"Cuando llevábamos casados un año, Sarah deseó alquilar un piso en Londres para ella, a fin de no tener que hacer el largo viaje cada noche después de su actuación. En realidad ya pasaba un par de noches a la semana en Londres, ostensiblemente con una de sus amigas actrices. Pero su carrera estaba despegando y teníamos más dinero del que necesitábamos, así que, ¿por qué tenía que decir yo que no?
"No pasó mucho tiempo antes que los rumores acerca de su comportamiento se difundieran. Decidí ignorarlos, temeroso, supongo, de que ella los negara si se lo preguntaba. Luego, una noche, a última hora, mientras yo estaba estudiando para un examen, recibí una llamada telefónica de una mujer. Fue muy educada, aunque estaba a todas luces alterada. Me dijo que era la esposa del actor Hugh Sinclair, y que el señor Sinclair, que por aquel entonces compartía la cabecera de cartel con Sarah en el drama norteamericano
En cualquier clima,
tenía una aventura amorosa con mi esposa. "De hecho", me dijo, "en estos momentos él está en el piso de su esposa con ella." La señora Sinclair se echó a llorar y colgó el aparato.
Nicole adelantó la mano y acarició suavemente la mejilla de Richard.
—Sentí que mi pecho estallaba —dijo él, recordando el dolor—. Me puse furioso, frenético..., aterrado. Fui a la estación y tomé el último tren a Londres. Cuando el taxi me dejó en el piso de Sarah, corrí a la puerta.
"No llamé. Subí las escaleras de tres en tres y los encontré a los dos durmiendo desnudos en la cama. Agarré a Sarah y la arrojé contra la pared... aún recuerdo el sonido de su cabeza al golpear contra el espejo. Luego caí furioso sobre él y empecé a lanzarle puñetazos al rostro, uno tras otro, hasta que no fue más que una masa de sangre. Fue algo horrible...
Richard se detuvo y empezó a llorar en silencio. Nicole rodeó su agitado pecho con sus brazos.
—Querido, querido —dijo.
—Me había convertido en un animal —exclamó él—. Era peor de lo que mi padre había sido nunca. Hubiera podido matarlos a ambos si los del piso de al lado no hubieran acudido y me hubieran contenido.
Ninguno de los dos dijo nada durante varios minutos. Cuando Richard habló de nuevo, su voz era relajada, casi remota.
—Al día siguiente, después de la policía, los periodistas y todas las recriminaciones con Sarah, deseé matarme. Lo habría hecho, si hubiera tenido a mano una pistola. Estaba considerando otras alternativas más horribles: veneno, cortarme las venas con una navaja, saltar de un puente... cuando otro estudiante acudió a mí para hacerme una pregunta detallada acerca de la relatividad. No hubo forma, después de quince minutos de pensar en el señor Einstein, de que el suicidio siguiera siendo una opción válida. El divorcio, ciertamente. El celibato, muy probablemente. Pero la muerte quedaba descartada. Jamás sería capaz de terminar prematuramente mi aventura amorosa con la física. —Su voz se arrastró y murió.
Nicole se secó los ojos y colocó una mano en la de él. Inclinó su desnudo cuerpo encima del de Richard y lo besó.
—Te quiero —dijo.
El sonido de alarma de Nicole indicó que era nuevamente de día en Rama.
Diez días más
, anotó tras un rápido cálculo mental.
Será mejor que hablemos en serio.
La alarma había despertado también a Richard. Se volvió y sonrió a su soñolienta compañera.
—Querido —dijo Nicole— ha llegado el momento...
—...de hablar de muchas cosas, dijo la morsa.
—Oh, vamos, sé serio. Tenemos que decidir lo que vamos a hacer. Es absolutamente evidente que no vamos a ser rescatados.
—Estoy de acuerdo —dijo Richard. Se sentó y tendió la mano por encima del saco de dormir de Nicole hacia su camisa. —Llevo días temiendo este momento. Pero supongo que finalmente hemos alcanzado el punto en el que debemos empezar a pensar en nadar un poco.
—¿No crees que haya alguna esperanza de construir un bote con toda esta materia negra?
—No —respondió él—. Un material es demasiado ligero y el otro demasiado pesado. Probablemente podríamos construir un híbrido que aguantara sobre las aguas, si tuviéramos clavos, pero sin velas tendríamos que remar todo el camino... nuestra mejor apuesta es nadar.
Richard se puso de pie y se dirigió hacia el cuadrado negro de la pared.
—Mis extravagantes planes no han funcionado, ¿verdad? —Golpeó ligeramente el cuadrado. —E iba a producir un bife con papas además del bote.
—Los mejores planes trazados por los ratones y los hombres suelen acabar a la deriva.
—Vaya extraño poeta era el viejo Robbie. Nunca pude comprender lo que la gente veía en él.
Nicole terminó de vestirse y empezó a hacer algunos ejercicios gimnásticos.
—Uf —dijo—, no estoy en forma. No he hecho ninguna actividad física fuerte en estos últimos días. —Sonrió a Richard, que la estaba mirando especulativamente. —Eso no cuenta, idiota.
