Mientras estudiaba el fondo del retículo, el ave libre voló sobre la cabeza de Nicole y se posó cerca de su atrapada amiga. Cuidando mucho de no quedar atrapada ella también, empezó a trabajar las mallas con sus garras. Tiró de las cuerdas y las retorció, con alguna dificultad. Luego, el pájaro de linóleo se situó encima de donde estaba atrapada su compañera e intentó romper o desatar los nudos que sujetaban a la otra ave. Cuando terminó todo ello, el enorme pájaro retrocedió unos pasos y miró a Nicole.
¿Qué está haciendo?,
se dijo ésta.
Seguro que está intentando decirme algo...
Cuando Nicole no se movió, el pájaro repitió laboriosamente toda su demostración. Esta vez Nicole creyó comprender que lo que intentaba decirle la criatura alienígena era que ella no podía liberar a su amiga. Nicole sonrió y agitó la mano. Luego, aún de pie al fondo del retículo, ató entre sí unas cuantas de las cuerdas adyacentes. Cuando luego las desató, las dos aves chillaron su aprobación. Repitió el proceso dos veces y luego señaló, primero a sí misma y luego a la criatura de terciopelo atrapada sobre ella.
Hubo un precipitado parloteo en aquella fuerte y en ocasiones musical lengua, y el espécimen más grande de la pareja regresó a su reborde. Nicole miró a la criatura de terciopelo. Estaba atrapada por tres sitios diferentes; en cada caso, sus forcejeos habían dado como resultado que quedara más apretadamente sujeta aún por la cuerda elástica. Nicole supuso que el ave debía de haber sufrido los violentos vientos huracanados y había sido arrojada contra el retículo durante la noche precedente. Probablemente las cuerdas se habían deformado bajo el impulso del impacto y, cuando volvieron a su tamaño normal, el enorme pájaro se vio atrapado en ellas.
No era difícil trepar. El retículo estaba cuidadosamente anclado a los dos edificios, y la cuerda en sí era lo bastante pesada como para que Nicole no oscilara demasiado. Pero veinte metros por encima del suelo es una altura considerable, más que un edificio normal de seis plantas. De modo que Nicole empezaba ya a arrepentirse cuando llegó finalmente a la altura en la que el ave estaba atrapada.
Jadeaba por el esfuerzo de su ascensión. Se izó dificultosamente hasta situarse por encima del ave para asegurarse de que ésta no había comprendido mal nada de su extraña comunicación. El pájaro alienígena siguió su ascenso con una mirada fija en sus enormes ojos azules.
Una de las alas había quedado sujeta muy cerca de la cabeza del ave. Nicole empezó intentando liberar el ala, sujetando primero sus propios tobillos al retículo para asegurarse de que no iba a caer. Fue un trabajo lento. En un momento determinado Nicole captó una bocanada del poderoso aliento de la criatura.
Conozco este olor,
se dijo Nicole. Sólo necesitó un instante para conectarlo con el melón maná que había estado comiendo antes.
¿Así que ustedes comen lo mismo?,
pensó.
Pero, ¿de dónde procede?
Deseó poder hablar con aquellas extrañas y maravillosas criaturas.
Luchó con el primer nudo. Estaba muy apretado. Temió hacer daño a la criatura en el ala si tiraba con más fuerza. Rebuscó en su mochila y extrajo su escalpelo eléctrico.
Al instante la otra ave estuvo encima de ella, parloteando, chillando y asustando mortalmente a Nicole. No se alejó ni le permitió continuar hasta que Nicole se apartó del atrapado pájaro y mostró a su compañero cómo el escalpelo cortaba la cuerda.
Usando el escalpelo, la operación de liberar al ave fue rápida. La aterciopelada criatura se elevó rápidamente en el aire, y sus musicales gritos de felicidad resonaron por toda la zona. Su compañera se unió a la celebración con chillidos propios mientras las dos jugueteaban, como una pareja de enamorados, en el aire encima del retículo. Desaparecieron un momento más tarde, y Nicole descendió lentamente al suelo.
Se sentía complacida consigo misma. Ahora estaba dispuesta a volver al muro y aguardar el rescate, que estaba segura de que sería inminente. Caminó hacia el norte, cantando una canción folclórica del Loire que recordaba de su adolescencia.
Tras varios minutos, Nicole tuvo de nuevo compañía. Mejor dicho, tuvo una guía. Cada vez que hacía un giro equivocado, el ave aterciopelada volaba sobre su cabeza y organizaba un estruendo increíble. El ruido sólo cesaba cuando Nicole se orientaba hacia la dirección correcta.
Me pregunto adonde vamos,
se dijo Nicole.
En la zona de la plaza, a no más de cuarenta metros del octaedro, el ave picó hacia un lugar completamente indistinguible de los demás en el suelo metálico. Golpeó varias veces con sus garras y luego flotó encima del lugar. Una cubierta de algún tipo se deslizó hacia un lado, y la criatura desapareció bajo la plaza. Volvió a salir dos veces, dijo algo en dirección a Nicole, y luego descendió de nuevo.
