—Pero, ¿cómo puede estar seguro de que el último incidente se debió a un problema de
slats
?
—Tengo un contacto dentro de la Norton —dijo Barker—. Un empleado descontento, que está cansado de tantas mentiras. Mi contacto me ha dicho que fue un problema de
slats
, y que la compañía intenta ocultarlo.
Jennifer terminó la conversación con Barker y pulsó el botón del intercomunicador.
—¡Deborah! —gritó—. Pásame con Viajes.
Jennifer cerró la puerta de su despacho y se sentó. Sabía que tenía un reportaje.
Un reportaje fantástico.
La cuestión era: ¿Cómo lo enfocaba? ¿Desde qué ángulo?
En un programa como
Newsline
, el enfoque era importante. Los productores más viejos hablaban de «contexto», lo que para ellos significaba encuadrar la historia dentro de un marco más amplio. Indicando qué significaba la noticia, lo que había ocurrido antes, o citando sucesos similares. Para los viejos el contexto era tan importante que lo consideraban una especie de obligación moral o ética.
Jennifer no estaba de acuerdo. Porque dejando de lado toda esa mierda moralista, el contexto no era más que un rodeo, una forma de inflar la historia. Y no precisamente una forma eficaz, porque el contexto exigía referencias al pasado.
Jennifer no estaba interesada en el pasado; formaba parte de la nueva generación de periodistas que comprendía que el poder de la televisión procedía de la
actualidad
, de los sucesos que ocurrían
ahora
, un continuo flujo de imágenes en un perpetuo presente electrónico. El contexto, por definición, exigía desviarse del presente, y ella no quería hacerlo. Ni ella ni nadie, pensó. El pasado estaba muerto y enterrado. ¿A quién le importaba lo que uno había comido el día anterior? Lo atractivo era lo inmediato, la
actualidad
.
Y lo mejor de la televisión era que podía retratar la actualidad. De modo que un buen planteamiento no tenía nada que ver con el pasado. La maldita lista de incidentes previos, enviada por Fred Barker, en realidad constituía un problema, ya que desviaba la atención al aburrido, difuso pasado. Tendría que encontrar una manera de evitar ese tema… Mencionarlo brevemente y continuar.
Lo que buscaba era una manera de enfocar la noticia que la presentara como
actual
, con unas pautas que el televidente pudiera seguir. El mejor planteamiento para seducir al televidente era aquél en que la noticia se presentaba como un conflicto entre buenos y malos, una historia moral. Eso era lo que gustaba al público. Si uno presentaba una noticia de esa manera, conseguía una aceptación inmediata. Era como hablar el mismo lenguaje del público.
Pero, puesto que la historia también tenía que presentarse con rapidez, esta fábula moral debía pender de una serie de «ganchos» que no tenían por qué explicarse. Cosas que el televidente daba por sentadas. Y el público ya sabía que en las grandes empresas había corrupción, que sus directivos eran un hatajo de ambiciosos cerdos Machistas. No había que probarlo; bastaba con mencionarlo. El público sabía que la burocracia era incompetente y lenta. Tampoco era necesario probarlo. Y sabían que los productos se fabricaban con cinismo, sin preocupación por la seguridad del consumidor.
Con estos elementos de consenso general, Jennifer debía construir su fábula moral.
Una fábula dinámica, ambientada en la
actualidad
.
Naturalmente, había otro requisito. Antes que nada, debía vender el segmento a Dick Shenk. Tenía que buscar un planteamiento que interesara a Shenk, que coincidiera con su visión del mundo. Y eso no era cosa fácil: Shenk era más exigente que el público, más difícil de complacer.
En las oficinas de
Newsline
, lo conocían como el Crítico, por su costumbre de cargarse las ideas que le proponían. Cuando se paseaba por allí, Shenk adoptaba una actitud afable, interpretaba el papel del jefe comprensivo y magnánimo. Sin embargo, cuando escuchaba una propuesta, todo cambiaba. Entonces era peligroso. Dick Shenk era un hombre educado y listo —muy listo—, y si se lo proponía, podía ser encantador. Pero en el fondo era mezquino. Se había vuelto más mezquino con la edad, cultivando esa malicia, que él veía como la clave de su éxito.
Ahora Jennifer iba a proponerle un reportaje. Sabía que Shenk necesitaba desesperadamente un reportaje. Pero también estaría furioso con Pacino y con Marty, y su furia podía volverse contra Jennifer y su propuesta.
Para evitarlo, para vender la historia, la joven tendría que proceder con cuidado. Tendría que plantear la noticia de modo que permitiera a Dick Shenk dar rienda suelta a su hostilidad, pero desviándola en una dirección útil.
Cogió un bloc de notas y empezó a perfilar lo que debía decir.
Casey entró en el ascensor de Administración y Richman la siguió.
—No entiendo por qué todo el mundo está tan furioso con King —dijo él.
