En la Tierra, el desarrollo fue dolorosamente lento pero regular y predecible durante la mayor parte de los veinte años precedentes al descubrimiento de la segunda espacionave ramana en 2196. En un sentido tecnológico, la humanidad se hallaba aproximadamente al mismo nivel general de desarrollo en 2196 que el que tenía setenta años antes, cuando apareció la primera nave extraterrestre.
Las recientes experiencias en vuelos espaciales eran mucho menores, por supuesto, en el momento del segundo encuentro; sin embargo, en ciertas áreas técnicas críticas, como la medicina y el control de la información, la sociedad humana de la última década del siglo XXII estaba considerablemente más avanzada de lo que lo había estado en 2130. En otro componente las civilizaciones halladas por las dos naves espaciales ramanas eran marcadamente distintas..., muchos de los seres humanos vivos en 2196, especialmente aquellos más viejos y que conservaban los puestos que dictaban la política en la estructura de gobierno, habían vivido algunos de los muy dolorosos años del Gran Caos. Conocían el significado de la palabra miedo. Y esa poderosa palabra modeló sus deliberaciones mientras debatían las prioridades que guiarían una misión humana a la cita con Rama II.
—¿Así que usted preparaba su doctorado en física en la SMU cuando su esposo hizo su famosa predicción acerca de la supernova 2191a?
Elaine Brown estaba sentada en un amplio y mullido sillón de su sala de estar. Tenía un traje marrón asexuado y una blusa de cuello alto. Parecía rígida y ansiosa, como si estuviera deseando que la entrevista terminara.
—Estaba en mi segundo año, y David era mi consejero de tesis —dijo con cuidado, mirando furtivamente a su esposo. Él estaba al otro lado de la habitación, presenciando la entrevista desde detrás de las cámaras. —David trabajaba muy de cerca con sus estudiantes graduados. Todo el mundo sabía eso. Ésa fue una de las razones por las cuales escogí la SMU para mi trabajo graduado.
Francesca Sabatini lucía espléndida. Su largo pelo rubio caía libre sobre sus hombros. Llevaba una costosa blusa blanca de seda, rematada por un pañuelo azul cobalto cuidadosamente doblado en el cuello. Sus pantalones anchos eran del mismo color que el pañuelo. Estaba sentada en un segundo sillón al lado de Elaine. Dos tazas de café reposaban sobre la mesita situada entre ellas.
—El doctor Brown estaba casado por aquel entonces, ¿no? Quiero decir durante el período en el que fue su consejero.
Elaine enrojeció perceptiblemente cuando Francesca terminó su pregunta. La periodista italiana siguió sonriéndole, una sonrisa desarmantemente ingenua, como si la pregunta que acababa de formular fuera tan simple y directa como dos más dos. La señora Brown vaciló, inspiró, y luego tartamudeó ligeramente al dar su respuesta.
—Al principio sí, creo que todavía lo estaba —respondió—. Pero su divorcio fue definitivo antes de que yo terminara mi graduación. —Se detuvo de nuevo, y entonces su rostro se iluminó. —Me regaló un anillo de compromiso como regalo de graduación —dijo, azorada.
Francesca Sabatini estudió a su interlocutora.
Podría hacer pedazos fácilmente esta respuesta
, pensó con rapidez.
Con sólo un par de preguntas. Pero eso no serviría a mis propósitos.
—De acuerdo, corten —dijo bruscamente—. Eso es todo. Echémosle una mirada, y luego pueden devolver todo el equipo al camión. —El jefe de cámaras se dirigió a un lado de la cámara robot número 1, que había sido programada para mantener un primer plano de Francesca, y entró tres órdenes en el teclado en miniatura que había a un lado. Mientras tanto, y puesto que Elaine se había levantado de su asiento, la cámara robot número 2 estaba retrocediendo automáticamente sobre sus patas-trípode y retrayendo sus lentes zoom. Un camarógrafo le hizo un gesto a Elaine para que se quedara quieta hasta que el hubiera desconectado la segunda cámara.
Al cabo de unos segundos, el director había programado el equipo de monitorización automática para pasar los últimos cinco minutos de la entrevista. La imagen de las tres cámaras fue ofrecida simultáneamente, en pantalla compartida, con la imagen compuesta de Francesca y Elaine ocupando el centro del monitor y las cintas de los dos primeros planos a ambos lados. Francesca era una consumada profesional. Podía decir rápidamente que tenía allí el material que necesitaba para su porción del programa. La esposa del doctor David Brown, Elaine, era joven, inteligente, seria, llana, y se sentía incómoda ante la atención que se había centrado sobre ella. Y todo eso había quedado claramente reflejado allí, en la cinta.
