Sabía que la luz lo cegaría durante algunos segundos. No demasiados.
Pero quizá fuera suficiente.
¿Dónde estaba el otro tipo?
Casey corrió.
Chocó contra la pared del hangar con un estampido sordo y metálico.
—¡Eh! —gritó alguien a su espalda, y Casey oyó los pasos de alguien que corría.
¿Dónde? ¿Dónde?
A su espalda. Corrían tras ella.
A tientas, tocó madera, listones verticales, más madera y luego algo metálico. El tirador de la puerta. Empujó.
Aire fresco.
Estaba fuera.
Teddy se volvió.
—Hola, nena —dijo con una sonrisa—. ¿Qué tal te ha ido?
Cayó de rodillas, jadeando. Teddy y el electricista corrieron a su lado.
—¿Qué pasa? ¿Qué te ha ocurrido?
Se inclinaron sobre ella y la tocaron, preocupados. Casey intentaba recuperar el aliento.
—Llamad a Seguridad —consiguió articular.
—¿Qué?
—¡Llamad a seguridad! ¡Hay alguien dentro!
El electricista corrió al teléfono. Teddy se quedó a su lado. Entonces Casey se acordó del QAR y la asaltó el pánico. ¿Dónde estaba?
—¡No! —exclamó—. ¡Se me ha caído!
—¿Qué, cariño?
—La caja… —Se volvió y miró hacia el hangar. Tendrían que volver a entrar para…
—¿La que tienes en la mano?
Casey se miró la mano izquierda.
El QAR estaba allí. Lo apretaba con tanta fuerza que tenía los dedos blancos.
—Ahora vamos —dijo Teddy. Le había rodeado los hombros con un brazo y la acompañaba a la habitación—. Todo va bien, pequeña.
—Teddy —dijo Casey—, no sé por qué…
—Lo averiguaremos mañana —aseguró él con dulzura.
—Pero, ¿qué estaba haciendo…?
Era incapaz de terminar una frase. Se sentó en la cama y se sintió súbitamente agotada, exhausta.
—Dormiré en el sofá —dijo Teddy—. No quiero que pases la noche sola. —La miró y le acarició la barbilla—. No te preocupes por nada, cariño.
Extendió el brazo y le quitó el QAR de la mano. Casey lo soltó de mala gana.
—Lo dejaremos aquí —dijo, poniéndolo sobre la mesilla de noche. Hablaba como si Casey fuera una niña.
—Teddy, es importante que…
—Lo sé. Seguirá ahí cuando despiertes. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Si necesitas algo, llámame. —Salió de la habitación y cerró la puerta.
Casey miró las almohadas. Debía desnudarse para meterse en la cama. Le dolía la cara, aunque no recordaba qué le había pasado. Tenía que mirarse en el espejo.
Cogió el QAR y lo metió debajo de la almohada. Miró fijamente la almohada, se tendió y cerró los ojos.
Sólo un momento, pensó.
—Allí estaré —respondió ella.
Algo iba mal.
Casey se sentó en la cama. Jadeó; un dolor penetrante le recorrió el cuerpo. La cara le ardía. Se tocó la mejilla y dio un respingo.
La luz del sol entraba a raudales por la ventana a los pies de su cama. Casey vio dos manchas gemelas de grasa en la colcha. No se había quitado los zapatos ni la ropa.
Estaba tendida encima de la colcha, completamente vestida.
Se giró con un gemido de dolor y apoyó los pies en el suelo. Le dolía todo el cuerpo. Miró la mesilla de noche. El reloj marcaba las seis y media.
Levantó la almohada y cogió la caja de metal verde con una raya blanca.
Olía a café.
Se abrió la puerta y entró Teddy en calzoncillos, con una taza en la mano.
—¿Cómo te encuentras?
—Me duele todo.
—Lo suponía. —Le tendió la taza—. ¿Puedes sostenerla?
Casey asintió y cogió la taza con gratitud. Cuando la levantó, sintió un dolor en los hombros. El café estaba fuerte y caliente.
—Tu cara no está tan mal —dijo observándola con ojo crítico—. Lo peor está a un lado. Supongo que donde diste con la red.
De repente Casey recordó la entrevista.
—Dios mío —dijo. Se levantó de la cama, gimiendo otra vez.
—Tres aspirinas —sugirió Teddy—, y un baño bien caliente.
—No tengo tiempo.
Entró en el cuarto de baño y abrió el grifo de la ducha. Se miró al espejo. Tenía la cara sucia. Un hematoma azul se extendía desde la oreja hasta la parte posterior del cuello. Lo cubriría con el pelo, pensó. No se notaría.
