Tengo que estar preparada para el rescate,
se dijo Nicole. Había terminado de llenar su cantimplora con el líquido verdusco del centro del melón maná. Tras partir cuidadosamente la jugosa pulpa del melón y colocar los trozos en sus antiguos contenedores de comida, volvió a sentarse en su rincón habitual.
¡Huau!,
pensó, volviendo a la alocada excursión mental que había emprendido tras beber el contenido del frasco.
¿De qué demonios se trataba todo aquello?
Recordó su visión durante el Poro, cuando era todavía una niña, y la breve conversación acerca de ella que había tenido con Omeh tres años más tarde, cuando regresó a Nidougou para el funeral de su madre.
—¿Adonde fue Ronata? —le preguntó Omeh una noche, cuando el viejo y ella estuvieron a solas juntos.
Ella supo de inmediato de qué estaba hablando.
—Me convertí en un gran pájaro blanco —respondió—. Volé más allá de la Luna y del Sol, al gran vacío.
—Ah —dijo él—. Eso pensó Omeh.
¿Y por qué no le preguntaste qué te ocurrió?,
inquirió la científica en la Nicole adulta a su yo de diez años.
Entonces quizás algo de esto tendría sentido.
Pero de alguna forma Nicole sabía que la visión estaba más allá de todo análisis, que existía en un reino aún insondable para el proceso deductivo que convertía a la ciencia en algo tan poderoso. En vez de ello pensó en su madre, en lo hermosa que había estado en su larga y fluida túnica roja. Anawi la había salvado del tigre.
Gracias, madre,
pensó. Deseó haber podido hablar más tiempo con ella.
Se produjo un extraño sonido, como docenas de pies infantiles descalzos sobre un suelo de linóleo, y venía definitivamente en su dirección. Nicole no tuvo mucho tiempo para interrogarse al respecto. Unos segundos más tarde la cabeza y las antenas de un ciempiés biot aparecieron en el borde de su pozo y, sin detenerse en lo más mínimo, la criatura empezó a descender.
El biot tendría unos cuatro metros de largo. Descendió sin ninguna dificultad por la pared, colocando cada una de sus sesenta patas directamente contra la lisa superficie y sujetándose a ella por medio de alguna especie de succión. Nicole se puso su mochila y aguardó su oportunidad. No estaba
muy
sorprendida por la aparición del biot. Después de lo que había visto en su visión, estaba segura de que iba a ser rescatada de alguna manera.
El ciempiés biot estaba formado por quince segmentos unidos entre sí, cada uno de ellos con cuatro patas, y una cabeza insectoide con un extraño cúmulo de sensores, dos de ellos largos y delgados y con el aspecto de antenas. La pila de metal que se amontonaba al otro lado del pozo era aparentemente sus piezas de repuesto. Mientras Nicole miraba, el biot reemplazó tres de sus patas, el caparazón de uno de sus segmentos y dos protuberancias nudosas a un lado de su cabeza. Todo el proceso no tomó más de cinco minutos. Cuando hubo terminado, el biot empezó de nuevo a subir la pared.
Nicole saltó al lomo del ciempiés biot cuando tres cuartas partes de su cuerpo estaban ya subiendo. El repentino peso extra fue demasiado. El biot perdió sujeción y cayó, junto con Nicole, al fondo del pozo. Unos momentos más tarde intentó trepar de nuevo la pared.
Esta vez Nicole aguardó hasta que toda su longitud estuvo en la pared, con la esperanza de que la fuerza de los segmentos extra significaran alguna diferencia. No hubo forma. El biot y Nicole volvieron a caer en un confuso montón.
Una de las patas delanteras del biot se había dañado seriamente durante la segunda caída, de modo que éste efectuó las reparaciones necesarias antes de intentar ascender la pared una tercera vez. Mientras tanto, Nicole sacó de su equipo médico su más resistente material de sutura y ató un extremo del hilo de resistencia óctuple en torno de las tres secciones traseras del biot. Al otro extremo del hilo de sutura hizo un gran lazo. Después de ponerse unos guantes para protegerse las manos y luego construir una especie de cinturón para impedir que el hilo cortara su carne, Nicole ató el lazo en torno de su cintura.
Esto puede resultar un desastre,
se dio cuenta mientras imaginaba todas las posibles consecuencias de su plan.
Si el hilo no resiste, puedo caer otra vez. Y en esta segunda ocasión tal vez no tenga tanta suerte.
El ciempiés inició de nuevo su camino pared arriba como antes. Varios pasos después de estar completamente extendido, el biot notó el peso de Nicole desde abajo. Esta vez, sin embargo, no cayó. El forcejeante biot consiguió seguir lentamente su camino hacia arriba. Nicole mantuvo su cuerpo perpendicular a la superficie, como si estuviera escalando, y se aferró al hilo de sutura con ambas manos.
