—Estoy teniendo un montón de problemas con todo esto —dijo—. Me siento totalmente descontrolada. Richard se sentó a su lado.
—Yo también —asintió—. Y acabo de llegar a Nueva York. Así que puedo imaginar lo que le está haciendo todo esto a usted. Guardaron silencio por unos momentos.
—¿Sabe lo que más me molesta? —dijo Nicole, intentando dar algo de expresión a la impotencia que estaba sintiendo. —Es lo muy poco que he comprendido y apreciado mi propia ignorancia. Antes de emprender este viaje, pensé que conocía las dimensiones generales de la relación entre mi propio conocimiento y el de la humanidad. Pero lo más abrumador de esta misión es lo muy poco que puede llegar a ser
todo el conjunto
del conocimiento humano comparado con lo que
puede ser
conocido. Simplemente piense que la suma de todo lo que saben o han llegado a saber los seres humanos puede no ser nada más que una fracción infinitesimal de la Enciclopedia Galáctica...
—Es realmente aterrador —la interrumpió entusiastamente Richard—. Y excitante al mismo tiempo... A veces, cuando estoy en una librería o una biblioteca, me siento abrumado por todas las cosas que no sé. Entonces me siento presa de un poderoso deseo de leer todos los libros, uno a uno. Imagine lo que sería estar en una
auténtica
biblioteca, una que combinara el conocimiento de todas las especies del universo... El mismo pensamiento me aturde.
Nicole se volvió hacia él y le dio una palmada en la pierna.
—De acuerdo, Richard —dijo alegremente, cambiando de humor—, ahora que ya hemos reafirmado lo increíblemente estúpidos que somos, ¿cuál es nuestro plan? Calculo que debemos de haber cubierto más o menos un kilómetro en este túnel. ¿Adonde vamos desde aquí?
—Propongo que caminemos otros quince minutos en la misma dirección. Según mi experiencia, los túneles siempre conducen a alguna parte. Si no hallamos nada, daremos media vuelta.
Ayudó a Nicole a levantarse y la abrazó ligeramente.
—Así que andando, Nikki —dijo con un guiño—. Media legua más hacia adelante. Nicole frunció el entrecejo y agitó la cabeza.
—Dos veces ya es suficiente para un solo día —declaró, extendiendo su mano hacia la de Richard.
El enorme agujero circular debajo de ellos se extendía hacia la oscuridad. Sólo los primeros cinco metros del pozo estaban iluminados. Unos salientes de metal, de aproximadamente un metro de largo, brotaban de las paredes, cada uno separado por la misma distancia de sus vecinos.
—Éste es definitivamente el destino de los túneles —murmuró Richard para sí mismo. Tenía dificultad en integrar aquel enorme agujero cilíndrico con sus paredes llenas de salientes en su concepción general de Rama. Él y Nicole habían recorrido dos veces su perímetro. Incluso habían retrocedido varios cientos de metros por el otro túnel adyacente, llegando a la conclusión, a partir de su ligera curvatura hacia la derecha, de que probablemente se originaba en la misma caverna que el túnel que habían seguido antes.
—Bien —dijo Richard al final, encogiéndose de hombros—, ahí vamos. —Apoyó su pie derecho en uno de los salientes para comprobar su resistencia a su peso. Era firme. Movió su pierna izquierda a otro saliente y descendió un nivel más con su pierna derecha.
—El espaciado es casi perfecto —dijo alzando la vista a Nicole—, no tendría que ser difícil bajar.
—Richard Wakefield —dijo Nicole desde el borde del agujero—, ¿está intentando decirme que pretende bajar a ese abismo? ¿Y que espera que yo le siga?
—No espero nada de usted —respondió él—. Pero no puedo ver la utilidad de regresar ahora. ¿Cuál es nuestra alternativa? ¿Debemos volver por el túnel hasta las rampas y la salida? ¿Para qué? ¿Para ver que nadie nos ha encontrado todavía? Ya vio las fotografías de los botes. Quizás estén ahí abajo en el fondo. Tal vez incluso exista un río secreto que desemboque subterráneamente en el Mar Cilíndrico.
—Ya lo descubriremos —dijo Richard—. ¡Hola, ahí abajo! Dos seres de la raza humana bajamos. —Agitó una mano, y perdió momentáneamente el equilibrio.
—No haga tonterías —dijo Nicole, situándose a su lado. Hizo una pausa para recuperar el aliento y miró alrededor. Sus dos pies descansaban sobre salientes, y se aferraba prietamente a otros dos con las manos.
Tengo que estar loca,
se dijo.
Basta mirar este lugar. Es fácil imaginar un centenar de muertes horribles.
Richard había bajado otro par de salientes.
Y míralo a él. ¿Es totalmente inmune al miedo? ¿O tan sólo inconsciente? Realmente parece estar disfrutando con todo esto.
La tercera bancada de luces iluminó un retículo en la pared opuesta bajo ellos. Colgaba entre todos los salientes y, desde una cierta distancia a la débil luz, se parecía sorprendentemente a una versión más pequeña del que estaba sujeto entre los dos rascacielos de Nueva York. Richard se apresuró a dar la vuelta al cilindro del pozo para examinarlo.
