—Edward —dijo Marder—. Tenemos un problema. Este fin de semana
Newsline
emitirá un reportaje sobre el N-22 a la hora de máxima audiencia. Y será un reportaje crítico.
—¿Muy crítico?
—Dirán que el N-22 es una trampa mortal.
—Vaya —dijo Fuller—. Es una pena.
—Sin duda —coincidió Marder—. Te he mandado llamar porque quiero saber qué podemos hacer al respecto.
—¿Hacer? —preguntó Fuller, frunciendo el entrecejo.
—Sí —respondió Marder—. Estamos convencidos de que
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ofrecerá un reportaje claramente sensacionalista. Su versión de los hechos carece de fundamento y perjudicará a nuestro producto. Creemos que quieren difamarnos de manera negligente y deliberada.
—Ya veo.
—¿Qué podemos hacer? —repitió Marder—. ¿Podemos evitar que emitan el reportaje?
—No.
—¿Podemos conseguir un mandato judicial para que el reportaje no salga al aire?
—No. Una censura previa a la emisión perjudicaría la imagen de la compañía.
—¿Quieres decir que nos dejaría mal parados? —preguntó Marder.
—¿Un intento de hacer callar a la prensa? ¿Una violación de la primera enmienda? La gente creería que tenemos algo que ocultar.
—En otras palabras, ellos pueden emitir el reportaje y nosotros no podemos hacer nada para evitarlo.
—Así es —confirmó Fuller.
—De acuerdo. Pero yo creo que la información de
Newsline
es inexacta y tendenciosa. ¿Podemos exigir que nos concedan el mismo tiempo que a nuestros críticos para presentar nuestra versión de los hechos?
—No —respondió Fuller—. La doctrina de equidad, que garantizaba una provisión equivalente de tiempo en televisión, se vetó durante el mandato de Reagan. Los programas informativos de televisión no tienen la obligación de presentar todas las caras de una noticia.
—¿Así que pueden decir lo que les venga en gana? ¿Por muy parcial que sea?
—Exactamente.
—No me parece bien.
—Es la ley —respondió Fuller encogiéndose de hombros.
—De acuerdo. Ahora bien, este programa va a emitirse en un momento muy crítico para nuestra compañía. Una publicidad adversa podría costarnos la venta a China.
—Así es.
—Supongamos que perdemos la transacción por culpa de ese programa —dijo Marder—. Si podemos demostrar que
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presentó una versión falsa de los hechos, y considerando que se lo advertimos con anterioridad, ¿podemos demandarlos por daños y perjuicios?
—En la práctica, no. Tendríamos que demostrar que incurrieron en una negligencia temeraria, omitiendo deliberadamente datos que obraban en su poder. Y eso es muy difícil de demostrar.
—De modo que no podremos demandar a
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.
—No.
—Ellos pueden decir lo que les dé la gana, y si con eso arruinan a la compañía, mala suerte.
—Correcto.
—¿Hay alguna restricción legal a lo que pueden decir?
—Veamos. —Fuller se movió en la silla—. Si dan una imagen falsa de la compañía, podríamos demandarlos. Pero en este caso un abogado ha interpuesto una demanda judicial en representación de un pasajero del vuelo 545. Así que
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podría alegar que se limitaron a presentar los hechos; es decir, que fue el abogado quien hizo las acusaciones contra nosotros.
—Entiendo —dijo Marder—. Pero una demanda presentada en un juzgado tiene una publicidad limitada. Y
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va a transmitir estas acusaciones absurdas a cuarenta millones de telespectadores. Y al mismo tiempo darán credibilidad a las acusaciones por el simple hecho de repetirlas en televisión. Los perjuicios que pueden causarnos no tienen nada que ver con la demanda original, sino con su exposición pública.
—Lo entiendo. Pero la ley no lo verá de ese modo.
Newsline
tiene derecho a informar de una demanda judicial.
—¿Quieres decir que
Newsline
no tiene ninguna responsabilidad legal por dar crédito a una acusación, por absurda que ésta sea? Si ese abogado dijera, por ejemplo, que nosotros empleamos a pederastas, ¿
Newsline
podría emitir la noticia y nosotros no tendríamos derecho a demandarlo?
—Exactamente —contestó Fuller.
—Pues supongamos que vamos a juicio y ganamos. Entonces quedará claro que
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presentó una imagen equivocada de nuestro producto, basándose en la opinión del abogado. En ese caso, ¿podríamos obligar a
Newsline
a retractarse ante los cuarenta millones de telespectadores?
—No. No están obligados a hacerlo.
—¿Por qué no?
—
Newsline
tiene derecho a decidir qué es noticia. Si ellos consideran que la sentencia del juicio no es noticia, no tienen por qué emitirla. Ellos eligen.