Nicole estaba ya a unos cuarenta centímetros detrás del Último segmento del biot mientras ambos escalaban la pared. Cuando la cabeza del ciempiés alcanzó la parte superior del pozo, Nicole estaba casi a medio camino. Su lento y firme trepar continuó mientras, segmento tras segmento, una porción del biot abandonaba el pozo encima de ella. Unos pocos minutos más tarde, sin embargo, su avance se hizo notablemente más lento, deteniéndose por completo cuando el número de segmentos que aún permanecían en el pozo había descendido a cuatro. Nicole casi podía tocar el segmento posterior del ciempiés si extendía las manos por encima de ella. Sólo un metro aproximadamente de la longitud del biot estaba aún en el pozo, pero de todos modos parecía haberse quedado atascado. Nicole estaba causando una tensión demasiado grande a las articulaciones de los últimos segmentos.
Lúgubres escenarios pasaron por su mente mientras permanecía colgando a más de seis metros por encima del fondo del pozo.
Estupendo,
pensó sarcásticamente, mientras se aferraba con fuerza al hilo de sutura y apoyaba firmemente los pies contra la pared.
Hay tres posibles salidas para esto, y ninguna buena. El hilo puede romperse. El biot puede caer. O yo puedo quedarme aquí suspendida para siempre.
Nicole consideró sus alternativas. El único plan que podía concebir con aunque sólo fuera una razonable probabilidad de éxito —y seguía siendo muy arriesgado— era trepar por el hilo de sutura hasta el último segmento y entonces, de alguna manera, utilizando el cuerpo o las patas del ciempiés como asideros, acabar de recorrer el camino hasta el borde del pozo a fuerza de músculos.
Nicole miró hacia abajo y recordó su primera caída.
Creo que esperaré un poco primero y veré si esta máquina se mueve de nuevo.
Transcurrió un minuto. Luego otro. Nicole inspiró profundamente. Alargó la mano hacia más arriba del hilo de sutura y tiró. Repitió el proceso con la otra mano. Ahora estaba inmediatamente detrás del último segmento. Nicole agarró entonces una de las patas, pero tan pronto como intentó poner algo de peso en ella la pata se liberó de la pared.
Aquí se termina el plan,
pensó tras un momento de miedo. Se había reestabilizado justo detrás del biot. Nicole estudió de nuevo el ciempiés muy cuidadosamente. El caparazón de cada segmento estaba hecho a base de piezas sobrepuestas.
Quizá fuera posible agarrar una de ellas...
Nicole reconstruyó sus primeros dos intentos de cabalgar a lomos del biot.
Fue la fuerza de succión de las patas lo que cedió,
pensó.
Ahora la mayor parte del biot está al nivel del suelo, arriba. Debería poder sostenerme.
Se dio cuenta de que, una vez que estuviera sobre el lomo del biot, ya no tendría ninguna protección contra la caída. Para comprobar el concepto, se izó hasta la parte superior del hilo de sutura y se aferró al faldón posterior del caparazón. Pudo conseguir una buena presa. La única cuestión ahora era saber si el faldón soportaría su peso. Intentó comprobar su resistencia mientras se sujetaba al hilo de sutura con la otra mano para mayor seguridad. Hasta ahora, todo bien.
Nicole agarró el faldón del último segmento y cautelosamente tiró de su cuerpo hacia arriba, luego soltó su presa sobre el hilo de sutura. Envolvió sus piernas en torno del lado del cuerpo del ciempiés y volvió a tirar hacia arriba hasta que pudo alcanzar el siguiente faldón. Las patas del último segmento se desprendieron de la pared con un pop, pero aparte de esto el ciempiés no se movió.
Repitió el proceso dos veces más, avanzando de segmento en segmento. Estaba casi en la parte superior del pozo. Mientras se hallaba en su escalada final, tuvo una breve oleada de pánico cuando el biot se deslizó unos centímetros hacia atrás en el pozo. Sujetándose sin aliento, aguardó hasta que el biot pareció estabilizarse, y entonces siguió trepando hacia el primer segmento que estaba a nivel del suelo. Mientras lo hacía, el biot echó a andar de nuevo, pero Nicole se limitó a rodar de lado y aterrizar de espaldas en el suelo.
—¡Aleluia! —gritó.
Mientras permanecía de pie en el muro que rodeaba Nueva York y contemplaba las agitadas aguas del Mar Cilíndrico, Nicole se preguntó por que no había recibido ninguna respuesta a sus llamadas de auxilio. El autotest de su aparato de radio le indicaba que funcionaba correctamente; sin embargo, en tres ocasiones distintas había intentado sin éxito establecer contacto con el resto del equipo. Nicole era muy consciente de las facilidades de comunicación que tenían los cosmonautas. El hecho de no recibir respuesta indicaba a la vez que no había ningún miembro de la tripulación dentro de un radio de seis a ocho kilómetros de ella en aquellos momentos y que la estación de enlace Beta no era operativa.
Si Beta funcionara,
pensó Nicole,
entonces deberían ser capaces de hablar conmigo desde cualquier parte, incluso de la Newton.
Nicole se dijo a sí misma que indudablemente la tripulación estaba a bordo de la nave, preparándose para otra incursión, y que las comunicaciones de la estación Beta se habían visto probablemente inutilizadas por el huracán. Lo que la preocupaba, sin embargo, era que ya habían transcurrido cuarenta y cinco horas desde que habían empezado a fundirse las aguas y más de noventa desde su caída al pozo. ¿Por qué no había nadie buscándola?