Bebió otro sorbo de café, se desnudó y se metió en la ducha. Tenía cardenales en el codo, la cadera, las rodillas. No recordaba cómo se los había hecho. El chorro de agua caliente la reanimó.
Cuando salió de la ducha, oyó sonar el teléfono.
—No contestes —dijo Casey.
—¿Estás segura?
—No tengo tiempo. Hoy no.
Entró en el dormitorio y se vistió.
Faltaban sólo diez horas para la entrevista con Marty Reardon. Hasta entonces, sólo quería ocuparse de una cosa.
Aclarar el incidente del vuelo 545.
Rob Wong apoyó la caja verde sobre la mesa, conectó un cable, pulsó un interruptor en la consola. En la caja del QAR se iluminó una pequeña luz roja.
—Tiene corriente —dijo Wong. Se apoyó en el respaldo de la silla, miró a Casey y preguntó—: ¿Preparada?
—Preparada —respondió ella.
—Cruza los dedos —dijo Wong, y apretó una tecla.
La luz roja del QAR comenzó a parpadear rápidamente.
Inquieta, Casey preguntó:
—¿Eso significa que no…?
—Tranquila —dijo él—. Está transfiriendo los datos.
Después de unos segundos la luz roja volvió a estabilizarse.
—Y ahora, ¿qué?
—Ya está —dijo Wong—. Veamos los datos. —La pantalla se llenó de columnas de números. Wong se inclinó hacia adelante, observando con atención—. Hummm… Tiene buena pinta. Éste puede ser tu día de suerte, Casey. —Tecleó con rapidez durante algunos segundos. Luego se apoyó contra el respaldo—. Ahora veamos qué tenemos.
En el monitor apareció el croquis cuadriculado de un avión. Los cuadros comenzaron a rellenarse rápidamente, y el avión adquirió una apariencia sólida, tridimensional. Sobre un fondo azul cielo, el reactor plateado se veía de perfil, en posición horizontal y con el tren de aterrizaje extendido.
Wong tecleó y giró el avión para verlo desde la cola. Añadió un campo verde en el horizonte y una pista gris. La imagen era esquemática pero impactante. El avión comenzó a ascender sobre la pista. Cambió de actitud, con el morro hacia arriba, y el tren de aterrizaje se replegó dentro de las alas.
—Acabas de despegar —anunció Wong con una sonrisa de oreja a oreja.
El avión continuaba ascendiendo. Wong pulsó una tecla y se abrió un rectángulo a la derecha de la pantalla, lleno de números que cambiaban con rapidez.
—No es el registrador de datos de vuelo, pero nos será útil —dijo Wong—. Tiene todos los datos importantes: altitud, velocidad relativa, rumbo, combustible, adaptación en delta de las superficies de control:
flaps
,
slats
, alerones, timones de profundidad, timón de dirección. Todo lo que necesitas. Y los datos son estables, Casey.
El avión seguía subiendo. Wong apretó un botón y aparecieron nubes blancas. El avión continuó su ascenso entre las nubes.
—Supongo que no querrás programarlo a tiempo real —dijo—. ¿Sabes cuándo ocurrió el accidente?
—Sí —respondió ella—. Aproximadamente a las nueve horas y cuarenta minutos de vuelo.
—¿Nueve cuarenta?
—Así es.
—Allá vamos.
En el monitor, el avión y el rectángulo de números permanecieron estables. Luego una luz roja comenzó a parpadear entre los números.
—¿Qué es eso? —preguntó Casey.
—El registro de fallos. Hummm… Hay un error de
slats
.
Casey miró el reactor de la pantalla. Nada había cambiado.
—¿Se han extendido los
slats
?
—No —respondió Wong—. No es nada. Sólo un fallo.
Casey observó con atención. El avión seguía nivelado. Después de cinco segundos, los
slats
emergieron del borde de ataque.
—Se están extendiendo los
slats
—advirtió Wong, mirando los números. Luego añadió—: Ya se han extendido por completo.
—¿Así que primero hubo un fallo? —preguntó Casey—. ¿Y después se extendieron los
slats
?
—Exactamente.
—¿Fue una extensión incontrolada?
—No. Controlada. Ahora el avión se encabrita y… ay, ay, excede el límite de oscilaciones… Suena la alarma de entrada en pérdida y…
En la pantalla, el avión entró en posición de picado. Atravesó las nubes cada vez más rápido. Empezaron a sonar las alarmas, parpadeando en la pantalla.
—¿Qué es eso? —preguntó Casey.
—El avión está excediendo el límite de cargas G. Míralo.
El morro se levantó y el avión comenzó a ascender.
—Está subiendo a dieciséis… dieciocho… veintiún grados —dijo Wong, sacudiendo la cabeza—. ¡Veintiún grados!
