—¿Qué le hace pensar que podemos capturar uno? —preguntó el general O'Toole—. Parece como si fueran realmente formidables.
—Estamos seguros de que esas criaturas, aunque parecen biológicas, en realidad son robots. De ahí el nombre de biots, que se hizo popular durante la primera expedición Rama y después de ella. Según todos los informes de Norton y los demás cosmonautas de Rama I, cada uno de esos biots está diseñado para realizar una función singular. No poseen inteligencia, tal como nosotros la conocemos. Deberíamos ser capaces de mostrarnos más listos que ellos..., y capturarlos.
Un primer plano de las pinzas-tijera apareció en la pantalla gigante. Evidentemente, eran muy afiladas.
—No sé —dijo el general O'Toole—. Me siento inclinado a seguir la sugerencia del doctor Takagishi y observarlos por un tiempo antes de intentar atrapar uno.
—No estoy de acuerdo —dijo Francesca—. Hablando como periodista, no hay mejor historia que el intento de capturar una de esas cosas. Todo el mundo en la Tierra mirará. Puede que no tengamos ninguna otra oportunidad como esta. —Hizo una pausa por un momento. —La AIE ha estado presionándonos para que ofrezcamos alguna noticia de impacto. El incidente de Borzov no convenció exactamente a los contribuyentes del mundo de que su dinero para el espacio estaba siendo gastado juiciosamente.
—¿Por que no podemos efectuar ambas tareas en la misma incursión? —preguntó el general O'Toole—. Un subequipo puede explorar Nueva York, y el otro puede ir tras un cangrejo.
—No es posible —respondió Nicole—. Si la meta de esta salida es atrapar un biot, entonces todos nuestros recursos deben ser aplicados en esa dirección. Recuerden, estamos limitados tanto en recursos como en tiempo.
—Desgraciadamente —dijo entonces David Brown con una lánguida sonrisa—, no podemos tomar esta decisión por comité. Puesto que no hay un completo acuerdo, debo tomar yo la decisión... En consecuencia, el propósito de la próxima incursión será capturar un cangrejo biot. Supongo que el almirante Heilmann estará de acuerdo conmigo. Si no lo está, someteremos el asunto a la votación del equipo.
La reunión se disolvió lentamente. El doctor Takagishi deseaba ofrecer una nueva argumentación, para señalar que la mayoría de las especies biot vistas por los exploradores de la primera Rama no se materializaron hasta después de fundirse el Mar Cilíndrico. Pero nadie deseaba ya escuchar. Todo el mundo estaba cansado.
Nicole se acercó a Takagishi y activó clandestinamente su escáner biométrico. El archivo de advertencia estaba vacío.
—Limpio como una patena —dijo con una sonrisa. Takagishi la miró muy seriamente.
—Nuestra decisión es un error —dijo sombríamente—. Deberíamos ir a Nueva York.
—Vaya con cuidado —le dijo el almirante Heilmann a Francesca—. Me pone nervioso verla inclinarse de este modo.
La signora Sabatini había asegurado sus tobillos bajo los asientos del helicóptero y ahora se estaba estirando fuera del plano de la puerta. Sujetaba una pequeña videocámara en su mano derecha. Tres o cuatro metros por debajo de ella, al parecer indiferentes a la zumbante máquina que tenían sobre sus cabezas, los seis cangrejos biots avanzaban metódicamente. Seguían todavía con su formación de falange, alineados como las tres primeras filas de un conjunto de bolos.
—Avance hacia el mar —indicó Francesca a Hiro Yamanaka—. Están llegando al borde y van de nuevo a la vuelta.
El helicóptero giró bruscamente hacia la izquierda y voló por encima del borde del acantilado de quinientos metros que separaba la mitad Sur de Rama del Mar Cilíndrico. La orilla allí era diez veces más alta que en su contrapartida norte. David Brown jadeó mientras contemplaba el helado mar a medio kilómetro a sus pies.
—Esto es ridículo, Francesca —dijo—. ¿Qué espera conseguir? La cámara automática en la nariz del helicóptero tomará las imágenes más adecuadas.
—Esta cámara fue específicamente diseñada para acción zoom —contestó ella—. Además, un poco de bamboleo da a las imágenes una mayor verosimilitud. —Yamanaka volvió a enfilar hacia la orilla. Los biots estaban ahora a unos treinta metros directamente al frente. El biot a la cabeza llegó a medio cuerpo del borde, se detuvo por una fracción de segundo, luego giró bruscamente hacia la derecha. Otro rápido giro de noventa grados a la derecha completó la maniobra y dejó al biot encaminándose directamente en dirección opuesta. Los otros cinco cangrejos siguieron a su líder, ejecutando sus giros hilera tras hilera con precisión militar.
—Esta vez los pesqué —dijo alegremente Francesca, echándose hacia atrás en el helicóptero—. De frente y perfectamente encuadrados. Y creo que capté un atisbo de movimiento en los ojos azules del líder justo antes que girara.
