La sonrisa del Papa se amplió perceptiblemente.
—Buen Dios, general —dijo con humor—, se ha lanzado usted muy rápidamente a un enorme territorio intelectual. Debe de saber que no dispongo de respuestas rápidas a tan profundas preguntas. La Iglesia ha tenido a sus eruditos ocupándose de los problemas suscitados por Rama durante casi setenta años y, como puede usted esperar, nuestras investigaciones se han intensificado recientemente a causa del descubrimiento de la segunda nave.
—Pero, ¿qué es lo que cree personalmente Su Santidad? —insistió O'Toole—.
¿Cometieron las criaturas que construyeron esos dos increíbles vehículos espaciales algún pecado original, y necesitaron así un salvador en algún momento de su historia?
¿Es la historia de Jesús única para nosotros en la Tierra, o es simplemente un pequeño capítulo en un libro de longitud casi infinita que cubre a todos los seres sensibles y una exigencia general para la redención necesaria para alcanzar la salvación?
—No estoy seguro —respondió el Santo Padre tras varios segundos—. Algunas veces es casi imposible para mí sondear la existencia de otras inteligencias en ninguna forma fuera de aquí, en el resto del universo. Luego, tan pronto como admito que ciertamente éstas no deberían tener nuestro mismo aspecto, lucho con imágenes que desvían mi pensamiento del tipo de cuestiones teológicas que ha suscitado usted esta mañana. — Hizo una pausa por un momento, reflexionando. —Pero la mayor parte del tiempo imagino que los ramanes también tuvieron lecciones que aprender al principio, que Dios no los creó perfectos tampoco, y que en algún momento en su desarrollo Él tuvo que enviarles a Jesús...
El Papa se interrumpió y miró intensamente al general O'Toole.
—Sí —prosiguió suavemente—, he dicho Jesús. Usted me preguntó que creía personalmente. Para mí, Jesús es a la vez el auténtico salvador y el único hijo de Dios. Sería a él a quien Su Padre enviaría también a los ramanes, aunque fuera de una forma distinta.
El rostro de O'Toole se iluminó al final de la observación del pontífice.
—Estoy de acuerdo con usted, Santo Padre —dijo excitadamente—. Y, en consecuencia, toda inteligencia se halla unida, en todas parles del universo, por una experiencia espiritual similar. En un sentido muy, muy real, suponiendo que los ramanes y los otros hayan sido salvados también, lodos somos hermanos. Al fin y al cabo, estamos hechos de los mismos productos químicos básicos. Eso significa que el Cielo no estará limitado sólo a los seres humanos, sino que abarcará a todos los seres de todas partes que han comprendido Su mensaje.
—Puedo ver adonde quiere llegar con esta conclusión —respondió Juan Pablo—. Pero ciertamente no es una conclusión que esté universalmente aceptada. Incluso dentro de la Iglesia hay quienes tienen otra visión completamente distinta de los ramanes.
—¿Se refiere usted al grupo que utiliza como apoyo citas de San Michele de Siena? El Papa asintió.
—Por lo que a mí respecta —dijo el general O'Toole—, encuentro su angosta interpretación homocéntrica del sermón de San Michele sobre los ramanes demasiado limitada. Al decir que la nave espacial extraterrestre podía ser un heraldo, como Elías o incluso Isaías, que anunciaba la segunda venida de Cristo, Michele no estaba restringiendo a los ramanes a tener sólo ese papel en particular en nuestra historia y ninguna otro función o existencia; simplemente estaba explicando una posible visión del acontecimiento desde una perspectiva espiritual humana.
El Pontífice estaba sonriendo de nuevo.
—Puedo ver que ha consumido usted un tiempo y unas energías considerables pensando en todo esto. Las informaciones que tenía respecto a usted eran sólo parcialmente correctas. Su devoción hacia Dios, la Iglesia su familia se hallaban claramente citadas en su
dossier
. Pero se mencionaba muy poco de su activo interés intelectual por la teología.
—Considero que esta misión es con mucho la más importante de mi vida. Quiero asegurarme de servir con propiedad tanto a Dios como a la humanidad. Así que estoy intentando prepararme de todas las formas posibles, incluido el descubrir si los ramanes pueden haber tenido o no un componente espiritual. Eso podría afectar mis acciones en la misión.
O'Toole hizo una pausa de unos breves segundos antes de continuar:
—Por cierto, Su Santidad, ¿han hallado sus investigadores alguna evidencia de una posible espiritualidad ramana, basada en sus análisis de la primera cita?
Juan Pablo V negó con la cabeza.
—En realidad no. No obstante, uno de mis más devotos arzobispos, un hombre cuyo celo religioso ensombrece a veces su lógica, insiste en que el orden estructural dentro de la primera nave ramana, ya sabe usted, las simetrías, esquemas geométricos, incluso los repetitivos dibujos redundantes basados en el número tres... todo ello sugiere un templo. Puede que tenga razón. Simplemente, no lo sabemos. ;No vemos ninguna prueba en ningún sentido acerca de la naturaleza espiritual de los seres que crearon esa primera nave espacial.