—Sí cuenta para mí —dijo él con una risita—. Es casi el único ejercicio que me ha gustado nunca. Acostumbraba odiarlo en la Academia, cuando debíamos sometemos a esos fines de semana de "entrenamiento físico" especial.
Había colocado pequeñas porciones de melón maná sobre la mesa negra.
—Otras tres comidas después de ésta —dijo sin emoción—. Supongo que nadaremos antes que vuelva a hacerse oscuro.
—¿No deseas hacerlo esta mañana? —preguntó Nicole.
—No —respondió él—. ¿Por qué no vas a echarle un vistazo a la costa y eliges un buen lugar? Anoche encontré algo en el ordenador que me tiene intrigado. No va a proporcionamos comida ni botes de vela, pero parece como si finalmente hubiera conseguido penetrar en otro tipo de estructura.
Después del desayuno, Nicole besó a Richard y se dirigió hacia la superficie. No le tomó mucho tiempo hacer un reconocimiento de la costa. Realmente no había ninguna razón para elegir un lugar con preferencia a cualquier otro. La lúgubre realidad de tener que nadar oprimía a Nicole.
Hay muchas posibilidades,
se dijo,
de que ni Richard ni yo estemos vivos cuando vuelva a hacerse oscuro en Rama.
Intentó imaginar cómo sería el ser devorado por un tiburón biot. ¿Sería una muerte rápida? ¿O te ahogarías consciente de que simplemente tus piernas habían sido amputadas? Nicole se estremeció ante la idea.
Quizá debiéramos intentar obtener otro melón... Sabia
que era inútil. Más pronto o más tarde, tendrían que nadar.
Se volvió de espaldas al mar.
Al menos estos últimos días han sido buenos,
se dijo, sin querer pensar más en su situación.
Richard ha sido un excelente compañero. En todos los sentidos.
Se permitió el momentáneo lujo de recordar su placer compartido. Luego sonrió y echó a andar de vuelta bajo tierra.
—Pero, ¿a qué estoy mirando? —preguntó Nicole mientras otra imagen parpadeaba en el cuadrado negro.
—No estoy completamente seguro —respondió Richard—. Todo lo que sé es que he accedido a una larga lista de algún tipo. ¿Recuerdas aquella configuración particular que produce las líneas de símbolos que parecen como sánscrito? Bien, estaba revisando aquel galimatías, y finalmente observé que había como un esquema. Me detuve al principio del esquema, cambié la posición de las últimas tres teclas, y luego pulsé de nuevo el doble punto. De pronto apareció una imagen en la pantalla. Y, cada vez que pulsaba una tecla alfanumérica, la imagen cambiaba.
—Pero, ¿cómo sabes que estás mirando al output de un sensor? Richard entró una orden, y hubo un cambio en la imagen.
—Ocasionalmente veo algo que reconozco —dijo—. Mira esto, por ejemplo. ¿No puede ser esto la escalera Beta vista desde una cámara en medio de la Planicie Central?
Nicole estudió la imagen.
—Es posible —dijo—, pero no veo cómo puedes decirlo seguro.
Richard hizo que la pantalla cambiara de nuevo. Las siguientes tres imágenes eran ininteligibles. La cuarta mostraba un rasgo ahusado terminado en punta.
—Y eso —dijo—, ¿no podría ser uno de los pequeños cuernos, visto desde un sensor cerca de la punta del Gran Cuerno?
No importaba lo mucho que lo intentara, Nicole no podía visualizar cómo debían verse las cosas desde la cima de la gigantesca espira en el centro del cuenco sur. Richard siguió pasando imágenes. Sólo una aproximadamente de cada cinco parecía parcialmente clara.
—En alguna parte en este sistema tiene que haber algún algoritmo de realce —se dijo a sí mismo—. Si lo hallara, entonces podría definir más las imágenes.
Nicole podía decir que Richard se estaba preparando para emprender otra larga sesión de trabajo. Se dirigió hacia él y le rodeó el cuello con los brazos.
—¿Puedo distraerte un poco primero? —dijo, poniéndose de puntillas y besándolo en la boca.
—Supongo que sí —respondió él, depositando el teclado en el suelo—. Probablemente me servirá para aclarar un poco la mente.
Nicole estaba en mitad de un hermoso sueño. Se encontraba de nuevo en su casa, en su villa de Beauvois. Richard estaba sentado a su lado en el diván de la sala y sujetaba su mano. Su padre y su hija estaban frente a ellos en sendos sillones.
Su sueño fue roto por la insistente voz de Richard. Cuando Nicole abrió los ojos él estaba de pie junto a ella, con su voz quebrada por la excitación.
—Espera a ver esto, querida —exclamó, tendiendo la mano para ayudarla a levantarse—. ¡Es fantástico! Todavía hay alguien aquí.
Nicole apartó el sueño de su mente y miró hacia el cuadrado negro que señalaba Richard.
—¿Puedes creerlo? —dijo él, saltando arriba y abajo—. No hay la menor duda. La nave militar aún sigue anclada.
Sólo entonces se dio cuenta Nicole de que estaba contemplando una imagen del exterior de Rama. Parpadeó y escuchó la precipitada explicación de Richard.
