—Permita que lo lea en su propio informe —dijo Reardon—. «La estabilidad de la aeronave depende de los sistemas informáticos».
—Sí —dijo ella—. Todos los aviones modernos usan…
—«El aparato ha demostrado una marcada sensibilidad al control manual durante cambios de actitud».
Casey miraba la página, siguiendo las citas de Reardon.
—Sí, pero si lee el resto de la frase, verá que…
—«Los pilotos han informado de dificultades para controlar la aeronave» —interrumpió Reardon.
—Está sacando las frases de contexto.
—¿De veras? —preguntó él arqueando las cejas—. Todas estas frases están en
su
informe. Un informe de la compañía Norton.
—Suponía que deseaba escuchar lo que tengo que decir. —Casey comenzaba a enfadarse. Sabía que se notaba, pero le daba igual.
Reardon se apoyó contra el respaldo de la silla y abrió los brazos.
—Desde luego, señora Singleton.
—Entonces deje que me explique. Este estudio se llevó a cabo para determinar si el N-22 tenía problemas de estabilidad. Llegamos a la conclusión de que no era así y…
—Eso dice usted.
—Creí que iba a dejar que me explicara.
—Por supuesto.
—Pues permita que ponga las frases en su contexto —dijo Casey—. El informe dice que la estabilidad del N-22 depende de los sistemas informáticos. La estabilidad de todos los aviones está regulada por ordenadores. Eso no quiere decir que los aviones no puedan pilotarse. Claro que pueden. Pero en la actualidad las compañías aéreas quieren una flota de bajo consumo. Y el máximo ahorro de combustible se consigue con un mínimo de resistencia al avance durante el vuelo.
Reardon hizo un gesto displicente con la mano.
—Lo siento, pero todo esto no tiene nada…
—Para que la resistencia al arrastre sea mínima —prosiguió Casey—, el avión debe mantener una actitud, o posición en el aire, muy precisa. La actitud más eficaz es aquella en que el morro está ligeramente elevado. Durante un vuelo normal, los ordenadores mantienen la aeronave en esta posición. Nada inusual.
—¿Nada inusual? ¿La
inestabilidad
en el vuelo no es inusual? —preguntó Reardon.
Siempre estaba cambiando de tema, y no la dejaba terminar.
—Ahora iba a referirme a eso.
—Estamos impacientes —dijo con manifiesto sarcasmo.
Casey tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse. Por muy mal que estuvieran las cosas, si perdía la calma no haría más que empeorarlas.
—Hace unos instantes usted ha leído una frase —dijo—. Permita que la termine: «El aparato ha demostrado una marcada sensibilidad al control manual durante cambios de actitud,
pero esta sensibilidad está dentro de los parámetros de normalidad y no ofrece ninguna dificultad para los pilotos debidamente formados.
» Ésa es la frase completa.
—Pero ustedes admiten que hay sensibilidad al control manual. ¿No es otra forma de decir «inestabilidad»?
—No —respondió Casey—. Sensible no significa inestable.
—El avión no puede controlarse —dijo Reardon sacudiendo la cabeza.
—Claro que puede.
—Hicieron un estudio porque estaban preocupados.
—Hicimos un estudio porque tenemos el deber de confirmar que el avión es seguro —afirmó ella—. Y no nos cabe duda: es seguro.
—Un estudio secreto.
—No fue secreto.
—Nunca se dio a conocer a la opinión pública.
—Fue un informe interno —dijo Casey.
—¿No tiene nada que esconder?
—No —dijo ella.
—Entonces, ¿por qué no nos ha contado la verdad sobre el vuelo 545 de TransPacific?
—¿La verdad?
—Nos han dicho que tendrían un informe preliminar sobre la posible causa del incidente. ¿Acaso no es verdad?
—Estamos cerca —dijo ella.
—¿Cerca? ¿Han hecho algún descubrimiento o no?
Con la pregunta suspendida en el aire, Casey miró fijamente a Reardon.
—Lo siento mucho —dijo el cámara que estaba detrás de ella—. Pero tenemos que cambiar la película.
—¡Cambio de película!
—¡Recargando película!
Fue como si hubiera abofeteado a Reardon. Pero se recuperó enseguida.
—Continuará —dijo a Casey con una sonrisa. Estaba tranquilo; sabía que la había vencido. Se levantó de la silla y se volvió de espaldas. Los grandes focos se apagaron y Casey tuvo la impresión de que la estancia quedaba prácticamente en penumbra. Alguien encendió el aire acondicionado.
Casey también se levantó. Se quitó la caja del micrófono de la cintura. La maquilladora corrió hacia ella, con una borla de polvos en la mano. Casey la atajó con la mano.
—Deme un minuto —dijo.
Con los focos apagados, vio a Richman dirigirse a la puerta. Casey corrió tras él.
Lo alcanzó en el pasillo, lo cogió del brazo y lo obligó a volverse.
—Hijo de puta.
