—¿Por qué ha rechazado usted todas las entrevistas personales?
—Por favor, ábrase el abrigo para que podamos ver su traje.
—¿La respetan los demás cosmonautas como médico?
—Un momento. Por favor sonría.
—¿Cuál es su opinión acerca de Francesca Sabatini?
Nicole no dijo nada mientras los hombres de seguridad hacían retroceder a la multitud y la conducían hasta un cochecito eléctrico con toldo. El cochecito, con capacidad para cuatro pasajeros, subió lentamente una larga y suave colina, dejando a la multitud atrás, mientras una agradable mujer italiana de unos veinticinco años explicaba en inglés a Nicole e Hiro Yamanaka lo que veían alrededor. Adriano, que había gobernado el Imperio Romano entre los años 117 y 138 a.C., había construido aquella inmensa villa para su propio placer, les informó. Aquella obra maestra de la arquitectura representaba una mezcla de todos los estilos de edificación que Adriano había visto en sus muchos viajes a las distantes provincias del Imperio, y había sido diseñada por el propio Emperador sobre ciento veinte hectáreas de llanura a los pies de las colinas tiburtinas.
El cochecito pasó junto al antiguo grupo de edificios que, al parecer, formaban parte integrante de las festividades de la velada. Las iluminadas ruinas reflejaban sólo una vaga sugerencia de su anterior gloria, puesto que en su mayor parte los techos habían desaparecido, las estatuas decorativas habían sido todas retiradas, y los ásperos muros de piedra estaban desprovistos de todo adorno. Pero cuando el cochecito pasó junto a las ruinas del Canope, un monumento edificado en torno de una piscina rectangular al estilo egipcio (había quince o dieciséis edificios en el complejo, Nicole había perdido la cuenta), surgió en forma definitiva una sensación general de la enorme extensión de la villa.
Este
hombre murió hace más de dos mil años
, pensó Nicole, recordando la historia.
Uno de los hombres más inteligentes que jamás viviera. Soldado, administrador, lingüista
. Sonrió cuando recordó la historia de Antínoo.
Solitario la mayor parte de su vida. Excepto una breve y consumidora pasión que terminó en tragedia
.
El cochecito se detuvo al final de un corto camino. La guía terminó su monólogo.
—Para honrar la gran Pax Romana, una extensa época de paz mundial hace dos milenios, el gobierno italiano, ayudado por generosas donaciones de las corporaciones relacionadas bajo la estatua que ven ahí a su derecha, decidió en 2189 construir una perfecta réplica del Teatro Marítimo de Adriano. Tal vez recuerden que pasamos junto a las ruinas del original al inicio del camino. La meta del proyecto de reconstrucción era mostrar lo que podía ser el visitar una parte de esta villa durante la vida del Emperador. El edificio fue terminado en 2193, y desde entonces ha sido utilizado para acontecimientos oficiales.
Los invitados eran recibidos por jóvenes italianos formalmente vestidos, uniformemente altos y apuestos, que los escoltaban a lo largo del camino hasta y a través del Salón de los Filósofos y, finalmente, al Teatro Marítimo. Allá había una breve comprobación de seguridad en la auténtica entrada, y luego los invitados eran libres de vagabundear como les pareciera.
Nicole se sintió encantada con el edificio. Su forma era básicamente circular, de unos cuarenta metros de diámetro. Un anillo de agua separaba una isla interior, sobre la que se levantaba una amplia casa con cinco habitaciones y un patio de respetable tamaño, desde el amplio pórtico con sus columnas acanaladas. No había techo encima del agua en la parte interior del pórtico, y el cielo abierto daba a todo el teatro una maravillosa sensación de libertad. Los invitados se mezclaban, hablaban y bebían en torno del edificio; sofisticados camareros robot rodaban de un lado para el otro llevando grandes bandejas de champagne, vino y otras bebidas alcohólicas. A través de los dos pequeños puentes que conectaban la isla con su casa y patio al pórtico y al resto del edificio, Nicole pudo ver una docena de personas, todas vestidas de blanco, preparando el bufé.
Una robusta mujer rubia y su diminuto y jocoso marido, un hombre calvo con anteojos pasados de moda, se acercaron rápidamente a Nicole desde unos diez metros de distancia. Nicole se preparó para el inminente asalto dando un pequeño sorbo al cóctel de champagne y casis que le había sido entregado por un extrañamente insistente robot unos pocos minutos antes.
—Oh, Madame des Jardins —dijo el hombre, agitando la mano hacia ella y cortándole cualquier huida con gran rapidez—. Tenemos que hablar con usted. Mi esposa es una de sus mayores fans. —Se situó al lado de Nicole e hizo un gesto hacia su esposa. —Ven, Cecilia —gritó—. Ya la tengo.
Nicole inspiró profundamente y forzó una amplia sonrisa.
Va a ser una de esas veladas
, se dijo.
