura fachada sin sustancia. No le creará ningún problema, Katherine. No conseguirá embarcar a una mujer con su inteligencia.
—Me está haciendo sentir de maravilla —dijo Casey.
—Sólo digo lo que veo —respondió Gershon, pasando por alto el halago—. Lo importante es que recuerde en todo momento que usted sabe más que Reardon. Lleva años trabajando en esta compañía, mientras que Reardon es un profano en la materia. Sin duda habrá viajado para la entrevista esta mañana y se marchará esta misma tarde. Es brillante, locuaz y aprende con rapidez, pero no tiene sus conocimientos. Recuérdelo: usted sabe más que él.
—Muy bien —dijo Casey.
—Ahora bien, puesto que Reardon no tiene mucha información, su táctica consistirá en manipular aquella que usted le ofrezca. Reardon tiene fama de ser un hombre agresivo, pero si lo ve en acción, descubrirá que en realidad es un mago con un solo truco. Y este es su truco: hará una serie de afirmaciones con las que usted coincidirá, conseguirá que diga sí, sí, sí, y cuando menos se lo espere, saldrá con un golpe bajo. Reardon ha usado la misma táctica toda su vida. Es sorprendente que la gente no se dé cuenta.
»Dirá: Usted es mujer. Sí. Vive en California. Sí. Tiene un buen empleo. Sí. Disfruta de la vida. Sí. Entonces, ¿por qué robó el dinero? Entonces usted, que ha estado asintiendo todo el tiempo, se sentirá turbada, confundida, y él se aprovechará de su reacción.
»Recuerde que lo único que quiere es pillarla en una respuesta. Si no lo consigue, volverá a intentarlo y formulará la pregunta de otra manera. Puede que vuelva a sacar el tema una y otra vez. Si lo hace, usted sabrá que no ha obtenido la respuesta que quiere.
—De acuerdo.
—Martin tiene otro truco. Pronunciará una frase provocativa y luego hará una pausa, esperando que usted llene la laguna. Dirá: Casey, usted fabrica aviones, por lo tanto sabrá que los aviones no son seguros… Y esperará que usted responda. Pero observe que en realidad no le ha formulado una pregunta.
Casey asintió con la cabeza.
—O repetirá lo que usted dice con tono de incredulidad.
—Lo entiendo —dijo Casey.
—
¿Lo entiende?
—preguntó Gershon arqueando las cejas. Era una buena imitación de Reardon—. ¿Ve lo que quiero decir? La provocará para que se defienda. Pero no tiene necesidad de hacerlo. Si Martin no le hace una pregunta, usted no tiene por qué responder.
Casey asintió con un gesto. No dijo nada.
—Muy bien —observó Gershon con una sonrisa—. Lo hará estupendamente. Recuerde que puede tomarse todo el tiempo que necesite. La entrevista será grabada, así que podrán cortar cualquier pausa. Si no entiende una pregunta, pídale que se la aclare. Martin es muy bueno haciendo preguntas vagas que exigen una respuesta concreta. Recuerde que en realidad no sabe de qué habla. Sólo estará aquí un día.
—Entendido —dijo Casey.
—Muy bien. Si se siente cómoda mirándolo a los ojos, hágalo. Pero si no, mire hacia algún punto cerca de su cabeza, como el respaldo de una silla o un cuadro que esté detrás de él. Y mantenga la vista fija en ese punto. La cámara no delatará que no está mirando a Reardon. Podrá hacer cualquier cosa que le resulte útil para mantener la concentración.
Casey hizo una prueba, mirando a un punto cercano a la oreja de Gershon.
—Eso está muy bien —dijo Gershon—. Lo hará de maravilla. Sólo quiero añadir una cosa más, Katherine. Usted trabaja en un negocio muy complejo. Si pretende transmitir esa complejidad a Reardon, se sentirá frustrada. Tendrá la sensación de que él no la escucha con interés. Y es probable que Reardon la interrumpa, porque lo cierto es que no tiene ningún interés. Mucha gente se queja de que la televisión no es objetiva, pero ésa es la naturaleza del medio. La televisión no informa. La información es activa, cautivadora. La televisión es pasiva. La información es interesante, objetiva. La televisión es emotiva. Es una forma de entretenimiento. Diga lo que diga y haga lo que haga, lo cierto es que Martin no siente el más mínimo interés por usted, su compañía o su avión. Le pagan para que ponga en práctica su único talento verdadero: provocar al entrevistado, ponerlo nervioso, sacarlo de quicio para conseguir que diga algo absurdo. No le interesa saber nada sobre aviones. Sólo pretende conseguir un boom televisivo. Si usted tiene en cuenta estas pretensiones, podrá manejarlo. —Y esbozó su característica sonrisa de abuela comprensiva—. Confío en que lo hará muy bien, Casey.
—¿Usted estará presente en la entrevista? —preguntó Casey.
—No; claro que no —respondió Gershon, sonriendo—. Martin y yo nos conocemos desde hace tiempo y no nos llevamos precisamente bien. Si alguna vez coincidimos accidentalmente en el mismo sitio, tenemos que volvernos para
escupir
.
John Marder estaba sentado a su escritorio, preparando (o apañando) los documentos para la entrevista de Casey. Quería tenerlos todos en perfecto orden. En primer lugar, el historial de la cubierta falsificada de inversores de empuje. Encontrar esa pieza había sido un golpe de suerte. Por una vez, Kenny Burne había hecho algo bien. Una cubierta de inversores de empuje era una pieza importante, una prueba tangible. Y estaba claro que era falsa. Los de Pratt & Whitney se pondrían furiosos al ver que la célebre águila de su sello estaba grabada al revés. Y lo más importante era que una pieza falsa desviaría la atención pública hacia otro tema y aliviaría la tensión…
Sonó el teléfono de su línea privada.
