Rama II (11 page)

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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

El séptimo fresco era el retrato de Feng Yi del enfrentamiento en Roma entre Michele y el viejo y agonizante Papa. Era una obra maestra del contraste. Utilizando el color y una brillante luz, la pintura reflejaba la imagen de un joven enérgico, vibrante y vital siendo erróneamente censurado por un ansioso prelado temeroso del mundo y ansioso de vivir sus últimos días en paz y tranquilidad. En la expresión del rostro de Michele podían verse dos reacciones claramente distintas a lo que se le estaba diciendo: obediencia al papado y disgusto ante una Iglesia que se preocupaba más del estilo y el orden que de la sustancia.

—Michele fue enviado por el Papa a un monasterio en la Toscana —prosiguió la guía audio—, y fue allí donde se produjeron las transformaciones finales de su carácter. El octavo panel refleja la aparición de Dios a Michele durante este período de soledad. Según el santo, Dios le habló dos veces, la primera en medio de una tormenta y la segunda cuando un magnífico arco iris llenó el cielo. Fue durante la larga y violenta tormenta cuando Dios le gritó, entre el estallido de los truenos, las nuevas "Leyes de la Vida", que Michele proclamó más tarde en su servicio al amanecer de la Pascua de Resurrección en Bolsena. En su segunda visita, Dios informó al santo de que su mensaje sería difundido hasta los extremos del arco iris y que El "daría una señal a los fieles" durante la misa de Pascua.

"Ese famoso milagro de la vida de Michele, que fue presenciado por televisión por más de mil millones de personas, está reflejado en el noveno panel. La pintura presenta a Michele predicando en la misa de la Pascua de Resurrección a las multitudes reunidas en las orillas del lago Bolsena. Una fuerte lluvia de primavera empapa a la multitud, la mayor parte de la cual va vestida con las familiares túnicas azules que se han asociado con sus seguidores. Pero, mientras la lluvia cae en torno de San Michele, ni una gota cae sobre el púlpito o el equipo de sonido usado para amplificar su voz. Un perpetuo rayo de luz baña el rostro del joven santo mientras anuncia las nuevas leyes de Dios al mundo. Aquél fue el punto culminante en el paso a convertirse, de un simple líder religioso...

El general O'Toole cortó el cásete mientras se dirigía hacia la décima y la undécima pinturas. Estaba familiarizado con el resto de la historia. Tras la misa en Bolsena, Michele se vio asediado por un cúmulo de problemas. Su vida cambió bruscamente. Al cabo de un par de semanas, la mayor parte de sus licencias de televisión por cable fueron rescindidas. Historias de corrupción e inmoralidad entre sus jóvenes devotos, cuyo número había crecido a centenares de miles sólo en el mundo occidental, empezaron a aparecer constantemente en la prensa. Hubo un intento de asesinato, que fue frustrado en el último minuto por sus más íntimos colaboradores. Luego se produjeron también informes carentes de base en los medios de comunicación, según los cuales Michele se había proclamado el segundo Cristo.

Y así los líderes del mundo empezaron a temerte. Todos ellos. Eras una amenaza para todos con tus leyes de la vida. Y nunca comprendieron lo que tú pretendías con tu evolución definitiva
. O'Toole se detuvo delante del décimo fresco. Era una escena que conocía de memoria. Casi cualquier persona instruida del mundo la reconocería al instante. El pase por televisión de los últimos segundos antes que estallara la bomba terrorista era repetido cada año el 28 de junio, el primer día de las festividades de San Pedro y San Pablo y el aniversario del día en Michele Balatresi y casi un millón más de personas perecieron en Roma una fatídica mañana de principios de verano de 2138.

Les habías pedido que acudieran a Roma a reunirse contigo. Para mostrarle al mundo que todos estabais unidos. Y ellos vinieron
. La décima pintura mostraba a Michele con su túnica azul, de pie en la parte superior de la escalera del monumento a Víctor Manuel cerca de la piazza Venezia. Estaba a mitad de un sermón. Alrededor, en todas direcciones, derramándose por todo el foro romano desde la atestada vía del Fori Imperiali que conducía hasta el Coliseo, no había más que un mar de azul. Y rostros. Ansiosos, excitados rostros, la mayoría jóvenes, con la vista alzada por entre los monumentos de la antigua ciudad para captar un atisbo del muchacho-hombre que se atrevía a sugerir que tenía un camino, el camino de Dios, para salir de la desesperación y la impotencia que habían engullido al mundo.

Michael Ryan O'Toole, un católico norteamericano de cincuenta y siete años de Boston, se dejó caer de rodillas y lloró, como otros miles antes que él, cuando miró el undécimo panel de la secuencia. Esa pintura mostraba la misma escena que el panel anterior, pero más de una hora más tarde, una hora después que la bomba de setenta y cinco kilotones oculta en un camión de sonido cerca de la columna trajana hubiera estallado y enviado su horrible nube en forma de hongo a los cielos encima de la ciudad. Todo en un radio de doscientos metros del epicentro había sido instantáneamente evaporado. Ya no existían ni Michele ni la piazza Venezia, ni el enorme monumento a Víctor Manuel. En el centro del fresco no había más que un agujero. Y en torno del perímetro de ese agujero, donde la evaporación no había sido tan completa, se reflejaban escenas de agonía y horror capaces de hacer pedazos la suficiencia incluso de los individuos más endurecidos.

