Nicole contempló a su amigo teclear furiosamente.
—¿Qué estás haciendo, querido? —inquirió, mirando por encima de su hombro al monitor.
—¡Tres! —gritó él, tras finalizar un cálculo—. Tres deberían se suficientes. —Miró a la desconcertada Nicole—. ¿Quieres oír el plan más extravagante de toda la historia interplanetaria? —preguntó.
—¿Por qué no? —dijo ella, con una sonrisa dubitativa.
—Vamos a construir unos arneses para nosotros con el material de los retículos, y las aves van a llevarnos volando hasta el otro lado del Mar Cilíndrico.
Nicole permaneció varios segundos contemplando a Richard.
—Suponiendo que podamos hacer los arneses —dijo escépticamente—, ¿cómo convenceremos a las aves de que cumplan con su parte?
—Las convenceremos en su propio beneficio —respondió Richard—. O, alternativamente, las amenazaremos de alguna manera... No lo sé, tú puedes ocuparte de este detalle.
Nicole se mostró absolutamente incrédula.
—De todos modos —prosiguió Richard, tomándola de la mano y echando a andar hacia abajo del muro—, es mucho mejor que seguir aquí aguardando el helicóptero o el bote.
Cinco horas más tarde seguía sin haber el menor signo del equipo de rescate. Cuando terminaron de hacer los arneses, Richard dejó a Nicole en el muro y volvió a la Sala Blanca para comprobar de nuevo los sensores. Regresó con la noticia de que creía haber visto las figuras humanas en las inmediaciones del campamento Beta, pero que la resolución de aquella imagen en particular había sido muy pobre. Tal como habían convenido, Nicole había estado llamando cada media hora a través del comunicador. No obtuvo ninguna respuesta.
—Richard —dijo, mientras él programaba algunos gráficos en el ordenador—, ¿por qué crees que el equipo de rescate estaba utilizando la escalera?
—¿Quién sabe? —respondió él—. Quizás el telesilla funcionaba mal, y ahora no quedan ingenieros para repararlo.
—Me parece extraño —murmuró Nicole.
Algo acerca de todo esta no me gusta,
pensó,
pero no me atrevo a compartirlo con Richard hasta que pueda explicarlo. Él no cree en mi intuición.
Nicole consultó su reloj.
Es una buena cosa que racionáramos el melón. Si el equipo de rescate no aparece y este loco plan no funciona, no vamos a poder nadar hasta que vuelva a haber luz.
—El diseño preliminar ya está completo —afirmó enfáticamente Richard. Hizo una seña a Nicole para que se le acercara, —Si lo apruebas —dijo, indicando el monitor que tenía en la mano—, entonces procederé con el detalle de los gráficos.
En el dibujo, tres grandes aves, cada una con una cuerda enrollada en torno de su cuerpo, volaban en formación sobre el mar. Colgando de ellas, y sujeta a las tres cuerdas, había una figura humana metida en un improvisado ames.
—Me parece bien —dijo Nicole, sin pensar ni por un minuto que algo así pudiera llegar a producirse nunca.
"No puedo creer que estemos haciendo esto —observó Nicole al tiempo que pulsaba por segunda vez la placa que abría el nido de las aves.
Su primer intento de renovar el contacto había dado como resultado la esperada indiferencia. La segunda vez fue Richard quien gritó hacia el interior del nido de las aves.
—¡Escúchenme, pájaros! —gruñó con voz más fiera—. Necesito hablar con ustedes.
Ahora mismo.
Salgan inmediatamente. —Nicole tuvo que contener la risa.
Richard empezó a dejar caer objetos negros por el agujero.
—¿Lo ves? —sonrió—. Sabía que estas malditas cosas iban a servir para algo. — Finalmente pudieron oír alguna actividad en el fondo del corredor vertical. El mismo par de aves que habían visto muchas veces antes voló hasta la parte superior del nido y empezó a chillarles. Ni siquiera miraron al monitor cuando Richard lo tendió hacia ellas. Cuando terminaron de chillar, volaron rápidamente por encima del tanque centinela y la cubierta se cerró de nuevo.
No servirá de nada, Richard —dijo Nicole cuando él le pidió que abriera la cubierta una tercera vez—. Incluso nuestros amigos están contra nosotros. —Hizo una pausa antes de pulsar la placa. —¿Qué vamos a hacer sí nos atacan?
—No nos atacarán —dijo Richard, indicándole que abriera la cubierta—. Pero, por si acaso, quiero que tú te quedes aquí. Yo trataré con nuestros emplumados amigos.
Hubo un intenso parloteo desde el nido tan pronto como la cubierta se abrió por tercera vez. Richard empezó a gritar inmediatamente y a arrojar objetos negros corredor abajo.
Uno de ellos golpeó el tanque centinela y ocasionó una pequeña explosión, como un disparo.
Las dos aves habituales volaron hasta la abertura y le chillaron de nuevo a Richard. Tres o cuatro de sus camaradas estaban inmediatamente detrás. El ruido era increíble. Richard no retrocedió. Siguió chillando y señalando hacia el monitor del ordenador. Finalmente consiguió llamar su atención.