—¡Sorprendente! —exclamó el general O'Toole—. Nunca había pensado en eso antes. Imagine si realmente fue creada como alguna especie de templo. Eso haría tambalearse a David Brown. —El general se echó a reír. —El doctor Brown insiste —dijo como explicación— en que los pobres e ignorantes seres humanos no tendrán jamás ninguna posibilidad de determinar la finalidad de una nave así, porque la tecnología de sus constructores se halla tanto más allá de nuestra comprensión que siempre nos será imposible comprender nada de ella. Y, según él, por supuesto no puede existir ninguna religión ramana. En su opinión, tienen que haber abandonado esas tonterías supersticiosas muchos eones antes de que desarrollaran la capacidad de construir una nave interestelar tan fabulosa.
—El doctor Brown es ateo, ¿verdad? —preguntó el Papa. O'Toole asintió.
—Total. Cree que todo pensamiento religioso entorpece el adecuado funcionamiento del cerebro. Considera a lodo el mundo que no esté de acuerdo con ese punto de vista un absoluto idiota.
—¿Y el resto del equipo? ¿Tienen opiniones tan intensas como la del doctor Brown al respecto?
—Él es el ateo más declarado, aunque sospecho que tanto Wakefield como Tabori y Turgeniev comparten sus actitudes básicas. Sorprendentemente, mi intuición me dice que el comandante Borzov tiene un lugar en su corazón para la religión. Lo cual ocurre con la mayor parte de los supervivientes del Gran Caos. De todos modos, Valeri parece disfrutar haciéndome preguntas acerca de mi fe.
El general O'Toole se detuvo por unos instantes mientras completaba mentalmente su repaso de las creencias religiosas del equipo Newton.
—Las mujeres europeas, des Jardins y Sabatini, son nominalmente católicas, aunque no pueden ser consideradas devotas ni siquiera forzando mucho la imaginación. El almirante Heilmann es luterano en Pascua y Navidad. Takagishi medita y estudia el zen. No sé nada sobre los otros dos.
El Pontífice se puso de pie y se dirigió a la ventana.
—En alguna parte ahí fuera un extraño y maravilloso vehículo espacial, creado por seres de otra estrella, se encamina hacia nosotros. Enviamos un equipo de doce hombres a una cita con él. —Se volvió hacia el general O'Toole. —Esa nave espacial puede ser un mensajero de Dios, pero probablemente sólo usted sea capaz de reconocerla como tal.
O'Toole no respondió. El Papa miró de nuevo por la ventana y permaneció inmóvil durante casi un minuto.
—No, hijo mío —dijo al final en voz baja, tanto para sí mismo como para el general O'Toole—. No tengo las respuestas a sus preguntas. Sólo Dios las tiene. Debe rezar para que Él le proporcione las respuestas cuando las necesite. —Se enfrentó al general. — Debo decirle que me siento— encantado de descubrir que está usted tan interesado por estos temas. Confío en que Dios lo haya seleccionado a propósito para esta misión.
El general O'Toole se dio cuenta de que la audiencia estaba llegando a su fin.
—Santo Padre —dijo—, gracias de nuevo por verme y compartir este tiempo conmigo. Me siento profundamente honrado.
Juan Pablo V sonrió y se acercó a su visitante. Lo abrazó a la manera europea y lo escoltó fuera de la estancia.
La salida de la estación del metro estaba frente a la entrada del Parque de la Paz Internacional. Mientras la escalera mecánica depositaba al general O'Toole en el nivel superior y salía a la luz de la tarde, pudo ver la cúpula del santuario a su derecha, a no más de doscientos metros de distancia. A su izquierda, al otro extremo del parque, la parte superior del antiguo Coliseo romano era visible detrás de un complejo de edificios administrativos.
El general norteamericano caminó vivamente hacia el parque y giró a la derecha por la calle que conducía al santuario. Pasó junto a una pequeña y encantadora fuente, parte de un monumento a los niños del mundo, y se detuvo para observar las figuras de las esculturas animadas que jugaban en el agua fría. O'Toole se sentía lleno de anticipación.
Qué día increíble
, pensó.
Primero una audiencia con el Papa. Y ahora visito finalmente el santuario de San Michele
.
Cuando Michele de Siena fue canonizado en 2188, cincuenta años después de su muerte (y, quizá más significativo, tres años después que Juan Pablo V fuera elegido como nuevo papa), se había producido un consenso inmediato acerca de que el lugar perfecto para situar un santuario importante en su honor sería el Parque de la Paz Internacional. El gran parque se extendía desde la piazza Venezia hasta el Coliseo, serpenteando por entre las pocas ruinas del viejo foro romano que de alguna forma habían sobrevivido al holocausto nuclear. Elegir el lugar exacto para el santuario fue un proceso delicado. El monumento conmemorativo a los Cinco Mártires, que honraba a esos valerosos hombres y mujeres dedicados al restablecimiento del orden en Roma durante los meses inmediatamente siguientes al desastre, fue la principal atracción del parque durante años. Existía una considerable sensación de que no debía permitirse que el nuevo santuario a San Michele de Siena ensombreciera el digno pentágono de mármol al aire libre que ocupaba la esquina sudoeste del parque desde 2155.