Al fin, pensó Nicole,
quizá disponga de unos pocos minutos de paz y tranquilidad
. Estaba sentada a solas, con la espalda deliberadamente vuelta hacia la puerta, ante una mesita pequeña en un rincón. La habitación se hallaba en la parte de atrás de la casa, en el centro del Teatro Marítimo. Nicole terminó los últimos bocados dé su comida y los ayudó a bajar con un poco de vino.
Suspiró, intentando sin éxito recordar incluso la mitad de la gente con la que se había encontrado durante la última media hora. Se había convertido en una especie de apreciada fotografía, pasada de mano en mano y alabada por todo el mundo. Había sido abrazada, besada, pellizcada, niñeada (tanto por hombres como por mujeres), e incluso un rico naviero sueco le había hecho proposiciones, invitándola a pasar unos días en su "castillo" de las afueras de Goteborg. Nicole apenas había dicho una palabra a alguno de ellos. Le dolía el rostro de mantener una educada sonrisa, y estaba un poco mareada por el vino y los cócteles de champagne.
—Bueno, al menos estoy vivo y respiro —oyó a sus espaldas una voz familiar—. Creo que la dama de traje blanco no es otra que mi compañera cosmonauta, la princesa de hielo en persona, Madame Nicole des Jardins. —Nicole se volvió y vio a Richard Wakefield que avanzaba tambaleante hacia ella. Chocó contra una mesa, consiguió estabilizarse con ayuda de una silla, y casi cayó sobre su regazo. —Lo siento —sonrió, consiguiendo sentarse a su lado—. Me temo que he bebido demasiado gin-tonic. —Dio un largo trago del vaso que milagrosamente había conservado sin derramarlo en su mano derecha. —Y ahora —dijo con un guiño—, si no le importa, voy a cabecear antes del espectáculo de los delfines.
Nicole se echó a reír cuando la cabeza de Richard golpeó contra la mesa de madera con un ruido sordo y fingió inconsciencia. Al cabo de un momento, se inclinó sobre el y tiró hacia arriba de uno de sus párpados.
—Si no le importa, camarada, no puede sumirse en la inconsciencia antes de explicarme qué es eso del espectáculo de los delfines.
Richard se sentó erguido con un gran esfuerzo y empezó a hacer girar los ojos.
—¿Quiere decir que no lo sabe? ¿Usted, que siempre sabe todos los programas y todos los procedimientos? Eso es imposible. Nicole terminó su vino.
—En serio, Wakefield. ¿De qué está hablando? Richard abrió una de las pequeñas ventanas y metió un brazo por ella, señalando hacia la piscina de agua que rodeaba la casa.
—El gran doctor Luigi Bardolini está aquí con sus delfines inteligentes. Francesca va a presentarlo dentro de unos quince minutos. —Miró a Nicole con loco abandono. —El doctor Bardolini —exclamó— va a demostrar, aquí y esta noche, que sus delfines pueden superar los exámenes de entrada en la universidad.
Nicole se echó hacia atrás y miró cautelosamente a su colega.
Está realmente borracho
, pensó.
Quizá se sienta tan fuera de lugar como yo
.
Richard estaba mirando ahora intensamente por la ventana.
—Esta fiesta es realmente un zoo, ¿no? —dijo Nicole tras un largo silencio—. ¿Dónde han encontrado...?
—Eso es —la interrumpió bruscamente Wakefield, dándole a la mesa un triunfal puñetazo—. Por eso este lugar me ha parecido familiar desde el momento en que entré en él. —Miró a Nicole, que lo observaba como si hubiera perdido la razón. —Es una Rama en miniatura, ¿no lo ve? —Se puso de pie de un salto, incapaz de contener su felicidad ante su descubrimiento. —El agua que rodea esta casa es el Mar Cilíndrico, los pórticos representan la Planicie Central, y nosotros, encantadora dama, estamos sentados en la ciudad de Nueva York.
Nicole empezaba a comprender, pero no podía mantenerse a la altura de los pensamientos de Richard Wakefield.
—¿Y qué prueba esa similitud de diseño? —conjeturó él en voz alta—. ¿Qué significa que los arquitectos humanos de hace dos mil años construyeran un teatro con algunos de los mismos principios guía de diseño que los utilizados en la nave ramana? ¿Similitud de naturaleza? ¿Similitud de cultura? Absolutamente no.
Se detuvo, sin darse cuenta de que Nicole lo miraba con fijeza.
—Matemáticas —dijo enfáticamente. Una expresión interrogativa le dijo que ella seguía sin acabar de comprenderlo. —Matemáticas —repitió, sorprendentemente lúcido de pronto—. Ésa es la clave. Casi con toda seguridad los ramanes no eran como nosotros, y evidentemente evolucionaron en un mundo muy distinto de la Tierra. Pero debían comprender las mismas matemáticas que los romanos.
Su rostro se iluminó.
—Ja —exclamó de nuevo, haciendo que Nicole se sobresaltara. Parecía complacido consigo mismo. —Ramanes y romanos. De eso se trata esta noche. Y de un cierto nivel de desarrollo entre este Homo sapiens de los tiempos modernos.