—Venga aquí —le gritó a Nicole—. Creo que es el mismo maldito material.
El retículo estaba anclado a la pared con pequeños pernos. Ante la insistencia de Richard, Nicole cortó un trozo y se lo tendió. Él lo estiró y contempló cómo recuperaba su forma original. Estudió su estructura interna.
—Es la misma materia —dijo. Su entrecejo se frunció en varias arrugas. —Pero, ¿qué demonios significa?
Nicole permanecía a su lado, y paseó sin rumbo fijo el haz de su linterna hacia las profundidades bajo sus pies. Estaba a punto de sugerir que volvieran a subir y se encaminaran a terrenos más familiares cuando creyó ver el reflejo de un suelo a unos veinte metros más abajo.
—Voy a hacerle una proposición —le dijo a Richard—. Mientras usted estudia esta cuerda, yo bajaré unos cuantos metros más. Puede que estemos cerca del fondo de este extraño pozo lleno de salientes o lo que sean. Si no, abandonaremos este lugar.
—De acuerdo —dijo ausentemente Richard. Ya estaba enfrascado en su examen de la cuerda, utilizando el microscopio que había sacado de su mochila.
Nicole descendió ágilmente hasta el suelo.
—Creo que será mejor que baje —le gritó a Richard—. Hay dos túneles más, uno grande y otro pequeño. Más otro agujero en el centro...
Richard estuvo a su lado de inmediato. Bajó apenas vio la plataforma inferior iluminada por las luces.
Richard y Nicole estaban ahora de pie en una plataforma de tres metros de ancho en el fondo del cilindro lleno de salientes. La plataforma formaba un anillo en torno del otro agujero descendente más pequeño que también tenía salientes en sus paredes. A derecha e izquierda, oscuros túneles en arco estaban tallados en la roca o metal que formaba la base de material de construcción del enorme mundo subterráneo. El túnel a su izquierda tenía unos cinco o seis metros de altura; el pequeño túnel del lado opuesto, ciento ochenta grados más allá en el anillo, tenía sólo medio metro de alto.
Saliendo de cada uno de los dos túneles, y penetrando hasta la mitad de la anchura de la plataforma, había dos pequeñas bandas paralelas de metal desconocido pegadas al suelo. Las bandas estaban muy juntas la una de la otra en el túnel más pequeño, y más espaciadas en el otro. Richard estaba de rodillas examinando las bandas frente al túnel grande cuando oyó un rumor distante.
—Escuche —le dijo a Nicole, y los dos retrocedieron instintivamente.
El retumbar se incrementó y cambió a un sonido zumbante, como si algo se moviera rápidamente a través del aire. Muy lejos en el túnel, que avanzaba recto como una flecha, Richard y Nicole pudieron ver encenderse algunas luces. Se tensaron. No necesitaron aguardar mucho tiempo para una explicación. Un vehículo que se parecía a un vagón de metro flotante apareció a su vista y avanzó a toda velocidad hacia ellos, deteniéndose bruscamente con su extremo frontal justo encima del final de las bandas en el suelo.
Richard y Nicole habían retrocedido cuando el vehículo cargó hacia ellos. Ambos estaban peligrosamente cerca del borde del anillo. Durante varios segundos aguardaron en silencio, contemplando la aerodinámica forma que flotaba ante sus ojos. Luego se miraron entre sí y se echaron a reír simultáneamente, —Está bien —dijo Nicole nerviosamente—, lo entiendo. Hemos cruzado alguna nueva dimensión. En ésta resulta un poco difícil hallar la estación del metro... Esto es totalmente absurdo, Richard, pero ya tengo suficiente. Me quedo con unas cuantas aves
normales
y el melón maná para cualquier día de la semana...
Richard avanzó hacia el vehículo La puerta de su lado se había abierto, y ambos pudieron ver el iluminado interior. No había asientos, sólo pequeños postes cilíndricos, espaciados sin ningún esquema distinguible, que recorrían los tres metros desde el suelo hasta el techo.
—Esto no puede ir muy lejos —dijo Richard, metiendo la cabeza por la puerta pero manteniendo los pies en la plataforma exterior—. No hay ningún lugar donde sentarse.
Nicole se acercó para examinarlo por sí misma.
—Quizá no tengan ni viejos ni impedidos..., y las tiendas estén todas cerca de casa. — Se rió de nuevo mientras Richard se inclinaba más hacia adentro del vagón a fin de poder ver más claramente el techo y las paredes. —No deje que se le ocurran ideas locas — advirtió—. Será certificadamente una locura que los dos subamos a este vagón. A menos que estemos sin comida y sea nuestra última esperanza.
—Supongo que tiene razón —admitió Richard. Parecía definitivamente decepcionado, y se retiró del vagón. —Pero qué sorprendente... —Se detuvo a media frase. Estaba contemplando la plataforma del lado opuesto; Allá, en medio de la ahora iluminada entrada del pequeño túnel, un vehículo idéntico, de un décimo del tamaño del que tenían a su lado, flotaba sobre el suelo. Nicole siguió la mirada de Richard.
