«Cuando Rama, la misteriosa espacionave alienígena que apareciera en el año 2130, abandonó nuestro sistema solar al final de la novela CITA CON RAMA, en dirección a su próxima y desconocida escala, algunas de sus maravillas quedaron reveladas, pero pocos de sus misterios fueron resueltos. Lo que sí quedó claro, sin embargo, fue una cosa, todo lo que construían los enigmáticos constructores de Rama lo hacían por triplicado... Y así empieza RAMA II: en el 2200, cuatro años después de que sea detectada la aparición de una segunda astronave. Pero esta vez, sabiendo qué esperar, la Tierra se prepara concienzudamente para montar una expedición que pueda resolver, por fin, algunas de las preguntas que Rama dejó en el aire. Y...»
Arthur C. Clarke y Gentry Lee
Rama II
ePUB v1.1
Juandi17.07.12
Título original:
Rama II
Arthur C. Clarke and Gentry Lee, fecha de publicación del original: 1989
Traducción: Domingo Santos
Diseño/retoque portada: lanane, mezki
Editor original: Juandi (v1.0 a v1.1)
ePub base v2.0
El gran radar pulsogenerador Excalibur, alimentado por explosiones nucleares, estaba fuera de servicio desde hacía casi medio siglo. Había sido diseñado y desarrollado en un frenético esfuerzo durante los meses siguientes al tránsito de Rama a través del Sistema Solar. Cuando fue declarado por primera vez operativo en 2132, su propósito anunciado fue proporcionar a la Tierra una amplia advertencia de cualquier futuro visitante alienígena: uno tan gigantesco como Rama podría ser detectado a distancias interestelares..., años, se esperaba, antes de que pudiera causar algún efecto sobre los asuntos humanos.
La decisión de construir Excalibur fue tomada antes incluso de que Rama cruzara el perihelio. A medida que el primer visitante extraterrestre rodeaba el Sol y se encaminaba de nuevo hacia las estrellas, ejércitos de científicos estudiaron los datos de la única misión que había conseguido establecer una cita con el intruso.
Rama, anunciaron, era un robot inteligente que no mostraba absolutamente ningún interés en nuestro Sistema Solar ni en sus habitantes. El informe oficial no ofrecía explicaciones a los muchos misterios hallados por los investigadores; sin embargo, los expertos se convencieron a sí mismos de que comprendían un principio básico de la ingeniería ramana. Puesto que la mayor parte de los principales sistemas y subsistemas hallados dentro de Rama por los exploradores humanos poseían dos backups funcionales, parecía que los alienígenas lo construían todo "por triplicado". En consecuencia, puesto que se suponía que todo el gigantesco vehículo era una máquina, se consideró altamente probable que otras dos naves espaciales Rama siguieran al primer visitante.
Pero ninguna nueva nave espacial entró en las inmediaciones solares desde las vacías extensiones del espacio interestelar. A medida que pasaban los años, la gente de la Tierra se enfrentó a problemas más apremiantes. Las preocupaciones acerca de los ramanes, o quienes fueran que habían creado ese deslustrado cilindro de cincuenta kilómetros de largo, cedieron a medida que la solitaria incursión alienígena pasaba a la historia. La visita de Rama siguió intrigando a muchos eruditos, pero la mayoría de los miembros de la especie humana se vieron obligados a prestar atención a otros asuntos. A principios de los años 2140, el mundo estaba sumido en una grave crisis económica. No quedaba dinero para seguir manteniendo Excalibur. Sus escasos descubrimientos científicos no podían justificar el enorme gasto de garantizar la seguridad de sus operaciones. El gigantesco pulsogenerador fue abandonado.
