Rama II (47 page)

Read Rama II Online

Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

—Usted y Francesca estaban de pie en este lugar, ¿correcto? —Nicole asintió con la cabeza. —Entonces, usted volvió al cobertizo para mirar dentro de uno de los pozos.

—Ya hemos hablado de esto antes —respondió Nicole—. ¿Por qué lo pregunta de nuevo?

—Creo que Francesca la vio caer en uno de los pozos y nos engañó intencionadamente con esa historia acerca de usted saliendo en busca de nuestro profesor japonés. No deseaba que nadie la encontrara.

Nicole miró a Richard en la oscuridad.

—Estoy de acuerdo —respondió lentamente—. Pero, ¿por qué cree usted eso?

—Es la única explicación que tiene algún sentido. Tuve un extraño encuentro con ella justo antes de que volviera aquí dentro. Vino a mi habitación con la pretensión de que deseaba una entrevista, supuestamente para descubrir por qué volvía yo a Rama. Cuando mencioné Falstaff y su radiofaro de navegación, desconectó su cámara. Entonces se mostró muy animada y me hizo muchas preguntas técnicas detalladas. Antes de irse, me dijo que estaba convencida de que ninguno de nosotros hubiéramos debido entrar nunca en Rama. Pensé que iba a suplicarme que no volviera aquí dentro.

"Puedo comprender ahora que no deseaba que yo descubriera que había intentado dejarla a usted abandonada en el pozo —prosiguió tras una corta pausa—. Lo que no puedo llegar a imaginar es por qué la dejó aquí.

—¿Recuerda usted la noche que me explicó por qué la protección automática del CirRob había fallado? —dijo Nicole tras un momento de reflexión—. Esa misma noche les pregunté también a usted y a Janos si alguno de los dos había visto al general Borzov...

Mientras caminaban de vuelta en dirección a la plaza central y su cabaña, Nicole pasó quince minutos explicándole a Richard toda su hipótesis acerca de la conspiración. Le habló del contrato con los media, los medicamentos que Francesca les había dado tanto a David Brown como a Reggie Wilson, y las interacciones personales de Nicole con todos los actores principales. No le habló del datacubo. Richard admitió que las pruebas eran muy sólidas.

—¿Así que cree que ella la abandonó aquí en el pozo para evitar ser desenmascarada como conspiradora? Nicole asintió. Richard dejó escapar un suave silbido.

—Entonces todo encaja. Me resultó evidente que Francesca estaba dirigiendo todo cuando regresamos a la
Newton
. Tanto Brown como Heilmann estaban recibiendo órdenes de ella. —Rodeó el hombro de Nicole con su brazo. —No querría a esa mujer por enemiga. Evidentemente, no tiene escrúpulos de ningún tipo.

44 - Otro nido

Richard y Nicole tenían preocupaciones más importantes que Francesca. Cuando regresaron a la plaza central, hallaron que su cabaña había desaparecido. Repetidas llamadas en la cubierta de las aves no dieron ninguna respuesta. La precariedad de su situación se hizo clara para ambos.

Richard se volvió taciturno y poco comunicativo. Se disculpó con Nicole, diciendo que era un rasgo característico de su personalidad retirarse de la gente cuando se sentía inseguro. Jugueteó con su ordenador durante varías horas, deteniéndose sólo ocasionalmente para hacerle a Nicole preguntas sobre la geografía de Nueva York.

Nicole estaba tendida en su saco de dormir e imaginaba que estaba nadando en el Mar Cilíndrico. No era una nadadora excepcionalmente buena. Durante sus entrenamientos le había tomado quince minutos nadar un kilómetro. Y eso había sido en una piscina tranquila. Para cruzar el mar se vería obligada a nadar cinco kilómetros en un agua helada y movida. Y tal vez estuviera acompañada de encantadoras criaturas como los tiburones biots.

Un hombre gordo y jovial de veinte centímetros de estatura interrumpió su contemplación.

