Rama II (57 page)

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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

—Lo siento, Otto —dijo—. Estaba pensando en otra cosa.

—Le pregunté cuánto tiempo puede ser necesario para conseguir la aprobación para Trinidad.

—¿Quiere decir en nuestro caso? —preguntó incrédulo O'Toole.

—Por supuesto —respondió Heilmann.

—No puedo imaginarlo. Las armas fueron incluidas en la misión, evidentemente, tan sólo para protegernos contra acciones abiertamente hostiles por parte de los ramanes. Recuerdo incluso el escenario base... un ataque no provocado contra la Tierra de la nave espacial alienígena, utilizando armas de alta tecnología más allá de las capacidades de nuestras defensas. La actual situación es completamente distinta.

El almirante alemán estudió a su colega norteamericano.

—Nadie pensó nunca en que la nave espacial Rama adoptara un rumbo de colisión contra la Tierra —dijo—. Si no alterara su trayectoria, va a perforar un enorme agujero en la superficie y a levantar tanto polvo que las temperaturas descenderán en todo el mundo durante varios años... Al menos, eso es lo que dicen los científicos.

—Pero eso es ridículo —argumentó O'Toole—. Usted ha oído todas las discusiones que se han producido durante la conferencia. Ninguna persona racional cree realmente que Rama vaya a golpear la Tierra.

—El impacto es sólo uno de los varios escenarios de desastre. ¿Qué haría usted si fuera el jefe del estado mayor? Destruir Rama ahora es una solución segura. Nadie pierde.

Visiblemente alterado por la conversación, Michael O'Toole se disculpó y se dirigió a su habitación. Por primera vez en toda su asociación con la misión
Newton
, pensó que se le podía ordenar realmente que utilizara su código de seguridad para activar las armas. Nunca antes, ni por un momento, se le había ocurrido que las bombas en sus contenedores metálicos en la parte de atrás de la nave militar fueran nada más que un paliativo para los temores de los políticos civiles.

Sentado ante la terminal de ordenador de su habitación, el preocupado O'Toole recordó las palabras de Armando Urbina, el activista para la paz mexicano que había abogado por el desmantelamiento total del arsenal nuclear del Consejo de Gobiernos.

—Como hemos visto en Roma y Damasco —había dicho el señor Urbina—, si las armas existen, pueden ser utilizadas. Sólo si no hay armas podemos garantizar que los seres humanos nunca volverán a sufrir el horror de la devastación nuclear.

Richard Wakefield no regresó antes de la noche ramana. Puesto que la estación de comunicaciones en Beta había resultado inutilizada por el huracán (la
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había monitorizado el deshielo del Mar Cilíndrico y el inicio del vendaval a través de la telemetría trasmitida por Beta antes de ser silenciada), Richard se había salido del radio de comunicaciones cuando estaba a medio camino cruzando la Planicie Central. Su última trasmisión a Janos Tabori, que se había ofrecido como voluntario para enlace, había sido típica de Wakefield. Mientras la señal desde el interior de Rama se iba debilitando, Janos, con tono alegre, le había preguntado a Richard cómo deseaba ser recordado por sus "fans" en caso de que fuera "tragado por el Gran Devorador Galáctico".

—Dígales que he amado Rama no sabiamente, sino demasiado —gritó Richard en su comunicador.

—¿Qué es eso? —había exclamado Otto Heilmann, desconcertado el almirante había acudido en busca de Janos para discutir un problema de ingeniería de la
Newton
.

—La ha matado —dijo Heilmann, intentando sin éxito captar de nuevo la señal.

—¿Quién ha matado... de qué está hablando?

—No importa —respondió Janos, girando su silla y flotando en el aire—. Ahora, ¿qué puedo hacer por usted,
Herr
almirante?

El no regreso de Richard no fue considerado como algo serio hasta varias horas después del siguiente día en Rama. Los cosmonautas de la
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estaban convencidos la noche anterior de que Wakefield se había visto absorbido por alguna tarea ("probablemente arreglando la estación de comunicaciones de Beta", había sugerido Janos), había perdido el sentido del tiempo, y decidido no emprender la vuelta solitario en la oscuridad. Pero cuando no regresó por la mañana, una sensación de lúgubre pesimismo empezó a teñir las conversaciones.

—No sé por qué no lo admitimos —dijo de pronto Irina Turgeniev durante un período de tranquilidad a la hora de comer—. Wakefield tampoco va a volver. Sea lo que fuere lo que atrapó a Takagishi y a des Jardins, lo ha atrapado también a él.

—Eso es ridículo, Irina —respondió acaloradamente Janos.


Da
—observó ella—. Eso es lo que siempre ha dicho usted. Desde el principio, cuando el general Borzov fue cortado en pedazos. Luego, fue un accidente que el cangrejo biot atacara a Wilson. La cosmonauta des Jardins desaparece en un callejón...

