Sólo pasaron otras dos semanas antes que los científicos del mundo se pusieran de acuerdo en una explicación para el brillo adicional en la aparición del cometa Halley. Pero transcurrieron más de cuatro meses antes que la gente pudiera contar de nuevo con información de confianza de las bases de datos del SRM. El costo de ese caos para la sociedad humana fue incalculable.
Cuando fue restablecida la actividad económica electrónica normal, el mundo se hallaba en una violenta recesión financiera de la que no empezaría a emerger hasta doce años más tarde. Transcurrirían bastantes más de cincuenta años antes de que el Producto Mundial Bruto regresara a las alturas alcanzadas con anterioridad al Hundimiento de 2134.
Existe un acuerdo unánime en que el Gran Caos alteró profundamente la civilización humana en todos los sentidos. Ningún segmento de la sociedad resultó inmune. El catalizador para el relativamente rápido colapso de la infraestructura institucional existente fue el hundimiento del mercado y el consiguiente desmoronamiento del sistema financiero mundial; sin embargo, esos acontecimientos no hubieran sido suficientes, por sí mismos, para proyectar al mundo a un período de depresión sin precedentes. Lo que siguió al hundimiento inicial habría sido tan sólo una comedia de errores si no se hubieran perdido tantas vidas como resultado de la pobre planificación. Ineptos líderes políticos mundiales negaron o ignoraron primero los problemas económicos existentes, luego reaccionaron excesivamente con una sucesión de medidas individuales que fueron desconcertantes y/o inconsistentes, y finalmente alzaron los brazos desesperados mientras la crisis global se hacía más extensa y profunda.
Los intentos de coordinar las soluciones internacionales estuvieron condenados al fracaso debido a la creciente necesidad de cada una de las naciones soberanas de responder ante sus propios votantes.
Visto en retrospectiva, resultaba evidente que la internacionalización del mundo que había tenido lugar durante el siglo XXI tenía una grave falla al menos en un aspecto significativo. Aunque muchas actividades —comunicaciones, comercio, transporte (incluido el espacio), regulación de cambios de divisas, mantenimiento de la paz, intercambio de información y protección del medio ambiente, por nombrar las más importantes— se habían convertido de hecho en internacionales (incluso interplanetarias, tomando en consideración las colonias del espacio), la mayor parte de los acuerdos que establecían esas instituciones internacionales contenían codicilos que permitían a las naciones individuales retirarse, con relativamente poco margen de preaviso, si las políticas promulgadas bajo los acuerdos "ya no servían a los intereses" del país en cuestión. En pocas palabras, cada una de las naciones participantes en la creación de un cuerpo internacional tenía el derecho de revocar su implicación nacional, unilateralmente, cuando ya no estuviera satisfecha con las acciones del grupo.
Los años precedentes a la cita con la primera nave espacial Rama a principios de 2130 habían sido una época extraordinariamente estable y próspera. Después que el mundo se recuperó del devastador impacto cometario cerca de Padua, Italia, en 2077, hubo todo un medio siglo de crecimiento moderado. Excepto unas pocas relativamente cortas, y no demasiado severas, recesiones económicas, las condiciones de vida mejoraron en un amplio abanico de países durante todo ese tiempo. De tanto en tanto se producían guerras aisladas y disturbios civiles, principalmente en las naciones subdesarrolladas, pero los esfuerzos concentrados de las fuerzas pacificadoras mundiales contenían siempre esos problemas antes de que se volvieran demasiado serios. No hubo crisis importantes que pusieran a prueba la estabilidad de los nuevos mecanismos internacionales.
Inmediatamente después del encuentro con Rama I, sin embargo, hubo rápidos cambios en el aparato básico del gobierno. En primer lugar, las apropiaciones de emergencia para manejar Excalibur y los otros grandes proyectos relacionados con Rama drenaron los fondos adjudicados a otros programas establecidos. Luego, empezando en 2132, un fuerte clamor pidiendo un recorte de los impuestos, para poner más dinero en manos de la gente, redujo aún más las asignaciones monetarias para los servicios más necesarios. A finales de 2133, la mayor parte de las instituciones internacionales más nuevas se encontraban fallas de personal y eran ineficientes. Así, el derrumbamiento de la Bolsa mundial se produjo en un entorno donde ya había crecientes dudas en la mente de la población acerca de la eficacia de la red de organizaciones internacionales.
A medida que proseguía el caos financiero, resultaba un paso fácil para las naciones individuales dejar de contribuir con fondos a los presupuestos mundiales, y organizaciones que tal vez hubieran sido capaces de desviar la marea del desastre si hubieran sido usadas adecuadamente se vieron viciadas desde un principio por los líderes políticos cortos de vista.