—¿Te gustaría una copa, hermosa muchacha? —le preguntó Falstaff. Nicole se volvió y observó de cerca al robot. Alzaba una jarra llena de líquido y bebió, derramando parte sobre su barba. Se la secó con la manga y luego eructó. —Y si no deseas beber nada — dijo con un enorme acento británico, metiéndose la mano por los pantalones—, entonces quizá sir John pueda enseñarte una o dos cosas entre las sábanas. —El diminuto rostro era definitivamente lujurioso. Burdo, pero muy divertido.

Nicole se echó a reír. Lo mismo hizo Falstaff.

—No soy ingenioso sólo por mí mismo —dijo el robot—, sino porque la causa de ese ingenio está en los hombres.

—¿Sabe? —dijo Nicole a Richard, que estaba observando desde varios metros de distancia—, si alguna vez se cansa de ser astronauta, podría hacerse millonario fabricando juguetes.

Richard se acercó y recogió a Falstaff. Le dio las gracias a Nicole por su cumplido.

—Tal como lo veo, tenemos tres opciones —dijo luego, muy seriamente—. Podemos nadar en el mar, podemos explorar Nueva York para ver si conseguimos reunir el material suficiente para construir algún tipo de bote, o podemos aguardar aquí hasta que venga alguien. No soy optimista respecto a nuestras posibilidades en ninguno de los tres casos.

—Entonces, ¿qué sugiere?

—Propongo un compromiso. Cuando haya luz, exploremos cuidadosamente las zonas clave de la ciudad, particularmente en torno de las tres plazas, y veamos si podemos hallar algo que pueda ser utilizado para construir un bote. Concederemos un día ramano, quizá dos, a la exploración. Si no resulta nada de ello, entonces nadaremos. No tengo ninguna fe en llegar a ver nunca un equipo de rescate.

—Me parece bien. Pero me gustaría hacer otra cosa primero. No tenemos mucha comida, por decir algo que suena obvio. Me sentiría mejor si sacáramos primero del pozo el melón maná, antes de hacer ningún otro tipo de exploración. De esa forma podremos estar protegidos contra cualquier sorpresa.

Richard admitió que establecer una provisión de comida era probablemente una prudente acción inicial.

—Usted tuvo suerte en muchos sentidos —dijo—. No sólo el hilo no se rompió, sino que tampoco se deslizó de esa especie de cinturón que hizo con él. De todos modos, cortó por completo sus guantes en dos lugares y casi cortó su propio cinturón.

—¿Tiene alguna otra idea? —preguntó Nicole.

Ese material del retículo es la elección más obvia —respondió Richard—. Tendría que ser perfecto, siempre que no tengamos ningún problema en obtenerlo. Entonces podré bajar yo mismo al pozo y ahorrarle la molestia...

—Falso —interrumpió Nicole con una sonrisa—. Con los debidos respetos, Richard, ahora no es el momento de actitudes machistas. Usar esa especie de cuerda del retículo es un buena idea. Pero usted es demasiado pesado. Si ocurriera algo, yo nunca sería capaz de sacarlo. —Le dio una palmada en el hombro. —Y espero no herir sus sentimientos, pero probablemente yo sea la más atlética de los dos.

Richard fingió que su orgullo sí había resultado herido.

—Pero, ¿y la tradición? El hombre siempre realiza las hazañas de fuerza física y agilidad. ¿Acaso no recuerda los dibujos animados de nuestra infancia?

Nicole rió estentóreamente.

—Sí, querido —dijo alegremente—. Pero usted no es Popeye. Y yo no soy Olivia.

—No estoy seguro de poder soportarlo —dijo él, sacudiendo vigorosamente la cabeza—. Descubrir a la edad de treinta y cuatro años que no soy Popeye... Es un duro golpe de mi autoimagen. —Acarició suavemente a Nicole. —¿Qué opina? —continuó—.¿No cree que deberíamos dormir un poco antes de que se haga la luz?

