—Cuando su compatriota Blamont, que ya había volado en media docena de misiones importantes para la AIE, fue descalificado debido a aquel trivial murmullo en su corazón, y el Comité de Selección de Astronautas respaldó luego a los médicos denegando su apelación, me sentí presa del pánico. —El orgulloso físico japonés miraba ahora directamente a Nicole a los ojos, urgiéndola a comprender. —Tuve miedo de perder la más importante oportunidad de mi carrera debido a un problema físico menor que nunca antes había afectado ninguna parte de mi vida. —Hizo una pausa para elegir cuidadosamente sus palabras. —Sé que lo que hice fue erróneo y deshonesto, pero me convencí a mí mismo por aquel entonces de que todo estaba bien, de que mis posibilidades de descifrar el mayor rompecabezas de la historia humana no debían verse bloqueadas por un grupo de doctores de mentes pequeñas que definían la salud aceptable sólo en términos de valores numéricos. El doctor Takagishi contó el resto de su historia sin embellecimientos ni emociones obvias. La pasión que había demostrado fugazmente durante su discurso sobre los ramanes se había desvanecido, su monótono recitado era ahora seco y claro. Explicó cómo había convencido al médico de su familia para que falsificara su historial médico y le proporcionara un nuevo fármaco que impediría la presencia de su irregularidad diastólica durante los dos días de sus exámenes físicos en Heidelberg. Aunque había riesgo de algunos efectos secundarios perniciosos del nuevo medicamento, todo fue de acuerdo con el plan. Takagishi pasó los rigurosos exámenes físicos, y al final fue seleccionado como uno de los dos científicos de la misión, junto con el doctor David Brown. Nunca había vuelto a pensar en el asunto médico hasta hacía unos tres meses, cuando Nicole explicó por primera vez a los cosmonautas que tenía intención de recomendar el uso del sistema de sondas Hakamatsu durante la misión en vez de las sondas temporales estándar una vez a la semana.
—Entienda —explicó Takagishi, empezando ahora a fruncir el entrecejo—; bajo las antiguas técnicas, yo podría haber usado el mismo fármaco una vez a la semana, y ni usted ni ningún otro oficial de ciencias vitales hubiera visto nunca la irregularidad. Pero un sistema permanente de monitorización no podía ser engañado... el medicamento es demasiado peligroso para uso constante.
Así que,
de alguna forma, usted llegó a un trato con Hakamatsu
, saltó Nicole mentalmente por delante de él.
Con su conocimiento explícito o sin él. E introdujo unos valores de tolerancia esperada que no fueran activados por la presencia de su anormalidad. Esperaba que a nadie que analizara los tests se le ocurriera pedir un análisis biométrico completo. Ahora comprendía por qué él la había llamado urgentemente a Japón. Y ahora desea que guarde su secreto.
—
Watakushi no doryo wa, wakarimasu
—dijo amablemente Nicole, en japonés para mostrar su simpatía hacia la angustia de su colega—. Puedo darme cuenta de toda la inquietud que esto le produce. No necesita explicarme en detalle cómo manipuló las sondas Hakamatsu. —Hizo una pausa y observó cómo el rostro de él se relajaba. —Pero, si le comprendo correctamente, lo que usted desea es que yo me convierta en cómplice de su engaño. Usted reconoce, por supuesto, que ni siquiera puedo tomar en consideración el conservar su secreto a menos que esté absolutamente convencida de que su problema físico menor, como usted lo llama, no representa ninguna amenaza posible a la misión. De otro modo, me veré obligada...
—Madame des Jardins —la interrumpió Takagishi—. Siento el más absoluto respeto hacia su integridad. Nunca,
nunca
le pediría que mantuviera la irregularidad de mi corazón fuera de los registros a menos que usted estuviera de acuerdo conmigo en que se trata realmente de un problema insignificante. —La miró en silencio durante varios segundos.
—Cuando Hakamatsu me telefoneó esta tarde —siguió en voz baja—, pensé al principio convocar una conferencia de prensa y renunciar al proyecto. Pero, mientras estaba pensando en lo que diría en mi renuncia, no dejaba de ver la imagen del profesor Brown. Mi contrapartida británica es un hombre brillante, pero también, en mi opinión, está demasiado seguro de su infalibilidad. El reemplazo más probable para mí sería el profesor Wolfgang Heinrich de Bonn. Ha publicado muchos espléndidos artículos acerca de Rama, pero él, como Brown, cree que estas visitas celestes representan acontecimientos al azar, totalmente sin conexión con nosotros y nuestro planeta. —La intensidad y la pasión habían regresado a sus ojos. —Ahora no puedo abandonar. A menos que no tenga elección. Tanto Brown como Heinrich pueden fracasar en llegar al fondo del asunto.