Marder levantó el auricular.
—Marder —dijo.
Oyó el zumbido característico de las comunicaciones vía satélite. Hal Edgarton llamaba desde el avión privado de la compañía, de camino a Hong Kong.
—¿Ya ha pasado todo? —preguntó Edgarton.
—No, Hal. Aún falta una hora.
—Llámame en cuanto haya terminado la entrevista.
—Lo haré, Hal.
—Y más vale que tengas buenas noticias —amenazó Edgarton antes de colgar.
Jennifer estaba histérica. Había tenido que dejar a Marty solo por un momento, y no era conveniente dejarlo solo durante el rodaje. Marty era un tipo inquieto, hiperactivo, y requería atención constante. Necesitaba que alguien le cogiera de la mano y le hiciera la pelota continuamente. Era como todos los comentaristas célebres de
Newsline
: aunque alguna vez habían sido periodistas, se habían convertido en actores y tenían todas las cualidades de los actores; ególatras, presumidos, exigentes. Unos personajes insufribles.
Jennifer suponía que las protestas de Marty sobre el caso Norton se debían a que, en el fondo, estaba preocupado por su imagen. Sabía que el reportaje se había preparado en el último momento, que era una historia sucia y rastrera. Y temía que, después del montaje, pareciera que él estaba al frente de una historia inconsistente. Temía que sus amigos se burlaran del reportaje mientras comían en el Four Seasons. La responsabilidad periodística le importaba un pimiento. Lo único que le preocupaba eran las apariencias.
Y ahora Jennifer tenía una prueba de ello. Sólo había estado fuera veinte minutos, y mientras su coche se aproximaba al lugar del rodaje, vio a Marty paseándose con la cabeza gacha, preocupado y deprimido.
Típico de Marty.
En cuanto bajó del coche, Marty salió a su encuentro y comenzó a protestar, diciendo que debían suspender el reportaje, llamar a Dick y decirle que las cosas no iban bien… Jennifer lo interrumpió:
—Mira esto, Marty.
Le enseñó la cinta que tenía en la mano, se la entregó al cámara y le pidió que la pusiera. El cámara la insertó en el reproductor de vídeo mientras Marty se acercaba al monitor que estaba sobre la hierba.
—¿Qué es? —preguntó Marty de pie junto al monitor.
—Tú mira.
Aparecieron las primeras imágenes de la cinta: un bebé sentado en el regazo de su madre, chupándose los dedos de los pies. Gu-gu, ga-ga.
Marty miró a Jennifer, arqueando las oscuras cejas.
Ella no dijo nada.
La cinta continuó avanzando.
El reflejo del sol en el monitor impedía ver los detalles, pero la imagen era lo suficientemente nítida: los cuerpos de los pasajeros volaban por los aires. Marty se quedó boquiabierto.
—¿De dónde has sacado esa cinta?
—Me la entregó una empleada descontenta.
—¿Una empleada de dónde?
—De una compañía de vídeo que trabaja para Norton Aircraft. Una ciudadana decente que pensó que el público debía ver estas imágenes.
—¿La cinta pertenece a la Norton?
—Sí. La encontraron en el avión.
—Increíble —dijo Marty con la vista fija en el monitor—. Sencillamente increíble. —La cámara se sacudía, los pasajeros caían al suelo—. Es impresionante.
—¿No te parece estupendo?
La cinta siguió avanzando. Era buena, muy buena, mejor que la de la CNN. Más dinámica e impactante. Daba una idea más fiel de lo que había ocurrido en el avión, ya que la cámara se sacudía, rodaba, se arrastraba por el suelo.
—¿Quién más tiene copias? —preguntó Marty.
—Nadie.
—Pero esa empleada descontenta podría…
—No —aseguró Jennifer—. Le prometí que en caso de que la demandaran nosotros correríamos con los gastos legales siempre y cuando no entregara la cinta a nadie más. Así que será discreta.
—O sea que tenemos la exclusiva.
—Exactamente.
—Entonces será un reportaje sensacional —dictaminó Marty.
¡El muerto ha resucitado!, pensó Jennifer mientras Marty cruzaba la valla y se preparaba para la toma de pie. ¡Había salvado el reportaje!
Marty se dejaría de recelos porque, si bien aquella cinta no aportaba ningún dato nuevo, él era un profesional y sabía que el éxito de un reportaje de televisión dependía exclusivamente de las imágenes. Si las imágenes eran buenas, lo demás no importaba.
Y aquella cinta era un filón.
Radiante, Marty se paseaba de un sitio a otro, mirando hacia la fábrica Norton por encima de la valla. La situación era perfecta para él: una cinta de vídeo que pertenecía a la propia compañía daba pie a un montón de insinuaciones e indirectas sobre el intento de ocultarla. Marty sabría aprovechar la oportunidad.
Mientras la maquilladora le retocaba el cuello, Marty dijo:
—Quizá deberíamos enviar la cinta a Dick. Para que le saque partido.
—Ya está hecho —dijo Jennifer, señalando un coche que se alejaba.
Dick tendría la cinta al cabo de una hora. Y cuando la viera, se quedaría de una pieza.
Por supuesto que le sacaría partido. Usaría algunas secuencias para promocionar el programa del sábado: ¡Nueva e impresionante filmación de la catástrofe del N-22 de la Norton! ¡Aterradoras imágenes de la muerte en los cielos! ¡Sólo en
Newsline
, el sábado a las diez!