Rama II (8 page)

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Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

—Nicole —inquirió, a su habitual manera ansiosa—, ¿puede decirnos cómo se asegurará de que las sondas van a parar realmente a los lugares correctos? Y, más importante aún, ¿qué ocurrirá si una de ellas funciona mal?

—Por supuesto, Michael —respondió ella placenteramente—. Recuerde que esas cosas estarán también dentro de mí, de modo que yo tuve que ser la primera en hacer las mismas preguntas. —Nicole des Jardins debía de tener unos treinta y cinco años. Su piel era de un reluciente color cobrizo, sus ojos castaños oscuros y almendrados, su pelo de un profundo negro brillante. De ella irradiaba una inconfundible confianza en sí misma que, en ocasiones, era interpretada como arrogancia. —Ustedes no abandonarán la clínica hoy hasta que hayamos comprobado que todas las sondas se hallan en sus correctas posiciones respectivas —prosiguió—. Según las más recientes experiencias, es probable que uno o dos de ustedes puedan tener algún monitor vagabundeando fuera de su rumbo. Resulta fácil rastrearlo con el equipo de laboratorio y luego enviarle tantas órdenes prioritarias como sean necesarias para trasladarlo hasta su lugar adecuado.

"En cuanto a lo que se refiere al mal funcionamiento, hay varios niveles de protección contra fallas. En primer lugar, cada monitor específico comprueba sus propias baterías de sensores más de veinte veces al día. Cualquier instrumento que no supere una de estas pruebas es desconectado inmediatamente por el software ejecutivo que hay en su propio monitor. Además, cada uno de los elementos de la sonda es sometido a un completo y riguroso autotest dos veces al día. La falla de uno de estos autotests es una de las muchas condiciones de falla que originan que el monitor segregue una serie de productos químicos que causarán su autodestrucción, con una absorción final e inofensiva por parte del cuerpo. A fin de que ninguno de ustedes se preocupe innecesariamente, hemos verificado rigurosamente todas esas posibles fallas con sujetos de prueba durante el último año.

Nicole terminó su presentación y aguardó frente a sus colegas.

—¿Alguna pregunta más? —quiso saber. Tras unos segundos de vacilación, prosiguió:

—Entonces necesito un voluntario para que suba aquí al lado de la enfermera robot y sea inoculado. Mi conjunto personal de sondas me fue inyectado y verificado la semana pasada. ¿Quién quiere ser el siguiente?

Francesca se puso de pie.

—De acuerdo, empecemos con la bella signora Sabatini —dijo Nicole. Hizo un gesto hacia el personal de televisión. —Enfoquen esas cámaras al trazador por simulación. Es todo un espectáculo cuando esos bichos electrónicos empiezan a nadar a través del torrente sanguíneo.

9 - Irregularidad diastólica

A través de la ventanilla Nicole apenas podía distinguir los campos de nieve siberianos a la oblicua luz de diciembre. Estaban a más de quince mil metros bajo sus pies. El avión supersónico estaba frenado mientras avanzaba rumbo al sur hacia Vladivostok y las islas de Japón. Nicole bostezó. Tras sólo tres horas de sueño, sería una lucha mantener su cuerpo despierto durante todo el día. Eran casi las diez de la mañana en Japón, pero allá en su casa de Beauvois, en el valle del Loira, no lejos de Tours, su hija Genevieve aún dispondría de otras cuatro horas de sueño antes de que su despertador sonara a las siete.

El videomonitor en el respaldo del asiento delantero al de Nicole se conectó automáticamente y le recordó que faltaban sólo quince minutos para que el aparato aterrizara en el Centro de Transporte de Kansai. La encantadora muchacha japonesa de la pantalla sugirió que ése podía ser un momento excelente para efectuar o confirmar el transporte por tierra y hacer los arreglos necesarios para el alojamiento. Nicole activó el sistema de comunicaciones de su asiento, y una delgada placa rectangular con un teclado y un pequeño display se deslizó frente a ella. En menos de un minuto Nicole arregló tanto su viaje en tren hasta Kyoto como su traslado en tranvía hasta el hotel. Utilizó su Tarjeta de Crédito Universal para pagar todas las transacciones, tras identificarse correctamente indicando que el nombre de soltera de su madre era Anawi Tiasso. Cuando hubo terminado, de uno de los extremos de la bandeja brotó un pequeño listado impreso con los identificadores de su tren y tranvía, además de las horas de llegada y tránsito (llegaría a su hotel a las once y catorce, hora de Japón).

