Mientras Nicole examinaba la pasta dentífrica con sus sofisticados instrumentos médicos, Richard examinó todos los demás objetos. El reloj en particular lo fascinó. Seguía marcando exactamente el tiempo, segundo a segundo, aunque su punto de referencia era completamente desconocido.
—¿Ha estado alguna vez en el museo del espacio en Florida? —le preguntó a Nicole.
—No —respondió ella distraídamente.
—Tenían un display de los objetos comunes que llevaron consigo los miembros del equipo de la primera misión a Rama. Este reloj tiene exactamente el mismo aspecto del que era mostrado allí... lo recuerdo bien porque compré uno similar en la tienda del museo.
Nicole alzó la vista con una expresión de desconcierto en su rostro.
—Esta materia no es pasta dentífrica, Richard. No sé qué es. El espectro es sorprendente, con una abundancia de moléculas superpesadas.
Durante varios minutos los dos cosmonautas revolvieron en la extraña colección de objetos, intentando extraer algún sentido de su más reciente descubrimiento.
—Una cosa es cierta —dijo Richard, mientras intentaba abrir sin éxito el walkie-talkie—. Estos objetos se hallan definitivamente asociados con los seres humanos. Simplemente hay demasiados de ellos para pensar en una especie de extraña coincidencia interespecies.
—Pero, ¿cómo han llegado hasta aquí? —preguntó Nicole. Estaba intentando utilizar el cepillo, pero sus cerdas eran demasiado blandas para su pelo. Las examinó con mayor detalle. —No se trata realmente de un cepillo —anunció—.
Parece
un cepillo, y
crees
que es un cepillo, pero es inútil para el pelo.
Se inclinó y recogió la lima para las uñas. —Y esto no puede ser utilizado para limar ninguna uña humana.
Richard se acercó para ver de qué estaba hablando ella. Todavía estaba forcejeando con el walkie-talkie. Lo dejó caer disgustado y tomó la lima para las uñas que Nicole le tendía.
—¿Así que estas cosas parecen humanas, pero no lo son? —dijo, pasando la lima por la punta de su uña más larga. La uña siguió como antes. Richard se la devolvió a Nicole.
—¿Qué está ocurriendo aquí? —dijo con tono frustrado.
—Recuerdo haber leído una novela de ciencia-ficción mientras estaba en la universidad —dijo Nicole unos segundos más tarde—, en la que una especie extraterrestre aprendía acerca de los seres humanos principalmente a través de nuestros primitivos programas de televisión. Cuando finalmente nos contactaron, nos ofrecieron como gesto de buena voluntad cajas de cereal y jabones y otros objetos que los alienígenas habían visto en nuestros anuncios televisivos. Las cajas estaban todas convenientemente imitadas, pero el contenido o no existía o era absolutamente equivocado.
Richard no había estado escuchando atentamente. Estaba tocando las llaves y contemplando la colección de objetos de la sala.
—Pensemos un momento —dijo, casi para sí mismo—. ¿Qué tienen todas estas cosas en común?
Ambos llegaron a la misma respuesta unos segundos más tarde.
—Eran cosas que llevaba el equipo Norton —dijeron al unísono Richard y Nicole.
—Así que los dos vehículos Rama tienen que haber mantenido una especie de comunicación —dijo Richard.
—Y estos objetos han sido colocados aquí a propósito, para mostrarnos que la visita a Rama I fue observada y registrada.
—Las arañas biots que inspeccionaron los campamentos y el equipo de Norton debían de tener sensores de imágenes.
—Y todas estas cosas fueron fabricadas a partir de las imágenes trasmitidas de Rama I a Rama II.
Tras el último comentario de Nicole los dos guardaron silencio, cada cual siguiendo sus propios pensamientos.
—Pero, ¿por qué desean que nosotros sepamos todo esto? ¿Qué es lo que se supone que debemos hacer ahora? —Richard se puso de pie y empezó a ir de un lado para otro por la sala. De pronto se echó a reír. —¿No sería sorprendente —dijo— si David Brown tuviera razón finalmente, si los ramanes se sintieran en realidad completamente desinteresados de todo lo que encontraran, pero hubieran programado sus vehículos espaciales para
actuar
como si estuvieran interesados en sus visitantes? Halagarían a cualquier especie con la que tropezaran haciendo correcciones de rumbo y creando objetos sencillos. Qué increíble ironía. Puesto que todas las especies inmaduras se hallan infaliblemente centradas en sí mismas, los visitantes a la nave Rama estarían totalmente ocupados intentando comprender un supuesto mensaje...
—Creo que usted se está dejando llevar demasiado lejos —interrumpió Nicole—, Todo lo que sabemos en este momento es que, al parecer, esta nave espacial recibió imágenes de Rama I, y que reproducciones de algunos pequeños objetos cotidianos que llevaba el equipo Norton fueron colocados aquí en esta sala para que nosotros los encontráramos.
