—Profesor Brown —el eminente erudito japonés intentó una última llamada a la razón—, por favor mire alrededor. Intente imaginar las capacidades de las criaturas que construyeron este sorprendente vehículo. Intente apreciar la posibilidad de que quizá, sólo quizá, lo que estamos intentando hacer pueda ser considerado como un acto hostil que, en consecuencia, sea comunicado de algún modo a la inteligencia que sea que dirige esta nave espacial. Suponga que, como resultado de ello, nosotros, como representantes de la especie humana, nos estemos condenando no sólo a nosotros mismos, sino también, en algún sentido más amplio, a todos nuestros semejantes...
—Tonterías —bufó David Brown—. ¿Cómo puede alguien acusarme alguna vez a mi de alocadas especulaciones...? —Rió estentóreamente. —Esto es absurdo. Las pruebas más abrumadoras indican que esta Rama tiene la misma función y finalidad que su predecesora, y es completamente indiferente a nuestra existencia. El hecho de que una simple subfamilia de robots se una cuando se vea amenazada no tiene ningún significado en particular. —Miró a todos los demás. —Digo que ya basta de hablar, Otto. A menos que usted objete algo, vamos a seguir con la captura de un biot.
Hubo una corta vacilación desde el otro lado del Mar Cilíndrico. Luego, los cosmonautas oyeron la respuesta afirmativa del almirante Heilmann.
—Adelante, David. Pero no corra riesgos innecesarios.
—¿Cree usted que estamos realmente en peligro? —preguntó Hiro Yamanaka al doctor Takagishi mientras la nueva táctica de captura era revisada por Brown, Tabori y Wakefield. El piloto japonés estaba contemplando en la distancia las enormes estructuras del cuenco Sur, pensando, quizá por primera vez, en la vulnerabilidad de su posición.
—Probablemente no —respondió su compatriota—. Pero es una locura tomar tales...
—Locura es la palabra perfecta para ello —interrumpió Reggie Wilson—. Usted y yo somos los dos únicos oponentes que hemos expresado nuestra opinión respecto de proseguir con esta estupidez. Pero nuestras objeciones han sonado a locura e incluso a cobardía. Personalmente, deseo que una de esas malditas cosas desafíe al estimado doctor Brown a un duelo. O, mejor aún que un rayo parta contra nosotros de una de esas espiras de ahí arriba.
Señaló hacia los grandes cuernos que Yamanaka había estado contemplando antes. La voz de Wilson cambió, y hubo un tono de miedo en ella.
—Estamos yendo más allá de nuestras posibilidades aquí, puedo captarlo en el aire. Hemos sido advertidos del peligro por potencias que ninguno de nosotros puede empezar a comprender. Pero ignoramos esas advertencias.
Nicole se apartó de sus colegas y contempló la animada reunión de planificación que tenía lugar a quince metros de ella. Los ingenieros Wakefield y Tabori estaban disfrutando realmente del desafío de vencer a los biots. Nicole se preguntó si Rama no estaría enviándoles realmente algún tipo de advertencia. Tonterías, se dijo, repitiendo la expresión de David Brown. Se estremeció involuntariamente mientras recordaba los escasos segundos que habían necesitado los cangrejos para destrozar la trampa metálica.
Estoy reaccionando excesivamente. Y también Wilson. No hay ninguna razón para tener miedo.
Sin embargo, mientras se volvía de nuevo y miraba a través de los binoculares para estudiar la formación de biots a medio kilómetro de distancia, hubo en ella un miedo palpable que no pudo eliminar. Los seis cangrejos no se habían movido en casi dos horas. Seguían aún apiñados en su formación original.
¿Qué es lo que pretendes realmente, Rama?,
se preguntó por enésima vez. Su siguiente pregunta la sobresaltó. Nunca la había verbalizado antes.
¿Y cuántos de nosotros vamos a regresar a la Tierra para contar tu historia?
Para el segundo intento de captura, Francesca deseaba estar en el suelo al lado de los biots. Como antes, Turgeniev y Tabori estaban arriba en el primer helicóptero con el equipo más importante. Brown, Yamanaka y Wakefield estaban en el otro helicóptero. El doctor Brown había invitado a Wakefield a que le proporcionara sus consejos en directo; Francesca había persuadido por supuesto a Richard de que tomara algunas imágenes aéreas para ella como complemento de las imágenes automáticas del sistema del helicóptero.
Reggie Wilson condujo en el todo terreno a los cosmonautas de tierra hasta el emplazamiento donde estaban los biots.
—Éste es un buen trabajo para mí —dijo mientras se acercaban a la localización de los cangrejos alienígenas—. Chofer. —Alzó la vista hacia el distante techo de Rama. —¿Se dan cuenta, amigos? Soy versátil. Puedo hacer muchas cosas. —Miró a Francesca a su lado en el asiento delantero. —Por cierto, señora Sabatini, ¿tiene usted intención de agradecerle a Nicole el espectacular trabajo que hizo? Fueron sus imágenes de acción desde el suelo las que capturaron la atención de toda la audiencia en su última trasmisión.