—Y entretanto la compañía quebrará —concluyó Marder—. Treinta mil personas perderán su empleo, su casa y su seguro médico e iniciarán una carrera nueva en Burger King. Y otras cincuenta mil acabarán en la calle cuando nuestros proveedores de Georgia, Ohio, Texas y Connecticut se queden sin encargos. Todas esas personas que han dedicado su vida a diseñar, fabricar y promocionar los mejores aviones de la historia recibirán un apretón de manos y una patada en el culo. ¿Así son las cosas?
Fuller se encogió de hombros.
—Sí. Así funciona el sistema.
—Pues yo creo que el sistema apesta.
—El sistema es el sistema —replicó Fuller.
Marder miró a Casey y luego nuevamente a Fuller.
—Pues es una injusticia, Ed —dijo—. Hacemos un producto excelente, y todos los datos y hechos objetivos demuestran que es seguro y digno de confianza. Hemos estado perfeccionándolo y poniéndolo a prueba durante años. Tenemos una reputación intachable. Pero tú dices que un equipo de televisión puede hacernos una visita, husmear durante un par de días, y cargarse nuestro producto en una cadena nacional de televisión. Y una vez que lo hayan hecho, no tendrán responsabilidad legal sobre sus actos, y nosotros no podremos demandarlos para cubrir las pérdidas.
Fuller asintió con un gesto.
—Es injusto —repitió Marder.
Fuller se aclaró la garganta.
—Bueno; no siempre ha sido así. Pero desde hace treinta años, desde el caso Sullivan en 1964, se ha invocado la primera enmienda en los casos de difamación. Ahora la prensa tiene más libertad.
—Libertad incluso para cometer abusos —apostilló Marder.
—Los abusos de la prensa son historia antigua —dijo Fuller—. Pocos años después de dictarse la primera enmienda, Thomas Jefferson denunció las inexactitudes de la prensa, la injusticia…
—Pero, Ed —lo interrumpió Marder—, no estamos hablando de hace dos siglos. Ni de editoriales más o menos desagradables en un periódico de la colonia. Hablamos de un programa de televisión con imágenes sensacionalistas que llegarán instantáneamente a cuarenta o cincuenta millones de personas, un alto porcentaje de la población nacional, y devastará nuestra reputación. La devastará. Es injustificable. Y así están las cosas. Por lo tanto, ¿qué nos aconsejas, Ed?
—Veamos. —Fuller volvió a aclararse la garganta—. Yo siempre aconsejo a mis clientes que digan la verdad.
—Eso está muy bien, Ed. Un consejo muy sensato. Pero, ¿qué
hacemos
?
—Lo ideal sería que pudierais explicar qué sucedió realmente en el vuelo 545.
—El incidente ocurrió hace cuatro días. Todavía no hemos descubierto nada.
—Lo ideal sería que lo explicarais —repitió Fuller.
Cuando Fuller se hubo marchado, Marder se volvió hacia Casey. No dijo nada. Se limitó a mirarla.
Casey guardó silencio durante unos instantes. Sabía muy bien qué se proponían Marder y el abogado. Había sido una representación excelente. Sin embargo el abogado tenía razón. Lo ideal sería decir la verdad, explicar lo sucedido en el vuelo 545. Mientras lo escuchaba, se le había ocurrido que quizá encontrara una forma de explicar la verdad, o una parte de la verdad, y salir airosa. Había suficientes cabos sueltos, suficientes incertidumbres que podría articular para crear una historia coherente.
—De acuerdo, John —accedió—. Haré la entrevista.
—Excelente —dijo Marder, sonriendo y restregándose las manos—. Sabía que lo entenderías, Casey.
Newsline
ha programado la entrevista para mañana a las cuatro de la tarde. Entretanto, quiero que hables con una asesora de imagen, una persona ajena a la compañía…
—John, lo haré a mi manera.
—Es una mujer estupenda y…
—Lo siento —dijo Casey—. No tengo tiempo.
—Te ayudará, Casey. Te enseñará algunos trucos.
—John, tengo mucho trabajo.
Dicho esto, Casey salió del despacho.
No se había comprometido a decir lo que Marder quería que dijera; sólo se había comprometido a hacer la entrevista. Tenía menos de veinticuatro horas para realizar progresos significativos en la investigación. No era tan tonta como para creer que podría aclarar el incidente en ese tiempo, pero quizá pudiera averiguar algo para decírselo al reportero.
Había muchas pistas pendientes de confirmación: el posible defecto del pasador de blocaje; el posible fallo del sensor de proximidad; la posible entrevista en Vancouver con el primer oficial; el vídeo que estaba en Video Imaging; la traducción que estaba haciendo Ellen Fong; la certeza de que los
slats
se habían extendido, pero también se habían retraído de inmediato…
Todavía tenía muchas comprobaciones que hacer.