—Porque miente —respondió Casey—. Sabe que el avión no estuvo a ciento sesenta y cinco metros del océano Pacífico. Si hubiera sido así, todo el mundo habría muerto. Ocurrió a treinta y siete mil pies. Como mucho, el avión descendió tres o cuatro mil pies. Y eso ya es bastante malo.
—¿Y? Procura llamar la atención. Ganar el caso para su cliente. Sabe lo que hace.
—Sí; eso es verdad.
—¿Norton no le ha ganado demandas judiciales en el pasado? —preguntó Richman.
—En tres ocasiones —dijo ella.
Richman se encogió de hombros.
—Entonces, si tenéis fundamentos, podéis demandarlo.
—Sí —admitió Casey—. Pero los juicios son caros y la publicidad no nos beneficia. Es más barato llegar a un acuerdo y añadir el costo de su soborno al de nuestros aviones. Las compañías aéreas pagan el aumento y luego lo suman a las tarifas aéreas. Así que, en definitiva, cada pasajero paga unos cuantos dólares extra por su billete, como si fuera un impuesto camuflado. El impuesto de los litigios. El impuesto a Bradley King. Así funcionan las cosas en el mundo real.
Se abrieron las puertas del ascensor, y salieron a la cuarta planta. Casey se dirigió rápidamente a su departamento.
—¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó Richman.
—Coger algo importante que se me había olvidado por completo. —Lo miró—. Y a ti también.
Jennifer Malone se dirigió al despacho de Dick Shenk. En el camino, pasó junto a su galería de trofeos, una abigarrada colección de fotografías, placas conmemorativas y premios. Las fotografías mostraban momentos íntimos con los ricos y famosos: Shenk montando a caballo con Reagan; Shenk en un yate con Cronkite; Shenk en un partido de
softball
con Tisch; Shenk con Clinton; Shenk con Ben Bradlee. Y en una esquina una fotografía de un Shenk increíblemente joven, con una cámara al hombro, filmando a John Kennedy en el despacho oval.
Dick Shenk había comenzado su carrera como un agresivo productor de documentales en los años sesenta, en los tiempos en que las nuevas secciones de noticias daban prestigio a las cadenas, secciones autónomas con generosos presupuestos y un montón de personal. La época dorada de
White Papers
de la CBS y
Reports
de la NBC. En aquel entonces, Shenk era un crío que iba de un sitio a otro con su cámara Arri. Estaba en contacto con el mundo, haciendo reportajes sobre hechos reales e importantes. Con la edad y el éxito, los horizontes de Shenk se habían reducido. Ahora su mundo se limitaba a su casa de fin de semana en Connecticut y a su lujosa residencia en Nueva York. Si iba a algún otro sitio, se desplazaba en limusina. Pero a pesar de sus orígenes privilegiados, su educación en Yale, sus hermosas ex mujeres, su cómoda existencia y su éxito mundano, a los sesenta años, Shenk estaba insatisfecho con su vida. Aunque se paseaba en limusina, se sentía poco valorado; no recibía suficiente reconocimiento ni suficiente respeto por sus logros. El muchacho curioso se había convertido en un adulto displicente y amargado. Convencido de que no le mostraban respeto, él a su vez se lo negaba a los demás, adoptando una actitud de profundo cinismo hacia todos los que le rodeaban. Por eso Jennifer estaba segura de que aceptaría el reportaje de la Norton.
Entró en la primera oficina y se detuvo junto a la mesa de Marian.
—¿Vienes a ver a Dick? —preguntó Marian.
—¿Está en su despacho?
La mujer asintió.
—¿Quieres que te acompañe?
—¿Lo necesito? —preguntó Jennifer, arqueando las cejas.
—Bueno, ha estado bebiendo.
—Da igual. Me las arreglaré.
Dick Shenk la escuchó con los ojos cerrados y los dedos juntos formando un chapitel. De vez en cuando asentía ligeramente con la cabeza.
Jennifer explicó su propuesta, tocando todos los puntos: el incidente de Miami, la historia de la certificación de la JAA, el vuelo de TransPacific, la precaria venta a China. El ex funcionario de la FAA que decía que el avión tenía un largo historial de fallos que no se habían corregido. El periodista especializado en aviación que aseguraba que la compañía estaba mal dirigida y que había drogas y matones en la fábrica. El polémico presidente recién nombrado, que intentaba concretar una venta poco clara. El retrato de una compañía, antes próspera, que ahora tenía problemas.
El enfoque del reportaje, dijo, sería algo así como «basura enterrada». Se explayó: una compañía mal dirigida fabrica un producto deficiente durante años. Los expertos protestan, pero la compañía no hace caso. La FAA está compinchada con la fábrica y no la presiona. Ahora, finalmente, la verdad sale a la luz. Los europeos les niegan la certificación; los chinos se muestran cautelosos, y el avión continúa matando pasajeros, tal como predijeron sus críticos. Y hay una cinta de vídeo, una cinta sensacional, mostrando la ordalía que sufrieron algunos pasajeros mientras otros morían. Al final, todo queda claro: el N-22 es una trampa mortal.