Detrás de Takagishi, en el sendero que conducía de vuelta al edificio de madera principal del templo, tres monjes budistas pasaron caminando rápidamente. Pese al frío, iban vestidos con ropas ligeras, con sus habituales túnicas cortas gris oscuro y sus pies expuestos al frío en sandalias abiertas. El científico japonés le propuso a Nicole que pasaran el resto del día en el consultorio de su médico personal, donde podrían estudiar su historia clínica completa y sin censurar, que se remontaba hasta su primera infancia. Si ella estaba de acuerdo, añadió, le podían proporcionar un datacubo conteniendo toda la información para que ella se lo llevara de vuelta a Francia y lo estudiara con toda comodidad.
Nicole, que había estado escuchando intensamente a Takagishi durante casi una hora, desvió momentáneamente su atención a los tres monjes que ahora subían decididamente las escaleras allá en la distancia.
Sus ojos son tan serenos
, pensó.
Sus vidas tan libres de contradicciones. La obcecación puede ser una virtud. Hace todas las respuestas fáciles
. Sólo por un momento sintió envidia de los monjes y de su ordenada existencia. Se preguntó cómo se enfrentarían ellos al dilema que el doctor Takagishi le estaba presentando.
Él no es uno de los cadetes del espacio
, estaba pensando ahora,
así que su papel no es absolutamente crítico para el éxito de la misión. Y, en cierto sentido, tiene razón. Los médicos del proyecto han sido demasiado estrictos. Nunca hubieran debido descalificar a Alain. Hubiera sido una vergüenza si...
—
Daijóbu
—dijo, antes de que él hubiera terminado de hablar—. Iré con usted a ver a su médico y, si no hallo nada que me preocupe, me llevare todo el archivo a casa para estudiarlo durante las vacaciones.
—El rostro de Takagishi se iluminó. —Pero déjeme advertirle de nuevo —añadió— que, si hay algo en su historia que encuentre cuestionable, o si tengo el menor asomo de evidencia de que usted me sigue ocultando alguna información, entonces le pediré que renuncie inmediatamente.
—Gracias; muchas gracias —respondió el doctor Takagishi, poniéndose de pie y haciendo una reverencia a su colega femenino—. Muchas gracias —repitió.
El general O'Toole no podía haber dormido más de dos horas. La combinación de la excitación y el cambio de horario tras el largo viaje en avión habían mantenido su mente activa durante toda la noche. Había estudiado el encantador y bucólico mural de la pared opuesta a la cama en su habitación del hotel y contado dos veces todos los animales. Desgraciadamente, había permanecido completamente despierto tras finalizar ambas cuentas.
Inspiró profundamente, esperando que eso lo ayudara a relajarse.
¿Por qué todo este nerviosismo?
, se preguntó a sí mismo.
Es simplemente un hombre como todos los demás en la Tierra. Bueno, no exactamente
. O'Toole se sentó erguido en su silla y sonrió. Eran las diez de la mañana y aguardaba en una pequeña antesala dentro del Vaticano. Iba a celebrar una audiencia privada con el Vicario de Cristo, el papa Juan Pablo V.
Durante su infancia, Michael O'Toole había soñado a menudo en convertirse algún día en el primer papa norteamericano. "El papa Michael", se había llamado a sí mismo durante las largas tardes de domingo cuando estudiaba a solas su catecismo. Y había repetido las palabras de sus lecciones una y otra vez, las había grabado en su memoria, y se había imaginado a sí mismo, quizá cincuenta años más tarde, llevando sotana y el anillo papal, celebrando la misa para miles de personas en las grandes iglesias y estadios del mundo. Inspiraría a los pobres, los desesperados, los oprimidos. Les mostraría cómo Dios podía conducirles a una vida mejor.
Cuando joven, a Michael O'Toole le encantaba aprenderlo todo, pero tres temas en particular lo habían intrigado. Nunca podía leer lo suficiente sobre religión, historia y física. De alguna forma, su mente ágil hallaba sencillo saltar entre esas distintas disciplinas. Nunca le había preocupado que las epistemologías de la religión y la física estuvieran separadas ciento ochenta grados. Michael O'Toole no tenía ninguna dificultad en reconocer qué cuestiones en la vida debían ser respondidas por la física y cuáles por la religión.
Sus tres temas académicos preferidos se mezclaban en el estudio de la creación. Después de todo, era el principio de todo, incluidas la religión, la historia y la física.
¿Cómo había ocurrido? ¿Estaba Dios presente, como arbitro quizás, en el primer impulso del universo hacía dieciocho mil millones de años? ¿No era Él quien había proporcionado el ímpetu para la cataclísmica explosión conocida como el Big Bang que había extraído toda la materia a partir de la energía? ¿No había previsto Él que esos originales y prístinos átomos de hidrógeno se coagularan en gigantescas nubes de gas y luego se fundieran bajo la gravitación para convertirse en las estrellas en las que serían producidos los productos químicos básicos que eran los fundamentos de la vida?
Y nunca he perdido mi fascinación hacia la creación
, se dijo a sí mismo O'Toole mientras aguardaba su audiencia papal.
¿Cómo ocurrió todo? ¿Cuál es el significado de la particular secuencia de acontecimientos?
Recordó sus preguntas a los sacerdotes cuando adolescente.
