Juan Pablo terminó su trasmisión con una bendición y el recitado de la plegaria del Señor. El general O'Toole se arrodilló automáticamente y pronunció las palabras junto con su líder espiritual. Cuando la pantalla quedó vacía, revisó todo lo que el pontífice le había dicho y se sintió tranquilizado.
Debo de estar en el buen camino,
se dijo a sí mismo.
Pero no debo esperar una proclama celestial con acompañamiento de trompetas.
O'Toole no estaba preparado para aquella poderosa respuesta emocional a Rama. Quizá fuera la escala misma de la nave espacial, tanto más grande que cualquier otra cosa jamás construida por los seres humanos. Quizá también su largo confinamiento en la
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y el exaltado estado emocional contribuyeran a la intensidad de sus sentimientos. Fueran cuales fuesen las razones, Michael O'Toole se sintió absolutamente abrumado por el espectáculo mientras se abría paso en el solitario camino al interior de la gigantesca nave espacial.
No había ningún rasgo específico que dominara a los demás en la mente de O'Toole. Su garganta se constriñó y sus ojos se llenaron de lágrimas de maravilla en varias ocasiones; mientras bajaba en el telesilla en su descenso inicial y miraba a través de la Planicie Central, con sus largas franjas iluminadas que eran la luz ramana; de pie junto al todo terreno en las orillas del Mar Cilíndrico, mirando por sus binoculares a los misteriosos rascacielos de Nueva York, y contemplando con la boca abierta, como todos los cosmonautas antes que él, los gigantescos cuernos y contrafuertes que adornaban el cuenco sur. Los sentimientos dominantes de O'Toole eran de maravilla y reverencia, muy parecidos a los que había sentido la primera vez que entró en una de las antiguas catedrales europeas.
Pasó la noche ramana en Beta, utilizando una de las cabañas extras dejadas por los cosmonautas en su segunda incursión. Halló el mensaje de Wakefield fechado dos semanas antes, y sintió un momentáneo deseo de ensamblar el bote de vela y cruzar el mar hasta Nueva York. Pero se contuvo y se enfocó en el auténtico propósito de su visita.
Se admitió a sí mismo que, aunque Rama era un logro espectacular, su magnificencia no tenía que ser un factor relevante en su proceso de evaluación. ¿Había algo que hubiera visto que pudiera hacer que alterara sus conclusiones tentativas? No, respondió a regañadientes a su propia pregunta. Cuando las luces se encendieron de nuevo dentro del gigantesco cilindro, O'Toole tenía la confianza de que, antes de la próxima noche ramana, activaría las armas.
De todos modos, lo postergó. Condujo a lo largo de toda la línea costera, examinando Nueva York y las otras vistas desde distintos puntos ventajosos y observando el acantilado de quinientos metros en el lado opuesto del mar. En una última pasada a través del campamento Beta, decidió recoger algunas cosas, incluidos unos cuantos objetos personales dejados atrás por los otros miembros del equipo en su apresurada retirada de Rama. No muchas cosas habían escapado del huracán, pero halló algunos recuerdos que habían quedado atrapados en rincones contra las cajas de provisiones.
El general O'Toole durmió largamente antes de conducir el todo terreno de vuelta a la parte inferior del telesilla. Convencido de lo que tenía que hacer cuando alcanzara la
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, se arrodilló y rezó una última vez antes de su descenso. Cuando apenas había empezado a subir, cuando aún estaba a menos de medio kilómetro por encima de la Planicie Central, se volvió en su silla y miró hacia atrás a través del panorama ramano.
Pronto todo esto habrá desaparecido,
pensó,
envuelto en un horno solar desencadenado por el hombre.
Sus ojos se alzaron de la planicie y se enfocaron en Nueva York. Creyó ver un punto negro moviéndose en el cielo ramano.
Con temblorosas manos se llevó los binoculares a los ojos. En unos pocos segundos había localizado el ampliado punto. Cambió rápidamente la resolución de los binoculares, y el punto se escindió en tres partes, cada una de ellas un pájaro que planeaba en formación allá en la distancia. O'Toole parpadeo, pero la imagen no cambió. ¡Había realmente tres pájaros volando en el cielo de Rama!
La alegría llenó al general O'Toole. Lanzó un grito de regocijo mientras seguía a los pájaros con sus binoculares hasta que ya no pudo verlos. Los restantes treinta minutos de camino hasta la parte superior de la escalera Alfa parecieron toda una vida.
El oficial norteamericano subió rápidamente a otra silla y descendió de nuevo al interior de Rama. Deseaba desesperadamente ver aquellos pájaros una vez más.
Si de alguna manera pudiera fotografiarlos,
pensó, dispuesto a volver hasta la orilla del Mar Cilíndrico si era necesario,
entonces podría demostrarle a todo el mundo que también hay criaturas vivas en este sorprendente mundo.