—Eh —dijo Richman—. Tranquilízate.
Sonrió y señaló por encima del hombro de Casey. Ella se volvió y vio que el tipo del sonido y uno de los cámaras se acercaban por el pasillo.
Furiosa, Casey empujó a Richman hacia atrás, a través de la puerta del lavabo de señoras. Richman se echó a reír.
—Eh, Casey, no pensé que quisieras…
Una vez en el lavabo, Casey volvió a empujarlo contra las pilas.
—Maldito cabrón —susurró—. No sé qué coño crees que estás haciendo, pero fuiste tú quien envió ese informe y voy a…
—No vas a hacer nada —dijo Richman con voz súbitamente fría y le apartó las manos—. Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Todo ha terminado, Casey. Acabas de cargarte la venta a China. Estás
acabada
.
Lo miró sin comprender. Se lo veía fuerte, seguro… como si fuera otra persona.
—La venta a China no se concretará. Edgarton está acabado, y tú estás acabada. —Sonrió—. Tal como predijo John.
Marder, pensó Casey. Marder estaba detrás de aquello.
—Si la venta a China no se concreta, Marder perderá su empleo. Edgarton se ocupará de que así sea.
Richman negaba con la cabeza.
—No. No lo hará. Edgarton está en Hong Kong, y nunca sabrá lo que ha pasado. El domingo a mediodía, Marder será el nuevo presidente de la Norton. Sólo tendrá que hablar diez minutos con el consejo directivo, porque hemos hecho un trato mucho mejor con Corea. Una flota de ciento diez aeroplanos, con opción a treinta y cinco más. Dieciséis mil millones de dólares. El consejo no podrá creérselo.
—Corea —repitió Casey. Se quedó pensando, porque era un pedido desorbitado, el mayor en la historia de la compañía—. Pero, ¿por qué iban a…?
—Porque Marder les ha dado el ala —dijo Richman—. Y a cambio, ellos están dispuestos a comprar ciento diez aviones. No les preocupa la prensa sensacionalista estadounidense. Saben que el avión es seguro.
—¿Marder les dará el ala?
—Sí. Es un trato fantástico.
—Sí —dijo Casey—. Arruinará a la compañía.
—A eso se llama tener visión financiera —afirmó Richman—. Está todo programado.
—Pero la compañía quebrará —insistió Casey.
—Dieciséis mil millones de dólares —dijo Richman—. En cuanto se haga pública esa cifra, las acciones de la Norton se dispararán. Todo el mundo sacará tajada.
Todo el mundo, salvo los empleados de la compañía, pensó Casey.
—El trato ya está cerrado —dijo Richman—. Lo único que necesitábamos era que alguien desprestigiara públicamente el N-22. Y tú nos has hecho ese favor.
Casey suspiró y encorvó los hombros.
Vio su imagen reflejada en el espejo, detrás de Richman. La gruesa capa de maquillaje que le cubría el cuello comenzaba a agrietarse. Estaba ojerosa, demacrada, agotada. La habían vencido.
—Así que te sugiero que me preguntes amablemente qué debes hacer a continuación. Porque ahora no te queda más remedio que obedecer órdenes. Si haces lo que se te ordena y te comportas como una buena chica, es probable que John te indemnice. Digamos… con tres meses de sueldo. De lo contrario, te quedarás en la puta calle y sin nada que llevarte a la boca. —Se inclinó hacia ella—. ¿Entiendes lo que te digo?
—Sí —respondió Casey.
—Estoy esperando que me preguntes amablemente lo que debes hacer.
Agotada, Casey comenzó a pensar con rapidez, a considerar las posibilidades, a buscar una salida.
Newsline
emitiría el reportaje. El plan de Marder triunfaría. Ella estaba derrotada. En realidad, estaba derrotada desde el comienzo, desde el día en que había aparecido Richman.
—Sigo esperando —dijo Richman.
Casey miró su cara tersa, aspiró el olor de su colonia. El pequeño cabrón se estaba divirtiendo. Y en medio de su furia, de su profunda rabia, se le ocurrió otra posibilidad.
Desde el principio, ella había invertido todos sus esfuerzos en hacer lo correcto, en desvelar el misterio del 545. Su actitud honesta, honrada, sólo le había creado problemas.
¿O no?
—Tienes que afrontar los hechos —dijo Richman—. No puedes hacer nada.
Casey se separó de la pila del lavabo.
—Espera y verás —dijo ella.
Y se marchó.
Casey se sentó. El encargado de sonido se acercó y le enganchó el receptor en la cinturilla de la falda.
—Diga unas cuantas palabras, por favor. Para probar el nivel.
—Probando, probando. Estoy cansada —dijo.
—Suficiente. Gracias.
Casey vio a Richman entrar en la habitación y situarse de espaldas a la pared del fondo. Tenía una media sonrisa en los labios y no parecía preocupado. Estaba convencido de que Casey no podría hacer nada. Marder había hecho un trato fabuloso; iba a entregar el ala, a hundir a la compañía. Y todo con la ayuda de Casey.
