Brown no respondió. Takagishi se dirigió hacia el borde del risco y contempló el hielo a cincuenta metros debajo de él. A su derecha, la poco impresionante y estrecha escalera cortada en el risco descendía en cortos peldaños.
—¿Cuánto pesa el vehículo para el hielo? —preguntó.
—No mucho —respondió Wakefield—, Pero es voluminoso. ¿Está seguro de que no desea que instale las poleas? Siempre podemos cruzar mañana.
—Puedo ayudar a bajarlo —intervino Francesca—. Si al menos no vemos Nueva York, no podremos decir nada en la reunión de planificación de esta noche.
—De acuerdo —respondió Richard, agitando divertido la cabeza ante Francesca—. Todo sea por el periodismo. Yo iré delante, a fin de que la mayor parte de la carga descanse sobre mis espaldas. Francesca, colóquese en el centro. El doctor Takagishi en la parte de atrás. Vigilen los peldaños. Algunos tienen bordes afilados.
El descenso hasta la superficie del Mar Cilíndrico no presentó ningún problema.
—Por Dios —exclamó Francesca Sabatini mientras se preparaban a cruzar el hielo—, eso fue fácil. ¿Para qué se necesita un sistema de poleas?
—Porque es posible que en ocasiones tengamos que transportar alguna otra cosa o, perdón por el pensamiento, podamos defendernos durante el ascenso o el descenso.
Wakefield y Takagishi se sentaron en la parte delantera del vehículo. Francesca se situó detrás con la videocámara. Takagishi se fue animando más y más a medida que se acercaban a Nueva York.
—Simplemente miren este lugar —dijo cuando el vehículo estaba ya a sólo unos quinientos metros de la orilla opuesta—. ¿Puede haber alguna duda de que ésta es la capital de Rama?
A medida que el trío se aproximaba a la orilla, la impresionante visión de la extraña ciudad que se abría ante ellos inhibía toda conversación. Todo acerca de su complicada estructura hablaba de orden y decidida creación por parte de seres inteligentes; sin embargo, el primer grupo de cosmonautas, setenta años antes, la había hallado tan vacía de vida como el resto de Rama. ¿Era realmente aquel enorme complejo dividido en nueve secciones una máquina enormemente complicada, como los primeros visitantes habían sugerido, o era la larga y estrecha isla (diez kilómetros por tres) una auténtica ciudad cuyos habitantes habían desaparecido hacía mucho?
Detuvieron el vehículo para el hielo al borde del helado mar y recorrieron un sendero hasta hallar una escalera que conducía a los muros que rodeaban la ciudad. El excitado Takagishi avanzaba a grandes zancadas al menos a unos veinte metros por delante de Wakefield y Sabatini. Mientras ascendían, cada vez más detalles de la ciudad se hacían evidentes.
Richard se sintió inmediatamente intrigado por las formas geométricas de los edificios. Además de los habituales altos y delgados rascacielos, había dispersas algunas esferas, sólidos rectangulares, incluso algún poliedro ocasional. Y, definitivamente, estaban dispuestos siguiendo alguna especie de esquema.
Sí,
pensó para sí mismo mientras sus ojos escrutaban el fascinante complejo de estructuras,
aquí hay un dodecaedro, allí un pentaedro...
Sus meditaciones matemáticas fueron interrumpidas cuando todas las luces se extinguieron de repente, y todo el interior de Rama se vio sumido en la oscuridad.
Al principio Takagishi no pudo ver absolutamente nada. Era como si de repente se hubiera quedado ciego. Parpadeó dos veces y permaneció inmóvil en la oscuridad total. El momentáneo silencio en las líneas de comunicación entró en erupción y se convirtió en un ruido abrumador cuando todos los cosmonautas empezaron a hablar al mismo tiempo. Calmadamente, luchando contra su creciente miedo, Takagishi intentó recordar la escena que tenía delante de sus ojos en el momento en que se extinguieron las luces.
Estaba de pie sobre el muro que dominaba Nueva York, aproximadamente a un metro del peligroso borde. En el segundo final había estado mirando hacia la izquierda y había divisado apenas una escalera que descendía hacia la ciudad a unos doscientos metros de distancia. Luego la escena se había desvanecido...
—Takagishi —oyó llamar a Wakefield—, ¿está bien?
Se volvió para responder a la pregunta y se dio cuenta de que sus rodillas se habían vuelto blandas. En la completa oscuridad había perdido todo sentido de la orientación.
¿Cuántos grados había girado? ¿Había estado mirando directamente a la ciudad? Recordó de nuevo la última imagen. La parte superior del muro estaba a treinta o treinta y cinco metros por encima del suelo de la ciudad. Una caída sería fatal.
—Estoy aquí —dijo tentativamente—. Pero me hallo demasiado cerca del borde. —Se dejó caer sobre manos y rodillas. El metal era frío contra sus manos.
—Ahora venimos —dijo Francesca—. Estoy intentando hallar el foco de mi videocámara.