—Una vez que imaginé el código para los parámetros de realce, casi cada imagen se hizo clara. Ese conjunto de imágenes que te mostré antes debió de ser el output a tiempo real de centenares de los sensores de imágenes de Rama. Y creo que he descubierto cómo acceder a las bases de datos de los otros dos sensores también.
Richard estaba exultante. Rodeó a Nicole con sus brazos y la alzó del suelo. La abrazó, la besó y dio vueltas por la habitación como un lunático.
Cuando finalmente se calmó un poco, Nicole pasó casi todo un minuto estudiando la imagen proyectada en la pantalla negra. Era definitivamente la nave militar
Newton
; podía leer sus identificaciones.
—Así que la nave científica se ha marchado a casa —comentó a Richard.
—Sí —respondió él—, como yo esperaba. Temía que
ambas
se hubieran ido y que, después de cruzar el mar a nado, nos halláramos todavía atrapados aquí dentro, esta vez en una prisión mucho más grande.
La misma preocupación había inquietado a Nicole. Sonrió a Richard.
—Entonces las cosas están bastante claras, ¿no? Cruzamos a nado el Mar Cilíndrico y nos dirigimos al telesilla. Alguien nos estará esperando arriba.
Nicole empezó a guardar sus cosas. Richard, mientras tanto, siguió haciendo pasar imágenes en la pantalla.
—¿Qué estás haciendo ahora, querido? —preguntó suavemente Nicole—. Pensé que íbamos a nadar.
—Todavía no he acabado de pasar toda la lista de sensores desde que localicé los parámetros de realce —respondió Richard—. Sólo deseo asegurarme de que no dejamos de lado nada crítico. Sólo tomará otra hora o así.
Nicole dejó de guardar cosas y se sentó frente a la pantalla al lado de Richard. Las imágenes eran realmente interesantes. Algunas eran vistas desde el exterior, pero en su mayor parte eran imágenes de diferentes regiones del interior de Rama, incluidas las zonas subterráneas. Una magnífica imagen mostraba desde arriba la enorme sala donde las ardientes esferas en su esponjosa tela de araña reposaban en el suelo bajo los retículos colgantes. Richard y Nicole contemplaron la imagen por un momento, esperando ver una octoaraña negra y dorada, pero no detectaron ningún movimiento.
Estaban ya cerca del final de la lista cuando una imagen del tercio inferior de la escalera Alfa los sorprendió a ambos. Allá, bajando las escaleras, había cuatro figuras humanas con trajes espaciales. Richard y Nicole contemplaron durante cinco segundos el descenso de las figuras y luego estallaron de alegría.
—¡Están viniendo! —exclamó Richard, lanzando los brazos al aire—. ¡Vamos a ser rescatados!
Richard se estaba impacientando. Él y Nicole estaban de pie en los muros de Nueva York desde hacía más de una hora, escrutando el cielo en busca de alguna señal de un helicóptero.
—¿Dónde demonios están? —gruñó—. Sólo se necesitan quince minutos en todo terreno desde el fondo de la escalera Alfa hasta el campamento Beta.
—Quizás estén buscando en algún otro lugar —dijo Nicole, intentando darle ánimos.
—Eso es ridículo —dijo Richard—. Seguro que irán a Beta primero... y aunque no puedan reparar el sistema de comunicaciones, al menos encontrarán mi último mensaje. Decía que tomaba una de las motoras y me dirigía a Nueva York.
—Probablemente saben que no hay ningún lugar donde pueda aterrizar un helicóptero en la ciudad. Quizá decidan cruzar también en un bote.
—¿Sin ver primero si pueden divisarnos desde el helicóptero? Eso es improbable. — Richard volvió los ojos hacia el mar en busca de alguna vela. —Un bote. Un bote. Mi reino por un bote.
Nicole se echó a reír, pero Richard apenas consiguió esbozar una ligera sonrisa.
—Dos hombres pueden ensamblar el bote de vela en la cabaña de suministros de Beta en menos de treinta minutos —se intranquilizó—. Maldita sea, ¿qué demonios es lo que los retiene?
En su frustración, conectó el transmisor de su comunicador.
—¡Eh, escuchen, chicos! Si están en alguna parte cerca del Mar Cilíndrico, identifíquense. Y luego apresúrense a venir. Estamos de pie en el muro y cansados de esperar.
No hubo respuesta. Nicole se sentó en el muro.
—¿Qué haces? —preguntó Richard.
—Creo que ya te preocupas tú lo suficiente por los dos —respondió ella—. Y estoy cansada de permanecer de pie aquí y agitar los brazos.
—Miró al otro lado del Mar Cilíndrico. —Sería mucho más fácil —dijo pensativamente— si simplemente pudiéramos volar por nosotros mismos hasta el otro lado.
Richard inclinó la cabeza hacia un lado y la miró.
—Qué gran idea —admitió varios segundos más tarde—. ¿Por qué no pensamos en ello antes? —Se sentó inmediatamente y empezó a hacer algunos cálculos en su ordenador. —Los cobardes mueren muchas veces antes de morir —murmuró para sí mismo—; los valientes sólo prueban la muerte una vez.