Cuarenta y cinco años más tarde, se necesitaron treinta y tres meses para devolver Excalibur a su status operativo. La justificación primaria para el reacondicionamiento de Excalibur fue científica. Durante los años intermedios, la ciencia del radar había florecido y producido nuevos métodos de interpretación de datos que habían aumentado enormemente el valor de las observaciones de Excalibur. Cuando el generador empezó a tomar de nuevo imágenes de los distantes cielos, casi nadie en la Tierra esperaba la llegada de otra nave espacial de Rama.
El director de operaciones de la Estación Excalibur ni siquiera informó a su supervisor la primera ve/ que el extraño blip apareció en su display de proceso de datos. Pensó que se trataba de un artificio, un fantasma creado por un algoritmo anómalo del procesado. Cuando la signatura se repitió varias veces, sin embargo, le prestó una mayor atención. El director llamó al científico jefe de Excalibur, el cual analizó los datos y decidió que el nuevo objeto era un cometa de período largo. Transcurrieron otros dos meses antes de que un estudiante graduado demostrara que la signatura pertenecía a un cuerpo liso de al menos cuarenta kilómetros en su dimensión más larga.
En 2197 el mundo supo al fin que el objeto que avanzaba a través del Sistema Solar hacia los planetas interiores era una segunda nave espacial extraterrestre. La Agencia Internacional del Espacio (AIE) concentró sus recursos en preparar una misión organizada que interceptara al intruso justo dentro de la órbita de Venus a finales de febrero de 2200. La humanidad miró de nuevo hacia afuera, hacia las estrellas, y las profundas cuestiones filosóficas suscitadas por la primera Rama fueron debatidas otra ve/ por la población de la Tierra. A medida que el nuevo visitante se acercaba y sus características físicas eran interpretadas más cuidadosamente por la nube de sensores apuntados en su dirección, se confirmó que esa nave espacial alienígena, al menos exteriormente, era idéntica a su predecesora. Rama había regresado. La humanidad se enfrentaba a una segunda cita con el destino.
La extraña criatura metálica avanzó a lo largo de la pared, arrastrándose hacia el voladizo. Parecía un flaco armadillo, con su cuerpo de caracol lleno de articulaciones cubierto por una delgada concha que se enroscaba encima y en torno de un compacto
grupo de componentes electrónicos atravesados en mitad de sus tres secciones. Un helicóptero flotaba a unos dos metros de la pared. Un brazo largo y flexible con una pinza en su extremo se extendió desde la nariz del helicóptero y estuvo a punto de cerrar sus mandíbulas en torno de la extraña criatura.
—Maldita sea —murmuró Janos Tabori—, es casi imposible con el helicóptero dando tumbos. Incluso en perfectas condiciones es difícil hacer un trabajo de precisión con esas garras extendidas del todo. —Miró al piloto. —¿Y por qué no puede esta fantástica máquina voladora mantener constantes su altitud y su equilibrio?
—Mueva el helicóptero más cerca de la pared —ordenó el doctor David Brown.
Hiro Yamanaka miró a Brown sin expresión alguna y entró una orden en la consola de control. La pantalla frente a él parpadeó roja y exhibió el mensaje:
ORDEN INACEPTABLE. TOLERANCIAS INSUFICIENTES.
Yamanaka no dijo nada. El helicóptero siguió flotando en el mismo lugar.
—Tenemos cincuenta centímetros, quizá setenta y cinco, entre las palas y la pared — pensó Brown en voz alta—. Dentro de otros dos o tres minutos, el biot estará a salvo bajo el voladizo. Pongámonos en manual y agarrémoslo. Ahora. Nada de errores esta vez, Tabori.
Un dubitativo Hiro Yamanaka contempló por un instante las gafas del científico medio calvo sentado en el asiento detrás de él. Luego el piloto se volvió, entró otra orden en la consola, y movió la larga palanca negra hacia la izquierda. El monitor parpadeó:
MODO MANUAL. SIN PROTECCIÓN AUTOMÁTICA.
Yamanaka llevó cuidadosamente el helicóptero más cerca de la pared.
