Rama II (27 page)

Read Rama II Online

Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

—Es posible, doctor Takagishi. Uno de los principales incidentes ocurrió justo después que se apagaran las luces. Supongo que fue cuando estaba usted escuchando su "extraño sonido".

—¿Y el otro, por casualidad, no fue durante mi discusión con el doctor Brown en el campamento? Si es así, eso apoya mi hipótesis.

La cosmonauta des Jardins pulsó varias teclas en la consola, y su software entró una nueva subrutina. Estudió los datos desplegados a ambos lados de una pantalla dividida por la mitad.

—Sí —dijo—, parece correcto. El segundo incidente se produjo veinte minutos antes de abandonar Rama. Eso debió de ser hacia el final de la reunión. —Se apartó del monitor.

—Pero no puedo ignorar el extraño comportamiento de su corazón porque usted estuviera excitado.

Se miraron el uno al otro durante varios segundos.

—¿Qué está intentando decirme, doctora? —dijo suavemente Takagishi—. ¿Va a confinarme en mis aposentos aquí en la
Newton
? ¿Ahora, en el momento más significativo de mi carrera profesional?

—Estoy pensándolo —respondió francamente Nicole—. Su salud es más importante para mí que su carrera. Ya he perdido un miembro del equipo. No estoy segura de poder perdonarme a mí misma si perdiera otro.

Vio la súplica en el rostro de su colega.

—Sé lo críticas que son esas incursiones a Rama para usted. Estoy intentando hallar algún tipo de racionalización que me permita olvidar los datos de ayer. —Nicole se sentó en el extremo más alejado de la cama y desvió la vista. —Pero como médico, no como cosmonauta del Proyecto Newton, esto resulta muy, muy difícil.

Oyó acercarse a Takagishi y sintió la mano del hombre apoyarse suavemente en su hombro.

—Sé lo difíciles que han sido las cosas para usted estos últimos días —dijo—. Pero no fue culpa suya. Todos nosotros somos conscientes de que la muerte del general Borzov fue inevitable.

Nicole reconoció el respeto y la amistad en la mirada de Takagishi. Le dio las gracias con los ojos.

—Aprecio mucho lo que hizo usted por mí antes del lanzamiento —prosiguió él—. Si se cree obligada a limitar ahora mis actividades, no pondré objeciones.

—Maldita sea —dijo Nicole, poniéndose rápidamente de pie—, no es tan sencillo. He estado estudiando sus datos de esta noche durante casi una hora. Mire esto. Su gráfico durante las últimas diez horas es perfectamente normal. No hay la menor huella de ninguna anomalía. Y no ha tenido usted incidentes durante semanas. Hasta ayer. ¿Qué ocurre con usted, Shig? ¿Tiene un corazón defectuoso? ¿O simplemente raro?

Takagishi sonrió.

—Mi esposa me dijo en una ocasión que tenía un corazón extraño. Pero creo que se estaba refiriendo a algo completamente distinto.

Nicole activó su escáner y mostró los datos en el monitor, a tiempo real.

—Aquí lo tenemos de nuevo. —Agitó la cabeza. —La signatura de un corazón perfectamente sano. Ningún cardiólogo en todo el mundo podría discutir mi conclusión. — Se dirigió hacia la puerta.

—Entonces, ¿cuál es su veredicto, doctora? —preguntó Takagishi.

—Todavía no lo he decidido —respondió ella—. Ayúdeme usted. Tenga otro de sus incidentes en las próximas horas, y hágamelo más fácil. —Agitó la mano como despedida. —Nos veremos en el desayuno.

Richard Wakefield salía de su habitación cuando Nicole recorría el pasillo tras dejar a Takagishi. Nicole tomó la espontánea decisión de hablar con él acerca del software del CirRob.

—Buenos días, princesa —dijo él cuando ella se acercó—. ¿Qué hace despierta a estas horas? Algo excitante, espero.

—De hecho —respondió Nicole en el mismo tono de broma—, venía a hablar con usted. —Él se detuvo para escuchar. —¿Tiene un minuto?