Mientras el avión se preparaba para aterrizar, Nicole pensó en la razón de su repentino viaje a través de un tercio de la superficie del mundo. Sólo veinticuatro horas antes había estado planeando pasar el día en casa, dedicándose a un poco de trabajo de oficina por la mañana, con prácticas de lenguaje para Genevieve por la tarde. Era el inicio de las vacaciones para los cosmonautas y, excepto aquella estúpida fiesta en Roma el último día del año, se suponía que estaba libre hasta que tuviera que presentarse en BAT-3 el 8 de enero. Pero mientras permanecía sentada en su oficina en casa la mañana anterior, comprobando rutinariamente la biometría del último conjunto de simulaciones, tropezó con un curioso fenómeno. Había estado estudiando el corazón y la presión sanguínea de Richard Wakefield durante una prueba de variedad variable, y no había comprendido un aumento particularmente rápido en sus pulsaciones. Entonces decidió comprobar una detallada biometría cardíaca del doctor Takagishi para comparar, puesto que se había dedicado también a una agotadora actividad física con Richard en el momento del aumento de pulsaciones.

Lo que encontró cuando examinó todos los registros de la información cardíaca de Takagishi fue una sorpresa aun mayor. La expansión diastólica del profesor japonés era decididamente irregular, quizás incluso patológica. Pero la sonda no había registrado ninguna advertencia, y ningún canal de datos había dado la alarma. ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Había algún mal funcionamiento en el sistema de Hakamatsu?

Una hora de trabajo detectivesco dio como resultado la identificación de más peculiaridades. Durante todo el conjunto de simulaciones, se produjeron cuatro intervalos separados en los que se presentó el problema de Takagishi. El comportamiento anormal era esporádico e intermitente. A veces la diástole excesivamente larga, reminiscencia de un problema valvular durante el llenado del corazón con sangre, no aparecía durante treinta y seis horas. Sin embargo, el hecho de que se reprodujera en cuatro ocasiones distintas sugería que había definitivamente una anormalidad de algún tipo.

Lo que preocupó a Nicole no eran los datos en sí, sino la falla del sistema en desencadenar las alarmas adecuadas en presencia de las locamente irregulares observaciones. Como parte de su análisis, rastreó laboriosamente el historial médico de Takagishi, prestando una atención especial en los informes cardiológicos. No descubrió la menor alusión a ningún tipo de anormalidad, lo cual la convenció de que se hallaba ante un error de los sensores y no un auténtico problema médico.

Si el sistema estuviera funcionando correctamente
, razonó,
la presencia de la larga diástole habría enviado inmediatamente al monitor cardíaco fuera de la tolerancia esperada y desencadenado una alarma. Pero no lo hizo. Ni la primera vez ni las siguientes. ¿Es posible que tengamos aquí una doble falla? Si es así, ¿cómo siguió la unidad pasando el auto test?

Al principio pensó en telefonear a uno de sus ayudantes en la oficina de ciencias vitales en la AIE para discutir la anomalía que había encontrado, pero en vez de ello decidió, puesto que era fiesta en la AIE, telefonear al doctor Hakamatsu en Japón. Esa llamada la dejó completamente desconcertada. El hombre le dijo llanamente que el fenómeno que había observado debía de hallarse en el paciente, que ninguna combinación de fallas de componentes en esta sonda podía haber producido unos resultados tan extraños.

—Pero entonces, ¿por qué no hubo ninguna entrada en el archivo de advertencia? —le preguntó al diseñador electrónico japonés.

—Porque ninguna tolerancia había sido excedida —respondió el hombre confiadamente—. Por alguna razón, debió entrar una tolerancia esperada extremadamente amplia para este cosmonauta en particular. ¿Ha comprobado usted su historial médico?

Más tarde en la conversación, cuando Nicole le dijo al doctor Hakamatsu que los datos no explicados habían procedido en realidad de las sondas dentro de uno de sus compatriotas, para ser exactos del cosmonauta-científico Takagishi, el normalmente mesurado ingeniero gritó realmente al teléfono.

—¡Maravilloso! —exclamó—. Entonces podré aclarar rápidamente este misterio. Contactaré con Takagishi en la universidad de Kyoto, y ya le comunicaré lo que averigüe.

Tres horas más tarde, el videomonitor de Nicole reflejó el sombrío rostro del doctor Shigeru Takagishi.

—Madame des Jardins —dijo muy educadamente—, tengo entendido que usted ha estado hablando con mi colega Hakamatsu-san acerca del output de mi biometría durante las simulaciones. ¿Sería tan amable de explicarme lo que ha encontrado?

Nicole le presentó toda la información a su compañero cosmonauta, sin ocultarle nada y expresando su creencia personal de que la fuente de los datos erróneos había sido en realidad un mal funcionamiento de la sonda.

Un largo silencio siguió a la explicación de Nicole. Finalmente, el preocupado científico japonés habló de nuevo:

—Hakamatsu-san acaba de visitarme aquí en la universidad, y ha comprobado la sonda instalada en mi interior. Informará que no ha hallado ningún problema con su electrónica. —Takagishi hizo entonces una pausa, como si estuviera sumido en profundos pensamientos. —Madame des Jardins —dijo unos segundos más tarde—, me gustaría pedirle un favor. Es un asunto de máxima importancia para mí. ¿Podría usted verme aquí en Japón en un futuro muy próximo? Me gustaría hablar personalmente con usted y explicarle algo que puede estar relacionado con los datos irregulares de mi biometría.