Los biots se estaban alejando ahora del acantilado a su velocidad habitual de diez kilómetros por hora. Su movimiento causaba una ligera indentación en el arcilloso suelo. Seguían un sendero paralelo a su anterior camino hacia el mar. Desde arriba, toda la región parecía como un jardín suburbano en el que parte de la hierba hubiera sido corlada... en un lado el suelo estaba limpio y uniformemente marcado con surcos paralelos, mientras que en el territorio aún no cubierto por los biots todavía no había ningún esquema definido.
—Esto puede llegar a hacerse aburrido —dijo Francesca, alzando juguetonamente los brazos y rodeando con ellos el cuello de David Brown—. Quizá pudiéramos divertimos con alguna otra cosa.
—Los observaremos sólo durante otra pasada. Su esquema es más bien simple. — Brown ignoró las ligeras cosquillas que Francesca le hacía en el cuello. Parecía como si estuviera comprobando mentalmente algún listado. Finalmente, habló a través del comunicador. —¿Qué opina usted, doctor Takagishi? ¿Hay alguna otra cosa que debamos hacer en este momento?
En el centro de control científico de la
Newton
, el doctor Takagishi estaba siguiendo el progreso de los biots a través del monitor.
—Sería extremadamente valioso —dijo— si pudiéramos descubrir algo más acerca de sus capacidades sensoras antes de intentar capturar uno de ellos. Hasta ahora no han respondido a los ruidos ni a los estímulos visuales distantes. De hecho, al parecer ni siquiera se han dado cuenta de nuestra presencia. Estoy seguro de que estará de acuerdo en que aún no disponemos de los datos suficientes para llegar a ninguna conclusión definitiva. Si pudiéramos exponerlos a todo un abanico de frecuencias electromagnéticas y calibrar sus respuestas, entonces quizá podríamos conseguir una mejor idea...
—Pero eso puede tomar
días
—interrumpió el doctor Brown—. Y, tras el análisis definitivo, todavía tendremos que correr un cierto riesgo. No puedo imaginar lo que podemos averiguar que altere materialmente nuestros planes.
—Si descubrimos algo más acerca de ellos primero —argumentó Takagishi—, podremos diseñar un procedimiento de captura mejor y más seguro. Incluso puede ocurrir que averigüemos algo que nos disuada por completo...
—Improbable —fue la brusca respuesta de David Brown. En lo que a él se refería, aquella discusión en particular quedaba cerrada. —Eh, aquí, Tabori —exclamó—. ¿Cómo van sus chicos con las cabañas?
—Ya casi hemos terminado —respondió el húngaro—. Otros treinta minutos como máximo. Luego estaremos listos para hacer una siesta.
—Pero primero comer un poco —intervino Francesca—. No se puede ir a dormir con el estómago vacío.
—¿Qué está cocinando usted, encanto? —dijo Tabori con tono burlón.
—
Osso buco alla Rama.
—Ya basta —interrumpió el doctor Brown. Hizo una pausa de un par de segundos. — O'Toole —dijo luego—, ¿puede ocuparse de la
Newton
usted solo? ¿Al menos durante las próximas doce horas?
—Afirmativo —fue la respuesta.
—Entonces envíe aquí abajo al resto del equipo. Cuando nos reunamos todos en el nuevo campamento ya deberá estar listo para ser ocupado. Comeremos y dormiremos un poco. Luego planearemos nuestra caza del biot.
Debajo del helicóptero, las seis criaturas como cangrejos seguían su incansable marcha a través del desnudo suelo. Los cuatro seres humanos los observaron tropezar con un nuevo límite distinto, en una fina tela metálica allá donde el suelo cambiaba de tierra a pequeñas rocas. Tan pronto como alcanzaron el pequeño sendero que dividía ambas secciones, los biots ejecutaron su giro en u. Luego se encaminaron de nuevo hacia el mar siguiendo una línea paralela adyacente a su último surco. Yamanaka hizo girar el helicóptero, aumentó su altitud y se encaminó hacia el campamento Beta a diez kilómetros al otro lado del Mar Cilíndrico.
Todos tenían razón,
estaba pensando Nicole.
Verlo a través del monitor no es nada en comparación con la realidad.
Estaba descendiendo al interior de Rama en el telesilla. Ahora que estaba más allá del punto intermedio, tenía una impresionante visión en todas direcciones. Recordaba haber tenido una sensación similar en una ocasión, cuando estuvo de pie en la Meseta Tonto en el Parque Nacional del Gran Cañón.
Pero eso era obra de la naturaleza, y ésta se tomó más de mil millones de años,
se dijo.
En realidad Rama fue construida por alguien. O algo.
La silla se detuvo momentáneamente. Shigeru Takagishi bajó un kilómetro por debajo de ella. Nicole no podía verlo, pero pudo oírlo hablar con Richard Wakefield a través del comunicador.
—Apresúrese —oyó exclamar a Reggie Wilson—. No me gusta estar sentado aquí en medio de la nada.
Nicole disfrutaba colgada allí en el telesilla. El sorprendente escenario que la rodeaba era temporalmente estático, y podía estudiar a gusto cualquier rasgo que fuera particularmente interesante.
