—Hola, Takagishi-san —respondió—. Soy Nicole. ¿Puedo entrar? El hombre se dirigió a la puerta y la abrió.
—Esto es una sorpresa —dijo—. ¿Se trata de una visita profesional?
—No —respondió ella mientras entraba—. Estrictamente informal. Todavía no estaba preparada para dormir. Pensé...
—Es bienvenida aquí en cualquier momento —dijo él con una amistosa sonrisa—. No necesita ninguna razón. —La miró durante unos segundos. —Estoy profundamente alterado por lo que ocurrió esta tarde. Me siento responsable. Creo que no hice lo suficiente para detener...
—Oh, vamos, Shigeru —respondió Nicole—. No sea ridículo. No puede culparse de nada. Al menos usted dijo algo. Yo soy la doctora y ni siquiera dije nada.
Sus ojos vagaron sin rumbo fijo por la cabaña de Takagishi. Junto a su cama, apoyada sobre un pequeño trozo de tela en el suelo, Nicole vio una curiosa figurilla blanca con marcas negras. Se dirigió hacia ella y se arrodilló.
—¿Qué es esto? —preguntó.
El doctor Takagishi pareció ligeramente azorado. Se situó al lado de Nicole y tomó la diminuta figurilla que representaba a un grueso hombre oriental. La sostuvo entre el índice y el pulgar.
—Es una reliquia
netsuke
de la familia de mi esposa —dijo—. Está hecha de marfil. Se la tendió a Nicole.
—Es el rey de los dioses. Su compañera, una reina igualmente gruesa, reposa sobre la mesa de noche de mi esposa en Kyoto. Antes que los elefantes corrieran peligro de extinción, mucha gente coleccionaba figurillas como ésta. La familia de mi esposa posee una colección soberbia.
Nicole estudió al hombrecillo en su mano. Su rostro exhibía una serena y benévola sonrisa. Imaginó a la hermosa Machuco Takagishi allá en Japón, y por unos breves segundos envidió sus lazos matrimoniales.
Eso debe de hacer que los sucesos como la muerte de Wilson sean mucho más fáciles de soportar,
pensó.
—¿Quiere sentarse? —ofreció el doctor Takagishi. Nicole se acomodó en una caja cerca de la cama, y hablaron durante veinte minutos. La mayor parte recuerdos compartidos de sus familias. Se refirieron oblicuamente al desastre de la tarde varias veces, pero evitaron por completo una discusión detallada de Rama y la misión Newton. Lo que ambos necesitaban eran las reconfortantes imágenes de sus vidas cotidianas en la Tierra.
—Y ahora —dijo Takagishi, terminando su taza de té y depositándola en un extremo de la mesa junto a la de Nicole—, tengo una extraña petición para la doctora des Jardins.
¿Le importaría ir a su cabaña y traer su equipo biométrico? Desearía un escáner.
Nicole empezó a echarse a reír, pero observó la seriedad del rostro de su colega. Cuando regresó con su escáner unos minutos más tarde, el doctor Takagishi le comunicó la razón de su solicitud.
—Esta tarde —dijo—, sentí dos dolores muy agudos en el pecho. Fue durante la excitación, después que Wilson estrellara su vehículo contra los biots y me diera cuenta...
—No completó su frase. Nicole asintió y activó el escáner.
Ninguno de los dos dijo nada durante los siguientes tres minutos. Nicole comprobó todos los datos de advertencia, mostró gráficos y mapas de la actividad cardíaca del hombre y agitó regularmente la cabeza. Cuando terminó, miró a su amigo con una lúgubre sonrisa.
—Ha sufrido usted un ligero ataque cardíaco —informó. Quizá dos, muy juntos. Y su corazón se ha comportado de forma irregular desde entonces. —Podría decirse que él estaba esperando aquella noticia. —Lo siento —murmuró—. Tengo algún medicamento que puedo administrarle, pero es sólo una medida momentánea. Tenemos que volver inmediatamente a la Newton para poder tratar adecuadamente este problema.
—Bueno —sonrió ligeramente él—, si nuestras predicciones son correctas, habrá de nuevo luz en Rama dentro de unas doce horas. Supongo que nos iremos entonces.
—Probablemente —respondió ella—. Hablaré con Brown y Heilmann de esto inmediatamente. Supongo que lo primero que haremos por la mañana será irnos.
Él adelantó su mano y tomó la de ella.
—Gracias, Nicole —dijo.
Ella apartó la vista. Por segunda vez en una hora, había lágrimas en sus ojos. Abandonó la cabaña de Takagishi y se encaminó hacia el extremo del campamento para hablar con David Brown.
—Ah, es usted —oyó la voz de Richard Wakefield en la oscuridad—. Pensé que estaba dormida. Tengo noticias para usted.
—Hola, Richard —dijo Nicole mientras la figura que sujetaba la linterna emergía de la oscuridad.
—Yo tampoco he podido dormir —dijo él—. Demasiadas imágenes horribles en mi cabeza. Así que decidí trabajar en su problema. —Sonrió. —Fue incluso más fácil de lo que había pensado. ¿Le importaría venir a mi cabaña para una explicación?