Terminó. Después de un largo silencio, Shenk abrió los ojos.
—No está mal —admitió.
Jennifer sonrió.
—¿Qué dice la compañía? —preguntó él con voz cansina.
—Se han cerrado en banda. Dicen que el avión es seguro, que los críticos mienten.
—¿Qué otra cosa podía esperarse? —dijo Shenk, sacudiendo la cabeza—. Los productos estadounidenses son una mierda. —Dick conducía un BMW, llevaba un reloj suizo, bebía vino francés, usaba zapatos ingleses—. Todo lo que se hace en este país es una porquería —añadió. Como si esa idea lo fatigara, se dejó caer contra el respaldo de su sillón. Luego su voz sonó cansina otra vez, pensativa—: Pero, ¿qué pruebas pueden ofrecer?
—Ninguna —dijo Jennifer—. Todavía están investigando el incidente de Miami y el de TransPacific.
—¿Cuándo presentarán informes?
—Dentro de dos semanas, como mínimo.
—Ah —asintió despacio—. Me gusta. Me gusta mucho. Es periodismo agresivo… mucho mejor que el de
60 Minutes
. El mes pasado hicieron un reportaje sobre el riesgo de las piezas defectuosas de los aviones. ¡Pero nosotros hablamos de la seguridad de todo un avión! Una trampa mortal.
¡Perfecto!
Asustaremos a todo el mundo.
—Estoy de acuerdo —dijo Jennifer, que ahora lucía una sonrisa de oreja a oreja. ¡Shenk aceptaba su propuesta!
—Y me encantaría poner a parir a Hewitt —añadió Shenk. Don Hewitt, el legendario productor de
60 Minutes
, era el gran rival de Shenk. Hewitt siempre tenía mejor prensa que Shenk, y eso le enfurecía—. Esos hijos de puta… ¿Recuerdas cuando hicieron el reportaje sobre los partidos de golf fuera de temporada?
—La verdad es que no —reconoció Jennifer, negando con la cabeza.
—Fue hace un tiempo —dijo Dick. Se quedó mirando el vacío unos instantes, con aire confundido, y la chica supuso que había bebido demasiado durante el almuerzo—. Da igual. Bueno, ¿qué tenemos? Has conseguido al tipo de la FAA, al periodista y la cinta de Miami. El gancho es el vídeo doméstico; comenzaremos por ahí.
—Exactamente —convino ella, asintiendo con la cabeza.
—Pero la CNN va a emitirlo día y noche —advirtió Shenk—. La semana que viene será agua pasada. Tenemos que tener el reportaje para el sábado.
—Bien —respondió Jennifer.
—Tienes doce minutos —dijo Shenk. Se giró en la silla, miró el gráfico de la pared, con franjas de colores que representaban cada sección del programa junto al nombre de la estrella del periodismo asignada a la noticia—. Y tienes a hummm… Marty. Entrevistará a Bill Gates en Seattle el jueves. Lo enviaremos a Los Ángeles el viernes. Dispondrás de él durante seis o siete horas.
—De acuerdo.
Volvió a girar en la silla.
—Manos a la obra.
—Bien —dijo Jennifer—. Gracias, Dick.
—¿Estás segura de que podrás tenerlo a tiempo?
Jennifer comenzó a recoger sus notas.
—Confía en mí.
Mientras cruzaba el despacho de Marian, oyó los gritos de Shenk:
—¡Recuerda, Jennifer! No me vengas con un reportaje sobre piezas. ¡No quiero un maldito reportaje sobre piezas!
Casey entró con Richman en las oficinas de CC. Norma había regresado de comer, y encendía el enésimo cigarrillo.
—Norma —dijo Casey—, ¿has visto una cinta de vídeo por aquí? Es una de esas cintas pequeñas de vídeo doméstico.
—Sí —respondió Norma—. El otro día la dejaste sobre tu mesa, y yo la guardé. —Rebuscó en su cajón y sacó la cinta. Se volvió hacia Richman—. Marder te ha telefoneado dos veces. Quiere que lo llames de inmediato.
—De acuerdo —respondió Richman. Echó a andar por el pasillo, en dirección a su despacho.
Cuando se alejó, Norma dijo:
—¿Sabes? Habla mucho con Marder. Me lo ha contado Eileen.
—¿Marder trata de intimar con los parientes de Norton?
Norma sacudió la cabeza.
—Por todos los santos, ya se ha casado con la única hija de Charley.
—¿Qué quieres decir entonces? —preguntó Casey—. ¿Que Richman está pasando información a Marder?
—Unas tres veces al día.
—¿Por qué? —dijo Casey, arrugando la frente.
—Buena pregunta, cariño. Creo que te están tendiendo una trampa.
—¿Con qué intención?
—No tengo la menor idea —respondió Norma.
—¿Algo relacionado con la venta a China?