Mientras Francesca disponía los últimos detalles con su equipo y arreglaba las cosas para que el conjunto de la entrevista, una vez montado, fuera entregado en su hotel en el Complejo de Transporte de Dallas antes de su vuelo de la mañana, Elaine Brown regresó a la sala de estar con un robot sirviente estándar que llevaba dos tipos diferentes de queso, botellas de vino y copas suficientes para todo el mundo. Francesca captó un fruncimiento en el rostro de David Brown cuando Elaine anunció que habría una "pequeña fiesta" para celebrar el fin de la entrevista. El equipo y Elaine se reunieron en torno del robot y el vino. David se disculpó y salió de la sala de estar al largo pasillo que conectaba con la parte de atrás de la casa, donde se hallaban todos los dormitorios; el resto de la vivienda, en la parte delantera. Francesca lo siguió.
—Discúlpeme, David —dijo. El se volvió, con un claro gesto de impaciencia en el rostro. —No olvide que aún tenemos algunos asuntos por terminar. Prometí una respuesta a Schmidt y Hagenest a mi regreso a Europa. Están ansiosos por seguir adelante con el proyecto.
—No lo he olvidado —respondió él—. Simplemente deseo asegurarme primero de que su amigo Reggie ha terminado de entrevistar a mis hijos. —Dejó escapar un suspiro. — Hay veces en las que desearía ser un total desconocido en el mundo.
Francesca se le acercó un poco más.
—No creo eso ni por un minuto —dijo, con los ojos fijos en los de él—. Hoy está nervioso simplemente porque no puede controlar lo que su esposa e hijos nos están diciendo a Reggie y a mí. Y nada es más importante para usted que el control.
El doctor Brown empezó a responder, pero fue interrumpido por un agudo chillido de
"¡Mamááá!"
que reverberó por todo el pasillo desde su origen en un distante dormitorio. Al cabo de pocos segundos un niño pequeño, de seis o siete años, pasó corriendo al lado de David y Francesca y se lanzó en brazos de su madre, que estaba ahora de pie en la puerta que conectaba el pasillo con la sala de estar. Parte del vino de Elaine cayó de la copa por la fuerza de la colisión con su hijo; inconscientemente, se lamió la mano mientras procuraba calmar al niño.
—¿Qué ocurre, Justin? —preguntó.
—Ese negro rompió mi perro —gimió Justin entre sollozos—. Le dio una patada en el culo, y ahora no puedo hacer que funcione.
El niño señaló hacia el fondo del pasillo. Reggie Wilson y una chica un poco mayor que el niño, alta, delgada, muy seria, avanzaban hacia el resto del grupo.
—Papá —dijo ella, implorando con los ojos la ayuda de David Brown—, el señor Wilson estaba hablando conmigo de mi colección de chapas de astros pop cuando ese maldito perro robot vino, lo meó y lo mordió. Justin lo tiene programado para que haga todas esas cosas...
—¡Está mintiendo! —la interrumpió el niño con un grito—. ¡A ella no le gusta Wally!
¡Nunca le ha gustado Wally!
Elaine Brown tenía una mano en el hombro de su casi histérico hijo y la otra sujetando firmemente el tallo de su copa de vino. Se hubiera sentido alterada por la escena aunque no hubiera observado la desaprobación que recibía por parte de su esposo. Bebió de un sorbo el resto del vino y depositó la copa sobre una estantería cercana.
—Vamos, vamos, Justin —dijo, mirando azorada a los demás—, tranquilízate y cuéntale a mamá lo que ha ocurrido.
—Ese negro no me quiere. Y yo no lo quiero a él. Wally lo sabía, por eso lo mordió. Wally siempre me protege. La chica, Angela, se mostró más excitada.
—Yo sabía que iba a ocurrir algo así. Cuando el señor Wilson estaba hablando conmigo, Justin no dejó de entrar en mi habitación e interrumpirnos, mostrándole al señor Wilson sus juegos, sus muñecos, sus trofeos, incluso su ropa. Finalmente, el señor Wilson tuvo que hablarle en serio. Wally entró como loco y el señor Wilson tuvo que defenderse.
—Es una mentirosa, mamá. Una gran mentirosa. Dile que pare... El doctor David Brown lo interrumpió furioso.
—Elaine —exclamó por encima del tumulto general—, sácalo de aquí. —Se volvió hacia su hija mientras su esposa tiraba del sollozante niño hacia la sala de estar. — Angela —dijo ahora sin disimular su furia—, creí haberte dicho que hoy no te pelearas con Justin bajo ninguna circunstancia.
La niña retrocedió ante el ataque de su padre. Las lágrimas se acumularon en sus ojos. Empezó a decir algo, pero Reggie Wilson se interpuso entre ella y su padre.
—Discúlpeme, doctor Brown —intercedió—. En realidad, Angela no hizo nada. Su historia es básicamente correcta. Ella...
—Mire, Wilson —dijo secamente David Brown—, si no le importa, yo puedo ocuparme de mi propia familia. —Hizo una momentánea pausa para calmar su irritación. —Siento terriblemente toda esta confusión —prosiguió, en un tono más calmado—, pero todo habrá terminado en uno o dos minutos más. —La mirada que lanzó a su hija era fría y en absoluto amable. —Vuelve a tu habitación, Angela. Hablare contigo más tarde. Llama a tu madre y dile que quiero que venga a buscarte antes de cenar.
