De no controlarse, hubiera echado a correr hacia el pozo para mirar dentro de él.
No,
se dijo, aún de pie en medio de las pequeñas esferas,
no debo mirar. Si por casualidad aún está inconsciente, puede verme. Entonces no tendré ninguna opción.
Francesca estaba pensando ya en las posibilidades que le ofrecía la caída de Nicole. Estaba segura, por su conversación anterior, de que Nicole tenía intención de hacer todo lo posible por demostrar que Borzov había ingerido una droga inductora de dolor el último día de su vida. Incluso era posible que Nicole pudiera identificar el compuesto en particular y entonces, finalmente, puesto que no era muy común, rastrearlo hasta Francesca. El escenario era improbable, incluso implausible. Pero podía ocurrir.
Francesca recordó haber utilizado su autorización especial para adquirir el dimetildexil, junto con un montón de otros productos, en la farmacia de un hospital de Copenhague, dos años antes. Por aquel entonces se decía que ese medicamento, en dosis muy pequeñas, podía producir una suave sensación de euforia en los individuos muy estresados. Un solo artículo periodístico en una oscura publicación psiquiátrica sueca al año siguiente había contenido la información de que dosis apreciables de dimetildexil podían producir un agudo dolor que simulaba la apendicitis.
Mientras Francesca se alejaba rápidamente del cobertizo en dirección norte, su ágil mente revisó todas las posibilidades. Estaba realizando su habitual evaluación riesgos/recompensas. Lo primero a lo que debía enfrentarse, ahora que había abandonado a Nicole en el pozo, era si decir o no la verdad acerca de la caída de Nicole. Pero, ¿por qué la dejó allí?, preguntaría alguien. ¿Por qué no se puso en contacto por radio con nosotros comunicando su caída y aguardó allí hasta que llegara ayuda?
Porque estaba confusa y asustada y las luces estaban parpadeando. Y Richard había sonado muy preocupado acerca de nuestra marcha. Pensé que sería mejor para todos nosotros hablar juntos en el helicóptero.
¿Era creíble eso? Apenas. Pero era fácil mantenerse en ello.
Claro que también tengo la opción de la verdad parcial,
pensó Nicole mientras pasaba el octaedro cerca de la plaza central. Se dio cuenta de que se había dirigido demasiado hacia el este, comprobó su orientador personal y luego cambió de dirección. Las luces de Rama siguieron parpadeando.
¿Y cuáles son mis otras elecciones? Wakefield habló con nosotras cuando estábamos justo fuera del cobertizo. Sabe dónde estábamos. Un equipo de búsqueda no tardará en encontrarla. A menos...
Francesca pensó de nuevo en la posibilidad de que Nicole pudiera terminar implicándola en haber drogado al general Borzov. El escándalo resultante daría evidentemente como fruto una intensa investigación y probablemente una acusación criminal. En cualquier caso, la reputación de Francesca se vería manchada y su futura carrera como periodista podía verse seriamente comprometida.
Con Nicole fuera de escena, por otra parte, había virtualmente cero posibilidades de que alguien llegara a saber nunca que ella había drogado a Borzov. La única persona que conocía los hechos era David Brown, y era un co-conspirador. Además, él tenía más que ella que perder.
Así que el problema,
pensó, reside en si puedo construir o no una historia creíble que reduzca las posibilidades de que Nicole sea hallada y no me implique si lo es. Lo cual es una tarea bastante difícil.
Se acercaba al Mar Cilíndrico. Su orientador personal le dijo que estaba a tan sólo seiscientos metros de distancia.
Maldita sea,
se respondió a sí misma tras pensar muy cuidadosamente en su situación,
realmente no tengo ninguna opción segura. Tendré que elegir una o la otra. Y, en cualquier caso, hay un riesgo significativo.
Francesca dejó de avanzar hacia el norte y fue de un lado para otro entre dos rascacielos. Mientras caminaba, el suelo bajo sus pies empezó a temblar. Todo se estaba estremeciendo. Se dejó caer de rodillas para afirmarse. Oyó la voz de Janos Tabori, muy débil, por la radio: —Todo el mundo tranquilo, todo está bien. Parece que nuestro vehículo está emprendiendo una nueva maniobra. A eso se debían de referir esas advertencias de las luces... Por cierto, Nicole, ¿dónde están usted y Francesca? Hiro y Richard van a despegar en el helicóptero.
—Estoy cerca del mar, quizás a dos minutos de distancia —respondió Francesca—. Nicole volvió atrás a comprobar no sé qué.
—De acuerdo —respondió Janos—. ¿Está usted ahí, Nicole? ¿Me capta, cosmonauta des Jardins? Hubo un silencio en la radio.
—Como ya sabe, Janos —intercaló Francesca—, las comunicaciones son bastante aleatorias desde aquí. Nicole sabe dónde encontrarse con el helicóptero. Volverá rápido, estoy segura. —Hizo una momentánea pausa. —¿Dónde están los demás? ¿Está bien todo el mundo?