Nicole comprendió el mensaje.
Creo que me invita a su casa para que conozca a la familia,
se dijo.
Tan sólo espero no ser yo la cena.
Nicole no tenía la menor idea de qué la esperaba. No sintió ningún miedo cuando avanzó y miró por el agujero en el suelo. La curiosidad era su sentimiento dominante. La preocupó momentáneamente que su equipo de rescate llegara mientras ella estaba bajo el suelo, pero se convenció a sí misma de que en este caso regresarían más tarde.
La cubierta rectangular era grande, de unos diez metros de largo por seis de ancho. Cuando el ave vio que Nicole la seguía, voló al interior del agujero y aguardó en el tercer reborde. Nicole se agachó junto a la abertura y miró a sus profundidades. Pudo ver algunas luces cerca y otras más que parpadeaban en la distancia allá abajo. No pudo estimar exactamente hasta qué profundidad descendía el corredor, pero evidentemente era más de veinte o treinta metros.
El descenso no resultaba fácil para las especies no voladoras. El corredor vertical era esencialmente un amplio agujero con una serie de anchos rebordes a lo largo de sus lados. Cada uno de esos rebordes tenía exactamente el mismo tamaño, unos cinco metros de largo por un metro de ancho, y estaban separados los unos de los otros por unos dos metros verticales. Nicole tenía que ir con mucho cuidado.
Toda la luz que iluminaba el corredor vertical procedía de la abertura a la plaza y de algunas linternas que colgaban de las paredes cada cuatro rebordes a lo largo del descenso. Las linternas estaban encerradas en envolturas transparentes que parecían muy delgadas y como de papel. Cada linterna contenía una pequeña y ardiente llama, junto con alguna sustancia líquida que Nicole supuso que era combustible.
El amigo o amiga, probablemente amiga, con cuerpo de terciopelo la aguardó pacientemente a lo largo de todo el descenso, siempre permaneciendo tres rebordes más abajo. Nicole tuvo la sensación de que, si alguna vez resbalara, el ave la atraparía en el aire, pero no sintió el menor deseo de comprobar su hipótesis. Su mente funcionaba a toda velocidad. Había decidido ya que las criaturas, definitivamente, no eran biots. Eso significaba que eran una especie alienígena de algún tipo.
Pero no pueden ser los ramanes,
razonó.
Su nivel de desarrollo tecnológico es totalmente inconsistente con esta nave espacial.
De sus cursos de historia recordó a los pobres y primitivos mayas hallados en México por los conquistadores. Los españoles habían considerado imposible que los antepasados de aquella gente ignorante y empobrecida hubieran podido construir unos centros ceremoniales tan impresionantes.
¿Puede haber ocurrido algo así aquí?,
se preguntó.
¿Es posible que estas extrañas aves sean todo lo que queda de la especie dominante que construyó este vehículo?
A unos veinte metros por debajo de la superficie, Nicole oyó lo que sonaba como correr de agua. El sonido se incrementó a medida que descendía hacia un reborde que era en realidad una extensión de un túnel horizontal que conducía hacia detrás de ella. Al otro lado del corredor vertical Nicole pudo ver un túnel similar que iba en dirección opuesta, también paralelo a la superficie.
Su ave guía estaba, como siempre, tres rebordes más abajo. Nicole señaló hacia el túnel a sus espaldas. La criatura alzó el vuelo para acercarse a ella y gravitó sistemáticamente sobre cada uno de los dos rebordes inmediatamente inferiores al de Nicole, dejando perfectamente claro que esperaba que Nicole siguiera bajando.
Nicole no estaba dispuesta a dejarse vencer tan fácilmente. Tornó su cantimplora e hizo ademán de beber. Luego señaló tras ella, al oscuro túnel. El ave pareció dudar, como si meditara su decisión, y luego echó a volar por encima de la cabeza de Nicole hacia la oscuridad. Cuarenta segundos más tarde Nicole vio una luz en la distancia que crecía a medida que se acercaba a ella. El ave regresó, sujetando una gran antorcha en una de sus garras.
Nicole siguió al ave a lo largo de unos quince metros. Llegaron a una habitación que se abría a la izquierda del túnel y que contenía una amplia cisterna llena de agua. Un chorro de agua dulce caía a la cisterna de una tubería embutida en la pared. Nicole extrajo su espectómetro de masas y probó el líquido. Era virtualmente H2O pura; no había presente ningún componente químico más allá de una parte en un millón. Recordando los buenos modales, Nicole formó un cuenco con las manos y bebió del chorro que caía. Era increíblemente deliciosa.
Cuando terminó de beber, siguió andando hacia el fondo del túnel en la misma dirección. El ave pareció presa de un profundo frenesí, hasta que Nicole invirtió la dirección y regresó al corredor vertical principal. Cuando reanudó su descenso, observó que la iluminación ambiental había descendido considerablemente. Miró hacia arriba. La abertura a la plaza de Nueva York se había cerrado.