Querido Dios, pensó el general O'Toole por entre sus lágrimas,
ayúdame a comprender el mensaje de la vida de San Michele. Ayúdame a comprender cómo puedo contribuir, en cualquier forma, por pequeña que sea, a tu plan general para nosotros. Guíame mientras me preparo para ser tu emisario ante los ramanes
.

12 - Ramanes y Romanos

—Bien, ¿qué piensas? —Nicole des Jardins se puso de pie y se volvió lentamente frente a la cámara al lado del monitor. Llevaba un ajustado vestido blanco hecho con una de las nuevas telas elásticas. Le llegaba justo debajo de sus rodillas, y las mangas largas tenían una franja negra desde el hombro hasta la muñeca. El ancho cinturón negro azabache hacía juego tanto con la franja como con su pelo y sus zapatos de tacón alto. Llevaba el pelo recogido por una peineta en la parte de atrás de la cabeza y luego dejado caer libremente hasta casi la cintura. La única joya era un brazalete rígido de oro con tres hileras de pequeños diamantes en su muñeca izquierda.

—Estás espléndida, mamá —le respondió su hija Geneviéve desde la pantalla—. Nunca te había visto vestida así y con el pelo suelto. ¿Qué le ha pasado a tu overol habitual? —La muchacha de catorce años sonrió.

—¿Y cuándo empieza la fiesta?

—A las nueve y media —respondió Nicole—. Una hora muy a la moda. Probablemente no se servirá la cena hasta una hora más tarde. Voy a comer algo en la habitación del hotel antes de salir para no morirme de hambre.

—Mamá, no olvides tu promesa. La semana pasada
Aujourd' hui
dijo que mi cantante favorito, Julien LeClerc, sería definitivamente una de las atracciones de la fiesta. ¡Tienes que decirle que tu hija piensa que es absolutamente
divino!

Nicole le sonrió.

—Lo haré, querida. Aunque probablemente sea mal interpretada. Por lo que he oído, tu Monsieur LeClerc piensa que todas las mujeres del mundo están enamoradas de él. — Hizo una momentánea pausa.

—¿Dónde está tu abuelo? Pensé que habías dicho que se reuniría contigo en unos pocos minutos.

—Aquí estoy. —El rostro amistoso y surcado de arrugas del padre de Nicole apareció en la pantalla al lado de su nieta. —Estaba terminando una sección de mi novela sobre Pedro Abelardo. No esperaba que llamaras tan pronto. —Pierre des Jardins tenía ahora sesenta y seis años. Durante muchos años había sido un conocido novelista histórico, pero desde la temprana muerte de su esposa se veía bendecido además con la fama y la fortuna. —¡Tienes un aspecto maravilloso! —exclamó, tras contemplar a su hija en su traje de noche—. ¿Has comprado este vestido en Roma?

—En realidad, papá —dijo Nicole, dando de nuevo una vuelta para que su padre pudiera verlo completamente—, lo compré para la boda de Francoise hace tres años. Pero, por supuesto, nunca tuve oportunidad de llevarlo. ¿No crees que es demasiado sencillo?

—En absoluto —respondió Pierre—. De hecho, creo que es perfecto para este tipo de ocasiones. Si es como las grandes fêtes a las que acostumbraba a asistir yo, en las que cada mujer se presentaba luciendo sus ropas más extravagantes y caras y llenas de joyas, te destacarás con tu "sencillo" blanco y negro. Particularmente con el pelo peinado así. Estás perfecta.

—Gracias —dijo Nicole—. Aunque sé que son tus prejuicios los que te hacen hablar así, me gusta oír tus cumplidos. —Miró a su padre y a su hija, sus únicos dos compañeros íntimos durante los últimos siete años. —En realidad, me siento sorprendentemente ansiosa. No creo que esté tan nerviosa el día que nos encontremos con Rama. A menudo me siento fuera de mi elemento en las grandes fiestas como esta, y esta noche tengo una peculiar sensación de presentimiento que no puedo explicar. ¿Recuerdas, papá, la forma en que me sentí el día antes de que muriera nuestro perro cuando era niña?

El rostro de su padre se puso serio.

—Quizá será mejor que te quedes en el hotel. Demasiadas de tus premoniciones han resultado ser exactas en el pasado. Recuerdo que me dijiste que algo iba mal con tu madre dos días antes de que recibiéramos aquel mensaje...

—No es una sensación tan intensa —se apresuró a decir Nicole—. Y, además, ¿qué podría decir como excusa? Todo el mundo me espera, en especial la prensa, según Francesca Sabatini. Todavía está irritada conmigo porque me niego a sostener una entrevista personal con ella.