Había una ansiedad en el rostro de Takagishi que Nicole no pudo ni desechar ni interpretar mal. Le estaba implorando claramente que lo ayudara. Sin hacer más preguntas, aceptó ir a visitarlo inmediatamente.

Unos minutos más tarde reservaba un asiento en el vuelo supersónico de noche de París a Osaka.

—Nunca fue bombardeada durante la gran guerra con los Estados Unidos —dijo Takagishi, agitando los brazos hacia la ciudad de Kyoto que se extendía bajo ellos—, y casi no sufrió ningún daño cuando los maleantes la tomaron durante siete meses en 2141. Admito que siento prejuicios al respecto —dijo sonriendo—, pero para mí Kyoto es la ciudad más hermosa del mundo.

—Muchos de mis compatriotas sienten lo mismo hacia París —respondió Nicole. Se cerró apretadamente el abrigo. El aire era frío y húmedo. Daba la impresión como si fuera a nevar en cualquier momento. Se estaba preguntando cuándo su asociado iba a empezar a hablar del asunto. No había volado ocho mil kilómetros para efectuar un tur turístico por la ciudad, aunque tenía que admitir que aquel templo kiyomizu entre los árboles de una colina que dominaba la ciudad era realmente un lugar magnífico.

—Tomemos un poco de té —dijo Takagishi. La condujo a una de las varias casas de té al aire libre que flanqueaban la parte principal del antiguo templo budista. Ahora, se dijo Nicole mientras disimulaba un bostezo, va a decirme de qué se trata todo esto. Takagishi se había reunido con ella en el hotel inmediatamente después de su llegada. Le sugirió que comiera algo y durmiera un poco antes de volver. Después, la llevó hasta arriba a las tres, y fueron directamente a ese templo.

Takagishi sirvió el denso té japonés en dos tazas y aguardó a que Nicole tomara un sorbo. El ardiente líquido calentó su boca pese a su amargo sabor.

—Madame —empezó Takagishi—, sin duda se estará preguntando por qué le he pedido que viniera hasta Japón de una manera tan precipitada. Entienda —hablaba lentamente, pero con gran intensidad— que durante toda mi vida he soñado con que quizás otra nave espacial Rama viniera a nosotros mientras yo aún seguía con vida. Durante mis estudios en la universidad y durante mis muchos años de investigación me he estado preparando para un solo acontecimiento, el regreso de los ramanes. Aquella mañana de marzo de 2197, cuando Alastair Moore me llamó para decirme que las más recientes imágenes de Excalibur indicaban que teníamos otro visitante extraterrestre, casi me eché a llorar de alegría. Supe inmediatamente que la AIE dispondría una misión para visitar la nave espacial. Decidí formar parte de esa misión.

El científico japonés bebió un poco de su té y miró hacia su izquierda, hacia los cuidados árboles y el recortado césped verde y las laderas que dominaban la ciudad.

—Cuando era chico —prosiguió, con su cuidadoso inglés apenas audible—, trepaba por estas colinas en las noches claras y miraba al cielo, buscando el hogar de la inteligencia especial que había creado esa incomparable máquina gigante. En una ocasión fui con mi padre y nos acurrucamos juntos en el frío aire nocturno, contemplando las estrellas, mientras él me decía cómo habían sido las cosas aquí durante los días del primer encuentro con Rama doce años antes de que yo naciera. Aquella noche creí —se volvió para mirar a Nicole, y ésta pudo ver de nuevo la pasión en sus ojos—, y aún sigo creyéndolo hoy, que había alguna razón para esa visita, algún propósito para la aparición de esa maravillosa nave espacial. He estudiado todos los datos de ese primer encuentro, con la esperanza de hallar una clave que explicara por qué vino. Nada ha sido concluyente. He desarrollado varias teorías al respecto, pero no tengo las suficientes pruebas para apoyar ninguna de ellas.

Takagishi dejó de hablar de nuevo para beber un poco más de té. Nicole se sintió a la vez sorprendida e impresionada por la profundidad de los sentimientos exhibidos por el hombre. Aguardó sentada pacientemente y no dijo nada mientras esperaba que él prosiguiera.

—Supe que tenía buenas posibilidades de ser elegido como cosmonauta —dijo él—, no sólo por mis publicaciones, incluido el Atlas, sino también porque uno de mis más cercanos asociados, Hisanori Akita, era el representante japonés en el comité de selección. Cuando el número de científicos que seguían en competencia quedó reducido a ocho y yo era uno de ellos, Akita-san me sugirió que parecía como si los dos contendientes principales fuéramos David Brown y yo. Recordará usted que hasta ese momento no se había realizado ningún examen físico de ninguna clase.

Eso es cierto, recordó Nicole.
La tripulación potencial fue primero reducida a cuarenta y ocho, y entonces todos fuimos llevados a Heidelberg para los exámenes físicos. Los médicos alemanes a cargo del asunto insistieron en que cada uno de los candidatos tenía que superar cada uno de los criterios médicos individuales. Los graduados académicos fueron el primer grupo sometido a prueba, y cinco de cada veinte fallaron. Incluido Alain Blamont.

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