Francesca Sabatini observó con gran interés el desarrollo de toda la escena. Vio la frustración de David Brown, la falta de confianza en sí misma de Elaine.
Perfecto
, pensó.
Incluso mejor de lo que hubiera podido esperar. Será muy fácil.
El tren plateado y brillante surcaba el campo del norte de Texas a doscientos cincuenta kilómetros por hora. A los pocos minutos las luces del Complejo de Transporte de Dallas aparecieron en el horizonte.
El CTD
ocupaba un área gigantesca, casi veinticinco kilómetros cuadrados. Era en parte aeropuerto, en parte estación de ferrocarril, en parte pequeña ciudad. Construido originalmente en 2185 tanto para manejar el creciente tráfico de larga distancia como para proporcionar un nexo fácil de transferencia de pasajeros al sistema de trenes de alta velocidad, había crecido, como otros centros de transporte similares en todo el mundo, hasta convertirse en toda una comunidad. Más de mil personas, la mayoría de las cuales trabajaban en el
CTD
y hallaban la vida mucho más fácil sin tener que ir de un lado para otro, vivían en los apartamentos que formaban un semicírculo en torno del centro comercial al sur de la terminal principal. La propia terminal albergaba cuatro grandes hoteles, diecisiete restaurantes y más de un centenar de tiendas distintas, incluida una sucursal de la elegante cadena de tiendas de modas Donatelli.
—Yo tenía diecinueve años por aquel entonces —le estaba diciendo el joven a Francesca mientras el tren se acercaba a la estación—, y mi infancia había estado muy protegida. Aprendí más sobre el amor y el sexo en esas diez semanas, viendo sus series de televisión, de lo que había aprendido en toda mi vida antes. Simplemente deseaba darle las gracias a usted por ese programa.
Francesca aceptó el cumplido. Estaba acostumbrada a ser reconocida en público. Cuando el tren se detuvo y bajó al andén, sonrió de nuevo al joven y luego al hombre que la esperaba. Reggie Wilson se ofreció a llevarle su cámara mientras caminaban hacia el pequeño tranvía que los llevaría al hotel.
—¿No te molesta nunca esto? —preguntó él. Ella lo miró interrogativamente. —Toda esta atención, el ser una figura pública —aclaró, —No —respondió—, por supuesto que no. —Se sonrió a sí misma.
Incluso después de seis meses, este hombre sigue sin entenderme. Quizás está demasiado absorto consigo mismo como para darse cuenta de que algunas mujeres son tan ambiciosas como los hombres.
—Sabía que tus dos series de televisión habían sido populares —estaba diciendo Reggie— antes que te conociera durante los ejercicios de selección de personal. Pero no tenía ni idea de que fuera imposible ir a un restaurante o aparecer en público sin tropezar con alguno de tus fans.
Reggie siguió charlando mientras el tranvía los llevaba fuera de la estación de ferrocarril y al centro comercial. Cerca de la vía, en un extremo de las galerías cubiertas, un numeroso grupo de personas hacía cola delante de un cinc. La marquesina proclamaba que la película era
En cualquier clima
, del dramaturgo norteamericano Linzey Olsen.
—¿La has visto? —preguntó Reggie a Francesca—. Yo la vi cuando la estrenaron, hará unos cinco años —siguió, sin aguardar la respuesta de ella—. Helen Caudill y Jeremy Temple. Antes que ella fuera realmente famosa. Es una extraña historia, acerca de dos personas que tienen que compartir una habitación de hotel durante una tormenta de nieve en Chicago. Ambos están casados. Se enamoran mientras hablan de sus expectativas fracasadas. Como dije, una extraña historia.
Francesca no escuchaba. Un muchacho que le recordaba a su primo Roberto había subido al tranvía justo delante de ellos en la primera parada de las galerías comerciales. Su piel y su pelo eran muy oscuros, sus rasgos agradablemente cincelados.
¿Cuánto tiempo hace que vi por última vez a Roberto?
, se preguntó.
Debe de hacer tres años ya. Estaba en Positano con su esposa María
. Francesca suspiró y rememoró días pasados, hacía mucho tiempo. Se podía ver a sí misma riendo y corriendo por las calles de Orvieto. Tendría entonces nueve o diez años, aún era inocente y no corrompida por la vida. Roberto tenía catorce. Jugaban con una pelota de fútbol en la piazza frente al Duomo. A ella siempre le había encantado fastidiar a su primo. Era tan gentil, tan poco afectado. Roberto era la única cosa buena de su infancia.
El tranvía se detuvo delante del hotel. Reggie la estaba contemplando con una mirada fija. Francesca supo intuitivamente que acababa de hacerle una pregunta.
—¿Y bien? —dijo él, mientras descendían del vagón.
—Lo siento, querido —respondió ella—. Estaba soñando despierta de nuevo. ¿Qué es lo que has dicho?
—No me había dado cuenta de que yo fuera tan aburrido —dijo Reggie sin ninguna complacencia. Se volvió espectacularmente para asegurarse de que ella le estaba prestando atención. —¿Cuál es tu elección para la cena de esta noche? Yo la había reducido a comida china o algo así.