Desde dos kilómetros encima del suelo, O'Toole buscó en vano los pájaros mientras descendía. Sólo ligeramente descorazonado por su fracaso en encontrarlos, se vio abrumado a continuación por lo que vio cuando bajó los binoculares y se preparó a saltar de su silla. Richard Wakefield y Nicole des Jardins estaban de pie, uno al lado del otro, en el fondo del telesilla.
El general O'Toole los abrazó con un gesto vigoroso y luego, con lágrimas de felicidad resbalando por sus mejillas, se arrodilló en el suelo de Rama.
—Querido Dios —dijo mientras ofrecía su silenciosa plegaria de agradecimiento—. Querido Dios —repitió.
Los tres cosmonautas hablaron ávidamente durante más de una hora. Había tanto que contar. Cuando Nicole le habló de su terror cuando descubrió al muerto Takagishi en el cubil de la octoaraña, O'Toole guardó un momentáneo silencio y luego agitó la cabeza.
—Hay tantas preguntas sin responder aquí —dijo, alzando la vista hacia el alto techo—.
¿Son realmente malévolos? —preguntó de forma retórica.
Richard y Nicole alabaron el valor del general al no entrar su código para activar las armas. Ellos también se sentían horrorizados ante la idea de que el Consejo de Gobiernos había ordenado la destrucción de Rama.
—Es absolutamente imperdonable que utilicemos armas atómicas contra esta nave espacial —dijo Nicole—. Estoy convencida de que no es fundamentalmente hostil. Y creo que Rama maniobró para interceptar la Tierra porque tiene un mensaje específico para nosotros.
Richard riñó suavemente a Nicole por expresar su opinión más sobre bases emocionales que factuales.
—Es posible —admitió ella—, pero también hay una seria falla lógica en esta decisión de destruir. Ahora tenemos pruebas sólidas de que este vehículo estaba en comunicación con su predecesor. Existen buenas razones para sospechar que hay un Rama III ahí fuera en algún lugar, probablemente avanzando en esta dirección. Si la flota ramana es potencialmente hostil, no hay forma alguna de que la Tierra pueda escapar. Podemos conseguir destruir esta segunda nave... pero haciéndolo advertiremos con toda seguridad a la siguiente. Puesto que su tecnología es mucho más adelantada que la nuestra, no tendremos ninguna posibilidad de sobrevivir a su ataque.
El general O'Toole miró a Nicole con admiración.
—Ese es un argumento excelente —dijo—. Es una lástima que no estuvieran ustedes disponibles para las discusiones con la AIE. Nunca tomamos en consideración...
—¿Por qué no posponemos el resto de la conversación hasta que estemos de vuelta en la
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? —dijo bruscamente Richard—. Según mi reloj, volverá a hacerse oscuro dentro de otros treinta minutos, antes que ninguno de nosotros haya alcanzado la parte superior del telesilla. No quiero moverme en la oscuridad más tiempo del necesario.
Cada uno de los tres astronautas creía que abandonaba Rama por última vez. Mientras transcurrían los últimos minutos de luz, los tres contemplaron intensamente el magnífico paisaje alienígena que se extendía en la distancia. Para Nicole, el sentimiento dominante era de exaltación. Cautelosa por naturaleza con sus expectativas, hasta aquel momento en el telesilla no se había permitido el intenso placer de creer que volvería a abrazar de nuevo alguna vez a Geneviéve. Su mente estaba ahora inundada por la bucólica belleza de Beauvois, e imaginaba con detalle la alegría de la escena de su reunión con su padre e hija.
Puede ser tan poco tiempo como una semana o diez días,
se dijo, expectante. Cuando alcanzó la parte superior, apenas podía contener su júbilo.
Durante el trayecto, Michael O'Toole revisó, una vez más, su decisión de activación. Cuando la oscuridad cayó sobre Rama, bruscamente y en el momento esperado, había terminado de desarrollar su plan para comunicar su conclusión a la Tierra. Telefonearían inmediatamente a la dirección de la AIE. Nicole y Richard resumirían sus historias, y Nicole presentaría sus razones para creer que la destrucción de Rama sería algo "imperdonable". O'Toole estaba convencido de que la orden de activar las armas sería rescindida de inmediato.
El general encendió su linterna justo antes que su silla alcanzara la parte superior de la escalera. Saltó al entorno ingrávido y se detuvo al lado de Nicole. Aguardaron a Richard Wakefield antes de avanzar juntos por la rampa hasta el pasadizo de trasbordo, a sólo un centenar de metros de distancia. Después de entrar en el trasbordador y disponerse a cruzar el casco de Rama hacia la
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, la linterna de Richard se posó en un enorme objeto metálico a un lado del pasadizo.
—¿Ésa es una de las bombas? —preguntó.
El sistema del arma nuclear se parecía realmente a una bala de gran tamaño.
Es curioso,
pensó Nicole, retrocediendo un paso mientras un instantáneo estremecimiento la recorría de pies a cabeza.