Nicole se sentía confusa. Estaba preocupada por lo que iba a decirles a Brown y Heilmann acerca de Takagishi.
—Recuerda de lo que hablo, ¿no? —inquirió Richard—, El problema con el software del CirRob y las órdenes manuales.
¿Ha estado trabajando usted en eso? —preguntó ella—. ¿Aquí abajo?
—Por supuesto. Todo lo que tuve que hacer fue pedirle a O'Toole que me trasmitiera los datos que necesitaba. Venga, déjeme mostrárselo.
Nicole decidió que ver al doctor Brown podía aguardar unos minutos más. Echó a andar al lado de Richard. Éste se detuvo en su camino delante de otra cabaña.
—Eh, Tabori, seguro que no adivina —exclamó—. Hallé a nuestra encantadora doctora paseando por ahí en la oscuridad. ¿Quiere unirse a nosotros?
Miró a Nicole, como si le debiera una explicación.
—Le expliqué a él algo de lo que había hallado —dijo—. La cabaña de usted estaba a oscuras, y supuse que dormía.
Janos salió por su puerta menos de un minuto más tarde y saludó a Nicole con una sonrisa.
—Está bien, Wakefield —dijo—, pero no lo prolonguemos demasiado. Ya casi me estaba durmiendo.
En la cabaña de Wakefield, el ingeniero británico contó de nuevo con evidente satisfacción lo que le había ocurrido al robot cirujano cuando la Newton experimentó la inesperada torsión.
—Tenía usted razón, Nicole —dijo—, en que había una serie de órdenes manuales entradas en el CirRob. Y esas órdenes anularon los habituales algoritmos de protección contra fallas. Pero ninguna de ellas fue entrada hasta la maniobra ramana.
Wakefield sonrió y continuó, observando atentamente a Nicole para asegurarse de que estaba siguiendo su explicación:
—Al parecer, cuando Janos cayó y sus dedos golpearon la caja de control, generó tres órdenes. Al menos eso es lo que pensó el CirRob; sus circuitos le dijeron que había tres órdenes manuales en su cola. Por supuesto, las tres eran puro galimatías. Pero el CirRob no tenía forma de saberlo.
"Quizás ahora pueda apreciar usted algunas de las pesadillas que atormentan a los diseñadores de sistemas de software. No hay forma alguna de que nadie pueda anticipar nunca todas las contingencias posibles. Los diseñadores crearon protecciones contra una orden galimatías entrada inadvertidamente, alguien rozando la caja de control durante una operación, por ejemplo... pero no contra
varias
de esas órdenes. Las órdenes manuales son consideradas esencialmente como emergencias por el diseño general del sistema. En consecuencia, tienen prioridad absoluta en la estructura del software del CirRob, y siempre son procesadas inmediatamente. El diseño, sin embargo, puede reconocer si se trata de una orden manual "mala" y tiene la capacidad de rechazarla y pasar a la siguiente prioridad, que incluye la protección contra fallas.
—Lo siento —dijo Nicole—, Me he perdido. ¿Cómo puede un diseño ser estructurado para rechazar una sola orden mala, pero no varias? Tenía entendido que este procesador sencillo operaba en serie.
Richard conectó su ordenador portátil y, trabajando a partir de sus notas, llamó al monitor una masa de números dispuestos en filas y columnas.
—Éstas son las operaciones, instrucción por instrucción, que el software del CirRob realizó después que aparecieran las órdenes manuales en su cola.
—Se repiten —observó Janos— cada siete operaciones.
—Exacto —respondió Richard—. El CirRob intentó tres veces procesar la primera orden manual, no lo consiguió en ninguno de los intentos, y luego pasó a la siguiente orden. El software operó exactamente tal como había sido diseñado...
—Pero ¿por qué —preguntó Tabori— volvió después a la primera orden?
—Porque los diseñadores del software nunca consideraron la posibilidad de órdenes manuales
múltiples.
O al menos nunca lo diseñaron para esa condición. La pregunta interna que efectúa el software tras terminar el procesado de cada orden es si existe o no otra orden manual en el buffer. Si
no
la hay, entonces el software rechaza la primera orden y es libre de pasar a otras cosas. Pero si la
hay
, al software se le dice que almacene la orden rechazada y procese la siguiente orden. Entonces, si dos órdenes seguidas son rechazadas, el software
supone
que el hardware procesador de órdenes está estropeado, cambia al hardware redundante, e intenta procesar de nuevo las mismas órdenes manuales. Usted puede comprender el razonamiento. Supongamos...
Nicole escuchó durante varios segundos mientras Richard y Janos hablaban acerca de subsistemas redundantes, órdenes en el buffer y estructuras de cola. Tenía muy poco entrenamiento en protección contra fallas o control redundante, y no pudo seguir la discusión.
—Esperen un momento —dijo al final—, me he perdido de nuevo. Recuerden, no soy ingeniero. ¿Puede alguien hacerme un resumen en lenguaje normal?
Wakefield se disculpó.
