Rama II (25 page)

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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Se sometió a dos años de terapia profesional después de su divulgado divorcio, terminando un año antes de entrar en la Academia del Espacio en 2192. Sus resultados académicos no han sido igualados hasta hoy; sus profesores en ingeniería eléctrica y ciencias informáticas insisten todos en que, en el momento de su graduación, Wakefield sabía más que cualquier otro miembro de la facultad...

...excepto por una debilidad en lo que respecta a la intimidad (particularmente con las mujeres... al parecer no ha mantenido ninguna relación emocional seria desde el rompimiento de su matrimonio), Wakefield no exhibe ninguno de los comportamientos antisociales hallados normalmente en los niños sometidos a malos tratos. Aunque su CS era bajo en su juventud, se ha ido haciendo menos arrogante a medida que maduraba, y ahora es menos probable que fuerce su brillo sobre los demás. Su honestidad y su carácter son irreductibles. El conocimiento, no el poder ni el dinero, parece ser su meta..."

Nicole terminó de leer la evaluación psicológica de Richard Wakefield y se frotó los ojos. Era muy tarde. Había estado estudiando los
dossiers
desde que el equipo dentro de Rama se había ido a dormir. Despertarían para su segundo día en aquel extraño mundo dentro de menos de dos horas. Su turno de seis horas como oficial de comunicaciones empezaría dentro de otros treinta minutos.
Así que, de todo este grupo,
pensó Nicole,
sólo hay tres que se hallan más allá de toda duda. Esos cuatro con su contrato ilegal con los media ya se hallan comprometidos. Yamanaka y Turgeniev son desconocidos. Wilson es marginalmente estable, y de todos modos tiene su propia agenda. Eso deja a O'Toole, Takagishi y Wakefield.

Nicole se lavó la cara y las manos y se sentó de nuevo ante el terminal. Se salió del
dossier
de Wakefield y regresó al menú principal del datacubo. Revisó las estadísticas comparativas disponibles y tecleó una orden para que aparecieran un par de displays, uno al lado del otro, en la pantalla. A la izquierda estaba el conjunto de puntuaciones EI para cada miembro del equipo; en el lado opuesto, para comparar, Nicole había colocado los índices es de la docena de miembros del Equipo Newton.

El

Wakefield +5,58

Sabatini +4,22

Brown +4,17

Takagishi +4,02

Tabori +3,37

Borzov +3,28

D. Jardins +3,04

O'Toole +2,92

Turgeniev +2,87

Yamana. +2,66

Wilson +2,48

Heilmann +2,24

CS

O'Toole 86

Borzov 84

Takagishi 82

Wilson 78

D. Jardins 71

Heilmann 68

Tabori 64

Yamanaka 62

Turgeniev 60

Wakefield 58

Sabatini 56

Brown 49

Aunque antes había revisado muy rápidamente la mayor parte de la información de los
dossiers,
no había leído todos los cuadros de todos los miembros del equipo. Veía ahora algunos de los índices por primera vez. Se sintió particularmente sorprendida del muy alto índice de inteligencia de Francesca Sabatini.
Qué desperdicio,
pensó inmediatamente.
Todo este potencial, utilizado para unas metas tan vulgares.

El nivel general de inteligencia del equipo era totalmente impresionante. Cada cosmonauta se hallaba dentro del uno por ciento superior de la población. Nicole era "uno entre mil", y se hallaba sólo en mitad de la docena. El índice de inteligencia de Wakefield era realmente excepcional, y lo situaba en la categoría de los "supergenios"; Nicole nunca había conocido personalmente a nadie antes con unas puntuaciones tan altas en los tests estandarizados.

Aunque su entrenamiento en psiquiatría le había enseñado a desconfiar de los intentos de cuantificar los rasgos personales, se sintió intrigada también por los índices de CS. Por sí misma hubiera situado intuitivamente a O'Toole, Borzov y Takagishi en la parte superior de la lista. Los tres hombres parecían seguros de sí mismos, equilibrados y sensibles hacia los demás. Pero se asombró ante el alto coeficiente de socialización de Wilson.
Tuvo que ser una persona completamente distinta antes de enredarse con Francesca.
Nicole se preguntó por un breve momento por qué su propio índice de CS no era más alto que 71; luego recordó que cuando joven había sido más retraída y egoísta.

¿Y Wakefield?, se preguntó, dándose cuenta de que era el único candidato viable que podía ayudarla a comprender lo que había ocurrido dentro del software del CirRob durante la operación de Borzov. ¿Podía confiar en él? ¿Y podía recabar la ayuda de Richard sin revelar algunas de sus improbables sospechas? De nuevo el pensamiento de abandonar totalmente su investigación le pareció muy sugestivo.
Nicole,
se dijo.
Si esta idea tuya de una conspiración se revela como una pérdida de tiempo...