Tras muchas discusiones, se decidió que el santuario de San Michele fuera situado en la esquina opuesta, la noroeste, del parque, con sus cimientos simbólicamente centrados en el epicentro real de la explosión, a sólo diez metros del lugar donde se había alzado la columna trajana hasta que fue instantáneamente evaporada por el intenso calor en el núcleo de la bola de fuego. La planta baja del santuario circular era enteramente para la meditación y la adoración. Había doce concavidades o capillas unidas a la nave central, seis con esculturas y obras de arte que seguían los motivos clásicos católicos romanos y las otras seis honrando cada una de las principales religiones del mundo. Esta ecléctica partición de la planta baja había sido diseñada a propósito para proporcionar aliento a los muchos no católicos que efectuaban peregrinajes al santuario para presentar sus respetos a la memoria del amado San Michele.
El general O'Toole no pasó mucho tiempo en el primer nivel. Se arrodilló y rezó una plegaria en la capilla de San Pedro, y contempló brevemente la famosa escultura de madera del Buda en el rincón al lado de la entrada, pero, como la mayor parte de los turistas, no pudo aguardar a ver los frescos del primer piso. Se sintió abrumado tanto por el tamaño como por la belleza de las famosas pinturas apenas salió del ascensor. Directamente frente a él había un retrato de tamaño natural de una encantadora muchacha de dieciocho años con largo pelo rubio. Estaba inclinada en una vieja iglesia de Siena la Nochebuena de 2115, depositando en el frío suelo un bebé de pelo rizado envuelto en una manta y metido en un cesto. Aquella pintura representaba la noche del nacimiento de San Michele, y era el primero de una secuencia de doce paneles de frescos que rodeaban completamente el santuario y contaban la historia de la vida del santo.
El general O'Toole se dirigió al pequeño quiosco al lado del ascensor y alquiló un cásete de recorrido de cuarenta y cinco minutos, sólo audio. El cásete, un cuadrado de diez centímetros, cabía fácilmente en el bolsillo de su chaqueta. Tomó uno de los diminutos receptores desechables y se lo metió en la oreja. Tras elegir el idioma inglés, pulsó el botón marcado "Introducción" y escuchó mientras una voz femenina británica explicaba lo que iba a ver.
—Cada uno de los doce frescos tiene seis metros de altura —dijo la mujer mientras el general estudiaba los rasgos de Michele bebé en el primer panel—. La iluminación de la sala es una combinación de luz natural procedente del exterior, que penetra a través de unas claraboyas filtrantes, y de iluminación artificial desde unas baterías electrónicas de luces situadas en la cúpula. Unos sensores automáticos determinan las condiciones ambientales y mezclan la luz natural con la artificial a fin de que la visión de los frescos sea siempre perfecta.
"Los doce paneles de este nivel se corresponden con las doce capillas del piso de abajo. La disposición de los propios frescos, que siguen la vida del santo por orden cronológico, está situada siguiendo la dirección de las manecillas del reloj. Así, la pintura final, que conmemora la ceremonia de canonización de San Michele en Roma en 2188, se halla inmediatamente al lado de la pintura de su nacimiento en la catedral de Siena, setenta y dos años antes.
"Los frescos fueron diseñados y realizados por un equipo de cuatro artistas, incluido el maestro Feng Yi de China, que llegó repentinamente en la primavera de 2190 sin previo aviso. Pese al hecho de que se sabía muy poco de su habilidad fuera de China, los otros tres artistas, Rosa de Silva, de Portugal; Fernando López, de México y Hans Reichwein, de Suiza, dieron inmediatamente la bienvenida a Feng Yi a su equipo ante la fuerza de los soberbios bocetos que había traído consigo.
O'Toole miró la sala circular alrededor mientras escuchaba la lírica voz del cásete. En ese último día de 2199, había más de doscientas personas en el primer piso del santuario de San Michele, incluidos tres grupos turísticos. El cosmonauta norteamericano avanzó lentamente, deteniéndose delante de cada panel para estudiar la pintura y escuchar el parlamento del cásete.
Los principales acontecimientos de la vida de San Michele estaban reflejados con detalle en los frescos. El segundo, tercero, cuarto y quinto paneles reflejaban sus días como novicio franciscano en Siena, su recorrido de indagación por todo el mundo durante el Gran Caos, el inicio de su activismo religioso cuando regresó a Italia, y su utilización de los recursos de la Iglesia para alimentar a los hambrientos y albergar a los sin hogar. La sexta pintura mostraba al incansable santo dentro del estudio de televisión donado por un rico admirador norteamericano. Allá, Michele, que hablaba ocho idiomas, proclamó repetidamente su mensaje acerca de la unidad fundamental de toda la humanidad y la necesidad de que los ricos se ocuparan de los menos afortunados.