—Aquello debe de ser la carretera a Liliput —dijo Nicole—. Los gigantes descienden otro piso y las criaturas de tamaño normal toman este metro. Todo muy sencillo.
Richard dio la vuelta rápidamente al anillo.
—Eso es perfecto —dijo en voz alta, quitándose la mochila y depositándola en la plataforma a su lado. Empezó a buscar en uno de los grandes bolsillos.
—¿Qué está haciendo? —preguntó Nicole con curiosidad. Richard extrajo dos pequeñas figuras de la mochila y se las mostró.
—Es perfecto —repitió, con inconfundible excitación—. Podemos enviar al príncipe Hal y a Falstaff. Sólo necesitaré unos minutos para ajustar su software.
Richard había abierto ya su ordenador de bolsillo sobre la plataforma al lado de los robots, y estaba trabajando animadamente. Nicole se sentó con la espalda contra la pared, entre dos salientes. Miró a Richard.
Es realmente una especie rara,
pensó con admiración, al recordar las últimas horas que habían pasado juntos.
Un genio, indudablemente. Casi sin mezquindades ni egoísmos. Y de alguna forma ha conservado la curiosidad de un niño.
De pronto, Nicole se sintió muy cansada. Sonrió para sí misma mientras observaba a Richard. Estaba absorto en su trabajo. Nicole cerró los ojos por un momento.
—Lo siento si me he entretenido demasiado —estaba diciendo Richard—, No dejo de pensar en nuevas cosas que añadir, y además necesitaba readaptar el enlace...
Nicole despertó lentamente; se había quedado dormida.
—¿Cuánto tiempo llevamos aquí? —dijo con un bostezo.
—Un poco más de una hora —respondió Richard, casi avergonzado—. Pero todo está arreglado. Estoy listo para meter a los chicos en el metro.
Nicole miró alrededor.
—Pero los vagones aún siguen aquí —comentó.
—Creo que funcionan como todas las luces. Apuesto a que permanecerán en la estación mientras nosotros sigamos en la plataforma. Nicole se puso en pie y se desperezó.
—Así que éste es el plan —dijo Richard—. Tengo el transceptor de control en mi mano. Hal y sir John tienen ambos audio, vídeo y sensores de infrarrojos que absorberán constantemente datos. Podemos elegir el canal de monitorización que deseemos en nuestros ordenadores y enviar nuevas órdenes cada vez que sea necesario.
—Pero, ¿las señales penetrarán estas paredes? —preguntó Nicole, recordando su experiencia dentro del cobertizo.
—Siempre que no tengan que viajar a través de demasiado material. El sistema está sobrediseñado en términos señal-ruido para conseguir alguna atenuación... Además, el metro grande llegó a nosotros en línea recta. Espero que el otro sea similar.
Richard colocó a los dos robots sobre la plataforma y les ordenó que se dirigieran al metro. Las puertas de ambos lados se abrieron cuando se acercaron a ellas, —¡Dé mis recuerdos a la señora Quickly! —dijo Falstaff mientras subía—. Era una estúpida muchacha, pero tenía buen corazón. Nicole lanzó a Richard una desconcertada mirada.
—No borré toda su anterior programación —se echó a reír él—. De tanto en tanto harán probablemente algún absurdo comentario al azar.
Los dos robots permanecieron dentro del metro uno o dos minutos. Richard comprobó rápidamente sus sensores e hizo una nueva calibración en el monitor. Finalmente, las puertas del metro se cerraron, el vehículo aguardó otros diez segundos, y luego partió a toda velocidad túnel adentro.
Richard ordenó a Falstaff que mirara al frente, pero no había mucho que ver por la ventana. Fue un viaje sorprendentemente largo a mucha velocidad. Richard estimó que el pequeño metro había viajado varios kilómetros antes de que finalmente frenara su marcha y se detuviera.
Richard aguardó antes de ordenar a los dos robots que abandonaran el vehículo. Deseaba asegurarse de que no habían llegado a una parada intermedia. Sin embargo, no había de qué preocuparse: el primer conjunto de imágenes del príncipe Hal y Falstaff mostró que el metro había llegado realmente al final de su trayecto.
Los dos robots caminaron por la plana plataforma al lado del vehículo y fotografiaron más elementos de su entorno. La estación del metro tenía arcos y columnas, pero era básicamente una larga sala conectada. Richard estimó por las imágenes que la altura del techo era de unos dos metros. Ordenó a Hal y Falstaff que siguieran un largo pasillo que se alejaba hacia la izquierda, perpendicularmente a la vía del metro.
El pasillo terminaba frente a otro túnel, éste de apenas cinco centímetros de alto. Mientras los robots examinaban el suelo, descubriendo dos diminutas bandas que se extendían casi hasta sus pies, un metro de minúsculas proporciones llegó a la estación. Con sus puertas abiertas y su interior iluminado, Richard y Nicole pudieron ver que el nuevo vagón era idéntico, excepto en tamaño, a los dos que habían visto antes.