—Lo siento, Nicole —dijo—. ¿Sabe usted lo que es un sistema de software de interrupción? —Ella asintió. —¿Y está familiarizada con la forma en que operan las prioridades en esos sistemas? Estupendo. Entonces la explicación es sencilla. La protección de interrupción contra fallas basada en el acelerómetro y los datos de imágenes tiene menos prioridad que las órdenes manuales entradas inadvertidamente por Janos cuando cayó. El sistema quedó trabado en un bucle de software intentando procesar las órdenes malas, y nunca tuvo oportunidad de recibir las señales de falla de los subsistemas sensores. Por eso el escalpelo siguió cortando.
Por alguna razón, Nicole se sintió decepcionada. La explicación era bastante clara, y ciertamente ella no había deseado que el análisis implicara a Janos o cualquier otro miembro del equipo. Pero era demasiado simple. No habían valido la pena todo el tiempo y la energía empleados.
Nicole se sentó en la cama de la cabaña de Richard Wakefield.
—Vaya con mi misterio —dijo. Janos se sentó a su lado.
—Alégrese, Nicole —dijo—. Éstas son buenas noticias. Al menos, ahora sabemos seguro que no fallamos en el proceso de inicialización. Hay una explicación lógica para lo que ocurrió.
—Estupendo —respondió ella sarcásticamente—. Pero el general Borzov sigue muerto. Y ahora Reggie Wilson también lo está. —Nicole pensó en el errático comportamiento del periodista norteamericano durante los últimos días y recordó su anterior conversación con Francesca. —Incidentalmente —dijo, movida por un impulso—, ¿alguno de ustedes oyó alguna vez al general Borzov quejarse de dolores de cabeza o de alguna otra molestia?
¿Especialmente el día del banquete?
Wakefield negó con la cabeza.
—No —dijo Janos—. ¿Por qué lo pregunta?
—Bueno, le pedí al diagnosticador portátil, basándome en los datos biométricos de Borzov, que me proporcionara las posibles causas de sus síntomas, dado que el general
no
sufría apendicitis. La causa más probable listada fue reacción a medicamentos. Una probabilidad de un sesenta y dos por ciento. Pensé que quizás hubiera sufrido alguna reacción adversa a alguna medicación.
—¿De veras? —dijo Janos, picada su curiosidad—, ¿Por qué nunca me dijo nada de eso antes?
—Estuve a punto de hacerlo... varias veces. Pero no creí que usted estuviera interesado. ¿Recuerda cuando me detuve en su habitación en la
Newton
el día después de la muerte del general Borzov? Fue inmediatamente después de la reunión del equipo. Por la forma en que usted respondió, llegué a la conclusión de que no deseaba volver a...
—Dios mío, —Janos sacudió la cabeza. —Cómo fallamos los seres humanos en comunicamos. Simplemente tenía dolor de cabeza. Nada más y nada menos. Ciertamente, nunca hubiera deseado darle la impresión de que no quería hablar de la muerte de Valen.
—Hablando de comunicarnos —dijo Nicole, mientras se levantaba cansadamente—, tengo que ir a ver al doctor Brown y al almirante Heilmann antes de irme a la cama. — Miró a Wakefield. —Muchas gracias por su ayuda, Richard. Me gustaría poder decirle que ahora me siento mejor.
Nicole pasó junto a Janos.
—Lo siento, amigo mío —le dijo—. Hubiera debido compartir toda mi investigación con usted. Probablemente todo hubiera sido mucho más rápido...
—Está bien —respondió Janos—. No se preocupe por ello. —Sonrió. —Vamos, la acompañaré al menos hasta mi suite.
Nicole pudo oír la vehemente conversación que tenía lugar dentro antes de llamar a la puerta de la cabaña. David Brown, Otto Heilmann y Francesca Sabatini estaban discutiendo acerca de cómo responder a las últimas directivas de la Tierra.
—Están reaccionando excesivamente —decía Francesca—. Y se darán cuenta de ello tan pronto como tengan algo de tiempo para reflexionar. Ésta no es la primera misión que sufre la pérdida de alguna vida humana.
—Pero nos han
ordenado
que regresemos a la
Newton
tan pronto como sea posible —
protestó el almirante Heilmann.
—Así que mañana hablaremos de nuevo con ellos y explicaremos por qué deseamos explorar primero Nueva York. Takagishi dice que el mar empezará a fundirse dentro de uno o dos días, y que tendremos que irnos de todos modos. Además, Wakefield, Takagishi y yo oímos algo aquella noche, aunque David no nos crea.
—No sé, Francesca —empezó a responder el doctor Brown, cuando oyó finalmente la llamada de Nicole—. ¿Quién hay ahí? —preguntó irritadamente.
—La cosmonauta des Jardins. Tengo una importante información médica...
—Mire, des Jardins —interrumpió rápidamente Brown—, estamos muy ocupados. ¿No puede aguardar hasta mañana?
De acuerdo, se dijo Nicole.
Puedo aguardar hasta mañana
. De todos modos, no se sentía ansiosa de responder a las preguntas del doctor Brown acerca del estado cardíaco de Takagishi.