Probablemente decidí no ser sacerdote porque eso hubiera limitado mi libre acceso a la verdad científica. La Iglesia nunca se ha sentido tan cómoda como yo con las aparentes incompatibilidades entre Dios y Einstein
.
Un sacerdote norteamericano del Departamento de Estado vaticano estaba aguardando en su hotel en Roma la tarde antes, cuando O'Toole regresó de su día como turista. El sacerdote se había presentado disculpándose profusamente por no haber respondido a la carta que el general O'Toole había escrito desde Boston en noviembre. Habría "facilitado el proceso", observó de pasada el sacerdote, si el general hubiera señalado en su carta que era el general O'Toole, el cosmonauta del Proyecto Newton. Sin embargo, prosiguió, se había podido arreglar la agenda papal, y el Santo Padre se sentiría encantado de recibir a O'Toole a la mañana siguiente.
Cuando la puerta de la oficina papal se abrió, el general norteamericano se puso instintivamente de pie. El sacerdote de la noche anterior entró en la habitación, con aspecto muy nervioso, y estrechó rápidamente la mano de O'Toole. Ambos miraron hacia la puerta donde el Papa, con su habitual sotana blanca, estaba concluyendo una conversación con un miembro de su personal. Juan Pablo V se dirigió hacia la antecámara, con una agradable sonrisa en su rostro, y tendió la mano hacia O'Toole. El cosmonauta se dejó caer automáticamente sobre una rodilla y besó el anillo papal.
—Santo Padre —murmuró, sorprendido ante el excitado golpear de su corazón en su pecho—, gracias por recibirme. Es realmente un gran honor para mí.
—Para mí también —respondió el Papa en un inglés con un ligero acento—. He estado siguiendo las actividades de usted y de sus colegas con gran interés.
Hizo un gesto hacia O'Toole, y el general norteamericano siguió al líder de la Iglesia a una gran oficina de alto techo. Un gran escritorio de madera oscura se alzaba a un lado de la estancia, bajo un retrato a tamaño natural de Juan Pablo IV, el hombre que se había convertido en papa durante los días más oscuros del Gran Caos y había proporcionado tanto al mundo como a la Iglesia veinte años de enérgico e inspirado liderazgo. El dotado venezolano, un erudito poeta e historiador por derecho propio, había demostrado al mundo, entre 2139 y 2158, la fuerza positiva que puede ser una Iglesia organizada en una época en la que virtualmente todas las demás instituciones se estaban derrumbando y, en consecuencia, eran incapaces de ofrecer ningún socorro a las desconcertadas masas.
El Papa se sentó en un diván e hizo un gesto a O'Toole para que tomara asiento a su lado. El sacerdote norteamericano abandonó la habitación. Frente a O'Toole y el Papa había grandes ventanas que se abrían a un balcón que dominaba los jardines del Vaticano, unos seis metros más abajo. En la distancia O'Toole pudo ver el museo del Vaticano, donde había pasado la tarde anterior.
—Escribió usted en su carta —dijo el Santo Padre, sin consultar ninguna nota— que había algunos "detalles teológicos" que desearía consultar conmigo. Supongo que de alguna manera se hallan relacionados con su misión.
O'Toole contempló al viejo hispano de setenta años que era el líder espiritual de mil millones de católicos. La piel del Papa era olivácea, sus rasgos afilados, su denso pelo negro ahora en su mayor parte gris. Sus ojos castaños eran suaves y claros.
Ciertamente no pierde el tiempo
, pensó O'Toole, recordando un artículo en una revista católica en el que uno de los principales cardenales en la administración del Vaticano había alabado a Juan Pablo V por la eficiencia de su dirección.
—Sí, Santo Padre —dijo O'Toole—. Como usted sabe, estoy a punto de embarcarme en un viaje del máximo significado para la humanidad. Como católico, tengo algunas preguntas que pensé que podría ser útil para mí discutir con usted. —Hizo una breve pausa. —Por supuesto, no espero que tenga usted todas las respuestas. Pero quizá pueda guiarme un poco con su sabiduría acumulada.
El Papa asintió y aguardó a que O'Toole continuara. El cosmonauta inspiró profundamente.
—El asunto de la redención es uno de los que me preocupan, aunque supongo que es sólo una parte de una preocupación mayor que tengo al intentar reconciliar a los ramanes con nuestra fe.
El entrecejo del Papa se frunció ligeramente, y O'Toole pudo darse cuenta de que no se estaba comunicando demasiado bien.
—No tengo ningún problema en absoluto —añadió el general como explicación— con el concepto de Dios creando a los ramanes, eso es fácil de comprender. Pero, ¿siguieron los ramanes un esquema similar en su evolución espiritual, y en consecuencia en su necesidad de ser redimidos en algún punto de su historia, como los seres humanos en la Tierra? Y, de ser así, ¿envió Dios a Jesús, o quizás a su equivalente ramano, para salvarlos de sus pecados? ¿Representan así los seres humanos un paradigma evolutivo que se ha repetido una y otra vez a través de todo el universo?