No había ningún recuerdo descollante de su padre que acudiera a ella; eso exigía una actitud completamente distinta del resto. El montaje mental de Nicole con respecto a Pierre enmarcaba todos los acontecimientos principales de su propia vida. No todos ellos eran felices. Por ejemplo, recordaba claramente a los dos en la sabana, no lejos de Nidougou, tomados en silencio de la mano mientras lloraban calladamente y la pira funeraria de Anawi ardía en la noche africana. También podía sentir aún sus brazos rodeándola mientras sollozaba desconsolada tras su fracaso, a la edad de quince años, en ganar el concurso nacional para representar el papel de Juana de Arco.
Habían vivido juntos en Beauvois, una pareja muy distinta, desde el año siguiente a la muerte de su madre hasta que Nicole terminó su tercer año de estudios en la universidad de Tours. Era una existencia idílica. Nicole vagaba por los bosques en torno de su villa después de volver en bicicleta de la escuela. Pierre escribía sus novelas en el estudio. Al anochecer, Marguerite hacía sonar la campanilla y los llamaba a ambos a cenar antes de montar en su propia bicicleta, terminado su trabajo del día, y regresar con su marido e hijos a Luynes.
Durante los veranos, Nicole viajaba con su padre por toda Europa, visitando las ciudades y los castillos medievales que eran los elementos principales de sus novelas históricas. Nicole sabía más sobre Eleanor de Aquitania y su esposo Henry Plantagenet que sobre los líderes políticos activos de Francia y de la Europa occidental. Cuando Pierre ganó el premio Mary Renault de ficción histórica en 2181, fue con él a París para recibirlo. Se sentó en primera fila en el enorme auditorio, vestida con la falda blanca y la blusa hechas a medida que Pierre le había ayudado a elegir, y escuchó embelesada al orador alabar las virtudes de su padre.
Todavía podía recitar de memoria partes del discurso de aceptación de su padre.
—A menudo me han preguntado —dijo éste, casi al final— si he acumulado alguna sabiduría que me gustaría compartir con futuras generaciones. —Entonces la miró directamente a ella entre la audiencia. —A mi preciosa hija Nicole, y a toda la juventud del mundo, les ofrezco una sola idea. En mi vida he hallado dos cosas de un valor inapreciable... erudición y amor. Ninguna otra cosa, ni la fama ni el poder ni el logro egoísta, pueden tener el mismo valor imperecedero. Porque cuando la vida de uno se termina, si puedes decir "he aprendido" y "he amado", también podrás decir "he sido feliz".
He sido feliz,
dijo Nicole, mientras más lágrimas rodaban por sus mejillas.
Y sobre todo gracias a ti. Nunca me decepcionaste. Ni siquiera en mi momento más difícil.
Sus recuerdos se orientaron, como sabía que lo harían, al verano de 2184, cuando su vida se había acelerado a un ritmo tan extraordinario que llegó a perder el control de su rumbo. En un período de seis semanas, Nicole ganó una medalla olímpica de oro, tuvo una corta pero ardiente aventura amorosa con el Príncipe de Gales, y regresó a Francia para decirle a su padre que estaba embarazada.
Nicole podía recordar los elementos claves de ese período como si hubieran ocurrido ayer. Ninguna emoción en su vida había sido igual a la alegría y la exaltación que sintió mientras estaba de pie en el podio de los vencedores en Los Angeles, con la medalla de oro en torno del cuello y los vítores de cien mil personas resonando en sus oídos. Aquél había sido su momento. Durante casi una semana había sido la niña mimada de los medios de comunicación de todo el mundo. Estaba en la primera página de todos los periódicos, su rostro aparecía en todos los noticiarios deportivos.
Tras su última entrevista en el estudio de televisión anexo al estadio olímpico, un joven inglés con una sonrisa encantadora se había presentado a sí mismo como Darren Higgins y le había tendido una tarjeta. Dentro había una invitación a cenar, escrita a mano, nada menos que del Príncipe de Gales, el hombre que se convertiría en el rey Henry XI de Gran Bretaña.
La cena fue algo mágico,
recordó Nicole, olvidando temporalmente su situación en Rama.
Era encantador. Los dos días siguientes fueron absolutamente maravillosos.
Pero treinta y nueve horas más tarde, cuando despertó en el dormitorio de la suite de Henry en Westwood, su cuento de hadas terminó bruscamente. Su príncipe, que se había mostrado tan atento y afectuoso, estaba ahora ceñudo y preocupado. Y, mientras la inexperta Nicole intentaba sin éxito comprender qué había ido mal, fue dándose cuenta lentamente de que su vuelo al país de la fantasía había terminado.
Sólo fui una conquista,
recordó,
la celebridad del momento. No era adecuada para una relación permanente.
Nicole nunca olvidaría las últimas palabras que le había dicho el príncipe en Los Angeles. No había dejado de dar vueltas alrededor mientras ella hacía las maletas. No podía comprender por qué estaba tan alterada. Nicole no había respondido a ninguna de sus preguntas y se había resistido a todos sus intentos de abrazarla.