—Me pregunto si el teclado es tan inútil como todo lo demás —dijo Richard mientras lo recogía. Tecleó la palabra "Rama". No ocurrió nada. Probó con "Nicole". Nada tampoco.
—¿No recuerda cómo funcionaban los antiguos modelos? —indicó Nicole con una sonrisa. Tomó el teclado. —Todos tenían un interruptor de conexión separado. —Pulsó la única tecla que no tenía ninguna inscripción en ella en la parte superior derecha del teclado.
Una porción de la pared opuesta se abrió, revelando una amplia zona cuadrada negra de aproximadamente un metro de lado.
El pequeño teclado era parecido a los conectados a los ordenadores portátiles de la primera misión Rama. Tenía cuatro hileras de doce caracteres, más una tecla de conexión en la esquina superior derecha. Las veintiséis letras latinas, los diez números arábigos y los cuatro operandos matemáticos estaban señalados en cuarenta de las teclas individuales. Las otras ocho teclas contenían o puntos o figuras geométricas en sus superficies y, además, podían ser pulsadas en posición "mayúscula" o "minúscula". Richard y Nicole aprendieron rápidamente que esas teclas especiales eran los auténticos controles del sistema ramano. Por el método de tanteo descubrieron también que el resultado de pulsar a nivel individual cualquier tecla de acción era una función del posicionado de las
otras
siete teclas. Así, apretar cualquier tecla de órdenes específica podía producir tanto como ciento veintiocho resultados diferentes. En conjunto, pues, el sistema proporcionaba mil veinticuatro acciones separadas que podían ser iniciadas desde el teclado.
Crear un diccionario de órdenes fue un proceso laborioso. Richard se ofreció como voluntario para la tarea. Utilizó su propio ordenador para tomar notas y empezó el proceso de desarrollar los rudimentos de un lenguaje para traducir las órdenes especiales del teclado. La meta inicial era simple... conseguir utilizar el ordenador ramano como uno de los suyos. Una vez que estuviera desarrollada la traducción, cualquier imput en los ordenadores portátiles Newton contendría, como parte de su output, qué conjunto de pulsaciones en las teclas del teclado ramano producirían una respuesta similar en la pantalla negra.
Incluso con la inteligencia y la experiencia en ordenadores de Richard, la tarea era formidable. También era algo que no podía compartirse fácilmente. Siguiendo una sugerencia de Richard, Nicole salió a la superficie dos veces durante el primer día ramano que permanecieron en la Sala Blanca, Ambas veces dio largos paseos por Nueva York, con los ojos clavados de tanto en tanto en el cielo en busca de algún helicóptero. En la segunda excursión, volvió al cobertizo donde había caído al pozo. Había ocurrido ya tanto después de aquello que su aterradora experiencia allá en el fondo de aquel agujero rectangular parecía historia antigua.
Pensaba a menudo en Borzov, Wilson y Takagishi. Todos los cosmonautas habían sabido cuando abandonaron la Tierra que había inseguridades en la misión. Se habían entrenado a menudo para manejar vehículos de emergencia, enfrentarse a problemas con su propia nave espacial que pudieran poner en peligro sus vidas. Pero ninguno de ellos había creído realmente que se produciría ningún accidente fatal durante la misión.
Si Richard y yo perecemos aquí en Nueva York, se observó a sí misma, entonces casi la mitad de la tripulación habrá muerto. Ése será el peor desastre desde que empezamos a lanzar de nuevo al espacio misiones tripuladas.
Estaba de pie fuera del cobertizo, casi exactamente en el mismo punto donde ella y Francesca habían hablado con Richard a través del comunicador la última vez.
¿Por qué mentiste, Francesca?,
se preguntó Nicole.
¿Pensaste que de algún modo mi desaparición silenciaría toda sospecha?
Durante la última mañana en el campamento Beta, antes que ella y los otros partieran en busca de Takagishi, Nicole había trasmitido todas las notas de su ordenador portátil en Rama a través del sistema de la red al ordenador de su habitación en la
Newton
. En aquel momento Nicole había hecho la transferencia de datos simplemente para vaciar la memoria de su ordenador de viaje por si la necesitaba.
Pero está todo allí,
recordó,
por si algún detective diligente lo busca alguna vez. Las drogas, la presión sanguínea de David, incluso una críptica referencia al aborto. Y, por supuesto, la solución de Richard al mal funcionamiento del CirRob.
En sus dos paseos Nicole vio varios ciempiés biots, e incluso en una ocasión un bulldozer, al límite de su visión. No vio ningún ave y tampoco oyó ni vio ninguna octoaraña.
Quizá sólo salgan de noche,
meditó mientras regresaba para cenar con Richard.
—Casi se nos ha terminado la comida —dijo Nicole. Volvió a guardar lo que quedaba del melón maná y lo metió en la mochila de Richard.
—Lo sé —respondió él—. Tengo un plan para que consiga un poco más.
—¿Yo? —exclamó Nicole—. ¿Por qué es mi trabajo?