Tras una pausa más para que bajara Wilson, Nicole se acercó al fin al fondo del telesilla Alfa. Observó, fascinada, cómo la visión de sus ojos mejoraba rápidamente durante los últimos trescientos metros de su descenso. Lo que había sido una mezcolanza de imágenes indistintas se resolvió en un todo terreno, tres personas, algo de equipo, y un pequeño campamento alrededor. Tras unos segundos más pudo identificar a cada uno de los tres hombres. Tuvo un rápido recuerdo de otro viaje en telesilla, en Suiza, unos dos meses antes. Una imagen del rey Henry destelló momentáneamente detrás de sus ojos. Fue reemplazada por el sonriente rostro de Richard Wakefield justo debajo de ella. Le estaba dando instrucciones sobre la mejor manera de bajar de su silla.
—No la pararé por completo —estaba diciendo—, pero la frenaré mucho. Suéltese el cinturón y luego ponga los pies en el suelo, andando, como si saliera de una cinta rodante.
La sujetó por la cintura y la alzó fuera de la plataforma. Takagishi y Wilson estaba ya en el asiento trasero del todo terreno.
—Bienvenida a Rama —dijo Wakefield. Luego, a través del comunicador: —De acuerdo, Tabori. Estamos todos aquí y listos para emprender la marcha. Cambiamos a modo de sólo escucha durante el viaje.
—Apresúrese —urgió Janos—. Nos está costando no devorar su comida... Por cierto, Richard, ¿querrá traer la Caja de Herramientas C cuando venga? Hemos estado hablando de redes y jaulas, y puede que necesite una variedad más amplia de artilugios.
—De acuerdo —respondió Wakefield. Se dirigió al campamento y entró en la única cabaña de apreciable tamaño. Emergió con una larga caja rectangular de metal que evidentemente era muy pesada. —Mierda, Tabori —dijo por la radio—, ¿qué demonios hay ahí dentro?
Todos pudieron oír una carcajada.
—Todo lo que uno pueda necesitar para atrapar un cangrejo biot. Y algunas cosas más.
Wakefield apagó el trasmisor y subió al todo terreno. Se alejaron de la escalera en dirección al Mar Cilíndrico.
—Esta caza del biot es la cosa más malditamente estúpida de la que nunca haya oído hablar —gruñó Reggie Wilson—. Alguien va a resultar herido.
Hubo silencio en el todo terreno durante casi un minuto. A su derecha, al límite de su visión, los cosmonautas apenas podían ver la ciudad ramana de Londres.
—Bien, ¿cómo se siente uno formando parte del segundo equipo? —dijo Wilson a nadie en particular.
Tras un embarazoso silencio, el doctor Takagishi se volvió para dirigirse a él:
—Disculpe, señor Wilson —dijo educadamente—, ¿se dirigía usted a mí?
—Por supuesto que sí —respondió Wilson, asintiendo enérgicamente con la cabeza—.
¿Acaso nadie le ha dicho nunca que es usted el científico número dos de esta misión? Supongo que no. —Tras una corta pausa, Wilson continuó: —Pero no me sorprende. Allá en la Tierra yo nunca llegué a saber que era el periodista número dos.
—Reggie, no creo... —empezó a decir Nicole antes de ser interrumpida.
—En cuanto a usted, doctora —Wilson se inclinó hacia adelante en el todo terreno—, puede que usted sea el único miembro del
tercer
equipo. He oído a nuestros gloriosos líderes Heilmann y Brown hablar acerca de usted. Les gustaría dejarla permanentemente en la
Newton
. Pero, puesto que tal vez necesiten sus habilidades...
—Ya basta —interrumpió Richard Wakefield. Había un filo amenazador en su voz. — Será mejor que deje de mostrarse desagradable. —Transcurrieron varios tensos segundos antes de que Wakefield hablara de nuevo: —Por cierto, Wilson —dijo en un tono algo más amistoso—, si recuerdo correctamente, es usted un fanático de las carreras. ¿No le gustaría conducir este buggy?
Era un sugerencia perfecta. Unos minutos más larde, Reggie Wilson estaba en el asiento del conductor al lado de Wakefield, riendo alocadamente mientras aceleraba el todo terreno en una cerrada curva. Los cosmonautas des Jardins y Takagishi se agarraron de donde pudieron en el asiento trasero.
Nicole observaba muy atentamente a Wilson.
Se muestra errático de nuevo,
estaba pensando. Son
al menos tres veces en los últimos dos días.
Intentó recordar cuándo había efectuado por última vez un examen completo de Wilson.
No desde el día después que muriera Borzov. En el intervalo he comprobado dos veces a los cadetes..., maldita sea,
se dijo,
dejé que mis preocupaciones con el incidente de Borzov me volvieran descuidada.
Tomó nota mental de examinar a fondo a todo el mundo tan pronto como le fuera posible tras su llegada al campamento Beta.
—Incidentalmente, mi buen profesor —dijo Richard Wakefield una vez que Wilson enderezó el vehículo y se encaminó en línea recta hacia el campamento—, tengo una