De hecho, hubiera podido tener cualquier forma. Me pregunto qué extraña aberración del subconsciente hizo que sus diseñadores eligieran esta forma en particular...
—Pero, ¿qué es esa extraña cosa que tiene en la punta? —preguntó Richard.
El entrecejo del general se frunció mientras contemplaba el objeto absolutamente no familiar iluminado por el haz de luz.
—No lo sé —confesó—. Nunca lo había visto antes. —Bajó del trasbordador. Richard y Nicole lo siguieron.
El general O'Toole avanzó hasta el arma y estudió el extraño objeto unido encima del teclado numérico. Era una placa aplanada, ligeramente mayor que el teclado en sí, anclada por junturas angulares a los lados del arma. En la parte inferior de la placa, momentáneamente retraídos, había diez pequeños punzones... al menos, eso fue lo que le parecieron a O'Toole. Su observación se vio confirmada unos segundos más tarde cuando un punzón se extendió y golpeó el número 5 en el teclado varios centímetros más abajo. El 5 fue seguido en rápida sucesión por un 7, y luego por ocho números más antes de que una luz verde parpadeara indicando que se había completado con éxito la primera decena.
Al cabo de unos segundos el aparato entró otros diez dígitos, y otra luz verde parpadeó. O'Toole se inmovilizó, aterrado.
Dios mío,
pensó,
¡es mi código! De alguna manera han conseguido romperlo...
Su pánico se relajó unos instantes más tarde cuando, tras la tercera decena de dígitos, la luz roja anunció que se había cometido un error.
—Al parecer —dijo el general O'Toole unos instantes más tarde, en respuesta a una pregunta de Richard—, han estado planeando esto para intentar entrar mi código en mi ausencia. Sólo disponen de las dos primeras decenas correctas. Por un momento temí...
—O'Toole hizo una pausa, consciente de las intensas emociones que se agitaban en su interior.
—Deben de haber supuesto que usted no iba a volver —dijo Nicole, con un tono llano y factual.
—Si lo hicieron Heilmann y Yamanaka —respondió O'Toole—. Por supuesto, no podemos descartar por completo la posibilidad de que esto haya sido colocado aquí por los alienígenas..., o incluso los biots.
—Extremadamente improbable —comentó Richard—. La ingeniería es demasiado tosca.
—En cualquier caso —dijo O'Toole, abriendo su mochila y buscando algunas herramientas para desconectar el aparato—, no voy a correr riesgos.
En el extremo del pasadizo correspondiente a la
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, O'Toole, Wakefield y des Jardins hallaron la segunda bomba provista del mismo aparato. El trío lo observó pulsar un intento de código —con el mismo resultado, una falla en alguna parte en la tercera decena—, y lo desmontó también. Después abrieron el sello y partieron de Rama.
Nadie los saludó cuando penetraron en la nave militar Newton. El general O'Toole supuso que tanto el almirante Heilmann como Yamanaka estaban dormidos, y fue inmediatamente a los dormitorios. Deseaba hablar con Heilmann en privado. Pero no estaban en sus habitaciones. No le tomó demasiado tiempo, de hecho, confirmar que los otros dos cosmonautas no estaban en ninguna parte en el comparativamente reducido espacio donde vivían y trabajaban en la nave militar.
Una búsqueda en la zona de pertrechos en la parte de atrás de la nave fue igualmente inútil. Sin embargo, el trío descubrió que faltaba uno de las vainas de actividad extravehicular. Aquel descubrimiento suscitó otra perpleja serie de cuestiones. ¿Dónde podían haber ido Heilmann y Yamanaka en la vaina? ¿Y por qué habían violado la política de alta prioridad del proyecto de que al menos un miembro del equipo debía permanecer siempre a bordo de la
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?
Los tres cosmonautas se mostraron desconcertados cuando regresaron al centro de control para discutir sus posibles cursos de acción. O'Toole fue el primero en suscitar el espectro del juego sucio.
—¿Piensan que esas octoarañas, o incluso alguno de los biots, puedan haber subido a bordo? Después de todo, no es difícil entrar en la
Newton
, a menos que esté en Modo de Autoprotección.
Nadie deseaba decir lo que los tres estaban pensando. Si alguien o algo había capturado o matado a sus dos colegas en la nave, entonces todavía podía estar por los alrededores, y
ellos
estaban también en peligro...
—¿Por qué no llamamos a la Tierra y anunciamos que estamos vivos? —dijo Richard, rompiendo el silencio. El general O'Toole sonrió.
—Eso es una gran idea. —Se dirigió a la consola de control central y activó el panel. Un status estándar de sistema apareció en la gran pantalla.
—Es extraño —comentó el general—. Según esto, no tenemos enlace vídeo con la Tierra en estos momentos. Sólo telemetría de escasa intensidad. ¿Por qué debería haberse cambiado la configuración del sistema de datos?