Rama II (65 page)

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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

O'Toole y Nicole miraron por encima del hombro de Richard mientras éste construía la matriz y la mostraba en el pequeño monitor.

—Si miramos ahora los resultados de las seis posibilidades representadas por los elementos individuales de esta matriz, e intentamos asignar algunas de las posibilidades allá donde podamos, tendremos toda la información que necesitamos para efectuar nuestra decisión. ¿Están de acuerdo?

El general O'Toole asintió, impresionado por la forma rápida y concisa con que Richard había estructurado su dilema.

—El resultado de la segunda hilera es siempre el mismo —aclaró entonces Nicole—, independientemente de si les advertimos o no. Si Rama es realmente hostil, con su tecnología más avanzada no constituye ninguna diferencia el que les advirtamos o no. Más pronto o más tarde, con este vehículo o con cualquier otro que llegue en el futuro, subyugarán o destruirán la raza humana.

Richard hizo una pausa para asegurarse de que O'Toole seguía la exposición.

—De un modo similar —dijo lentamente—, si Rama
nunca
es hostil, no puede ser un error advertirles. En ningún caso, advertidos o no advertidos, estará la Tierra en peligro. Y si tenemos éxito en hablarles de los misiles nucleares, entonces podrán salvarse.

El general sonrió.

—Así que el único problema posible, la Ansiedad de O'Toole, si quieres llamarla así, se produce si Rama no tiene intención de ser hostil, pero puede cambiar de opinión y atacar la Tierra una vez que sepa que se han lanzado misiles nucleares contra ella.

—Exacto —dijo Richard—. Y me atrevería a afirmar que nuestra advertencia puede ser un factor mitigante en este caso potencialmente hostil. Al fin y al cabo...

—De acuerdo, de acuerdo —respondió O'Toole—. Ya veo adonde quieres llegar. A menos que sea asignada una probabilidad muy alta al caso que me preocupa, el análisis general sugiere un mejor resultado advirtiendo a Rama. —Se echó a reír bruscamente. — Es una buena cosa que no trabajes para el cuartel militar del Consejo de Gobiernos, Richard. Hubieras podido convencerme con la lógica de activar el código...

—Lo dudo —dijo Nicole—. Nadie puede construir un caso sólido a partir de ese tipo de paranoia.

—Gracias —sonrío el general—. Me siento satisfecho. La cosa ha sido muy persuasiva. Volvamos al trabajo.

Empujados por la inflexible aproximación de los misiles, el trío trabajó incansablemente durante horas. Nicole y Michael O'Toole diseñaron el mensaje de advertencia en dos discretos segmentos. El primer segmento, buena parte del cual eran los antecedentes para establecer la técnica básica de comunicación, presentaba toda la mecánica de las trayectorias, incluida la órbita de Rama cuando el vehículo entró en el Sistema Solar, las dos naves
Newton
abandonando la Tierra y uniéndose justo antes de la cita con la nave alienígena, las dos maniobras ramanas que habían cambiado su trayectoria, y finalmente los dieciséis misiles partiendo de la Tierra en una órbita de intercepción con Rama. Richard, haciendo que sus largas horas de trabajo en el teclado y la pantalla negra dieran su fruto, transformó todos estos datos orbitales en gráficos lineales mientras los otros dos cosmonautas se ocupaban de la complejidad del resto del mensaje.

El segundo segmento fue mucho más difícil de diseñar. En él los humanos deseaban explicar que los misiles que se acercaban llevaban ojivas nucleares, que el poder explosivo de las bombas era generado por una reacción en cadena, y que el calor, la onda de choque y la radiación resultantes de la explosión eran enormemente poderosos. Presentar la imagen fundamental no era lo más difícil; el cuantificar el poder destructivo en términos que pudieran ser comprendidos por una inteligencia extraterrestre constituía un obstáculo formidable.

—Es imposible —exclamó un exasperado Richard cuando tanto O'Toole como Nicole insistieron en que la advertencia no era completa sin alguna indicación de la temperatura de la explosión y la magnitud de la onda de choque y los campos de radiación—. ¿Por qué no indicamos simplemente la cantidad de materia fisionable implicada en el proceso? Tienen que poseer buenas nociones de física. Pueden calcular lodos los demás parámetros.

El tiempo se estaba agotando, y los tres empezaban a sentirse exhaustos. En las últimas horas, el general O'Toole sucumbió a la fatiga y, ante la insistencia de Nicole, durmió un poco. Su biometría había revelado que su corazón estaba sometido a una fuerte tensión. Incluso Richard durmió durante noventa minutos. Pero Nicole no se permitió el lujo de descansar. Estaba decidida a elaborar alguna forma de representar gráficamente el poder destructivo de las armas.

Cuando los hombre despertaron, Nicole los convenció de añadir al segundo segmento una corta sección adicional demostrando lo que le ocurriría a una ciudad o bosque sobre la Tierra si una bomba nuclear de un megatón estallara en las inmediaciones. Para que estas imágenes tuvieran algún sentido, por supuesto, Richard tuvo que ampliar su glosario anterior, en el que había definido los elementos químicos y sus símbolos con precisión matemática, para incluir más medidas de tamaño.