Nicole sacudió la cabeza mientras Richard exultaba de alegría ante su ingenio.
—¿Lo comprende, mi encantadora dama? —dijo él, extendiendo la mano para ayudarla a levantarse de su silla—. Entonces quizás usted y yo debamos ir a ver el espectáculo de los delfines, y yo le hablaré a usted de los ramanes aquí y de los romanos allí, de calabazas y de reyes, de esto y de aquello y de la cera para lacres, y de si los cerdos tienen alas.
Después que todo el mundo hubo terminado de comer y todas las bandejas fueron retiradas, Francesca Sabatini apareció en el centro del patio con un micrófono y pasó diez minutos dándoles las gracias a los patrocinadores de la fiesta. Luego presentó al doctor Luigi Bardolini, sugiriendo que las técnicas en las que era pionero para comunicarse con los delfines podían ser extremadamente útiles cuando los humanos intentaran hablar con los extraterrestres.
Richard Wakefield había desaparecido justo antes que Francesca empezara a hablar, ostensiblemente en busca de los baños y para conseguir algo más de beber. Nicole lo vio brevemente cinco minutos más tarde, inmediatamente después que Francesca terminara con su introducción. Estaba rodeado por un par de pechugonas actrices italianas, que festejaban sus chistes a carcajadas. Le hizo una seña a Nicole con la mano y le guiñó un ojo, señalando a las dos mujeres como si sus acciones se explicaran por sí mismas.
Bien por ti, Richard
, pensó Nicole, sonriendo para sí misma.
Al menos uno de nosotros, inadaptados sociales, lo está pasando bien
. Luego observó a Francesca cruzar graciosamente el puente y empezar a situar a la multitud un poco más lejos del agua para que Bardolini y sus delfines pudieran tener todo el espacio que necesitaban. Francesca lucía un ajustado vestido negro, que dejaba uno de sus hombros desnudo, con un estallido estelar de lentejuelas en la parte delantera. Llevaba un pañuelo dorado anudado en la cintura. Su largo pelo rubio estaba trenzado y sujeto como una corona sobre su cabeza.
Realmente perteneces a este lugar
, pensó Nicole, admirando pensativamente la facilidad de Francesca para moverse entre grandes multitudes. El doctor Bardolini empezó la primera parte de su espectáculo con los delfines, y Nicole dirigió su atención a la piscina circular. Luigi Bardolini era uno de esos científicos controvertidos cuyo trabajo es brillante pero nunca tan excepcional como él mismo desea que los otros crean. Era cierto que había desarrollado una forma única de comunicarse con los delfines y había aislado e identificado los sonidos de treinta o cuarenta verbos de acción en su portafolio de chillidos. Pero no era cierto, como él afirmaba muy a menudo, que dos de sus delfines pudieran superar el examen de ingreso en la universidad. Desgraciadamente, por la forma en que funcionaba la comunidad científica internacional del siglo XXII, si las más atrevidas o avanzadas teorías no podían ser sustentadas, o eran expuestas al ridículo, entonces todos los demás descubrimientos, no importaba lo sólidos que fueran, eran despreciados también. Este comportamiento había inducido un conservadurismo endémico en la ciencia que no era en absoluto sano.
Al contrario que la mayoría de los científicos, Bardolini era un brillante showman. En la última parte de su espectáculo hizo que sus dos delfines más famosos, Emilio y Emilia, pasaran un test de inteligencia en una competición a tiempo real contra dos de los guías de la villa, un hombre y una mujer, seleccionados al azar aquella misma noche. La construcción del test competitivo era seductoramente simple. En dos de las cuatro grandes pantallas electrónicas (un par de pantallas estaban en el agua y el otro par en el patio), era mostrada una matriz de tres por tres con un blanco en la esquina inferior derecha. Los otros ocho elementos eran llenados con distintos dibujos y formas. Se suponía que los delfines y los humanos que participaban en el test discernían los cambiantes esquemas que se movían de izquierda a derecha y de arriba hacia abajo en la matriz, y luego elegían correctamente, de un conjunto de ocho candidatos mostrados en la segunda pantalla, el elemento que debía ser situado en la esquina inferior derecha en blanco. Los competidores tenían un minuto para hacer su elección en cada problema. Los delfines en el agua, como los humanos en tierra encima de ellos, disponían de un panel de control con ocho botones que podían apretar (los delfines utilizaban sus hocicos) para indicar su selección.
Los primeros problemas eran sencillos, tanto para los humanos como para los delfines. En la primera matriz, había una sola esfera blanca en la esquina superior izquierda, dos esferas blancas en la segunda columna de la primera hilera, y tres esferas blancas en el elemento de la matriz correspondiente a la fila uno y la columna tres. Puesto que el primer elemento de la segunda hilera era también una sola esfera, medio blanca y medio negra, y puesto que el elemento inicial de la tercera fila era otra esfera sola, ésta completamente negra, era fácil leer rápidamente toda la matriz y determinar que lo que correspondía a la esquina inferior derecha en blanco era tres esferas negras.