Pero estaba convencida de que había suficientes preguntas sin contestar para desear continuar su investigación. Decidió hablar con Wakefield. Tras determinar que podía añadir sus propios archivos al datacubo del Rey, creó un nuevo archivo, el decimonoveno, llamado simplemente NICOLE. Acudió a la subrutina del tratamiento de textos y escribió un breve memorándum.

3-3-00- He dado por sentado que la malfunción del CirRob durante la operación de Borzov fue debida a una orden manual externa tras la carga inicial y la verificación. Pienso pedirle ayuda a Wakefield.

Nicole tomó un datacubo en blanco del cajón de material al lado de su ordenador. Copió en él tanto el memorándum como toda la información almacenada en el cubo que le había dado el rey Henry. Cuando se vistió con su overol de vuelo para acudir a su turno, se guardó el duplicado del cubo en el bolsillo.

El general O'Toole estaba dormitando en el Complejo de Mando y Control de la nave militar cuando llegó Nicole a sustituirlo. Aunque los displays visuales en el pequeño vehículo no eran tan impresionantes como los de la nave científica, el equipo del CMC militar como centro de comunicaciones era muy superior, en especial desde el punto de vista de la ingeniería humana. Todos los controles podían ser manejados fácilmente por un solo cosmonauta.

O'Toole se disculpó por no estar despierto. Señaló los tres monitores que mostraban tres vistas distintas de la misma escena... el resto del equipo profundamente dormido dentro del tosco campamento a los pies de la escalera Alfa.

—Estas últimas cinco horas no han sido lo que se podría llamar excitantes —comentó. Nicole sonrió.

—General, no necesita disculparse conmigo. Sé que lleva de servicio casi veinticuatro horas ininterrumpidas. El general O'Toole se puso de pie.

—Después que usted se fue —resumió, comprobando su diario de a bordo electrónico en uno de los seis monitores frente a él—, terminaron de cenar y luego empezaron a ensamblar el primer todo terreno. El programa automático de navegación falló en su autotest, pero Wakefield encontró el problema, una falla de software en una de las subrutinas que fueron cambiadas en la última entrega, y lo arregló. Tabori tomó el todo terreno para una vuelta prueba antes que el equipo se preparara para dormir. Al final del día Francesca envió una emocionante trasmisión a la Tierra. —Hizo una breve pausa. —

¿Le gustaría verla?

Nicole asintió. O'Toole activó el monitor de televisión más a la derecha, y Francesca apareció en un primer plano fuera del campamento. La imagen mostraba una porción del fondo de la escalera y también el equipo del telesilla.

—Es hora de dormir en Rama —entonó. Alzó la vista y miró alrededor. —Las luces en este sorprendente mundo se encendieron inesperadamente hará unas nueve horas, mostrándonos con mayor detalle el elaborado trabajo manual de nuestros primos inteligentes de las estrellas.

Un montaje de fotos fijas y cortos vídeos, algunos tomados por los abejorros y otros por la propia Francesca aquel mismo día, puntuaron su recorrido del "pequeño mundo" artificial que el equipo estaba "a punto de explorar". Al final del breve segmento, la cámara se centró de nuevo en Francesca.

—Nadie sabe por qué esta segunda nave espacial en menos de un siglo ha invadido nuestros pequeños dominios en el borde de la galaxia. Quizás esta magnífica creación no tenga ninguna explicación que sea ni siquiera remotamente comprensible para nosotros, los seres humanos. Pero quizás, en alguna parte de este enorme y exacto mundo de metal, hallemos algunas claves que nos permitan desentrañar los misterios que envuelven a las criaturas que construyeron este vehículo. —Sonrió, y las aletas de su nariz se agitaron espectacularmente. —Y, si lo hacemos, entonces quizá nos habremos acercado un paso más a la comprensión de nosotros mismos... y también de nuestros dioses.

Nicole hubiera dicho que el general O'Toole se sentía emocionado por la oratoria de Francesca. Pese a su antipatía personal hacia la mujer, Nicole admitió a regañadientes una vez más que Francesca tenía talento.

—Capta también mis sentimientos acerca de esta aventura —se entusiasmó O'Toole—

. Simplemente me gustaría saber expresarme del mismo modo.

Nicole se sentó ante la consola y entró el código de arranque. Siguió con los ojos el procedimiento listado en el monitor y comprobó todo el equipo.

—De acuerdo, general —dijo mientras se volvía en su silla—. Creo que puedo arreglármelas desde aquí.

O'Toole se demoró detrás de ella. Era evidente que deseaba charlar un poco.

—Tuve una larga conversación con la signora Sabatini hace tres noches —dijo—. Sobre religión. Ella me dijo que se había vuelto agnóstica antes de regresar finalmente a la Iglesia. Me dijo que pensar en Rama la había vuelto católica de nuevo.