Francesca estaba atareada comprobando todo su equipo vídeo, y al principio ignoró el comentario de Reggie. Cuando éste repitió su observación, respondió, sin alzar la vista:—¿Puedo recordarle al señor Wilson que no necesito sus consejos no solicitados acerca de cómo llevar mis asuntos?
—Hubo un tiempo —murmuró Reggie para sí mismo, sacudiendo la cabeza— en que las cosas eran muy diferentes. —Miró a Francesca. No había ninguna indicación de que estuviera escuchando siquiera. —Por aquel entonces yo todavía creía en el amor —dijo con voz ligeramente más alta—. Antes de que conociera la traición. O la ambición y su egoísmo.
Hizo girar bruscamente el volante del todo terreno hacia la izquierda, y se detuvo con un violento frenazo a unos cuarenta metros al oeste de los biots. Francesca bajó sin una palabra. Al cabo de tres segundos estaba hablando con David Brown y Richard Wakefield por la radio acerca de la cobertura de vídeo en la captura. El siempre educado doctor Takagishi dio las gracias a Reggie Wilson por conducir el todo terreno.
—¡Ahí vamos! —gritó Tabori desde arriba. Situó en posición el colgante nexo para el segundo intento. El nexo era una esfera redonda y pesada de unos veinte centímetros de diámetro, con una docena de pequeños agujeros o indentaciones en su superficie. Fue descendida lentamente sobre el centro del caparazón de uno de los biots exteriores. A continuación, Tabori trasmitió una sucesión de órdenes desde el flotante helicóptero al procesador en el nexo, ordenando la extensión de la masa de hilos metálicos enrollados en la parte superior del interior de la esfera. Los cangrejos no se movieron en absoluto cuando los hilos envolvieron apretadamente al biot tomado como blanco.
—¿Qué opina usted, inspector? —preguntó Janos a Richard Wakefield en el otro helicóptero.
Richard comprobó el extraño aparato. El grueso cable estaba unido a una recia polea en la parte de atrás del helicóptero. Quince metros más abajo, la bola metálica se había asentado sobre la espalda del biot tomado como blanco, y unos delgados filamentos se habían extendido desde el interior de la bola en torno de la parte superior e inferior del caparazón.
—Parece bien —respondió Richard—. Ahora sólo queda una pregunta. ¿Es el helicóptero más potente que su abrazo colectivo?
David Brown ordenó a Irina Turgeniev alzar la presa. Incrementó lentamente la velocidad de las palas e intentó ascender. La débil flaccidez en el cable desapareció, pero los biots apenas se movieran.
—O son muy pesados, o se sujetan al suelo de alguna forma —dijo Richard—. Déles un tirón brusco.
La repentina sacudida en el cable alzó momentáneamente toda la formación de biots en el aire. El helicóptero se agitó mientras la masa de biots colgaba a dos o tres metros del suelo. Los dos cangrejos no unidos al cangrejo tomado como blanco fueron los primeros en desprenderse, cayendo en un inmóvil montón unos segundos después de alzarse en el aire. Los otros tres permanecieron unidos durante diez segundos antes de desprender finalmente sus pinzas de su compañero y caer también al suelo. Hubo gritos unánimes de alegría y felicitaciones mientras el helicóptero ascendía más alto en el cielo.
Francesca estaba filmando la secuencia de la captura desde una distancia de unos diez metros. Después que los últimos tres biots, incluido el líder, hubieron soltado sus pinzas del cangrejo tomado como blanco y caído al suelo ramano, se inclinó hacia atrás para grabar el helicóptero mientras se encaminaba hacia las orillas del Mar Cilíndrico con su presa. Necesitó dos o tres segundos para darse cuenta de que todo el mundo le estaba gritando algo.
El biot líder y sus dos últimos compañeros no habían quedado inmóviles cuando golpearon el suelo. Aunque ligeramente dañados, estaban activos y en movimiento unos instantes después de su aterrizaje. Mientras Francesca filmaba la partida del helicóptero, el biot de cabecera captó su presencia y se lanzó hacia ella. Los otros dos lo siguieron apenas a un paso de distancia.
Estaba sólo a cuatro metros cuando Francesca, aún filmando, comprendió finalmente que ella era ahora la presa. Se volvió en redondo y echó a correr.
—¡Corra hacia el lado! —gritó Richard Wakefield por el comunicador—. ¡Ellos sólo pueden ir en línea recta!
Francesca zigzagueó, pero los biots continuaron siguiéndola. Su estallido original de adrenalina le permitió ampliar la distancia que la separaba de los cangrejos a diez metros. Pero mientras empezaba a cansarse, los infatigables biots empezaron a acercarse de nuevo. Resbaló y estuvo a punto de caer. Cuando consiguió recobrar su paso, el biot de cabecera estaba a no más de tres metros de ella.