—Para usted, Madame doctora —respondió Wakefield con una exagerada sonrisa—, tengo dos minutos. Pero no más. Entiéndame, tengo hambre. Y si no como rápidamente cuando tengo hambre, me convierto en un ogro horrible. —Nicole se echó a reír. —¿Qué es lo que le ronda por la cabeza? —añadió él intranscendentemente.

—¿Podemos ir a su habitación? —pidió ella.

—Lo sabía, lo sabía —dijo él, dando media vuelta y avanzando rápidamente hacia su puerta—. Ha ocurrido al fin, exactamente igual que en mis sueños. Una mujer inteligente y hermosa va a declararme su inmortal afecto...

Nicole 'no pudo reprimir una risita.

—Wakefield —interrumpió aún sonriendo—, es usted imposible. ¿Nunca habla en serio? Tengo algunos asuntos que discutir con usted.

—Oh, maldita sea —murmuró Richard dramáticamente—. "Asuntos". En ese caso, voy a limitar nuestra entrevista a los dos minutos que le concedí antes. Los asuntos también me dan hambre..., y me ponen de mal humor.

Richard Wakefield abrió la puerta de su habitación y aguardó a que Nicole entrara. Le ofreció la silla frente al monitor de su ordenador y se sentó tras ella en la cama. Ella se volvió para mirarlo de frente. En la estantería encima de su cabeza había una docena de pequeñas figurillas similares a las que había visto antes en la habitación de Tabori y en el banquete de Borzov.

—Permítame presentarle a algunos de mis inquilinos —dijo Richard, viendo su curiosidad—. Ya ha conocido usted a Lord y Lady Macbeth, Puck, y Bottom. Esta pareja tal para cual son Tybalt y Mercutio de Romeo y Julieta. Al lado de ellos están Yago y Ótelo, seguidos por el príncipe Hal, Falstaff, y la maravillosa señorita Quickly. El último de la derecha es mi mejor amigo, El Bardo, o EB para abreviar.

Mientras Nicole observaba, Richard activó un interruptor cerca de la cabecera de su cama, y EB bajó por una escalerilla de la estantería a la cama. El robot de veinte centímetros de altura avanzó cuidadosamente por entre los pliegues de las sábanas y se acercó a saludar a Nicole.

—¿Y cuál es vuestro nombre, hermosa dama? —preguntó.

—Me llamo Nicole des Jardins —respondió ella.

—Eso suena francés —dijo inmediatamente el robot—. Pero vos no parecéis francesa. Al menos, no Valois. —El robot la miró fijamente. —Parecéis más bien hija de Ótelo y Desdémona.

Nicole estaba asombrada.

—¿Cómo consigue usted esto? —preguntó.

—Se lo explicaré más tarde —dijo Richard, agitando una mano—. ¿Tiene usted algún soneto shakesperiano favorito? —preguntó—. Si lo tiene, recite un verso, o déle a EB un número.

—Tantas mañanas gloriosas... —recordó Nicole.

—...he visto —añadió el robot,

iluminar las cimas de la montaña con ojo soberano,

besar con rostro de oro los verdes prados,

dorar los pálidos arroyos con celeste alquimia...

El pequeño robot recitó el soneto con fluidos movimientos de su cabeza y brazo, junto con un amplio abanico de expresiones faciales. Nicole se sintió impresionada de nuevo por la creatividad de Richard Wakefield. Recordaba las cuatro líneas claves del soneto de sus días de universidad, y las murmuró a coro con EB:

Aun así mi sol brilló una mañana temprano

con triunfante esplendor en mi frente;

pero, oh desdicha, fue sólo por una hora mía,

antes que la región de las nubes lo ocultara de mí ahora...

Cuando el robot terminó el último terceto, Nicole, que había ido siguiendo las casi olvidadas palabras, se dio cuenta de que estaba aplaudiendo.

—¿Y puede recitar todos los sonetos? —preguntó. Richard asintió.