Takagishi bajó el volumen de su equipo de comunicación y escuchó el sonido que hacían sus compañeros. Unos segundos más tarde vio una luz en la distancia. Apenas pudo distinguir las siluetas de sus dos asociados.
—¿Dónde está usted, Shigeru? —preguntó Francesca. El foco de su cámara iluminaba solamente la zona inmediatamente alrededor de ella.
—Aquí arriba. Aquí arriba. —Agitó una mano antes de darse cuenta de que ellos no podían verlo.
—Quiero a todo el mundo completamente inmóvil —gritó la voz de David Brown por el sistema de comunicaciones— hasta que hayamos localizado a todos. —Las conversaciones cesaron al cabo de unos segundos. —Ahora —prosiguió—, Francesca, ¿qué ocurre ahí abajo?
—Estamos subiendo la escalera del muro que rodea Nueva York, David, aproximadamente a un centenar de metros de donde estacionamos el vehículo para el hielo. El doctor Takagishi iba delante de nosotros, ya está arriba. Tenemos el foco de mi cámara. Vamos a reunirnos con él.
—Janos —dijo el doctor Brown a continuación—, ¿dónde está usted con el todo terreno número dos?
—A unos tres kilómetros del campamento. Los faros funcionan bien. Podemos estar de regreso en diez minutos aproximadamente.
—Vuelva aquí y hágase cargo de la consola de navegación. Seguiremos en el aire hasta que haya verificado que el sistema de radioguía es operativo desde su lado... Francesca, vayan con cuidado, pero regresen al campamento tan rápido como puedan. Y emitan un informe cada dos minutos aproximadamente.
—De acuerdo, David —dijo ella. Cortó su equipo de comunicaciones y llamó a Takagishi de nuevo. Pese al hecho de que se hallaba tan sólo a treinta metros de distancia, Francesca y Richard necesitaron más de un minuto para hallarlo en la oscuridad.
Takagishi se sintió aliviado de tocar a sus colegas. Se sentaron a su lado sobre el muro y escucharon el renovado parloteo por el sistema de comunicaciones. O'Toole y des Jardins verificaron que no se habían producido otros cambios observables en el interior de Rama en el momento en que se apagaron las luces. La media docena de estaciones científicas portátiles que habían sido desplegadas ya en la nave espacial alienígena no habían señalado ninguna perturbación significativa. Temperatura, velocidad y dirección del viento, lecturas sísmicas y medidas espectroscópicas no reflejaban ningún cambio.
—Así que simplemente las luces se apagaron —dijo Wakefield—. Admito que es para asustarse, pero no fue gran cosa tampoco. Probablemente...
—Shhh —dijo Takagishi bruscamente. Se inclinó y apagó su equipo de comunicaciones y el de Wakefield. —¿Oyen ese ruido?
Para Wakefield, el repentino silencio fue casi tan alarmante como lo había sido la total oscuridad unos minutos antes.
—No —dijo en un susurro, tras escuchar durante unos segundos—. Pero mi oído no es muy...
—Shhh —ahora fue el turno de Francesca—. ¿Se refiere usted a ese agudo sonido distante, como un raspar? —susurró.
—Sí —dijo Takagishi, en voz baja pero excitadamente—. Como si algo estuviera rozando contra una superficie metálica. Sugiere movimiento.
Wakefield escuchó de nuevo. Quizá podía oír algo. Quizá simplemente lo imaginaba.
—Vamonos —dijo a los otros—, volvamos al vehículo.
—Espere —dijo Takagishi mientras Richard se levantaba—. Pareció cesar justo en el momento en que usted hablaba. —Se inclinó hacia Francesca. —Apague la luz —dijo en voz baja—. Permaneceremos sentados aquí en la oscuridad y veremos si podemos oírlo de nuevo.
Wakefield volvió a sentarse junto a sus compañeros. Con la luz de la cámara apagada, la oscuridad era total. El único sonido audible era sus respiraciones. Aguardaron durante todo un minuto. No oyeron nada. En el momento en que Wakefield iba a insistir que se fueran, oyeron un sonido procedente de Nueva York. Era como cepillos de cerdas duras raspando contra metal, pero también había mezclado un sonido de alta frecuencia, como si una voz muy aguda estuviera cantando muy aprisa, puntuada por el casi constante raspar. El sonido era definitivamente más fuerte. Y extraño. Wakefield sintió que se le erizaba el vello de la espalda.
—¿Tiene usted una grabadora audio? —susurró Takagishi a Francesca. El raspar cesó ante el sonido de la voz de Takagishi. El trío aguardó otros quince segundos.
—¡Eh, aquí! —oyeron la fuerte voz de David Brown por el canal de emergencia—, ¿Están todos bien? No han informado como quedamos.
—Sí, David —respondió Francesca—. Todavía estamos aquí. Hemos oído un sonido extraño procedente de Nueva York.
—Oh, vamos, no es el momento de perder el tiempo con tonterías. Tenemos una crisis importante en nuestras manos. Todos nuestros nuevos planes habían supuesto que Rama seguiría iluminada. Necesitamos reagrupamos.