Espero que eso no signifique que voy a quedarme aquí para siempre,
pensó.
Veinte metros más abajo de la superficie, otro par de túneles horizontales corrían perpendiculares al corredor principal. A este segundo nivel, el ave aterciopelada, sujetando todavía la antorcha, condujo a Nicole por uno de los túneles horizontales a lo largo de quizás unos doscientos metros. Siguió al pájaro hasta una larga sala circular con techo alto. El ave utilizó su antorcha para iluminar varías linternas en las paredes que rodeaban la habitación. Luego desapareció. Estuvo fuera durante casi una hora. Nicole permaneció sentada tan pacientemente como le fue posible, al principio mirando en tomo de la negra estancia, que le recordaba una cueva o gruta. No había decoraciones. Finalmente empezó a concentrarse en cómo informar a las aves que estaba lista para marcharse.
Cuando su amiga aterciopelada volvió finalmente, trajo cuatro asociados. Nicole los oyó agitar sus alas en el pasillo y charlar intermitentemente. Su compañero (que Nicole supuso que era una pareja de algún tipo) y dos criaturas más de piel como de linóleo entraron primero. Se posaron y avanzaron torpemente hasta acercarse mucho a Nicole para realizar un examen visual. Después de que se sentaran en el lado opuesto de la estancia, otra criatura de cuerpo aterciopelado, ésta marrón en vez de negra, entró finalmente. Llevaba un pequeño melón maná entre sus garras.
El melón fue colocado delante de Nicole. Todas las aves observaron expectantes. Nicole cortó limpiamente una sección de una octava parte del melón con su escalpelo, lo inclinó hacia arriba para beber un pequeño trago del líquido verdoso de su centro, y luego entregó el resto del melón a sus anfitriones. Éstos parlotearon apreciativamente, admirando la precisión del corte mientras se pasaban el melón unos a otros.
Nicole miró mientras las aves comían. Compartieron el melón entre ellas, y al poco tiempo ya no quedaba nada. Las dos aves aterciopeladas eran sorprendentemente hábiles y delicadas con sus garras, ensuciando tan poco como era posible y sin dejar ningún resto. Las aves más grandes eran más torpes; su forma de comer le recordó a Nicole los animales terrestres. Como Nicole, ninguna de las aves comió la cubierta exterior del melón maná.
Cuando terminó la comida, las aves, que no habían hablado en absoluto mientras se alimentaban, formaron un círculo durante varios segundos. El círculo se deshizo después que la aterciopelada marrón parloteara algo que a Nicole le sonó como una canción. Una a una, le echaron una nueva mirada de cerca y luego desaparecieron por la puerta.
Nicole permaneció sentada y se preguntó qué ocurriría a continuación. Las aves habían dejado las luces encendidas en el comedor (o sala de banquetes, o lo que fuera), pero el corredor estaba completamente a oscuras. Evidentemente querían que se quedara donde estaba, al menos por el momento. Había transcurrido mucho tiempo desde que Nicole había dormido por última vez, y se sentía agradablemente satisfecha después de la comida.
Oh, bueno,
se dijo, acurrucándose en el suelo tras un corto debate consigo misma,
quizá dormir un poco me refresque.
En su sueño oyó a alguien decir su nombre, pero sonaba muy lejos. Tuvo que tenderse para oír la voz. Despertó con un sobresalto e intentó recordar dónde estaba. Escuchó atentamente, pero no oyó nada. Cuando comprobó su reloj, supo que había dormido durante cuatro horas.
Será mejor que salga de aquí,
pensó.
Pronto será oscuro, y no deseo perderme la posibilidad de ser rescatada.
Salió al pasillo y encendió su pequeña linterna. Alcanzó el corredor vertical en menos de un minuto. Inmediatamente empezó a subir por los rebordes. Justo debajo de donde se había detenido durante su descenso para beber un poco de agua, Nicole oyó un extraño ruido sobre su cabeza. Se detuvo para recobrar el aliento. Se inclinó ligeramente hacia el boqueante agujero y lanzó la luz hacia arriba, en dirección al sonido. Algo grande se movía hacía uno y otro lado en la porción del primer nivel que sobresalía del corredor vertical.
Nicole trepó cautelosamente hasta el reborde directamente debajo del nuevo fenómeno y se acurrucó en él. Fuera lo que fuese, cubría cada centímetro cuadrado del reborde frente a la entrada del túnel una vez cada cinco segundos. No había ninguna forma en que Nicole pudiera evitarlo. No podía izarse y luego trepar al siguiente reborde en menos de cinco segundos.
Se dirigió a un extremo de su reborde y escuchó atentamente el sonido sobre su cabeza. Cuando la cosa se volvió y se fue en dirección opuesta, Nicole alzó la cabeza por encima del borde del siguiente nivel. El objeto se movía rápidamente sobre orugas, y desde atrás tenía todo el aspecto de un tanque. Sólo pudo echarle una breve mirada, porque la parte superior del tanque giró rápidamente sobre sí misma al otro lado mientras se preparaba para desandar el camino.