—No tiene absolutamente ni idea —le respondió la periodista italiana—. Y no le importa tampoco. ¿Creerá usted que ni siquiera sabe cómo conducir un coche eléctrico? Lo he visto contemplar un simple robot procesador de comida durante más de treinta minutos, intentando sin éxito imaginar cómo usarlo. Se moriría de hambre si alguien no lo ayudara.
—Oh, vamos, Francesca —respondió Nicole mientras las dos mujeres subían al asiento delantero del vehículo para el hielo—, no puede ser tan malo. Después de todo, tiene que saber usar todos los ordenadores del equipo y los dispositivos de comunicación, además del sistema de procesado de imágenes a bordo de la Newton. Usted tiene que estar exagerando.
El tono de la conversación era ligero e inofensivo. El doctor David Brown se dejó caer en el asiento de atrás y lanzó un suspiro.
—Seguramente ustedes dos, mujeres excepcionales, tendrán algo más importante que discutir. Si no, quizá pueden explicarme por qué un lunático científico japonés se marcha de nuestro campamento en medio de la noche.
—Según el ayudante de Maxwell, ese obsequioso codificador, Mills, mucha gente en la Tierra piensa que nuestro buen doctor japonés fue secuestrado por los ramanes.
—Oh, vamos, Francesca. Sea seria. ¿Por qué decidió el doctor Takagishi lanzarse a explorar por su cuenta?
—Yo tengo la idea —dijo lentamente Nicole— de que se sentía impaciente con el proceso previsto de exploración. Ya sabe lo fervientemente que cree en la importancia de Nueva York. Después del incidente Wilson... bueno, estaba bastante seguro de que sería ordenada la evacuación. Cuando volviéramos dentro, si volvíamos, el Mar Cilíndrico podía haberse fundido ya, y entonces sería mucho más difícil alcanzar Nueva York.
La honestidad natural de Nicole la impulsaba a contarles a Brown y a Sabatini los problemas cardíacos de Takagishi. Pero su sentido intuitivo le dijo que no confiara en sus dos compañeros.
—Simplemente no parece el tipo que vaya por ahí haciendo tonterías —estaba diciendo el doctor Brown—. Me pregunto si oyó o vio algo.
—Quizá tenía dolor de cabeza o no podía dormir por alguna otra razón —sugirió Francesca—. Reggie Wilson acostumbraba merodear por la noche cuando tenía problemas con su cabeza.
David Brown se inclinó hacia adelante.
—Por cierto —le dijo a Nicole—, Francesca me dijo que usted cree que la inestabilidad de Wilson pudo verse exacerbada por las píldoras contra el dolor de cabeza que estaba usando. Parece que conoce usted muy bien su farmacopea. Me sentí extremadamente impresionado por la rapidez con que identificó la píldora para dormir en particular que había tomado yo.
—Hablando de medicamentos —añadió Francesca tras una corta pausa—, Janos Tabori mencionó algo acerca de una conversación que había tenido con usted referente a la muerte de Borzov. Puede que no le comprendiera correctamente, pero creo que me dijo que usted está convencida de que podía haber implicada en ello una reacción a algún medicamento o droga.
Estaban avanzando firmemente sobre el hielo. La conversación se desarrollaba en un tono normal, aparentemente casual. No había ninguna razón obvia para mostrarse suspicaz.
Sin embargo,
se dijo Nicole mientras elaboraba una respuesta a las observaciones de Francesca,
estos últimos dos comentarios han parecido demasiado suaves. Casi como si los hubiera estado practicando.
Se volvió para mirar a David Brown. Sospechaba que Francesca podía disimular sin ningún esfuerzo, pero estaba segura de ser capaz de decir por la expresión facial del doctor Brown si sus preguntas eran o no ensayadas. El hombre se agitó ligeramente bajo su mirada fija.
—El cosmonauta Tabori y yo sostuvimos una conversación sobre el general Borzov, y empezamos a especular acerca de qué podía haber producido su dolor —dijo blandamente Nicole—. Después de todo, su apéndice estaba perfectamente sano, así que alguna otra cosa tenía que ser la responsable de su agudo dolor. En el transcurso de nuestra conversación, le mencioné a Janos que una reacción adversa a algún medicamento podía considerarse como una posible causa. No era una afirmación muy fuerte.
El doctor Brown pareció aliviado, e inmediatamente cambió de tema. Sin embargo, las palabras de Nicole no parecían haber satisfecho a Francesca.
A menos que esté equivocada, nuestra dama periodista tiene más preguntas,
meditó Nicole.
Pero no va a formularlas en este momento.
Observó a Francesca y pudo decir que la italiana no estaba prestando atención al monólogo del doctor Brown en el asiento trasero. Mientras éste hablaba de la reacción de la Tierra a la muerte de Wilson, Francesca parecía profundamente sumida en sus pensamientos.