—Entonces supongo que debes ir. Pero intenta divertirte un poco. No te tomes las cosas demasiado en serio esta noche.

—Y recuerda decirle hola a Julien LeClerc por mí —añadió Geneviéve.

—Los extrañaré a los dos cuando llegue la medianoche —dijo Nicole—. Será la primera vez que esté lejos de ustedes en la noche de fin de año desde 2149. —Nicole hizo una breve pausa, recordando sus celebraciones familiares todos juntos. —Ya saben que los quiero mucho.

—Yo también te quiero, mamá —exclamó Geneviéve. Pierre hizo un saludo de despedida con la mano.

Nicole apagó el videófono y miró su reloj. Eran las ocho. Todavía tenía una hora antes de reunirse con su chofer en el vestíbulo. Fue al terminal de ordenador para pedir algo de comer. Con unas pocas órdenes encargó un bol de minestrone y una botella pequeña de agua mineral. El monitor del ordenador le respondió que recibiría ambas cosas dentro de unos dieciséis a diecinueve minutos.

Realmente estoy muy tensa esta noche
, pensó mientras hojeaba la revista Italia y aguardaba la comida. El artículo principal era una entrevista con Francesca Sabatini. El artículo llenaba diez páginas enteras, y mostraba como unas veinte fotografías distintas de
la bella signora
. El entrevistador hablaba con Francesca acerca de sus dos proyectos de documentales de gran éxito (el primero sobre el amor moderno y el segundo sobre las drogas), observando, en medio de algunas preguntas acerca de la serie sobre fármacos y drogas, el hecho de que Francesca fumaba repetidamente cigarrillos durante la conversación.

Nicole hojeó apresuradamente el artículo, observando mientras leía aquí y allá que había en Francesca facetas que nunca había tomado en consideración.
Pero, ¿qué la motiva?
, se preguntó.
¿Qué es lo que desea?
Ya casi al final de la entrevista, el entrevistador le preguntaba a Francesca su opinión sobre las otras dos mujeres del equipo Newton.

—Tengo la sensación de que en realidad soy la única mujer en la misión —respondía Francesca. Nicole se detuvo a leer el resto del párrafo. —La piloto rusa Turgeniev piensa y actúa como un hombre, y la princesa francoafricana Nicole des Jardins ha reprimido voluntariamente su femineidad, lo cual es muy triste, porque hubiera podido ser una mujer encantadora.

Nicole sólo se sintió ligeramente irritada por el atrevido comentario de Francesca. Más bien se sintió divertida. Notó una breve oleada competitiva en su interior, pero luego se regañó a sí misma por aquella reacción infantil.
Le hablaré a Francesca de este artículo en su momento adecuado, pensó con una sonrisa. ¿Quién sabe? Quizás incluso le pregunte si seducir a hombres casados la califica a ella como femenina.

Los cuarenta minutos de camino desde el hotel hasta la fiesta en la Villa Adriani, localizada en las afueras de los suburbios romanos, no lejos del complejo turístico del Tívoli, transcurrieron en un silencio total. El otro pasajero en el coche de Nicole era Hiro Yamanaka, el más taciturno de todos los cosmonautas. En su entrevista para la televisión dos meses antes con Yamanaka, una frustrada Francesca Sabatini, tras diez minutos de respuestas monosilábicas o de dos y tres palabras a todas sus preguntas, le había preguntado a Hiro si eran ciertos los rumores de que él era un androide.

—¿Qué? —inquirió Hiro Yamanaka.

—¿Es usted un androide? —repitió Francesca con una maligna sonrisa.

—No —respondió el piloto japonés, y sus rasgos permanecieron absolutamente inexpresivos mientras la cámara trazaba un zoom sobre su rostro.

Cuando el coche salió de la carretera principal entre Roma y Tívoli para recorrer el último kilómetro hasta la Villa Adriani, el tráfico se volvió congestionado. El avance fue muy lento, no sólo debido a los muchos coches que llevaban gente a la fiesta, sino también por los centenares de curiosos y paparazzi que se alineaban a lo largo de la estrecha carretera.

Nicole inspiró profundamente cuando el automóvil entró finalmente en un camino circular y se detuvo. Al otro lado de sus ventanillas coloreadas pudo ver una nube de fotógrafos y periodistas, preparados para saltar sobre cualquiera que saliese del coche.

La portezuela se abrió automáticamente y ella salió lentamente, envuelta en su abrigo de gamuza negra y cuidando de no torcerse los tacones.

—¿Quién es ésa? —oyó preguntar a una voz.

—Franco, aquí, rápido... es la cosmonauta des Jardins.

Hubo una dispersión de aplausos y el flash de muchas cámaras. Un caballero italiano de aspecto agradable avanzó y tomó a Nicole de la mano. La gente se apiñó alrededor, varios micrófonos fueron colocados delante de su rostro, y pareció como si le lanzaran un centenar de preguntas y peticiones simultáneas en cuatro o cinco idiomas distintos.

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