—Sé que necesitas los datos —dijo Rob Wong, girando en su silla—. Lo sé perfectamente, créeme. —Estaba en la sala de indicadores digitales, ante un montón de pantallas atiborradas de datos—. Pero, ¿qué quieres que haga?
—Rob, los
slats
se extendieron —dijo Casey—. Necesito saber por qué y qué más pasó durante el vuelo. Y no puedo averiguarlo sin el registrador de datos de vuelo.
—En tal caso, será mejor que afrontes los hechos. Hemos estado recalibrando ciento veinte horas de datos. Las primeras noventa y siete horas están bien. Las últimas veintitrés son anómalas.
—Sólo me interesan las últimas tres horas.
—Lo entiendo —repuso Wong—. Pero para recalibrar esas últimas tres horas tenemos que volver al punto donde se quemó el fusible y avanzar desde allí. Es decir, que tenemos que recalibrar veintitrés horas. Y tardarnos unos dos minutos por zona.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Casey, frunciendo la frente, aunque ya estaba calculándolo mentalmente.
—Que a dos minutos por zona tardaremos sesenta y cinco semanas.
—¡Eso es más de un año!
—Trabajando veinticuatro horas por día. En la práctica, tardaríamos tres años en generar los datos.
—Rob, los necesitamos
ahora
.
—Es imposible, Casey. Tendréis que averiguar qué pasó sin contar con el registrador de datos de vuelo. Lo siento, Casey, pero así están las cosas.
Llamó a Contabilidad.
—¿Puedo hablar con Ellen Fong?
—Hoy no ha venido. Dijo que se quedaría trabajando en casa.
—¿Tiene su número de teléfono?
—Claro —dijo la mujer—. Pero ahora no la encontrará. Tenía que ir a una cena benéfica con su esposo.
—Dígale que he llamado —pidió Casey.
Luego llamó a Video Imaging, en Glendale, la compañía que estaba analizando la cinta de vídeo. Preguntó por Scott Harmon.
—Scott ya se ha marchado. Lo encontrará mañana a partir de las nueve.
A continuación llamó a Steve Nieto, el representante en Vancouver, y se puso su secretaria.
—Steve no está. Ha tenido que marcharse temprano. Pero sé que quería hablar con usted. Ha dicho que tenía malas noticias.
Casey suspiró. Era la única clase de noticias que recibía.
—¿Puede ponerse en contacto con él?
—No hasta mañana.
—Dígale que he llamado.
Inmediatamente después sonó su teléfono móvil.
—Caray, Benson es un tipo muy desagradable —dijo Richman—. ¿Qué demonios le pasa? Temí que fuera a pegarme.
—¿Dónde estás?
—En el despacho. ¿Quieres que me reúna contigo?
—No —dijo Casey—. Ya son más de las seis. Por hoy has terminado.
—Pero…
—Hasta mañana, Bob.
Y colgó.
Fuera del hangar 5, vio al equipo de electricistas preparar el 545 para el test de ciclos eléctricos de esa noche. Habían elevado el avión a unos tres metros de altura. El aparato descansaba sobre unos montantes metálicos azules situados debajo de ambas alas y en las partes delantera y trasera del fuselaje. Los operarios habían colocado una red de seguridad negra debajo del avión, a unos seis metros de altura. A lo largo del fuselaje, las puertas y los paneles accesorios estaban abiertos, y los electricistas caminaban sobre la red, conectando cables desde las cajas de empalme y la consola principal de pruebas, una caja de casi dos metros de lado, situada en el suelo, a un lado del avión.
El test de ciclos eléctricos consistía en enviar impulsos eléctricos a todos los componentes del sistema eléctrico del avión. De ese modo se probaba en rápida sucesión cada componente, desde las luces de la cabina a las luces de lectura, los paneles de la cabina de mando, el encendido del motor y las ruedas del tren de aterrizaje. La prueba completa tardaría dos horas y se repetiría una docena de veces a lo largo de la noche.
Cuando pasaba junto a la consola, Casey vio a Teddy Rawley. La saludó con la mano, pero no se acercó a ella. Estaba ocupado. Sin duda sabría que la prueba de vuelo estaba programada para tres días después, y querría asegurarse de que el test de ciclos eléctricos se hiciera correctamente.
Devolvió el saludo a Teddy, pero él ya se había vuelto de espaldas.
Casey regresó a su despacho.
Comenzaba a oscurecer y el cielo había adquirido un color azul oscuro. Casey echó a andar hacia el edificio de Administración, oyendo el zumbido lejano de los aviones que despegaban en el aeropuerto de Burbank. En el camino, se encontró con Amos Peters, que se dirigía con paso cansino hacia su coche con un montón de papeles bajo el brazo. Miró hacia atrás y la vio.
—Hola, Casey.
—Hola, Amos.
Amos dejó los papeles sobre el techo del coche y se inclinó para abrir la puerta.
—He oído que te están apretando las clavijas.
—Sí.