La crónica de los horrores del Gran Caos se halla reflejada en miles de textos de historia. En los primeros dos años, los problemas principales fueron el desorbitado crecimiento del desempleo y las quiebras, tanto personales como de grandes compañías, pero esas dificultades financieras parecieron perder importancia a medida que las filas de los sin hogar y los hambrientos seguían creciendo. Comunidades de tiendas y chozas empezaron a aparecer en los parques públicos de todas las grandes ciudades en el invierno de 2136-37, y los gobiernos municipales respondieron luchando valientemente para hallar formas de proporcionarles servicios. Esos servicios pretendían limitar las dificultades creadas por la presencia supuestamente temporal de esas hordas ;de individuos desempleados y mal alimentados.
Pero cuando la economía no se recuperó, las escuálidas ciudades de tiendas no desaparecieron. En vez de ello, se convirtieron en un paisaje permanente de la vida urbana, crecientes cánceres que eran mundos en sí mismos, con todo un conjunto de actividades e intereses fundamentalmente distintos de los de los habitantes de las ciudades que los albergaban. A medida que pasaba el tiempo y las comunidades de tiendas y chozas se convertían en impotentes e inquietos calderos de desesperación, esos nuevos enclaves en mitad de las áreas metropolitanas amenazaron con hervir y destruir las propias entidades que les permitían existir. Pese a la ansiedad causada por esa constante espada de Damocles de anarquía urbana, el mundo consiguió finalizar el brutalmente frío invierno de 2137-38 con el entramado básico de la moderna civilización aún más o menos intacto.
A principios de 2138 se produjo una serie de notables acontecimientos en Italia. Esos acontecimientos, enfocados a través de un solo individuo llamado Michele Balatresi, un joven novicio franciscano que más tarde sería conocido en todas partes como San Michele de Siena, ocuparon buena parte de la atención del mundo e impidieron temporariamente la desintegración de la sociedad. Michele era una brillante combinación de genio y espiritualidad y habilidades políticas, un orador polígloto carismático con un infalible sentido del momento y la oportunidad. Apareció repentinamente en el panorama mundial en la Toscana, al parecer surgido de ninguna parte, con un apasionado mensaje religioso que apelaba a los corazones y las mentes de muchos de los asustados y/o deprimidos ciudadanos del mundo. Sus seguidores crecieron rápida y espontáneamente, y no prestaron atención a los límites internacionales. Se convirtió en una amenaza potencial para casi todas las camarillas identificadas de los líderes del mundo, con su inflexible llamada a una respuesta colectiva a los problemas que asediaban a la especie. Cuando fue martirizado en ;abrumadoras circunstancias en junio de 2138, el último destello de optimismo de la humanidad pareció perecer. El mundo civilizado, que había sido mantenido firme durante muchos meses por una chispa de esperanza y un débil hilo de tradición, se desmoronó bruscamente en pedazos.
Los cuatro años de 2138 a 2142 no fueron buenos para estar con vida. La letanía de desdichas humanas era casi interminable. El hambre, la enfermedad y el desprecio de la ley estaban por todas partes. Las pequeñas guerras y revoluciones eran demasiado numerosas para contarlas. Había un desmoronamiento casi total de las instituciones estándar de la civilización moderna, lo cual creaba una vida fantasmagórica para todo el mundo excepto unos pocos privilegiados en sus protegidos retiros. Era el mundo al revés, lo definitivo en entropía. Los intentos de resolver los problemas por parte de grupos de ciudadanos bienintencionados no podían funcionar, porque las soluciones que concebían sólo podían tener alcance local y los problemas eran mundiales.
El Gran Caos se extendió también a las colonias humanas en el espacio y trajo un brusco final a un glorioso capítulo en la historia de las exploraciones. A medida que el desastre económico se extendía por el planeta natal, las colonias dispersas en torno del sistema solar, que no podían existir sin regulares infusiones de dinero, provisiones y personal, se convinieron rápidamente en los hijastros olvidados de la Tierra. Como resultado de ello, casi la mitad de los residentes en las colonias habían vuelto a su planeta madre en 2140, puesto que las condiciones en sus hogares de adopción se habían deteriorado de tal modo que hasta las dificultades gemelas de reajustarse a la gravedad de la Tierra y la terrible pobreza que dominaba todo el mundo eran preferibles a quedarse, muy probablemente para morir, en las colonias. El proceso de emigración se aceleró en 2141 y 2142, años caracterizados por el colapso mecánico de los ecosistemas artificiales de las colonias y el inicio de una desastrosa carestía de repuestos para toda la flota de vehículos robots utilizados para sostener los nuevos asentamientos.