—Si comprenden esto —gruñó mientras incluía laboriosamente las escalas al lado de sus dibujos de edificios y árboles—, entonces son más listos de lo que jamás supondría.

Finalmente, el mensaje quedó completado y almacenado. Revisaron toda la advertencia por última vez e hicieron una cuantas correcciones finales, —De las órdenes que nunca he conseguido entender —explicó Richard—, hay cinco que tengo razones para sospechar que pueden ser conexiones a un diferente nivel de procesado. Sólo estoy suponiendo, pero creo que se trata de una buena suposición. Trasmitiré nuestro mensaje cinco veces, utilizando cada una de esas órdenes en particular una sola vez, y espero que de alguna forma nuestra advertencia llegue al ordenador central.

Mientras Richard entraba las órdenes adecuadas en el teclado, Nicole y el general O'Toole fueron a dar un paseo. Subieron la escalera y caminaron por entre los rascacielos de Nueva York.

—Ustedes creen que se suponía que los humanos abordaríamos Rama y encontraríamos la Sala Blanca, ¿verdad?

—Sí —respondió Nicole.

—Pero, ¿con qué finalidad? —preguntó el general—. Si los ramanes simplemente deseaban establecer contacto con nosotros, ¿por qué hacerlo de esa forma tan elaborada? ¿Y por qué corren el riesgo de que interpretemos mal sus intenciones?

—No lo sé —reconoció Nicole—. Quizá nos estén probando de alguna manera. Para descubrir cómo somos.

—Dios mío —respondió O'Toole—, vaya terrible pensamiento. Podemos ser catalogados como criaturas que lanzan ataques nucleares contra todos sus visitantes.

—Exacto —dijo Nicole.

Nicole mostró a O'Toole el cobertizo con los pozos, el retículo donde había rescatado el ave, los sorprendentes poliedros y las entradas a los otros dos mundos subterráneos. Empezaba a sentirse muy cansada, pero sabía que sería incapaz de dormir hasta que todo hubiera quedado resuelto.

—¿No deberíamos volver? —dijo O'Toole después que él y Nicole hubieran caminado hasta el Mar Cilíndrico y verificado que el bote estaba todavía intacto allá donde lo habían dejado.

—Sí —dijo cansadamente Nicole. Comprobó su reloj. Faltaban exactamente tres horas y dieciocho minutos antes que el primer misil nuclear alcanzara Rama.

62 - La hora final

Nadie habló durante cinco minutos. Cada uno de los tres cosmonautas permaneció sentado inmerso en su propio mundo privado, consciente de que el primer misil estaba ahora a menos de una hora dé distancia. Richard revisó apresuradamente todas las imágenes de los sensores, buscando en vano alguna indicación de que Rama estaba emprendiendo alguna acción protectora.

—Mierda —murmuró, mirando de nuevo la imagen ampliada del radar que mostraba el misil de cabeza acercándose más y más. Se acercó al lugar donde estaba Nicole, sentada en un rincón.

—Debemos de haber fracasado —dijo en voz baja—. No ha cambiado nada. Nicole se frotó los ojos.

—Desearía no estar tan cansada —dijo—. Entonces quizá pudiéramos hacer algo interesante en nuestros últimos cincuenta minutos. —Sonrió hoscamente. —Ahora sé lo que es estar en capilla.

El general O'Toole se acercó desde el otro lado de la habitación. Sujetaba dos de las pequeñas esferas negras en su mano izquierda.

—¿Saben? —dijo—, a menudo me he preguntado qué haría si dispusiera sólo de un tiempo fijo y limitado antes de morir. Ahora que estoy en ello, mi mente no deja de centrarse en una sola cosa.

—¿Cuál es? —preguntó Nicole.

—¿Están bautizados? —quiso saber él, tentativamente.

—¿Quééé? —exclamó Richard, con una carcajada de sorpresa.

—Supongo que tú no —dijo el general O'Toole—. ¿Y tú, Nicole?

—No, Michael —respondió ella—. El catolicismo de mi padre era más tradición que ceremonia.

—Bien —insistió el general—. Me ofrezco a bautizarlos a ambos.

—¿Aquí? ¿Ahora? —inquirió el sorprendido Wakefield—. ¿Me están engañando mis oídos, Nikki, o acabo de oír que este caballero está sugiriendo que perdamos la última hora de nuestras vidas bautizándonos?

—No tomará... —empezó a decir O'Toole.

—¿Y por qué no, Richard? —interrumpió Nicole. Se puso de pie con una brillante sonrisa en su rostro. —¿Qué otra cosa tenemos que hacer? Y es malditamente mejor que sentarse morbosamente aquí aguardando la gran bola de fuego.

Richard casi se revolcó de risa.

—¡Esto es maravilloso! —exclamó—. Yo, Richard Wakefield, ateo de toda la vida, estoy considerando la idea de ser bautizado a bordo de una nave extraterrestre como acto final de mi vida. ¡Me encanta!