Hubo una momentánea quietud después que Brown terminó su comentario. Nicole miró alrededor a los kilómetros de hielo, a los imponentes acantilados en los lados del Mar Cilíndrico, y a los rascacielos de Nueva York frente a ella. Rama era un mundo glorioso. Sintió una momentánea punzada de culpabilidad acerca de su desconfianza hacia Francesca y el doctor Brown.
Es una vergüenza que nosotros los seres humanos nunca seamos capaces de avanzar en la misma dirección,
se dijo Nicole.
Ni siquiera cuando nos vemos enfrentados al infinito.
—No puedo imaginar cómo lo ha conseguido —rompió de pronto el silencio Francesca. Se había vuelto para dirigirse a Nicole. —Incluso después de todo este tiempo, ni siquiera las revistas sensacionalistas han podido publicar ningún titular. Y no se necesita un genio para imaginar cuándo debió ocurrir.
El doctor Brown se mostró completamente perdido.
—¿De qué demonios estás hablando? —preguntó.
—De nuestra famosa oficial de ciencias vitales —respondió Francesca—. ¿No encuentra fascinante que, después de todo este tiempo, la identidad del padre de su hija sea aún desconocida del gran público?
—Signora Sabatini —dijo inmediatamente Nicole en italiano—, como ya le dije en una ocasión, ese tema no es asunto suyo. No toleraré este tipo de intrusión en mis asuntos privados...
—Sólo deseaba recordarle, Nicole —interrumpió rápidamente Francesca, también en italiano— que usted tiene secretos que tal vez no desee que sean expresados a la luz pública.
David Brown miró desconcertado a las dos mujeres. No había comprendido ni una palabra de las últimas frases, y estaba confuso ante la obvia tensión.
—Bueno, David —dijo Francesca con tono condescendiente—, nos estaba hablando usted del humor imperante en la Tierra. ¿Cree que nos van a ordenar que volvamos a casa? ¿O simplemente vamos a abortar esta incursión en particular?
—El Consejo Ejecutivo del Consejo de Gobiernos ha convocado una sesión especial para esta misma semana —respondió el hombre desconcertado tras una vacilación—. El doctor Maxwell supone que se nos dirá que abandonemos el proyecto.
—Eso sería una reacción típica de un grupo de oficiales del gobierno cuyo objetivo primario ha sido siempre minimizar los riesgos —comentó Francesca—. Por primera vez en la historia, unos seres humanos adecuadamente preparados están explorando el interior de un vehículo construido por otras inteligencias. Sin embargo, en la Tierra, los políticos siguen actuando como si no hubiera ocurrido nada fuera de lo normal. Son incapaces de tener visión. Es sorprendente.
Nicole des Jardins no escuchó el resto de la conversación de Francesca con el doctor Brown. Su mente estaba aún enfocada en su anterior intercambio de palabras.
Debe de creer que tengo pruebas de los medicamentos hallados en Borzov,
se dijo.
No hay otra explicación posible a la amenaza.
Cuando alcanzaron el borde del hielo, Francesca pasó diez minutos preparando la cámara robot y el equipo de sonido para una secuencia que los mostrara a los tres preparándose para "explorar la ciudad alienígena" en busca de su colega desaparecido. Las quejas de Nicole al doctor Brown acerca de la pérdida de tiempo no fueron escuchadas. Sin embargo, hizo que el hecho de que estaba irritada resultara evidente negándose a participar en la secuencia de vídeo. Mientras Francesca completaba sus preparativos, Nicole subió la escalera más cercana y estudió la ciudad de los rascacielos. Detrás y debajo de ella, Nicole pudo oír a Francesca invocar el dramatismo del momento para los millones de espectadores allá en la Tierra.
—Aquí estoy en las afueras de la misteriosa ciudad de Nueva York. Fue cerca de este mismo lugar donde el doctor Takagishi, el cosmonauta Wakefield y yo misma oímos unos extraños sonidos esta misma semana. Tenemos razones para sospechar que Nueva York puede haber sido el destino del profesor cuando abandonó el campamento Beta la noche pasada para efectuar alguna exploración solitaria y no autorizada...
"¿Qué le ha ocurrido al profesor? ¿Por qué no responde cuando es llamado por el equipo de comunicaciones? Ayer fuimos testigos de una terrible tragedia cuando el periodista Reggie Wilson, arriesgando su propia vida para salvar a esta reportera, fue atrapado dentro del todo terreno que conducía y no consiguió escapar a las poderosas pinzas de los cangrejos biots. ¿Ha caído un destino similar sobre nuestro experto en Rama? ¿Han creado quizá los extraterrestres que construyeron hace eones este sorprendente vehículo una sofisticada trampa destinada a dominar y finalmente destruir a cualquier desprevenido visitante? No lo sabemos seguro. Pero nosotros...
Desde su ventajoso punto de observación sobre el muro, Nicole intentó ignorar a Francesca e imaginar en qué dirección podía haber ido el doctor Takagishi. Consultó los mapas almacenados en su ordenador de bolsillo.
Debió de ir hacia el centro geométrico exacto de la ciudad,
concluyó.
Estaba seguro de que había algún significado en la geometría.