El ingeniero Tabori estaba preparado. Insertó sus manos en los guantes instrumentados y practicó abriendo y cerrando las mandíbulas al extremo del brazo flexible. El brazo se extendió de nuevo, y las dos mandíbulas mecánicas se cerraron diestramente en torno del articulado caracol y su concha. Los bucles de realimentación en los sensores de las mandíbulas le dijeron a Tabori, a través de sus guantes, que había capturado con éxito su presa.
—¡La tengo! —exclamó, exultante. Inició el lento proceso de arrastrarla de vuelta al helicóptero.
Una repentina ráfaga de viento empujó el aparato hacia la izquierda, y el brazo con el biop golpeó contra la pared. Tabori se dio cuenta de que su pinza se aflojaba.
—¡Enderécenlo! —exclamó, al tiempo que seguía retrayendo el brazo. Mientras luchaba por contrarrestar el movimiento de giro del helicóptero, Yamanaka inclinó
inadvertidamente la nariz hacia abajo, sólo un poco. Los tres miembros de la tripulación oyeron el desagradable sonido de las palas metálicas del rotor al chocar contra la pared.
El piloto japonés pulsó de inmediato el botón de emergencia, y el aparato regresó a control automático. En menos de un segundo sonó una zumbante alarma, y el monitor de la cabina destelló rojo.
DAÑOS EXCESIVOS. MUCHAS POSIBILIDADES DE SINIESTRO. EYECTAR TRIPULACIÓN.
Yamanaka no lo dudó. Al cabo de un momento había saltado fuera de la cabina y tenía su paracaídas desplegado. Tabori y Brown lo siguieron. Tan pronto como el ingeniero húngaro extrajo sus manos de los guantes especiales, las garras al extremo del brazo mecánico se relajaron, y la criatura armadillo cayó el centenar de metros que la separaban de la plana llanura de abajo, destrozándose en un millar de pequeñas piezas.
El helicóptero sin piloto descendió erráticamente hacia la llanura. Incluso con su algoritmo de aterrizaje automático activo y completamente controlado, el dañado aparato volador golpeó duramente sobre sus sustentadores cuando golpeó el suelo y se inclinó hacia un lado. No lejos del lugar de aterrizaje del helicóptero, un hombre robusto, vestido con un uniforme militar marrón cubierto de galones saltó fuera de un montacargas. Acababa de descender del centro de control de la misión, y estaba claramente agitado mientras caminaba aprisa hacia un todo terreno que aguardaba. Iba seguido por una ágil mujer rubia con un overol de vuelo de la
AIE
y un equipo de cámaras colgando sobre ambos hombros. El hombre vestido de militar era el general Valeri Borzov, comandante en jefe del Proyecto Newton.
—¿Algún herido? —preguntó al ocupante del todo terreno, el ingeniero en electricidad
Richard Wakefield.
—Al parecer, Janos se golpeó el hombro bastante fuerte durante la eyección. Pero Nicole acababa de radiar que no tiene ningún hueso roto ni ninguna luxación, sólo un montón de hematomas.
El general Borzov subió al asiento delantero del todo terreno al lado de Wakefield, sentado tras el panel de control del vehículo. La mujer rubia, la videoperiodista Francesca Sabatini, dejó de grabar la escena y empezó a abrir la portezuela de atrás del todo terreno. Borzov, bruscamente, le hizo señas de que se apartara.
—Vaya a comprobar a des Jardins y Tabori —dijo, indicando hacia el otro lado de la planicie—. Wilson probablemente ya esté allí.
Borzov y Wakefield se marcharon en dirección opuesta en el todo terreno. Recorrieron quizá cuatrocientos metros antes de detenerse junto a David Brown, un hombre delgado de unos cincuenta años enfundado en un overol de vuelo con el aspecto de recién
estrenado. Estaba atareado doblando su paracaídas y volviendo a meterlo en una mochila. El general Borzov bajó del vehículo y se acercó al científico norteamericano.