—De acuerdo —respondió Wakefield—. Abandonamos ahora el muro. Si todo va bien, estaremos de vuelta en el campamento en menos de una hora.
El doctor Shigeru Takagishi se mostró renuente a abandonar Nueva York con el misterio del extraño sonido por resolver. Pero comprendía plenamente que no era el momento más adecuado para una incursión científica a la ciudad. Mientras el vehículo para el hielo avanzaba a toda velocidad a través del helado Mar Cilíndrico, el científico japonés sonrió para sí mismo. Se sentía feliz. Sabía que había oído un nuevo sonido, algo decididamente diferente de cualquiera de los sonidos catalogado por el primer equipo de Rama. Eso era un buen comienzo.
Los cosmonautas Tabori y Wakefield fueron los dos últimos en subir por el telesilla al lado de la escalera Alfa.
—Takagishi estaba realmente irritado con el doctor Brown, ¿verdad? —le estaba diciendo Richard a Janos mientras ayudaba al húngaro a saltar de la silla. Se deslizaron a lo largo de la rampa hasta el trasbordador.
—Nunca lo había visto tan furioso —respondió Janos—. Shing es un consumado profesional, y se siente enormemente orgulloso de sus conocimientos sobre Rama. El que Brown deseche de esta manera tan casual el ruido que ustedes oyeron sugiere una ausencia total de respeto hacia Takagishi. No culpo a Shig por estar irritado.
Subieron a bordo del trasbordador y activaron el módulo de transporte. La enorme oscuridad de Rama se retiró tras ellos mientras avanzaban a través del iluminado corredor hacia la
Newton
.
—Era un sonido muy extraño —dijo Richard—. Realmente me dio escalofríos. No tengo ni idea de si se trataba de un nuevo sonido, o de si Norton y su equipo lo habían oído también hace setenta años. Pero sí sé que tuve una buena sesión de nervios mientras estaba allí encima de aquel muro.
—Incluso Francesca se mostró irritada con Brown al principio. Deseaba hacer una entrevista a Shig sobre el caso para su informe de la noche. Brown se lo quitó de la cabeza, pero no estoy seguro de que la convenciera por completo de que aquellos extraños ruidos no son noticia. Afortunadamente, ya tiene suficiente historia con sólo el hecho de que las luces se apagaran.
Los dos hombres descendieron del trasbordador y se acercaron a la esclusa.
—Huau —dijo Janos—. Estoy hecho polvo. Han sido un par de días largos y ajetreados.
—Sí —reconoció Richard—. Pensamos que podríamos pasar las dos noches restantes en el campamento. En vez de ello, volvemos a estar aquí arriba. Me pregunto qué sorpresas nos aguardan mañana.
Janos sonrió a su amigo.
—¿Sabe qué es lo más divertido de todo esto? —dijo. No aguardó a que Wakefield respondiera. —Brown cree realmente que está a cargo de esta misión. ¿Vio usted cómo reaccionó cuando Takagishi sugirió que podemos explorar Nueva York en la oscuridad? Brown probablemente piensa que fue decisión suya el regresar a la
Newton
y abortar la primera incursión.
Richard miró a Janos con una sonrisa interrogadora.
—No lo fue, por supuesto —prosiguió Janos—. Rama tomó la decisión de que nos fuéramos. Y Rama decidirá lo que hagamos a continuación.
En su sueño estaba tendido en
futon en un ryokan
del siglo XVII. La habitación era muy grande, nueve esterillas tatami en total. A su izquierda, en el patio al otro lado de la abierta división, había un jardín en miniatura con pequeños árboles y un arroyo cuidadosamente dispuesto. Estaba aguardando a una joven.
—Takagishi-san, ¿está despierto?
Se agitó y tendió la mano hacia el comunicador.
—Hola —dijo, dándose cuenta de que su voz traicionaba su estado medio dormido—.
¿Quién es?
—Nicole des Jardins —dijo la voz—. Lamento molestarlo tan temprano, pero necesito verle. Es urgente.
—Déme tres minutos —dijo Takagishi.
Hubo una llamada a su puerta exactamente tres minutos más tarde. Nicole lo saludó y entró en la habitación. Llevaba consigo un datacubo.
—¿Le importa? —dijo, indicando la consola del ordenador. Takagishi negó con la cabeza.
—Ayer tuvo usted media docena de incidentes aislados —dijo gravemente Nicole, señalando varios blips en el monitor—, incluidas las dos aberraciones más intensas que nunca haya visto en sus datos cardíacos. —Lo miró. —¿Está seguro de que usted y su médico me proporcionaron los registros completos de su historial? Takagishi asintió.
—Entonces tengo razones para preocuparme —prosiguió ella—. Las irregularidades de ayer sugieren que su anormalidad diastólica crónica ha empeorado. Quizá la válvula ha sufrido una nueva filtración. Quizá los largos períodos de ingravidez...
—O quizá —la interrumpió Takagishi con una suave sonrisa— me excité mucho y mi adrenalina extra agravó el problema. Nicole miró al científico japonés.