El grupo de aves contempló el gráfico nbsp;del vuelo a través del mar. Luego Richard sostuvo en su mano izquierda el arnés y empezó a pasar de nuevo la demostración en su monitor. Siguió una frenética conversación entre las aves. Al final, sin embargo, Richard tuvo la sensación de que había perdido. Mientras un par de las otras aves volaba por encima del tanque centinela, Richard saltó al interior del nido, al primer reborde.
—¡Esperen! —gritó a todo pulmón.
El compañero de terciopelo negro saltó hacia adelante, con su pico amenazador a menos de un metro del rostro de Richard. El ruido de todos los chillidos y parloteos era ensordecedor. Richard no se amedrentó. Pese a las protestas de las aves, descendió hasta el segundo reborde. Ahora no podría escapar si la cubierta empezaba a cerrarse.
Alzó de nuevo el arnés y señaló el monitor. Un coro de chillidos fue la respuesta. Luego, por encima del aullido avícola, oyó otro sonido, como el de un claxon de alarma anunciando un simulacro de incendio en una escuela o un hospital. Todas las aves se calmaron inmediatamente. Se aposentaron en los rebordes y miraron hacia abajo, al tanque centinela.
El nido quedó extrañamente silencioso. Tras unos segundos Richard oyó el batir de unas alas, y un momento más tarde una nueva ave apareció en el corredor vertical. Se alzó lentamente hasta su nivel y flotó justo delante de él. Tenía un cuerpo de terciopelo gris y agudos ojos grises. Dos gruesos anillos de brillante rojo cereza rodeaban su cuello.
La criatura estudió a Richard y se posó en el reborde opuesto al de él, al otro lado del corredor. El ave que había estado en aquel lugar se apresuró a apartarse. Cuando el pájaro de terciopelo gris habló, lo hizo de una forma suave y muy clara. Una vez que terminó su parlamento, el ave de terciopelo negro voló hacia arriba hasta el recién llegado y al parecer le explicó los motivos de todo el furor. Las dos aves miraron varias veces a Richard a través del corredor. La última vez, pensando que quizá sus asentimientos de cabeza eran una invitación, Richard mostró una vez más el gráfico del vuelo y alzó el arnés. El pájaro con los anillos cereza voló hasta su lado para mirar desde más cerca.
La criatura hizo un repentino movimiento, asustando a Richard, que casi cayó del reborde. Lo que tal vez fueran risas fue silenciado por unas cuantas palabras del líder de terciopelo gris, que se quedó sentado en el reborde, perfectamente inmóvil, como si estuviera pensando, durante más de un minuto. Finalmente, hizo un gesto hacia Richard con una garra, abrió sus enormes alas, y planeó fuera de la abertura a la luz del día.
Durante varios segundos Richard no se movió. La gran criatura se alzó en el aire, y pronto fue seguida por las otras dos aves más familiares. Unos momentos más tarde, la cabeza de Nicole apareció en la abertura.
—¿Piensas venir? —preguntó—. No sé cómo lo hiciste, pero parece como si nuestros amigos estuvieran dispuestos.
Richard apretó el arnés en torno de la cintura y las nalgas de Nicole.
—Tus pies colgarán —dijo—, y al principio, cuando la cuerda ceda, tendrás la sensación de que caes.
—¿Qué ocurrirá si golpeo el agua? —preguntó Nicole.
—Tienes que confiar en que las aves volarán lo bastante alto como para que no lo hagas —respondió Richard—. Creo que son lo bastante inteligentes, en particular el de los anillos rojos.
—¿Crees que es el rey? —preguntó Nicole, ajustándose el arnés de la manera más cómoda posible.
—Probablemente sea su equivalente —respondió Richard—. Ha dejado bien claro desde un principio que tiene la intención de volar en el centro de la formación.
Richard subió la inclinada rampa que conducía hasta el muro, llevando las tres cuerdas del arnés en las manos. Las aves estaban sentadas juntas, inmóviles, contemplando el mar. Dejaron que él les atara las cuerdas del arnés en la parte central de sus cuerpos, inmediatamente detrás de las alas. Luego observaron el monitor mientras él les mostraba de nuevo los gráficos del despegue. Las aves tenían que elevarse a la vez, lentamente, tensar las cuerdas del arnés directamente encima de la cabeza de Nicole, y luego alzarla hacia arriba antes de empezar a volar en dirección norte, cruzando el mar.
Comprobó que los nudos eran seguros y luego volvió al lado de Nicole en la parte inferior de la rampa. Estaba sólo a unos cinco metros del agua.
—Si por alguna casualidad las aves no regresan por mí —le dijo—, no esperes demasiado. Una vez que encuentres al equipo de rescate, ensamblen el bote de vela y vengan. Yo estaré abajo en la Sala Blanca. —Inspiró profundamente. —Ve con cuidado, querida —añadió—. Recuerda que te quiero.