Hubo un largo silencio. Por alguna razón, la Iglesia del siglo XV en el antiguo pueblo de Sainte Étienne de Chigny, a ochocientos metros por debajo de la carretera de Beauvois, acudió a la mente de Nicole. Recordó que permaneció de pie en el interior de la iglesia con su padre un hermoso día de primavera y se sintió fascinada por la luz que se difundía a través de los vitrales de las ventanas.

—¿Dios hizo los colores? —le preguntó a su padre.

—Algunos dicen que sí —respondió su padre lacónicamente.

—¿Y qué piensas tú, papá? —insistió ella.

—Debo admitir —estaba diciendo el general O'Toole, y Nicole se obligó a regresar al presente— que todo el viaje ha sido espiritualmente exaltante para mí. Me siento más cerca de Dios ahora de lo que nunca me había sentido antes. Hay algo en la contemplación de la enormidad del universo que hace que uno se sienta más humilde...

—Se interrumpió. —Lo siento —empezó a disculparse—, le he impuesto...

—No, no lo ha hecho —respondió Nicole—. Encuentro su certeza religiosa muy estimulante.

—De todos modos, espero no haberla ofendido en ningún sentido. La religión es un asunto muy íntimo. —Sonrió. —Pero algunas veces resulta difícil no compartir los sentimientos de uno, particularmente puesto que tanto usted como la signora Sabatini son también católicas.

Cuando O'Toole abandonó el complejo de control, Nicole le deseó un profundo sueño reparador. Una vez sola, extrajo el duplicado del datacubo de su bolsillo y lo colocó en el lector de cubos del CMC.
Al menos de esta forma,
se dijo,
he duplicado mis fuentes de información.
A su mente acudió una imagen de Francesca Sabatini escuchando intensamente mientras el general O'Toole derramaba filosofía sobre el significado religioso de Rama.
Es usted una mujer sorprendente, Francesca,
pensó.
Hace todo lo que sea necesario. Incluso la inmoralidad y la hipocresía son cosas aceptables.

El doctor Shigeru Takagishi contemplaba en arrobado silencio las torres y las esferas de Nueva York, a cuatro kilómetros de distancia. De tanto en tanto se dirigía al telescopio que había montado temporariamente sobre el risco que dominaba el Mar Cilíndrico y estudiaba algún rasgo en particular de aquel paisaje alienígena.

—¿Saben? —les dijo finalmente a los cosmonautas Wakefield y Sabatini—, no creo que los informes que dio el primer equipo explorador sobre Nueva York sean completamente exactos. O, de otro modo, ésta es una nave espacial distinta.

Ni Richard ni Francesca respondieron. Wakefield estaba atareado en los últimos detalles del montaje del vehículo para el hielo, y Francesca, como de costumbre, filmaba todos los esfuerzos de Wakefield.

—Parece como si ciertamente hubiera tres partes idénticas en la ciudad —prosiguió el doctor Takagishi, hablando sobre todo para sí mismo—, y tres subdivisiones dentro de cada una de esas partes. Pero todas las nueve secciones no son
absolutamente
idénticas. Parecen existir sutiles diferencias.

—Ya está —dijo Richard Wakefield, poniéndose de pie con una sonrisa satisfecha—. Eso tiene que funcionar. Todo un día por delante del plazo previsto. Voy a probar en un momento todas las funciones más importantes.

Francesca consultó su reloj.

—Llevamos casi media hora de retraso según el programa previsto. ¿Vamos a poder echarle una rápida mirada a Nueva York antes de cenar?

Wakefield se encogió de hombros y miró a Takagishi. Francesca se dirigió hacia el científico japonés.

—¿Qué dice usted al respecto, Shigeru? ¿Debemos efectuar una rápida carrera sobre el hielo y proporcionarle a la gente de la Tierra una visión más de cerca de la versión ramana de Nueva York?

—Por supuesto —respondió Takagishi—. Estoy impaciente...

—Sólo si están de vuelta en el campamento a las diecinueve y treinta lo más tarde — interrumpió David Brown. Estaba en el helicóptero con el almirante Heilmann y Reggie Wilson. —Necesitamos planificar seriamente esta noche. Es posible que deseemos revisar lo previsto para mañana.

—De acuerdo —dijo Wakefield—. Si olvidamos por el momento el sistema de poleas y no tenemos ningún problema en transportar el vehículo para el hielo escaleras abajo, tenemos que conseguir cruzar el mar en diez minutos en cada dirección. Esto nos permitirá regresar al campamento con el tiempo de sobra.

—Hemos estaba sobrevolando muchas partes del Hemicilindro Sur esta tarde —indicó Brown—. No se ven biots por ninguna parte. Las ciudades parecen duplicados las unas de las otras. No hubo ninguna sorpresa en ninguna parte de la Planicie Central. Personalmente creo que quizá debiéramos atacar el misterioso sur mañana.

—Nueva York —exclamó Takagishi—. Un reconocimiento detallado de Nueva York debería ser nuestra meta para mañana.

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