—Brown y Heilmann están en contacto por radio con la Tierra. A estas alturas los de la AIE deben de estar trepados por las paredes. No hacen más que exigir que abandonemos Rama desde antes que se iniciara esta maniobra.
—En estos momentos estamos subiendo al helicóptero —dijo Richard Wakefield—. Estaremos ahí en unos minutos.
Ya está hecho. He elegido,
se dijo Francesca al oír a Richard. Se sentía sorprendentemente exaltada. Empezó a ensayar inmediatamente su historia:
Estábamos cerca del octaedro grande en la plaza central cuando Nicole divisó un callejón a nuestra derecha que no había observado antes. La calle que conducía al callejón era extremadamente estrecha, y observó que probablemente era una zona donde no podrían llegar las comunicaciones. Yo estaba cansada... habíamos andado demasiado aprisa. Así que me dijo que me adelantara al helicóptero...
—¿Y ya no volvió a verla? —interrumpió Richard Wakefield. Francesca negó con la cabeza. Richard estaba de pie en el hielo a su lado. Bajo ellos todo vibraba a medida que proseguía la larga maniobra. Las luces estaban encendidas de nuevo. Habían dejado de parpadear cuando empezó la maniobra.
El piloto Yamanaka estaba sentado en la cabina del helicóptero. Richard consultó su reloj.
—Ya hace casi cinco minutos desde que aterrizamos aquí. Tiene que haberle ocurrido algo. —Miró alrededor. —Quizá salga por algún otro lado.
Richard y Francesca subieron al helicóptero y Yamanaka despegó. Recorrieron la costa de la isla arriba y abajo, trazando dos veces un círculo sobre el solitario vehículo para el hielo.
—Diríjase a Nueva York —ordenó Wakefield—. Quizá podamos verla. Desde el helicóptero era virtualmente imposible ver el suelo de la ciudad. El helicóptero tenía que volar por encima de los edificios más altos. Las calles eran muy estrechas y las sombras causaban extraños efectos en los ojos. En una ocasión Richard creyó ver algo que se movía entre los edificios, pero resultó ser una ilusión óptica.
—Está bien, Nicole. ¿Dónde demonios está?
—Wakefield. —La sonora voz de David Brown resonó en la cabina del helicóptero. — Quiero que ustedes tres vuelvan inmediatamente a Beta. Necesitamos celebrar una reunión.
Richard se sorprendió al oír al doctor Brown. Desde que habían abandonado Beta era Janos quien monitorizaba sus comunicaciones.
—¿Qué ocurre, jefe? —respondió—. Todavía no hemos podido contactar con Nicole des Jardins. Tiene que salir de Nueva York de un momento a otro.
—Ya le daré los detalles cuando lleguen aquí. Tenemos que tomar algunas decisiones difíciles. Estoy seguro de que des Jardins se pondrá en contacto por radio apenas alcance la orilla.
No les tomó mucho tiempo cruzar el mar helado. Cerca del campamento Beta, Yamanaka posó el helicóptero sobre el vibrante suelo y los tres cosmonautas descendieron. Los otros cuatro miembros del equipo estaban aguardándolos.
—Ésta es una maniobra increíblemente larga —dijo Richard con una sonrisa mientras se acercaba a los demás—. Espero que los ramanes sepan lo que están haciendo.
—Es probable que sí —dijo sombríamente el doctor Brown—. Al menos eso es lo que piensa la Tierra. —Comprobó cuidadosamente su reloj. —Según la sección de navegación del control de la misión, debemos esperar a que esta maniobra dure todavía otros diecinueve minutos, más o menos algunos segundos.
—¿Cómo lo saben? —inquirió Wakefield—. ¿Acaso los ramanes han aterrizado en nuestro planeta y han entregado un plan de vuelo mientras nosotros estábamos aquí explorando?
Nadie rió.
—Si el vehículo prosigue con este índice de cambio de rumbo y aceleración —dijo Janos con una seriedad muy poco característica de él—, entonces en otros diecinueve minutos se habrá situado en un rumbo de colisión.
—¿Colisión con qué? —preguntó Francesca.
Richard Wakefield hizo unos rápidos cálculos mentales.
—¿Con la Tierra? —aventuró. Janos asintió.
—¡Jesús! —exclamó Francesca.
—Exacto—dijo David Brown—, Esta misión se ha convertido en un problema de seguridad para la Tierra. El Consejo Ejecutivo del Consejo de Gobiernos está reunido en este mismo momento para considerar todas las contingencias. Se nos ha dicho de la manera más enérgica posible que debemos abandonar Rama tan pronto como haya sido completada la maniobra. No tenemos que llevarnos nada excepto el cangrejo biot y nuestras pertenencias personales. Debemos...
—¿Qué hay de Takagishi? ¿Y des Jardins? —preguntó Wakefield.