En los vuelos comerciales, el régimen de subida normal estaba entre los tres y cinco grados. Diez grados era un ascenso pronunciado, y se usaba sólo al despegar. A los veintiún grados, los pasajeros sentirían que el avión ascendía en vertical.
Más alarmas.
—Excedencias —dijo Wong con una voz sin inflexiones—. El piloto está sometiendo el aparato a una presión increíble. No ha sido diseñado para soportarla. ¿Habéis hecho una revisión de estructura?
Mientras miraban, el avión comenzó a bajar en picado otra vez.
—No puedo creerlo —dijo Wong—. En teoría, el piloto automático evita estas cosas…
—Estaba en modo manual.
—Aun así, estas oscilaciones tan brutales activarían el piloto automático. —Wong señaló un rectángulo de datos a un lado de la pantalla—. Mira, ahí lo tienes. El piloto automático intenta tomar el control. Y el piloto no hace más que desconectarlo para seguir en modo manual. Es una locura.
Otra subida.
Otra bajada en picado.
Casey y Wong observaron boquiabiertos los seis ciclos de subidas y bajadas, hasta que, súbitamente, el aparato volvió a nivelarse.
—¿Qué pasó?
—El piloto automático tomó el control. Por fin. —Rob Wong lanzó un largo suspiro—. Bueno. Ya has averiguado qué ocurrió en el vuelo, Casey. Pero cualquiera sabe por qué.
Una cuadrilla de limpieza trabajaba afanosamente en la sala de batalla. Estaban limpiando los ventanales que daban a la fábrica, las sillas y la mesa de formica. Al fondo, una mujer pasaba la aspiradora por la moqueta.
Doherty y Ron Smith estaban junto a la puerta, mirando una gráfica.
—¿Qué pasa? —preguntó Casey.
—Que hoy no hay reunión de la CEI —anunció Doherty—. Marder la ha suspendido.
—¿Cómo es que nadie me ha avisado? —preguntó Casey. Luego recordó que la noche anterior había apagado el busca. Lo desprendió del cinturón y lo encendió.
—Los resultados del test de ciclos eléctricos son casi perfectos —dijo Ron—. Como hemos dicho siempre, este avión es fabuloso. Sólo aparecieron dos irregularidades. Tenemos un fallo en el AUX COA, registrado a los cinco ciclos, a eso de las diez y media. No sé a qué se debió. —Miró a Casey como si esperara una respuesta. Debía de saber que ella había estado en el hangar la noche pasada, aproximadamente a esa hora.
Pero Casey no tenía intención de dar explicaciones. Al menos por el momento.
—¿Y qué sabes del sensor de proximidad? —preguntó.
—Ahí se produjo el otro fallo —respondió Smith—. Durante los veinte ciclos probados durante la noche, el sensor de proximidad del ala falló seis veces. Es evidente que no está en condiciones.
—Y si el sensor de proximidad falló durante el vuelo…
—Podría haber aparecido un aviso de error de
slats
en la cabina.
Casey se volvió para marcharse.
—Eh —dijo Doherty—, ¿adónde vas?
—Tengo que ver una cinta de vídeo.
—Casey, ¿ya sabes qué demonios ha pasado en el vuelo?
—Cuando me entere, serás el primero en saberlo —dijo, y se marchó.
Aunque el día anterior la investigación había llegado a un punto muerto, el panorama se presentaba ahora más alentador. El QAR había sido la clave. Al menos podía reconstruir la secuencia de los hechos en el vuelo 545. Y gracias a ello, las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar rápidamente.
De camino al coche, Casey llamó a Norma por el teléfono móvil.
—Norma, necesito el programa de ruta de TransPacific.
—Lo tengo aquí mismo —respondió la secretaria—. Llegó con los papeles de la FAA. ¿Qué quieres saber?
—El plan de ruta a Honolulú.
—Lo consultaré. —Tras un silencio, Norma dijo—: No van a Honolulú. Sólo vuelan a…
—Da igual —la interrumpió Casey—. Sólo quería saber eso. —Era la respuesta que esperaba.
—Oye —dijo Norma—, Marder ha llamado tres veces preguntando por ti. Dice que no contestas al busca.
—Dile que no consigues localizarme.
—Y Richman quiere…
—No consigues localizarme —repitió. Colgó y corrió hacia el coche.
Mientras conducía, llamó a Ellen Fong, de Contabilidad. La secretaria dijo que Ellen se había quedado a trabajar en casa nuevamente. Casey apuntó su teléfono particular y la llamó.
—Ellen, soy Casey Singleton.
—Ah, hola, Casey. —Su voz sonaba fría, prudente.