—Además de muchos, muchos más poéticos discursos dramáticos. Pero no es esta su capacidad más sobresaliente. Recordar pasajes de Shakespeare sólo requiere gran cantidad de almacenamiento de memoria. EB es también un robot muy inteligente. Puede sostener una conversación mejor que...

Richard se detuvo a media frase.

—Lo siento, Nicole. Estoy monopolizando su tiempo. Dijo usted que tenía algunos asuntos de los que hablar.

—Pero ya ha consumido usted mis dos minutos —dijo ella con un guiño—. ¿Está seguro de que no se morirá de hambre si me tomo otros cinco minutos de su tiempo?

Nicole resumió rápidamente sus investigaciones sobre el mal funcionamiento del software del CirRob, incluida su conclusión de que los algoritmos de protección contra fallas debieron ser inutilizados por una orden manual. Señaló que no podía ir más allá con su propio análisis y que le gustaría un poco de ayuda por parte de Richard. El no discutió sus sospechas.

—Debería ser fácil —dijo con una sonrisa—. Todo lo que tengo que hacer es hallar el lugar en su memoria donde se hallan almacenadas las órdenes. Eso tomará un poco de tiempo, dado el tamaño del almacenaje, pero esas memorias son diseñadas generalmente con arquitecturas lógicas. Sin embargo, no puedo comprender por qué realiza usted todo este ejercicio detectivesco. ¿Por qué no simplemente le pregunta a Janos y a los demás si introdujeron alguna orden?

—Ése es el problema —respondió Nicole—. Nadie recuerda haber introducido ninguna orden en el CirRob en ningún instante después de la última carga de programas y verificación. Cuando Janos se golpeó la cabeza durante la maniobra, hubiera jurado que sus dedos estaban en la caja de control. Pero el no recuerda nada, y yo no puedo estar segura.

Richard frunció el entrecejo.

—Es muy improbable que Janos simplemente eliminara el factor de autoprotección con una orden al azar. Eso significaría que el diseño general es estúpido. —Pensó durante unos instantes. —Oh, bueno —prosiguió—. ;Usted ha despertado mi curiosidad. Me ocuparé del problema tan pronto como...

—Atención atención. Atención atención —oyeron ambos la voz de Otto Heilmann por el comunicador—. Que todo el mundo se presente inmediatamente en el centro de control científico para una reunión. Tenemos un nuevo desarrollo. Las luces dentro de Rama acaban de encenderse de nuevo.

Richard abrió la puerta y siguió a Nicole al corredor.

—Gracias por su ayuda —dijo Nicole—. Se lo agradezco enormemente.

—Déme las gracias una vez que haya hecho algo —respondió Richard con una sonrisa—. Soy muy famoso por mis promesas... ¿Cuál cree usted que es el significado de todos estos juegos con las luces?

26 - Segunda incursión

David Brown había colocado una sola hoja de papel, grande, sobre la mesa, en medio del centro de control. Francesca la había dividido en particiones que representaban horas, y ahora estaba atareada escribiendo todo lo que él le decía.

—El maldito software de planificación de la misión es demasiado inflexible para ser útil en una situación como esta —les estaba diciendo el doctor Brown a Janos Tabori y Richard Wakefield—. Es bueno tan sólo cuando la secuencia de actividades planificada encaja con una de las estrategias de prevuelo.

Janos se dirigió a uno de los monitores.

—Quizás usted pueda hacer un mejor uso de él que yo —prosiguió el doctor Brown—, pero he hallado mucho más fácil esta mañana confiar en el lápiz y el papel. —Janos llamó un programa de software para secuenciado de la misión y empezó a introducir algunos datos.

—Espere un momento —intervino Richard Wakefield. Janos dejó de escribir en el teclado y se volvió para escuchar a su colega. —Estamos trabajando para nada. No necesitamos planear toda la próxima incursión en este momento. En cualquier caso sabemos que el trabajo más importante tiene que ser establecer nuestra base. Eso tomará otras diez o doce horas. El resto del diseño de la incursión puede hacerse en paralelo.