Reardon se sentó en la silla de enfrente, se encogió de hombros, se alisó la corbata y le sonrió.
—¿Cómo lo lleva?
—Bien.
—Aquí dentro hace calor, ¿no? —Consultó su reloj—. Ya casi hemos terminado.
Malone se acercó y susurró algo al oído de Reardon. Los murmullos continuaron durante unos instantes.
—¿De veras? —preguntó Reardon levantando las cejas. Luego asintió varias veces. Por fin dijo—: Entendido. —Y comenzó a revolver los papeles de la carpeta que tenía delante.
—¿Preparados, muchachos? —preguntó Malone.
—Cámara A preparada.
—Cámara B preparada.
—Sonido preparado.
—Rodando —dijo ella.
Allá vamos, pensó Casey. Respiró hondo y miró a Reardon con expectación.
El reportero le sonrió.
—Usted trabaja para Norton Aircraft.
—Sí.
—Lleva cinco años en la compañía.
—Sí.
—Es una ejecutiva de confianza, con un puesto de responsabilidad.
Asintió. Si el tipo supiera…
—Ahora bien, ha ocurrido un incidente en el vuelo 545. En un avión que
según usted
es perfectamente seguro.
—Correcto.
—Sin embargo, tres personas han muerto y más de cincuenta resultaron heridas.
—Sí —respondió Casey.
—La filmación del accidente, que ya hemos visto todos, es aterradora. La Comisión de Estudio de Incidentes ha estado trabajando contrarreloj. Y ahora ustedes dicen que han hecho un descubrimiento.
—Sí.
—Es decir que saben qué ocurrió en ese vuelo.
Con cuidado, pensó.
Tenía que andarse con mucho, mucho cuidado. Porque lo cierto era que más que una certeza tenía una importante sospecha. Aún debían ordenar la secuencia de hechos, confirmar que las cosas habían sucedido en un orden determinado: la cadena de causas y efectos. Aún no podían estar seguros.
—Estamos muy cerca —dijo Casey.
—No es preciso que le diga que estamos ansiosos por oír lo que saben.
—Lo anunciaremos mañana —dijo Casey.
Vio la reacción de sorpresa de Richman al otro lado de los focos. No se lo esperaba. El pequeño cabrón intentaba figurase qué se proponía.
Que se figurara lo que quisiera.
Al otro lado de la mesa, Reardon hizo un pequeño aparte y Malone le susurró algo al oído. El reportero asintió con un gesto y volvió a mirar a Casey.
—Si ya saben qué ocurrió, señora Singleton, ¿por qué esperar?
—Porque, como usted ha dicho, el accidente fue grave. Ya ha hemos oído demasiadas especulaciones infundadas de diversas fuentes. Norton Aircraft considera que es importante actuar con responsabilidad. Antes de decir algo públicamente, tenemos que confirmar nuestros hallazgos haciendo una prueba de vuelo con el mismo avión en que se produjo el accidente.
—¿Y cuándo harán la prueba de vuelo?
—Mañana por la mañana.
—Ah. —Reardon suspiró con tristeza—. Pero eso es demasiado tarde para nuestro programa. Supongo que comprende que estamos ofreciendo a su compañía la oportunidad de responder a unas acusaciones muy graves.
Casey tenía la respuesta preparada.
—Hemos programado la prueba de vuelo para las cinco de la madrugada de mañana —dijo—. Daremos una conferencia de prensa inmediatamente después. O sea, mañana a mediodía.
—A mediodía —repitió Reardon.
Aunque su expresión era indiferente, Casey sabía que estaba haciendo cálculos mentales. Mediodía en Los Ángeles eran las tres de la tarde en Nueva York. Tiempo de sobra para salir en las noticias de la noche, tanto en Los Ángeles como en Nueva York. El informe preliminar de la Norton saldría en las cadenas regionales y nacionales. Y
Newsline
, que se emitía a las diez de la noche, estaría desfasado. Según lo que se dijera en la conferencia de prensa, el reportaje de
Newsline
, editado la noche anterior, podría muy bien ser historia antigua a las diez de la noche, la hora de emisión del programa. Es más, podría ser incluso embarazoso.
Reardon suspiró.
—Por otra parte —dijo—, queremos ser justos con ustedes.
—Naturalmente —respondió Casey.
—A la mierda con ella —dijo Marder a Richman—. Haga lo que haga, ya no podrá cambiar las cosas.
—Pero si ha programado la prueba de vuelo…
—¿Qué más da? —dijo Marder.
—Creo que va a permitir que esos periodistas filmen la prueba.
—¿Y qué? La prueba de vuelo sólo conseguirá empeorar las cosas. Casey no tiene la menor idea de la causa del accidente. Y no sabe qué pasará cuando el avión de TransPacific levante el vuelo. Es probable que no puedan reproducir el incidente. Y podrían presentarse problemas imprevistos.