Ninguno de los dos consiguió dormir. Permanecieron tendidos uno al lado del otro en sus sacos en la plaza abierta, cada uno ocupado en sus pensamientos. Nicole oyó a Richard moverse.

—¿También está despierto? —dijo en un susurro.

—Sí —respondió él—. Incluso he contado personajes shakesperianos sin éxito. Llevaba ya más de cien.

Nicole se alzó sobre un codo y miró a su compañero.

—Dígame, Richard —murmuró—, ¿de dónde viene esa preocupación suya por Shakespeare? Sé que se crió en Stratford, pero me resulta difícil imaginar cómo un ingeniero como usted, enamorado de los ordenadores, las calculadoras y los artilugios electrónicos, pueda sentirse tan fascinado por un dramaturgo.

—Mi terapeuta me dijo en una ocasión que se trataba de una "compulsión escapista" — respondió Richard unos segundos más tarde—. Puesto que no me gustaba el mundo real o la gente que había en él, me dijo, simplemente me creé otro. Excepto que no lo creé de la nada. Simplemente amplié un universo maravilloso que ya había sido fabricado por un genio.

"Shakespeare era mi dios —prosiguió al cabo de un momento—. Cuando tenía nueve o diez años, me paraba en aquel parque a lo largo del Avon, el que está al lado de todos los teatros, con las estatuas de Hamlet, Falstaff, lady Macbeth y el príncipe Hal... y me pasaba la tarde, horas y horas, recreando historias adicionales acerca de mis personajes favoritos. De esa forma retrasaba el volver a casa hasta el último minuto posible. Temía estar junto a mi padre: nunca sabía lo que él iba a hacer...

"Pero usted no querrá oír eso —se interrumpió bruscamente—. Todo el mundo posee recuerdos de dolor infantil. Deberíamos hablar de alguna otra cosa.

—Deberíamos hablar de lo que sentimos —respondió Nicole, sorprendiéndose incluso a sí misma—. Lo cual siempre es algo difícil de hacer —añadió en voz baja.

Richard se volvió y miró en su dirección. Tendió lentamente su mano. Ella envolvió suavemente los dedos de él con los de ella.

—Mi padre trabajaba para los ferrocarriles británicos —dijo Richard—. Era un hombre muy listo, pero socialmente muy torpe, y tuvo dificultades en hallar un trabajo que encajara con él cuando terminó sus estudios universitarios en Sussex. Los tiempos seguían siendo duros. La economía apenas había empezado a recobrarse del Gran Caos...

"Cuando mi madre le dijo que estaba embarazada, él se sintió abrumado por la responsabilidad. Buscó una posición segura. Siempre había obtenido altas puntuaciones en todos los tests, y el gobierno había forzado en todos los monopolios nacionales de transportes, incluidos los ferrocarriles, un ascenso de personal basado en los resultados objetivos de los tests. Así que mi padre se convirtió en el director de operaciones de Stratford.

"Odiaba el trabajo. Era aburrido y repetitivo, sin ningún desafío para un hombre que se había graduado con honores. Mi madre me dijo que cuando yo era muy pequeño se presentó para otros puestos, pero que al parecer siempre fue rechazado en las entrevistas. Más tarde, cuando yo ya era mayor, dejó de intentarlo. Se sentaba en casa y se quejaba. Y bebía. Y luego hacía que todo el mundo alrededor de él se sintiera miserable.

Hubo un largo silencio. Richard lo estaba pasando mal luchando con los demonios de su infancia. Nicole apretó su mano.

—Lo siento —dijo.

—Yo también —respondió Richard con voz ligeramente quebrada—. Yo sólo era un niño pequeño con un increíble sentido de la maravilla y un profundo amor a la vida. Volvía a casa entusiasmado por algo nuevo que había aprendido o por algo que había ocurrido en la escuela, y mi padre simplemente se ponía a gruñir.