En 2143, sólo unos pocos colonos testarudos seguían en la Luna y Marte. Las comunicaciones entre la Tierra y las colonias se habían vuelto intermitentes y erráticas. El dinero para mantener incluso los enlaces por radio con los lejanos asentamientos ya no estaba disponible. Los Planetas Unidos habían cesado de existir dos años antes. No había un foro humano ocupándose de los problemas de la especie; el Consejo de Gobiernos no se formaría hasta dentro de cinco años. Las dos colonias restantes lucharon en vano por evitar la muerte.
Al año siguiente, 2144, tuvo lugar la última misión espacial tripulada significativa de aquel período. La misión fue una salida de rescate piloteada por una mujer mexicana llamada Benita García. Utilizando una mal ensamblada nave espacial construida con piezas de otras naves viejas, la señora García y su tripulación de tres hombres consiguieron de alguna manera alcanzar la órbita geosincrónica del paralizado crucero
James Martin
, el último vehículo de transporte interplanetario aún en servicio, y salvaron a veinticuatro personas del total de un centenar de hombres y mujeres que estaban siendo repatriados de Marte. En la mente de todos los historiadores del espacio, el rescate de los pasajeros del
James Martin
señaló el fin de una era. Al cabo de otros seis meses, las últimas estaciones espaciales aún en órbita eran abandonadas, y ningún ser humano partió de la Tierra en dirección a la órbita hasta casi cuarenta años más larde.
En 2145, el forcejeante mundo había conseguido ver la importancia de algunas de las organizaciones internacionales olvidadas y repudiadas al principio del Gran Caos. Los más talentosos miembros de la humanidad, tras haber eludido el compromiso político personal durante las benignas primeras décadas del siglo, empezaron a comprender que solamente a través de sus habilidades colectivas podría restablecerse algún parecido de vida civilizada. Al principio, los monumentales esfuerzos cooperativos que resultaron de ello tuvieron un éxito sólo modesto; pero reactivaron el optimismo fundamental del espíritu humano e iniciaron el proceso de renovación. Lentamente, siempre muy lentamente, los elementos de la civilización humana volvieron a ser puestos en su lugar.
Pasaron todavía otros dos años antes de que la recuperación general se dejara ver finalmente en las estadísticas económicas. En 2147, el Producto Mundial Bruto había disminuido a un siete por ciento de su nivel de seis años antes. El desempleo en las naciones desarrolladas tenía una media del treinta y cinco por ciento; en algunas de las naciones subdesarrolladas, la combinación de desempleados y subempleados ascendía a un noventa por ciento de la población. Se estima que aproximadamente cien millones de personas murieron de hambre sólo durante el terrible año 2142, cuando una gran sequía y la hambruna resultante rastrillaron el mundo en las regiones tropicales. La combinación de un índice astronómico de muertes por muchas causas y un minúsculo índice de nacimientos (porque, ¿quién deseaba traer un hijo a un mundo tan desesperado?) hizo que la población mundial descendiera en casi mil millones durante la década que terminó en 2150.
La experiencia del Gran Caos dejó una cicatriz permanente en toda una generación. A medida que pasaban los años, y los niños nacidos tras su conclusión alcanzaban la adolescencia, se vieron enfrentados a unos padres cautelosos al extremo de la fobia. La vida como quinceañero en los años 2160 e incluso 2170 fue muy estricta. Los recuerdos de los terribles traumas de su juventud durante el Caos atormentaron a la generación adulta y la hicieron extremadamente rígida en su aplicación de la disciplina paterna. Para ellos, la vida no era un paseo por un parque de diversiones. Era un asunto mortalmente serio, y sólo a través de una combinación de sólidos valores, autocontrol, y un fuerte compromiso a una meta valiosa, había alguna posibilidad de alcanzar la felicidad.
La sociedad que emergió en los años 2170 fue pues espectacularmente distinta del irresponsable
laissez-faire
de cincuenta años antes. Muchas instituciones muy antiguas y establecidas, entre ellas la Nación-Estado, la Iglesia Católica Romana y la monarquía británica, habían gozado de un renacimiento durante el medio siglo intermedio. Esas instituciones prosperaron porque se adaptaron rápidamente y adoptaron posiciones de liderazgo en la reestructuración que siguió al Caos.
A finales de la década del 2170, cuando algo parecido a la estabilidad regresó al planeta, el interés en el espacio empezó a crecer otra vez. Una nueva generación de satélites de observación y comunicaciones fue lanzada por la reconstituida Agencia Internacional del Espacio, uno de los brazos administrativos del Consejo de Gobiernos. Al principio la actividad espacial fue cautelosa, y los presupuestos de la AIE muy pequeños. Sólo las naciones desarrolladas participaron activamente. Cuando recomenzaron con éxito los vuelos piloteados, fue planeado un modesto programa de misiones para la década del 2190. Una nueva Academia del Espacio para entrenar cosmonautas para esas misiones abrió sus puertas en 2188, y los primeros graduados salieron de ella cuatro años más tarde.