—Richard tiene razón —añadió Francesca—. Estamos intentando hacer todo demasiado aprisa. Enviemos a los cadetes del espacio al interior de Rama para que terminen de montar las cosas. Mientras ellos están allí, nosotros podemos elaborar los detalles de la incursión.

—Eso es impracticable —respondió el doctor Brown—. Los graduados de academia son los únicos que conocen cuánto tiempo tomará cada una de las distintas actividades de ingeniería. No podemos establecer tiempos significativos sin ellos.

—Entonces uno de nosotros se quedará aquí con usted —dijo Janos Tabori. Sonrió. — Y podemos utilizar a Heilmann u O'Toole dentro, como un trabajador extra. Eso no deberá retrasarnos mucho.

Al cabo de media hora se alcanzó una decisión consensuada. Nicole se quedaría de nuevo a bordo de la
Newton
, al menos hasta que la infraestructura fuera completada, y representaría a los cadetes en el proceso de planificación de la misión. El almirante Heilmann iría al interior de Rama con los otros cuatro cosmonautas profesionales. Terminarían las tres restantes tareas de infraestructura: el ensamblaje del resto de los vehículos, el despliegue de otra docena de estaciones monitoras portátiles en el Hemicilindro Norte, y la construcción del complejo campamento/comunicaciones Beta en el lado norte del Mar Cilíndrico.

Richard Wakefield se hallaba en el proceso de revisar las detalladas subtareas con su pequeño equipo cuando Reggie Wilson, que había permanecido virtualmente en silencio durante toda la mañana, se puso de pie de repente.

—Todo esto es una tontería —exclamó—. No puedo creer lo que estoy oyendo.

Richard detuvo su revisión. Los doctores Brown y Takagishi, que ya habían empezado a discutir el diseño de la incursión, guardaron repentinamente silencio. Todos los ojos se enfocaron en Reggie Wilson.

—Un hombre murió aquí hace cuatro días —dijo—, asesinado, muy probablemente, por lo que sea o quien sea que está operando esa gigantesca nave espacial. Pero entramos a explorarla de todos modos. Luego, las luces se encendieron y se apagaron inexplicablemente. —Wilson miró alrededor, a los rostros del resto de tripulación. Sus ojos eran salvajes. Su frente estaba cubierta de sudor. —¿Y qué es lo que hacemos todos?

¿Eh? ¿Cómo respondemos a esta advertencia de unas criaturas alienígenas muy superiores a nosotros? Nos sentamos tranquilamente y planeamos el resto de nuestra exploración de su vehículo. ¿Nadie de ustedes ha captado todavía el mensaje? Ellos no nos quieren allí. Desean que nos
marchemos
, que volvamos a la Tierra.

El estallido de Wilson fue recibido con un incómodo silencio. Finalmente, el general O'Toole se situó al lado de Reggie Wilson.

—Reggie —dijo con voz suave—, todos nos sentimos trastornados por la muerte del general Borzov. Pero ninguno de nosotros ve la conexión...

—Entonces usted es ciego, hombre, usted es ciego. Yo estaba ahí arriba en ese maldito helicóptero cuando las luces se apagaron. En un minuto todo estaba tan brillante como un día de verano, y al minuto siguiente puf, todo negro como la pez. Fue algo jodidamente extraño, hombre. Alguien apagó todas las luces. En esta discusión no he oído ni una sola vez a nadie preguntar por qué se apagaron las luces. ¿Qué les ocurre a todos ustedes? ¿Son demasiado listos para sentir miedo?

Other books

Rain Forest Rose by Terri Farley
Krysta's Curse by West, Tara
Skinner's Rules by Quintin Jardine
Taken By Storm by Cyndi Friberg
Front and Center by Catherine Gilbert Murdock
Renewal by Jf Perkins
Tangled Betrayals by Lynn Wolfe
Impersonal Attractions by Sarah Shankman
Tall Poppies by Janet Woods