Nicole pudo decir por el latir de su corazón que el momento del despegue había llegado finalmente. Besó lentamente a Richard en los labios.
—Yo también te quiero —murmuró.
Cuando deshicieron su abrazo, Richard hizo un gesto con el brazo a las aves encima del muro. Terciopelo gris se elevó cautelosamente en el aire, seguido inmediatamente por sus dos compañeros. Flotaron en formación directamente encima de Nicole. Ésta sintió que las tres cuerdas se tensaban y se vio momentáneamente alzada en el aire.
Unos segundos más tarde, a medida que la cuerda elástica empezaba a ceder, Nicole cayó de nuevo hacia el suelo. Las aves volaron más alto, dirigiéndose hacia el agua, y Nicole tuvo la sensación de ser un yo-yo, saltando arriba y abajo a medida que la cuerda se tensaba y luego se contraía con una sacudida cuando las aves se alzaron rápidamente a una superior altitud.
Fue un vuelo excitante. Tocó el agua una vez, apenas, mientras aún estaban cerca de la orilla. Se sintió brevemente asustada, pero las aves la alzaron rápidamente antes que ocurriera nada más grave que mojarse los pies. Una vez que la cuerda del retículo alcanzó su distensión máxima, el vuelo fue bastante suave. Nicole permanecía sentada en su arnés, con las manos sujetando dos de las tres cuerdas, los pies colgando bajo ella a unos ocho metros de las crestas de las olas.
La parle central del mar estaba completamente tranquila. Hacia la mitad del trayecto Nicole vio dos figuras grandes y oscuras nadar debajo de ella, paralelamente a su rumbo. Estuvo segura de que eran tiburones biot. También detectó otras dos o tres especies en el agua, incluida una, larga y delgada como una anguila, que se asomó fuera del agua y la contempló pasar.
Bueno,
pensó mientras observaba el agua,
me alegra no tener que nadar.
El aterrizaje fue fácil. Nicole había estado preocupada por que las aves pudieran o no darse cuenta de que había un acantilado de cincuenta metros en el lado opuesto del mar. Su inquietud se reveló totalmente innecesaria. A medida que se acercaban a tierra firme en el Hemicilindro Norte, las aves aumentaron poco a poco su altitud. Nicole fue depositada suavemente a unos diez metros del borde.
Los pesados pájaros aterrizaron junto a ella. Nicole salió del arnés y se dirigió a las aves. Les dio las gracias profusamente e intentó palmear sus cabezas, pero retrocedieron bruscamente ante su contacto. Permanecieron varios minutos junto a ella y luego, a una señal de su líder, volaron cruzando de nuevo el mar hacia Nueva York.
Nicole se sintió sorprendida ante la intensidad de sus emociones. Se arrodilló y besó el suelo. Sólo fue entonces que se dio cuenta de que nunca había esperado realmente escapar sana y salva de Nueva York. Por un momento, antes de empezar a buscar el equipo de rescate con sus binoculares, revisó todo lo que le había ocurrido desde aquel predestinado cruzar en el vehículo para él hielo.
Antes de Nueva York todo parece estar a una vida de distancia,
se dijo a sí misma.
Ahora todo ha cambiado.
Richard desató el arnés del ave líder y lo dejó caer al suelo. Los tres pájaros estaban ahora libres. La criatura con el cuerpo de terciopelo gris torció su cuello hacia atrás para ver si Richard había terminado. El intenso rojo cereza de sus anillos era más vivo aún a plena luz del día. Richard se preguntó acerca de su significado, sabedor de que había muchas posibilidades de que no volviera a ver nunca más aquellos magníficos alienígenas.
Nicole se acercó a Richard. Cuando aterrizó, ella lo abrazó con pasión. Las aves miraron descaradamente mostrando su curiosidad.
Ellos también deben de estar haciéndose preguntas acerca de nosotros,
pensó Nicole. La lingüista en ella imaginó que en realidad podía ser posible llegar a hablar con una especie extraterrestre, empezar a comprender cómo podía operar una inteligencia completamente distinta...
—Me pregunto cómo podemos decirles adiós y muchas gracias —estaba diciendo Richard.
—No lo sé —respondió Nicole—, pero sería estupendo...
Se detuvo a contemplar al ave líder. Ésta había llamado a las otras dos criaturas a su lado, y los tres pájaros estaban inmóviles mirando a Richard y a Nicole. A una señal, las tres abrieron las alas, en toda su extensión, y formaron un círculo con ellas. Giraron una vuelta completa una sola vez, y luego volvieron a situarse en línea recta frente a los humanos.
—Vamos —dijo Nicole—, nosotros también podemos hacerlo.
Nicole y Richard se situaron lado a lado, con los brazos extendidos, y miraron a las aves amigas. Entonces Nicole puso sus brazos en los hombros de Richard y lo condujo trazando un círculo. Richard, que a veces era más bien torpe en muchas cosas, tropezó una vez, pero consiguió completar el movimiento. Nicole imaginó que el líder avícola estaba sonriendo cuando ella y Richard se situaron de nuevo en línea ante ellos después de la revolución.