—Recuerda lo que escribió Pascal —ironizó Nicole.

—Oh, sí —respondió Richard—. Una matriz simple de uno de los grandes pensadores del mundo. "Puede que haya o no haya un Dios; puedo creer en Él o no. La única forma en que puedo perder es si hay un Dios y yo no creo en Él. En consecuencia, debo creer en Él para minimizar el riesgo." —Richard rió quedamente. —Pero lo que se me pide no es que crea en Dios, sino sólo que me bautice.

—Así que lo harás —dijo Nicole.

—¿Y por qué no? —respondió Richard, imitando el anterior comentario de ella—. Quizá de esa forma no tenga que permanecer en el Limbo con esos paganos virtuosos y niños no bautizados. —Le sonrió a O'Toole. —De acuerdo, general, somos todos suyos. Haz lo que tengas que hacer.

—Escucha atentamente esto, EB —dijo Richard—. Probablemente tú seas el único robot que haya estado nunca en el bolsillo de un ser humano mientras éste es bautizado.

Nicole dio un codazo a Richard en las costillas. El paciente general O'Toole aguardó unos momentos y luego inició la ceremonia.

A insistencia de Richard, habían abandonado la Sala Blanca y salido a la plaza. Richard había querido "el cielo de Rama sobre nuestras cabezas", y ninguno de los otros dos había objetado nada. Nicole fue al Mar Cilíndrico para llenar el frasco bautismal de agua mientras el general O'Toole completaba sus preparativos. El general norteamericano se estaba tomando el bautismo muy en serio, pero al parecer no se sentía ofendido por los alardes de Richard.

Nicole y Richard se arrodillaron delante de O'Toole. Éste salpicó agua sobre la cabeza de Richard.

—Richard Colin Wakefield, yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.

Cuando O'Toole terminó de bautizar a Nicole de la misma sencilla manera, Richard se puso de pie y sonrió.

—No me siento en absoluto distinto —dijo—. Soy exactamente igual que ante... asustado hasta la medula ante la idea de morir dentro de los próximos treinta minutos.

El general O'Toole no se había movido.

—Richard —dijo suavemente—, ¿puedo pedirte que te arrodilles de nuevo? Desearía decir una corta plegaria.

—¿Qué es esto? —preguntó Richard—. ¿Primero un bautismo, ahora una plegaria? — Nicole alzó la vista hacia él. Sus ojos le pidieron que accediera. —De acuerdo —dijo—, supongo que podré soportarlo.

—Dios Altísimo, por favor escucha nuestra plegaria —dijo el general con voz fuerte. Él también se había arrodillado. Sus ojos estaban cerrados y sus manos unidas frente a él.

—Los tres nos hemos reunido aquí en lo que puede ser nuestra hora final para rendirte homenaje. Te suplicamos que consideres cómo podemos servirte si seguimos con vida y, si es Tu voluntad, te pedimos nos ahorres una dolorosa y horrible muerte. Si tenemos que morir, te suplicamos que seamos aceptados en Tu reino de los cielos. Amén.

El general O'Toole se detuvo sólo por un momento y luego empezó a recitar el padrenuestro. Cuando acababa de decir: "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea Tu nombre...", las luces de la gran nave espacial se extinguieron bruscamente. Otro día de Rama había terminado. Richard y Nicole aguardaron respetuosamente hasta que su amigo hubo terminado su plegaria antes de encender sus linternas.

Nicole dio las gracias al general y lo abrazó ligeramente.

—Bueno, aquí estamos —dijo Richard nerviosamente—. Veintisiete minutos y contando. Hemos recibido el bautismo y hemos rezado. ¿Qué podemos hacer ahora?

¿Quien tiene alguna idea para una última, y quiero decir realmente última, diversión?

¿Cantamos? ¿Bailamos? ¿Jugamos a algo?

—Preferiría quedarme aquí arriba a solas —dijo solemnemente el general O'Toole—, y enfrentarme a la muerte preparándome y rezando. E imagino que ustedes dos también querrán estar a solas juntos.

—Muy bien —dijo Richard—. Nikki, ¿dónde compartimos nuestro beso final? ¿En la orilla del Mar Cilíndrico o en la Sala Blanca?

Nicole llevaba despierta treinta y dos horas consecutivas y se sentía absolutamente agotada. Cayó en los brazos de Richard y cerró los ojos. En aquel momento, dispersos destellos de luz penetraron en la nueva oscuridad de la noche ramana.

—¿Qué es eso? —preguntó ansiosamente el general O'Toole.

—Deben de ser los cuernos —respondió excitadamente Richard—. Vayamos a ver.

Corrieron hacia el extremo sur de la isla, y contemplaron las enormes y enigmáticas estructuras del cuenco sur. Filamentos dé luz danzaban entre pares distintos de las seis espiras que rodeaban el gran monolito central. Los arcos amarillos parecían sisear en el aire, ondulando suavemente hacia delante y hacia atrás en el centro mientras permanecían conectados a cada extremo de uno de los pequeños cuernos. Un distante chasquear acompañaba la espectacular visión.

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