—Coincidencias —exclamó Janos—, ¡todo coincidencias!

—Usted es estúpido, Janos —le gritó de vuelta Irina—. Usted confía en todo y en todos. Deberíamos hacer volar en pedazos esta maldita cosa antes de que haga más...

—Alto, alto, los dos —dijo con voz fuerte David Brown, mientras los dos colegas de la Europa Oriental seguían discutiendo.

—De acuerdo, tranquilos —añadió el general O'Toole—. Todos estamos un poco tensos. No hay ninguna necesidad de que nos peleemos.

—¿Va a ir alguien en busca de Richard? —preguntó el emotivo Janos, a nadie en particular.

—¿Quién sería lo bastante loco...? —empezó a responder Irina.

—No —interrumpió el almirante Heilmann firmemente—. Le dije a Wakefield que su visita no era autorizada y que no íbamos a ir tras él en ninguna circunstancia. Además, el doctor Brown y los dos pilotos me dijeron que apenas pueden hacer volver a las dos naves a la Tierra con la energía que les queda... y su análisis suponía que Wakefield estaba con nosotros. No podemos correr más riesgos.

Hubo un largo y sombrío silencio en la mesa del comedor.

—Tenía intención de decírselo a todo el mundo cuando acabáramos de comer —dijo entonces David Brown, poniéndose de pie al lado de su silla—, pero me parece que a este grupo le sentará bien alguna buena noticia en este momento. Hace una hora recibimos nuestras órdenes. Partiremos para la Tierra a 1—14 días, dentro de un poco más de una semana a partir de ahora. Entre este momento y entonces entrenaremos al personal en todas sus tareas auxiliares, descansaremos para el viaje a casa, y nos aseguraremos de que lodos los sistemas de ingeniería de la
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funcionan correctamente.

Los cosmonautas Turgeniev, Yamanaka y Sabatini expresaron su aprobación.

—Si vamos a marcharnos sin volver a Rama —preguntó Janos—, ¿por qué aguardar tanto tiempo? Seguro que podemos prepararnos perfectamente en tres o cuatro días.

—Tal como lo entiendo —respondió el doctor Brown—, nuestros dos colegas militares tienen que realizar una tarea especial que les ocupará la mayor parte de su tiempo, y algo del nuestro, durante la mayor parte de los próximos tres días. —Miró a Otto Heilmann. —¿Quiere decírselo?

El almirante Heilmann se puso de pie.

—Primero necesito discutir los detalles con el general O'Toole —dijo con voz resonante—. Se lo explicaremos a todo el mundo por la mañana.

O'Toole no necesitó que Otto Heilmann le mostrara el mensaje que acababa de recibir hacía tan sólo veinte minutos. Sabía lo que decía. De acuerdo con el procedimiento, eran sólo tres palabras:

Procedan con Trinidad.

54 - Héroe una vez...

Michael O'Toole no pudo dormir. Dio vueltas en su cama, conectó su música favorita, y repitió una y otra vez el ave María y el padrenuestro. Nada sirvió. Deseaba una distracción, algo que le hiciera olvidar sus responsabilidades y le concediera a su alma algo de descanso.

PROCEDAN CON TRINIDAD, se dijo finalmente, enfocándose en la auténtica causa de su inquietud. ¿Qué significaba exactamente aquello? Usar las carretillas elevadoras teleoperadas, abrir los contenedores, extraer las armas (eran aproximadamente del tamaño de heladeras grandes), comprobar todos los subsistemas, poner las bombas en una vaina, llevarlas hasta la escotilla de Rama, trasbordarlas al pesado montacargas...

¿Y qué más?,
pensó. Una cosa más. No tomaría mucho más de un minuto para cada arma, pero era con mucho lo más importante. Cada bomba poseía un par de pequeños teclados numéricos redundantes en uno de sus lados. Él y el almirante Heilmann tendrían que utilizar esos teclados para introducir una secuencia especial de dígitos, un código de confirmación, antes que las armas pudieran ser activadas. Sin esos códigos, las bombas permanecerían absolutamente durmientes, para siempre.

Los debates originales acerca de si incluir o no armas nucleares en el limitado manifiesto de pertrechos de la Operación Newton habían resonado por todos los corredores del cuartel general militar del Consejo de Gobiernos en Amsterdam durante varias semanas. La votación que siguió fue muy igualada. Se decidió que las
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llevarían las armas nucleares, pero, para aliviar la preocupación general, se decidió también incluir rigurosas medidas de seguridad que las protegieran contra cualquier uso no deseado.

Durante esas mismas reuniones, los altos mandos militares del Consejo de Gobiernos evitaron las protestas del público situando una clasificación de supersecreto en el hecho de que las
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transportaban bombas nucleares a su cita con Rama. Ni siquiera a los miembros civiles del equipo Newton se les habló de la existencia de las armas.