Los ojos de Nicole escrutaron el cielo en busca de algún signo de helicópteros. La atmósfera contenía nubes, como se había predicho. El fundirse del Mar Cilíndrico había alterado sustancialmente los esquemas climáticos de Rama. La temperatura había ascendido considerablemente. Nicole miró su termómetro y confirmó su estimación, que era de cuatro grados sobre cero.
La situación más probable,
razonó, volviendo a la cuestión del comportamiento de sus colegas,
es que regresarán pronto. Necesito permanecer cerca de este muro afín de ser vista con facilidad.
No perdió mucho tiempo pensando en otros escenarios menos probables. Consideró sólo brevemente la posibilidad de que el equipo hubiera sufrido algún desastre importante y nadie se hallara todavía disponible para buscarla.
Pero incluso en ese caso,
se dijo a sí misma,
debería enfocar las cosas del mismo modo. Vendrán más pronto o más tarde.
Para pasar el tiempo, tomó una muestra del mar y la comprobó. Había muy pocos de los venenos orgánicos hallados por la primera expedición a Rama.
Quizá florecieron y murieron mientras yo todavía estaba en el pozo,
pensó.
De todos modos, virtualmente todos han desaparecido ahora.
Nicole anotó para sí misma que en caso de emergencia un buen nadador podía conseguir cruzar sin ningún bote. No obstante, recordó las imágenes de los tiburones biots y de otros habitantes del mar de los que habían informado Norton y su equipo, y modificó ligeramente su evaluación.
Caminó a lo largo del muro durante varias horas. Mientras permanecía sentada en silencio comiendo su melón maná (y pensando en los métodos que podía emplear para recuperar el resto del melón, en el caso de que no fuera rescatada en otras setenta y dos horas), oyó lo que creyó era un grito procedente de Nueva York. Pensó inmediatamente en el doctor Takagishi.
Probó la radio una vez más. Nada. Escrutó de nuevo el cielo en busca de alguna señal de un helicóptero. Estaba dudando aún respecto a si debía o no abandonar su vigilancia en el muro cuando oyó un segundo grito. Esta vez tuvo una mejor orientación respecto a su localización. Buscó la escalera más próxima y regresó hacia el sur, al centro de Nueva York.
Nicole aún no había actualizado el mapa de Nueva York almacenado en su ordenador. Tras cruzar las calles anulares cerca de la plaza central, se detuvo junto a un octaedro e introdujo todo sus nuevos descubrimientos, incluido el cobertizo con los pozos y todo lo demás que pudo recordar. Un momento más tarde, mientras Nicole admiraba la belleza del extraño edificio de ocho lados, oyó un tercer grito. Sólo que esta vez era algo más parecido a un chillido. Si era Takagishi, realmente estaba emitiendo unos ruidos de lo más peculiares.
Cruzó la plaza abierta, intentado orientarse hacia el sonido mientras éste estaba aún fresco en su mente. Mientras se acercaba a los edificios del lado opuesto, el chillido sonó de nuevo. Esta vez también oyó una respuesta. Reconoció las voces. Sonaban como la pareja de aves que la habían visitado mientras estaba en el pozo. Nicole se volvió más cautelosa. Caminó en dirección al sonido. Parecía proceder de una zona en torno del retículo que Francesca Sabatini había considerado tan fascinante.
En menos de dos minutos, Nicole estaba de pie entre dos altos rascacielos conectados al suelo por el grueso retículo que se alzaba cincuenta metros en el aire. A unos veinte metros del suelo, el ave con cuerpo de terciopelo se debatía contra su trampa. Las alas y garras del ave se habían enredado en las cuerdas de la resistente red. Chilló de nuevo cuando vio a Nicole. Su compañera más grande, que ahora trazaba círculos cerca de la parte superior de los edificios, picó en su dirección.
Nicole se protegió contra la fachada de uno de los edificios cuando el ave se aproximó. Le farfulló algo a Nicole, como si la estuviera riñendo, pero no la tocó. Luego el ave de terciopelo dijo algo y, tras un corto intercambio, el enorme pájaro de linóleo retrocedió hasta un saliente cercano a unos veinte metros de distancia.
Tras calmarse un poco (y mantener un ojo fijo en el ave más grande en su percha), Nicole se dirigió hacia el retículo y lo inspeccionó. Ella y Francesca no habían podido perder tiempo en ello cuando habían estado buscando a Takagishi, de modo que ésta era su primera oportunidad de realizar un examen detallado. El retículo estaba hecho de un material parecido a la cuerda, de unos cuatro centímetros de grueso, y que presentaba una cierta elasticidad. Había millares de intersecciones en el retículo, y en cada una de ellas había un pequeño nudo o nódulo. Los nódulos eran ligeramente pegajosos, pero no lo suficiente como para que Nicole pensara que todo el conjunto formaba una especie de telaraña para atrapar criaturas voladoras.