—¿Crees que podemos fundirnos en el crepúsculo y desaparecer para siempre y vivir felices en el futuro? Oh, vamos Nicole, éste es el mundo real. Tienes que saber que el pueblo británico jamás aceptaría a una mujer medio negra como su reina.
Nicole huyó antes que Henry viera sus lágrimas.
Y así, mi querida Geneviéve,
se dijo Nicole en el fondo del pozo en Rama,
abandoné Los Angeles con dos nuevos tesoros. Tenía una medalla de oro y una niña maravillosa dentro de mi cuerpo.
Sus pensamientos se saltaron rápidamente las siguientes semanas de ansiedad hasta el momento desesperado y solitario en que finalmente reunió todo su valor para decírselo a su padre.
—Yo... no sé qué hacer —le dijo tentativamente a Pierre aquella mañana de septiembre, en la sala de estar de su villa en Beauvois—. Sé que te he decepcionado terriblemente... me he decepcionado a mí misma... pero quiero preguntarte si tengo derecho. Quiero decir, papá, que si deseo tenerlo, si puedo quedarme aquí y...
—Por supuesto, Nicole —la interrumpió su padre. Estaba llorando suavemente. Fue la única vez que Nicole lo vio llorar desde la muerte de su madre—. Entre los dos nos encargaremos de todo lo necesario... —Y la atrajo hacia sí y la abrazó.
Fui tan afortunada,
pensó.
Él se mostró tan comprensivo. Nunca me falló. Nunca me preguntó nada. Cuando le dije que el padre era Henry y que deseaba que nadie más lo supiera nunca, y menos aún Henry o la niña, me prometió que mantendría mi secreto. Y siempre lo ha hecho.
Las luces se encendieron bruscamente, y Nicole se puso de pie para examinar su prisión bajo las nuevas condiciones. Sólo el centro del pozo estaba completamente iluminado; sus rincones seguían aún en sombras. Considerando su situación, se sintió sorprendentemente alegre y optimista.
Alzó la vista hacia el techo del cobertizo y, a través de él, al indescriptible cielo de Rama. Pensó en sus últimas horas allí y tuvo un repentino impulso. No había rezado desde hacía más de veinte años, pero se dejó caer de rodillas en la intensa luz del centro del pozo.
Querido Dios,
dijo para sí,
sé que es un poco tarde, pero gracias por mi padre, por mi madre y por mi hija. Y por todas las maravillas de mi vida.
Alzó la vista hacia el techo del cobertizo. Sonreía cuando guiñó un ojo.
Y reconozco que, en este momento, querido Dios, no me vendría mal un poco de ayuda.
El pequeño robot salió a la luz y desenvainó su espada. El ejército inglés había llegado a Harfleur.
Una vez más en la brecha, queridos amigos, una vez más,
o cerca de la pared con nuestros muertos ingleses.
En la paz no hay nada para convertirse en un hombre
como la modesta quietud y humildad;
pero cuando el estallar de la guerra resuena en nuestros oídos,
entonces imitad la acción del tigre...
Henry V, nuevo rey de Inglaterra, siguió exhortando a sus imaginarios soldados. Nicole sonrió mientras escuchaba. Había pasado la mayor parte de una hora siguiendo a Hal, príncipe de Wakefield, a lo largo de su licenciosa juventud, a los campos de batalla luchando contra Hotspur y los demás rebeldes, y luego al trono de Inglaterra. Nicole había leído las tres obras sobre Henry sólo una vez, y hacía años, pero conocía bien el período histórico debido a su fascinación de toda la vida por Juana de Arco.
—Shakespeare te convirtió en algo que nunca fuiste —le dijo al pequeño robot mientras se inclinaba a su lado para insertar la varilla de Richard en la ranura de "Off"—. Fuiste un guerrero, de acuerdo, nadie puede discutirlo. Pero también fuiste un conquistador frío y sin corazón. Hiciste que Normandía sangrara bajo tu poderoso yugo. Casi aplastaste toda la vida de Francia.
Nicole se echó a reír nerviosamente.
Aquí estoy,
pensó,
nublándole a un insensible príncipe de cerámica de veinte centímetros de altura.
Recordó su sensación de impotencia hacía una hora, cuando había intentado una vez más hallar alguna vía de escape. El hecho de que su tiempo se estaba agotando se había visto reforzado cuando bebió el penúltimo sorbo de agua.
Oh, bueno,
murmuró, volviéndose al príncipe Hal,
al menos esto es mejor que sentir lástima de mí misma.
—¿Y qué otra cosa sabes hacer, mi pequeño príncipe? —preguntó—. ¿Qué ocurrirá si inserto esta varilla en la ranura señalada C?
El robot se activó, caminó unos cuantos pasos, y finalmente se acercó a su pie izquierdo. Tras un largo silencio, el príncipe Hal habló, no con la intensa voz que había utilizado durante sus anteriores recitados, sino con los tonos británicos de Wakefield.