"En una ocasión, cuando sólo tenía ocho años, llegué a casa de la escuela a primera hora de la tarde y discutí con él. Era su día libre y había estado bebiendo, como de costumbre. Mi madre había salido de compras. No recuerdo de qué fue la cosa ahora, pero recuerdo que le dije que estaba equivocado respecto a algo trivial. Cuando seguí discutiendo con él, me golpeó de pronto en la nariz con todas sus fuerzas. Caí contra la pared, con la nariz rota chorreando sangre. Desde entonces, hasta que cumplí los catorce y tuve la sensación de que podía defenderme, no volví a entrar en aquella casa cuando estaba él a menos que tuviera la seguridad de que mi madre estaba también.

Nicole intentó imaginar a un hombre adulto dándole un puñetazo a un niño de ocho años.
¿Qué clase de ser humano es capaz de romperle la nariz a su propio hijo?,
se preguntó.

—Yo siempre he sido muy tímido —siguió Richard—, y me había convencido a mí mismo de que había heredado la torpeza social de mi padre, así que no tenía muchos amigos de mi propia edad. Pero siempre deseé la interacción humana. —Miró a Nicole e hizo una pausa recordando. —Convertí a los personajes de Shakespeare en mis amigos. Leía sus obras todas las tardes en el parque y me sumergía en su mundo imaginario. Incluso llegué a memorizar escenas enteras. Luego le hablaba a Romeo o a Ariel o a Jacques mientras me dirigía a casa.

No le resultaba difícil a Nicole visualizar el resto de la historia de Richard.
Puedo verlo como un adolescente,
pensó.
Solitario, un tanto extraño, emocionalmente reprimido. Su obsesión con Shakespeare le proporcionó una escapatoria a su dolor. Todos los teatros estaban cerca de su casa. Veía a sus amigos cobrar vida en el escenario.

Movida por un impulso, Nicole se inclinó hacia él y le besó suavemente en la mejilla.

—Gracias por contármelo —dijo.

Tan pronto como se hizo de día se dirigieron al retículo. Nicole se sorprendió al descubrir que las incisiones que había hecho para liberar al ave habían sido todas reparadas. El retículo parecía como nuevo.

—Evidentemente, un biot de reparaciones ha estado por aquí —comentó Richard, no particularmente impresionado después de todas las maravillas que ya había presenciado.

Cortaron varias tiras largas del retículo y se encaminaron al cobertizo. Por el camino, Richard probó la elasticidad del material. Descubrió que se estiraba hasta un quince por ciento y que siempre recuperaba, aunque a veces muy lentamente, su longitud original. El tiempo de recuperación variaba significativamente, según hasta qué punto hubiera sido estirado. Richard había empezado ya su examen de la estructura interna de la cuerda cuando llegaron al cobertizo.

Nicole no perdió tiempo. Ató un extremo del material del retículo en torno de un objeto sobresaliente justo fuera del cobertizo y descendió al pozo. La función de Richard se limitó a asegurarse de que no ocurría nada imprevisto y hallarse disponible ante cualquier tipo de emergencia. Abajo en el fondo del pozo, Nicole se estremeció una vez al recordar lo impotente que se había sentido allí unos pocos días antes. Pero dirigió rápidamente su atención a su tarea, insertando profundamente un asa de fabricación casera hecha a base de sus sondas médicas en el melón maná y luego asegurando el otro extremo a la correa de su mochila. Su ascensión fue vigorosa y sin ningún problema.

—Bien. —Sonrió a Richard mientras le tendía el melón para que lo llevara. —¿Seguimos con el Plan A?

Other books

Silenced by Kristina Ohlsson
Adrianna's Undies by Lacey Alexander
Always With Love by Giovanna Fletcher
The Dark Ability by Holmberg, D.K.
Jodía Pavía (1525) by Arturo Pérez-Reverte
Doctor Faustus by Thomas Mann
Forever Summer by Nigella Lawson
The Gift of a Child by Laura Abbot