—Bueno, en primer lugar, sólo requiere una persona. Trabajar con gráficos en el ordenador ramano me dio la idea. En segundo lugar, yo no puedo perder tiempo. Creo que estoy a punto de penetrar en el sistema operativo. Hay como unas doscientas órdenes que no puedo explicar a menos que ellos me permitan entrar en otro nivel, algún tipo de espacio de orden superior en la jerarquía.
Richard le había explicado a Nicole durante la cena que había ideado cómo utilizar el ordenador ramano como si fuera uno de la Tierra. Podía almacenar y recuperar datos, realizar cálculos matemáticos, diseñar gráficos, incluso crear nuevos lenguajes.
—Pero no he empezado a entrar todavía en su potencial —dijo—. Esta noche y mañana tengo que descubrir más de sus secretos. Se nos está acabando el tiempo.
Su plan para obtener comida era, de hecho, engañosamente simple. Tras la larga noche ramana (durante la cual Richard no debía de haber dormido más de tres horas), Nicole se dirigió hacia la plaza central para llevar a cabo el plan. Basándose en su análisis de las matrices progresivas, Richard le dio tres posibles localizaciones para el panel que abría la cubierta del nido de las aves. Estaba tan confiado en su análisis que ni siquiera quiso hablar de lo que haría ella si no encontrara la placa. Richard estaba en lo cierto. Nicole halló fácilmente el panel. Luego abrió la cubierta y gritó por el corredor vertical. No hubo ninguna respuesta.
Iluminó con su linterna la oscuridad a sus pies. El tanque centinela estaba de guardia, yendo de un lado para otro frente al túnel horizontal que daba paso a la estancia del agua. Nicole gritó de nuevo. Si podía evitarlo, no deseaba tener que descender ni siquiera hasta el primer rellano. Aunque Richard le había asegurado que acudiría en su rescate si no volvía en el tiempo previsto, no le gustaba en absoluto la perspectiva de verse confinada de nuevo con las aves.
¿Era un distante parloteo lo que estaba oyendo? Nicole creyó que sí. Tomó una de las monedas que había encontrado en la Sala Blanca y la dejó caer en el corredor vertical. Cayó a plomo, golpeando contra un reborde en algún lugar cerca del segundo nivel principal. Esta vez el parloteo se hizo más fuerte. Una de las aves voló hacia arriba en el cono del haz de su linterna y por encima de la cabeza del tanque centinela. Un momento más tarde la cubierta empezó a cerrarse, y Nicole tuvo que apartarse.
Había hablado de esa contingencia con Richard. Aguardó varios minutos y luego pulsó de nuevo el panel. Cuando gritó a las profundidades del nido de las aves la segunda vez, la respuesta fue inmediata. Esta vez su amiga, el ave de terciopelo negro, voló hacia arriba hasta situarse a cinco metros de la superficie y le parloteó algo. Nicole tuvo muy claro que le estaba diciendo que se marchara. Antes de que el ave se diera la vuelta, sin embargo, Nicole extrajo el monitor de su ordenador y activó un programa almacenado. Dos melones maná aparecieron en la pantalla en un realista diseño gráfico. Mientras el ave miraba, los melones adquirieron color, y luego una nítida incisión mostró la textura y el color del interior de uno de ellos.
El ave de terciopelo negro se había acercado un poco más a la abertura para mirar mejor. Ahora se volvió y chilló algo a la oscuridad de abajo. Al cabo de un momento un segundo pájaro familiar, el probable compañero de la aterciopelada negra, ascendió volando y se posó en el primer reborde debajo del suelo. Nicole repitió el display. Los dos pájaros hablaron entre sí y luego se sumergieron volando en el nido.
Transcurrieron los minutos. Nicole pudo oír ocasionales parloteos procedentes de las profundidades del corredor. Finalmente regresaron sus dos amigos, cada uno llevando un pequeño melón maná entre sus garras. Se posaron en la plaza cerca de la abertura. Nicole avanzó hacia, los melones, pero las aves siguieron aferrándolos. Lo que siguió fue (supuso Nicole) una larga conferencia. Los dos pájaros hablaban individualmente o a la vez, siempre mirándola a ella y palmeando a menudo los melones. Quince minutos más tarde, aparentemente satisfechos de que le habían comunicado su mensaje, alzaron vuelo, trazaron un amplio círculo en tomo de la plaza y desaparecieron en su nido.
Creo que me han estado diciendo que los melones son escasos,
pensó mientras regresaba hacia la plaza oriental. Los melones eran pesados. Llevaba uno en cada una de las dos mochilas que había vaciado aquella mañana antes de abandonar la Sala Blanca.
O quizá que no debo molestarlos más en el futuro. Sea como fuere, la próxima vez no van a recibirnos bien.
Imaginó que Richard se sentiría extasiado cuando regresara a la Sala Blanca. Así era, pero no a causa de Nicole y los melones maná. Tenía una amplia sonrisa que le iba de oreja a oreja y mantenía una mano en la espalda.