Reggie Wilson había corrido hacia el todo terreno tan pronto como resultó claro que los biots estaban persiguiendo a Francesca. Una vez en los controles del vehículo, se encaminó hacia ella a toda velocidad. Su intención original era recogerla y alejarla del camino del asalto de los biots. Sin embargo, estaban demasiado cerca de ella, así que decidió lanzarse desde un lado contra los tres cangrejos. Hubo un resonar de metal contra metal cuando el ligero vehículo embistió contra los biots. El plan de Reggie funcionó. El impulso del choque arrojó a Reggie y los cangrejos varios metros hacia un lado. La amenaza contra Francesca había sido desviada.
Pero los biots no habían quedado incapacitados. Muy lejos de ello. Pese al hecho de que uno de los cangrejos perseguidores había perdido una pata y el biot de cabecera tenía una pinza ligeramente dañada, al cabo de unos segundos los tres se habían lanzado y estaban trabajando sobre el todo terreno. Empezaron corlando la estructura metálica a trozos con sus pinzas, y luego utilizaron su temible colección de sondas y limas para desgarrar los trozos a piezas aún más pequeñas.
Reggie quedó momentáneamente atontado por el impacto del vehículo contra los biots. Los cangrejos alienígenas habían sido más pesados de lo que había anticipado, y los daños en el todo terreno eran graves. Tan pronto como se dio cuenta de que los biots aún seguían activos, intentó saltar fuera del vehículo. Pero no pudo. Sus piernas habían quedado aprisionadas bajo el hundido tablero de mandos.
Su absoluto terror no duró más de diez segundos. No había nada que nadie pudiera hacer. Los aterrorizados gritos de Reggie Wilson resonaron en la inmensidad de Rama mientras los biots lo hacían pedazos exactamente igual que si formara parte del todo terreno. Lo hicieron de una forma rápida y sistemática. Tanto Francesca como la cámara automática del helicóptero filmaron los últimos segundos de su vida. Las imágenes fueron trasmitidas en directo a la Tierra.
Nicole permanecía sentada inmóvil en el campamento Beta. No podía borrar de su mente la horrible imagen del rostro de Reggie Wilson, contorsionado por el terror, mientras su cuerpo era cortado a pedazos. Intentó obligarse a pensar en alguna otra cosa.
¿Y ahora qué?,
se preguntó.
¿Qué será de la misión ahora?
Afuera era de nuevo oscuro en Rama. Las luces se habían apagado bruscamente hacía tres horas, tras un período de iluminación que duró treinta y dos segundos menos que el anterior día ramano. La desaparición de las luces hubiera debido suscitar mucha discusión y especulación. Pero no lo hizo. Ninguno de los cosmonautas deseaba hablar de nada. El horrible recuerdo de la muerte de Wilson pesaba demasiado sobre lodos.
La habitual reunión del equipo después de la cena había sido pospuesta hasta la mañana siguiente debido a que David Brown y el almirante Heilmann estaban enzarzados en una prolongada conferencia con los oficiales de la AIE allá en la Tierra. Nicole no había participado en ninguna de las conversaciones, pero no le resultaba difícil imaginar su contenido. Se dio cuenta de que había una muy auténtica posibilidad de que la misión fuera abortada. Los gritos y protestas del público debían de exigirlo. Después de todo, habían presenciado una de las escenas más horribles...
Nicole pensó en Genevieve sentada delante del televisor en Beauvois, mirando mientras el cosmonauta Wilson era metódicamente hecho pedazos por los biots. Se estremeció. Luego se riñó a sí misma por ser demasiado egoísta.
El auténtico horror,
se dijo,
debió producirse en Los Angeles.
Había tratado a la familia Wilson en dos ocasiones durante las primeras reuniones inmediatamente después de que fuera anunciada la selección del equipo. Nicole recordaba particularmente al niño. Se llamaba Randy. Tenía siete u ocho años, un rostro hermoso y ojos muy grandes. Le gustaban los deportes. Le había llevado a Nicole una de sus posesiones más preciadas, un programa de las Olimpiadas de 2184 en casi perfectas condiciones, y le había pedido que le firmara su autógrafo en la página que detallaba las pruebas del triple salto femenino. Ella le había revuelto el pelo y él le había dado las gracias con una enorme sonrisa.
La imagen de Randy Wilson contemplando morir a su padre por la televisión era demasiado para ella. Las lágrimas asomaron incontenibles a sus ojos.
Qué pesadilla ha sido este año para ti, muchacho,
pensó.
La montaña rusa de la vida. Primero la alegría de ver a tu padre seleccionado como cosmonauta. Luego toda la estupidez de Francesca y el divorcio. Y ahora esta terrible tragedia.
Nicole empezaba a sentirse deprimida, y su mente estaba aún demasiado activa para poder dormir. Decidió que deseaba algo de compañía. Se dirigió a la cabaña contigua y llamó suavemente a la puerta.
—¿Hay alguien ahí fuera? —oyó decir desde dentro.