El grupo de trabajo secreto del Procedimiento de Seguridad Trinidad se reunió siete veces en cuatro lugares distintos del mundo antes del despegue de las
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. Para hacer el proceso de despliegue inmune a filtraciones electrónicas no deseadas, fue elegida la acción manual como método de activación para las armas nucleares. Así, ningún lunático de la Tierra o aterrado cosmonauta del Proyecto Newton podría desencadenar el proceso con una simple orden electrónica. El jefe de estado del Consejo de Gobiernos, un brillante pero desapasionado ordenancista llamado Kazuo Norimoto, expresó su preocupación de que, sin la capacidad del mando electrónico, la operación militar dependiera excesivamente de los seres humanos seleccionados para la misión. Sin embargo, fue persuadido de que era mucho mejor depender de los oficiales militares del Proyecto Newton que preocuparse acerca de cualquier terrorista o fanático que pudiera apoderarse del código de activación.

Pero, ¿y si uno de los oficiales militares Newton se veía dominado por el pánico?

¿Cómo podía protegerse el sistema contra un acto unilateral de agresión nuclear por parte de un miembro del equipo? Cuando se completaron todas las discusiones, el sistema de seguridad resultante fue relativamente sencillo. Habría tres oficiales militares en el equipo. Cada uno de ellos dispondría de un código de activación conocido sólo por él. La introducción manual de dos de las tres largas secuencias numéricas armaría los dispositivos nucleares. El sistema quedaba así protegido a la vez contra un oficial recalcitrante o uno asustado. Sonaba como un sistema a prueba de errores.

Pero nuestra situación actual no fue nunca considerada en el análisis de contingencias,
pensó O'Toole mientras permanecía tendido en su cama.
En el caso de cualquier acción peligrosa, militar o civil, se suponía que cada uno de nosotros designara a alguien alternativo para aprender nuestro código. Pero, ¿quién podía prever que una apendicectomia fuera peligrosa? El código de Valeri murió con él. Lo cual significa que el sistema necesita ahora a dos de dos.

O'Toole rodó sobre su estómago y hundió el rostro contra la almohada. Ahora comprendía claramente por qué seguía todavía despierto.
Sí no introduzco mi código, esas bombas no pueden ser utilizadas.
Recordó una comida en la nave militar, con Valeri Borzov y Otto Heilmann, durante el crucero de placer hacia Rama.

—Es un conjunto perfecto de equilibrio y control —bromeó el general soviético—, y probablemente jugó un papel importante en nuestra selección individual. Otto apretaría el disparador a la menor provocación, y usted, Michael, agonizaría en sus dudas sobre la moralidad aunque su vida estuviera amenazada. Yo soy el que deshace el nudo.

Pero estás muerto, Valeri,
se dijo el general O'Toole,
y a nosotros se nos ha ordenado que activemos las bombas.
Se levantó de la cama y se dirigió a su escritorio. Como había hecho durante toda su vida cuando se enfrentaba a una decisión difícil, O'Toole tomó un pequeño bloc de notas electrónico de su bolsillo e hizo dos cortas listas, una resumiendo las razones para seguir las órdenes de destruir Rama y la otra presentando los argumentos en contra. No tenía razones estrictamente lógicas para oponerse a la orden de destrucción... el gigantesco vehículo era probablemente una máquina desprovista de vida, sus tres colegas estaban casi con toda seguridad muertos, y había una amenaza en absoluto trivial suspendida sobre la Tierra. Pero, pese a todo, O'Toole dudaba. Había algo acerca de cometer un acto tan flagrantemente hostil que ofendía su sensibilidad.

Volvió a su cama y se tendió de espaldas.
Querido Dios,
rezó, mirando fijamente al cielo,
¿cómo puedo saber lo que es correcto en esta situación? Por favor, muéstrame el camino.

Sólo treinta segundos después de la alarma matutina, Otto Heilmann oyó una suave llamada a su puerta. El general O'Toole entró unos instantes más tarde. El norteamericano estaba ya vestido.

—Se ha levantado temprano, Michael —dijo el almirante, tanteando en busca de su café de la mañana, que hacía ya cinco minutos estaba calentándose automáticamente.

—Deseaba hablar con usted —dijo O'Toole con voz agradable. Aguardó cortésmente a que Heilmann encontrara su café. ¿De qué se trata? —preguntó el almirante.

—Quiero que desconvoque la reunión de esta mañana.

—¿Por qué? Necesitamos algo de ayuda del resto del equipo, como hablamos usted y yo ayer por la noche. Cuanto más tiempo aguardemos para empezar, más posibilidades tenemos de retrasar nuestra partida.

—Todavía no estoy preparado —dijo O'Toole. El entrecejo del almirante Heilmann se frunció. Dio un largo sorbo a su café y estudió a su compañero.

—Entiendo —dijo suavemente—. ¿Y qué otra cosa necesitamos antes de que esté usted preparado?

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