—C corresponde a conversación, amiga mía, y poseo un repertorio considerable. Pero no hablaré hasta que tú digas algo primero. Nicole se echó a reír.
—De acuerdo, príncipe Hal —dijo, tras pensar un momento—. Háblame de Juana de Arco.
El robot dudó, luego frunció el entrecejo.
—Fue una bruja, querida dama, quemada en la hoguera en Ruán una década después de mi muerte. Durante mi reinado el norte de Francia fue subyugado por mis ejércitos. La bruja francesa, proclamando que había sido enviada por Dios...
Nicole dejó de escuchar y alzó bruscamente la cabeza cuando una sombra cayó sobre ellos. Creyó ver algo volar por encima del techo del cobertizo. Su corazón latió alocadamente.
—¡Aquí! ¡Estoy aquí! —gritó a pleno pulmón. El príncipe Hal seguía desgranando su discurso acerca de cómo el éxito de Juana de Arco había dado como triste resultado el retorno de sus conquistas al reino de Francia—. Tan inglés. Tan típicamente inglés —dijo Nicole, mientras insertaba de nuevo la varilla en el botón "Off" del príncipe Hal.
Unos momentos más tarde, la sombra se hizo enorme y oscureció por completo el fondo del pozo. Nicole alzó de nuevo la vista y el corazón se le quedó en la garganta. Flotando sobre el pozo, con las alas abiertas y aleteando, había una gigantesca criatura parecida a un pájaro. Nicole se echó hacia atrás y gritó involuntariamente. La criatura metió el cuello en el pozo y emitió una serie de ruidos. Los sonidos eran secos pero ligeramente musicales. Nicole se sintió paralizada. La cosa repitió casi el mismo conjunto de ruidos y luego intentó —sin éxito, porque sus alas eran demasiado grandes— bajar más en el angosto pozo.
Durante ese breve período Nicole logró que su traumático terror dejara paso a un miedo más normal y estudió al gran alienígena volador. Su rostro, aparte de dos blandos ojos que eran de un profundo azul rodeados por un anillo amarronado, le recordaron los pterodáctilos que había visto en el museo francés de historia natural. El pico era muy largo y curvado. La boca carecía de dientes y las dos garras, simétricas bilateralmente respecto al cuerpo principal, tenían cuatro dedos cada una.
Nicole sospechó que debía de pesar un centenar de kilos. Su cuerpo, excepto el rostro y pico, los extremos de las alas y las garras, estaba cubierto por un denso material negro que parecía terciopelo. Cuando resultó claro que no conseguiría llegar hasta el fondo del pozo, emitió dos notas agudas, se alzó de nuevo y desapareció.
Nicole no se movió en absoluto durante el primer minuto después de la marcha de la criatura. Luego se sentó e intentó ordenar sus pensamientos. La adrenalina desencadenada por el miedo fluía aún por su cuerpo. Intentó pensar racionalmente en lo que había visto. Su primera idea fue que la cosa era un biot, como todas las demás criaturas móviles que habían sido vistas previamente en Rama.
Si eso es un biot,
se dijo,
entonces es extremadamente avanzado.
Recordó los otros biots que había visto, tanto los cangrejos del Hemisferio Sur como la amplia variedad de las extrañas creaciones filmadas por la primera expedición ramana. Nicole no pudo convencerse a sí misma de que el ave era un biot. Había algo en sus ojos...
Oyó un aletear en la distancia, y su cuerpo se tensó. Se protegió en el rincón en sombras justo en el momento en que la luz del pozo era oscurecida de nuevo por un enorme cuerpo flotante. No, ahora eran dos cuerpos. La primera ave había regresado con un compañero, la segunda considerablemente más grande. El nuevo pájaro metió el cuello en el pozo y miró a Nicole con sus ojos azules mientras flotaba. Emitió un sonido, más fuerte y menos musical que el otro, y luego dobló el cuello para mirar a su compañero. Mientras las dos aves parloteaban entre sí, Nicole observó que la segunda estaba recubierta por una superficie pulida, como linóleo, pero que en todos los demás aspectos excepto el tamaño era idéntica a su primer visitante. Finalmente el segundo pájaro ascendió de nuevo, y la extraña pareja se posó en el borde del pozo, sin dejar de parlotear. La observaron durante uno o dos minutos. Luego, tras una breve conversación, desaparecieron.
Nicole estaba agotada tras su lucha con el miedo. Unos minutos después que sus visitantes voladores se fueran, se enroscó sobre sí misma y durmió en un rincón del pozo. Durmió profundamente durante varias horas. Fue despertada por un fuerte ruido, un crac que resonó a través del cobertizo como si alguien estuviera montando una pistola. Despertó rápidamente, pero no oyó más que sonidos inexplicables. Su cuerpo le recordó que estaba hambrienta y sedienta. Sacó la comida que le quedaba.
¿Debo repartirla entre dos diminuías comidas,
se preguntó cansadamente,
o debo comer ahora todo lo que tengo y aceptar lo que venga a continuación?