Llevaban recorriendo el alucinante laberinto de calles desde hacía tan sólo veinte minutos, pero ya se sentían irremediablemente perdidos sin sus orientadores personales. No tenían ningún plan de búsqueda establecido. Simplemente caminaron hacia arriba y abajo por las calles en un esquema casi al asar. Cada tres o cuatro minutos se producía otra trasmisión del almirante Heilmann al doctor Brown, y el equipo de búsqueda tenía que hallar rápidamente alguna localización donde la fuerza de la señal llegara satisfactoriamente.
—A este paso —observó Nicole cuando oyeron una vez más la débil voz de Otto Heilmann en el comunicador—, nuestra búsqueda nos va a tomar una eternidad. Doctor Brown, ¿por qué no se queda usted simplemente en un lugar? Entonces Francesca y yo podríamos...
—Atención. Atención. —Oyeron a Otto más claramente cuando David Brown se trasladó a un espacio despejado entre dos altos edificios—. ¿Captaron esta última trasmisión?
—Me temo que no, Otto —respondió el doctor Brown—. Por favor, repítala.
—Yamanaka, Wakefield y Turgeniev han cubierto el tercio del fondo del Hemicilindro Norte. Ninguna señal de Takagishi. Es improbable que haya podido ir más al norte, a menos que fuera a una de las ciudades. En ese caso hubiéramos debido ver sus huellas en alguna parte. Así que probablemente ustedes están en el buen camino.
"Mientras tanto, tenemos grandes noticias aquí. Nuestro cangrejo biot capturado empezó a moverse hará unos dos minutos. Está intentando escapar, pero hasta ahora sus herramientas apenas han mellado un poco la jaula. Tabori está trabajando febrilmente para construir otra jaula más grande y fuerte que pondrá por fuera de la primera. He hecho volver el helicóptero de Yamanaka a Beta para que le eche a Tabori una mano. Debería estar aquí en un minuto... Espere... Llega algo urgente procedente de Wakefield... Lo pondré en línea.
El acento británico de Richard Wakefield era inconfundible, aunque su voz apenas llegaba al trío en Nueva York.
—Arañas —gritó en respuesta a una pregunta del almirante Heilmann—. ¿Recuerdan la araña biot diseccionada por Laura Ernst? Bien, podemos ver seis de ellas justo más allá del acantilado sur. Están todas encima de esa cabaña temporal que construimos. Y, de alguna forma, al parecer han reparado a esos dos cangrejos biots muertos, porque los hermanos de nuestro prisionero avanzan hacia el polo sur...
—¡Imágenes! —gritó Francesca Sabatini en la radio—. ¿Está tomando imágenes?
—¿Qué? Lo siento, no he captado.
—Francesca desea saber si usted está tomando imágenes —aclaró el almirante Heilmann.
—Por supuesto, querida —dijo Richard Wakefield—. Tanto el sistema de filmación automático del helicóptero como la cámara manual que usted me dio esta mañana han estado zumbando sin interrupción. Las arañas biots son sorprendentes. Nunca he visto nada que se mueva tan rápido... Por cierto, ¿alguna señal de nuestro profesor japonés?
—Todavía no —dijo David Brown desde Nueva York—. Es lento recorrer este laberinto. Tengo la sensación de estar buscando una aguja en un pajar.
El almirante Heilmann repitió el status de la búsqueda de la persona desaparecida para Wakefield y Turgeniev en el helicóptero. Luego Richard dijo que volvían a Beta para cargar combustible.
—¿Qué pasa con usted, David? —preguntó Heilmann—. En vista de todo, incluida la necesidad de mantener a esos bastardos de la Tierra informados, ¿no cree que debería regresar usted también a Beta? Las cosmonautas Sabatini y des Jardins pueden proseguir la búsqueda del doctor Takagishi. Si es necesario, podemos enviar a alguien para que lo reemplace a usted cuando el helicóptero acuda a recogerlo.
—No sé, Otto, todavía no... —Francesca accionó el interruptor del trasmisor de radio de David Brown en medio de su respuesta. Él le lanzó una furiosa mirada que se ablandó rápidamente.
—Necesitamos hablar acerca de esto —dijo ella finalmente—. Dígale que lo llamará en un par de minutos.
Nicole quedó asombrada por la conversación que se desarrolló entonces entre Francesca y David Brown. Ninguno de ellos parecía preocupado en lo más mínimo por la suerte del doctor Takagishi. Francesca insistía en que ella tenía que volver a Beta inmediatamente para cubrir
todas
las historias que pudieran desarrollarse. El doctor Brown estaba ansioso porque se hallaba apartado de la acción "primaria" de la expedición.
Cada cual argumentó que sus razones para regresar eran más importantes. ¿Y si ambos abandonaban Nueva York? No, no podían dejar a la cosmonauta des Jardins sola. Quizás ella debería volver con ellos también, y podrían reanudar la búsqueda de Takagishi cuando las cosas se hubieran calmado un poco, dentro de algunas horas... Finalmente, Nicole estalló.