—Dejaremos el vehículo para el hielo allí donde está, junto con un todo terreno aquí en Beta. Los dos son fáciles de manejar. Seguiremos estando de nuevo en contacto por radio desde la
Newton
. —El doctor Brown miró directamente a Richard. —Si esta nave espacial se sitúa realmente en un rumbo de colisión con la Tierra —dijo dramáticamente—, nuestras vidas individuales ya no serán importantes. Todo el curso de la historia estará a punto de verse transformado.
—Pero, ¿y si los ingenieros de navegación están equivocados? ¿Y si Rama simplemente está efectuando una maniobra que intersecta sólo momentáneamente la de la Tierra en una trayectoria de colisión? Podría ser que...
—Es extremadamente improbable. ¿Recuerda usted ese grupo de cortas maniobras en el momento de la muerte de Borzov? Cambiaron la orientación de la órbita de Rama de tal modo que pudiera conseguirse un impacto con la Tierra con sólo una maniobra larga en el momento exacto. Los ingenieros de la Tierra lo dedujeron hace treinta y seis horas. Le comunicaron por radio a O'Toole antes del amanecer de esta mañana que esperara la maniobra. No quise decir nada entonces, mientras todos estaban buscando a Takagishi.
—Eso explica por qué todo el mundo está tan ansioso de que salgamos de aquí —observó Janos.
—Sólo en parte —continuó el doctor Brown—. Los sentimientos hacia Rama y los ramanes son claramente distintos allá en la Tierra. Los directivos en la AIE y los líderes mundiales en el Consejo Ejecutivo del Consejo de Gobiernos se hallan al parecer convencidos de que Rama es implacablemente hostil.
Se detuvo unos segundos, como si estuviera reevaluando su propia actitud.
—Creo que están reaccionando demasiado emocionalmente, pero no puedo persuadirlos de lo contrario. Personalmente no veo ninguna prueba de hostilidad, sólo un desinterés y una indiferencia hacia unos seres absolutamente inferiores. Pero las imágenes televisadas de la muerte de Wilson han hecho su daño. La población del mundo no puede estar aquí a nuestro lado, no puede captar la majestuosidad de este lugar. Sólo puede reaccionar visceralmente al horror...
—Si usted cree que los ramanes no tienen intenciones hostiles —interrumpió Francesca—, entonces, ¿cómo explica esta maniobra? No puede ser una coincidencia. Ellos o ello han decidido por alguna razón encaminarse hacia la Tierra. No me sorprende que la gente allí esté traumatizada. Recuerde, la primera Rama nunca reconoció la presencia de sus visitantes en ningún sentido. Ésta es una respuesta espectacularmente distinta. Los ramanes nos están diciendo que saben...
—Alto. Alto —interrumpió Richard—. Creo que estamos precipitándonos demasiado rápidamente a sacar conclusiones. Disponemos de otros doce minutos antes que debamos empezar a pulsar los botones del pánico.
—De acuerdo, cosmonauta Wakefield —dijo Francesca, recordando ahora que era una periodista y activando su videocámara—. Para el público, ¿qué cree que significará si esta maniobra culmina en una trayectoria de impacto contra la Tierra?
Cuando finalmente habló, Richard lo hizo muy serio.
—Gente de la Tierra —dijo dramáticamente—, si Rama ha cambiado realmente su rumbo para visitar nuestro planeta, eso no quiere decir que sea un acto necesariamente hostil. No hay nada, repito, nada, que ninguno de nosotros haya visto u oído que indique que la especie que ha creado este vehículo espacial nos desea algún mal. Es cierto que la muerte del cosmonauta Wilson fue trastornadora, pero probablemente fue una respuesta aislada de un conjunto específico de robots antes que parte de un plan siniestro.
"Veo esta magnífica nave espacial como una sola máquina, casi orgánica en su complejidad. Es extraordinariamente inteligente, y se halla programada para una supervivencia a largo plazo. No es ni hostil ni amiga. Es muy probable que fuera diseñada para rastrear cualquier satélite que se le acercara y calcular de dónde era originaria la nave visitante. El cambio de la órbita de Rama para acercarse a las inmediaciones de la Tierra no significa por lo tanto más que una respuesta estándar a un encuentro iniciado por otra especie con capacidad de viajar al espacio. Es probable que se acerque simplemente para saber más de nosotros.
—Muy bien —comentó Janos Tabori con una sonrisa—. Eso fue casi filosófico. Wakefield rió nerviosamente.
—Cosmonauta Turgeniev —dijo Francesca, cambiando la dirección de la cámara—, ¿está de acuerdo con su colega? Inmediatamente después de la muerte del general Borzov, expresó usted abiertamente su preocupación acerca de que quizás alguna "fuerza superior", es decir, los ramanes, tuvieran algo que ver con esa muerte. ¿Cuáles son sus sentimientos ahora?
La normalmente taciturna piloto soviética miró directamente a la cámara con sus tristes ojos.
—Da
—dijo—, creo que el cosmonauta Wakefield es un muy brillante ingeniero. Pero no ha respondido a las preguntas más difíciles. ¿Por qué maniobró Rama durante la operación del general Borzov? ¿Por qué los biots hicieron pedazos a Wilson? ¿Dónde está el profesor Takagishi?