Rama II (17 page)

Read Rama II Online

Authors: Arthur C. Clarke y Gentry Lee

Tags: #Ciencia Ficción

Que la vista fuera familiar apenas disminuía la sensación de maravilla de la imagen. Al extremo del cuenco en forma de cráter, empezando desde los túneles, un complejo de terrazas y rampas se abría en abanico hasta alcanzar el cuerpo principal del cilindro girante. Triseccionando ese cuenco había tres amplias escalas, parecidas a amplias vías de ferrocarril, cada una de las cuales se expandía más tarde en enormes escaleras con más de treinta mil peldaños cada una. Las combinaciones escala/escalera tenían el aspecto de las varillas regularmente espaciadas de un paraguas y proporcionaban una forma de ascender (o descender) del fondo plano del cráter hasta la enorme Planicie Central que rodeaba la pared del cilindro girante.

La mitad norte de la Planicie Central llenaba la mayor parte de la imagen en la pantalla. La enorme extensión estaba rota en campos rectangulares de dimensiones irregulares excepto inmediatamente alrededor de las "ciudades". Las tres ciudades en la imagen gran angular —racimos de altos y delgados objetos, parecidos a edificios construidos por el hombre, conectados por lo que parecían carreteras trazadas a lo largo de los bordes de los campos— fueron inmediatamente reconocidas por el equipo como las París, Roma y Londres bautizadas así por los primeros exploradores de Rama. Igual de sorprendente en la imagen eran los largos y rectos bosquecillos o valles de la Planicie Central. Esas tres zanjas lineales, de diez kilómetros de largo y un centenar de metros de anchura, se hallaban regularmente espaciadas en torno de la curva de Rama. Durante el primer encuentro, esos valles habían sido las fuentes de la luz que había llenado aquel pequeño mundo poco antes de fundirse el Mar Cilíndrico.

El extraño mar, una masa de agua que rodeaba completamente el enorme cilindro, se hallaba en el borde más alejado de la imagen. Todavía estaba congelado, como habían esperado, y en su centro estaba la misteriosa isla de altos rascacielos que había sido denominada Nueva York tras su descubrimiento original. Los rascacielos se extendían hasta fuera del campo de la imagen, como si las impresionantes torres les estuvieran haciendo señas para que fueran a visitarlas.

Todo el equipo contempló en silencio la imagen durante casi un minuto. Luego el doctor David Brown empezó a gritar.

—¡De acuerdo, Rama! —exclamó, con voz orgullosa—. ¿Lo ven todos ustedes, incrédulos? ¡Es
exactamente
como la primera! —La videocámara de Francesca se volvió para grabar la exultación de Brown. La mayor parte del resto del equipo guardaba silencio, contemplando fijamente los detalles en el monitor.

Mientras tanto, el abejorro de Takagishi trasmitía fotos con objetivo normal de la zona justo debajo del túnel. Esas imágenes aparecían en las pantallas más pequeñas en torno del centro de control. Las imágenes serían utilizadas para verificar el diseño de la infraestructura de comunicaciones y transporte a establecer en el interior de Rama. Ése era el auténtico "trabajo" de esa fase de la misión... comparar los miles de fotos que serían tomadas por esos abejorros con el mosaico de fotos existentes de Rama I. Aunque la mayor parte de las comparaciones se efectuarían de forma digital (y en consecuencia automáticamente), siempre habría diferencias que requerirían una explicación humana. Aunque las dos naves espaciales fueran idénticas, los diferentes niveles de luz en el momento de tomar las imágenes podían crear algunas divergencias artificiales de comparación.

Dos horas más tarde el último de los abejorros regresó a la estación de enlace, y el resumen inicial de la exploración fotográfica quedó terminado. No había diferencias estructurales importantes entre Rama II y el anterior vehículo espacial, hasta una escala de unos cien metros. La única región significativa de divergencias de comparación a aquella resolución era el propio Mar Cilíndrico, y la reflexión del hielo era un fenómeno conocidamente difícil de manejar con un algoritmo de comparación digital directa. Había sido un día largo y excitante. Borzov anunció que las asignaciones del equipo para la primera incursión rían comunicadas dentro de una hora, y que dos horas más tarde sería servida una "cena especial" en el centro de control.

—¡Usted no puede hacer esto! —gritó un furioso David Brown, entrando en tromba sin llamar en la oficina del comandante y agitando una copia de la impresora de las primeras asignaciones de incursión.

—¿De qué me está hablando? —respondió el general Borzov. Se sentía irritado ante la brusca entrada del doctor Brown.

—Tiene que haber algún tipo de error —prosiguió Brown en voz alta—. Usted no puede esperar realmente que yo me quede aquí en la
Newton
durante la primera incursión. — Cuando no hubo ninguna respuesta por parte del general Borzov, el científico norteamericano cambió de táctica. —Quiero que sepa que no acepto esto. Y a la dirección de la AIE Tampoco va a gustarle.

Borzov se puso de pie detrás de su escritorio.

—Cierre la puerta, doctor Brown —dijo con voz tranquila. David Brown cerró de golpe la puerta corredera—. Ahora
usted
escúcheme a mí por un minuto —prosiguió el general—. Me importa un comino a quién conozca usted. Yo soy el oficial de mando de esta misión. Si usted continúa actuando como una prima donna, me ocuparé de que nunca ponga un pie dentro de Rama.

Brown bajó la voz.

—Pero exijo una explicación —dijo con no disimulada hostilidad—. Soy el científico principal de esta misión. También soy el portavoz del Proyecto
Newton
ante los media.

¿Cómo puede usted justificar el dejarme a bordo de la
Newton
mientras otros nueve cosmonautas entran en Rama?

—No tengo que justificar mis acciones —respondió Borzov, disfrutando por el momento de su poder sobre el arrogante norteamericano. Se inclinó hacia delante. —Pero, para su información, y puesto que anticipé este infantil estallido suyo, le diré por qué no va a ir usted en la primera incursión. Hay dos finalidades principales para nuestra primera visita: establecer la infraestructura de comunicaciones/transporte y completar una exploración detallada del interior, confirmando que esta nave espacial es exactamente igual que la primera...

—Eso ya ha sido confirmado por los abejorros —interrumpió Brown.

—No según el doctor Takagishi —refutó Borzov—. Él dice que...

—Mierda, general. Takagishi no estará satisfecho hasta que cada centímetro cuadrado de Rama haya demostrado ser exactamente igual que el de la primera nave. Ya vio usted los resultados de a exploración de los abejorros. Si tiene usted alguna duda en su mente...

David Brown se detuvo a media frase. El general Borzov estaba tamborileando con los dedos en su escritorio y mirándolo con ojos fríos.

—¿Me va a dejar terminar ahora? —dijo al fin Borzov. Aguardó unos cuantos segundos más. —Sea lo que fuere que usted pueda pensar —prosiguió el comandante—, el doctor Takagishi es considerado como el mayor experto mundial en el interior de Rama. Usted no puede discutir ni por un momento que el conocimiento que posea usted de los detalles se aproxima al suyo. Necesito a los cinco cadetes espaciales para el trabajo de infraestructura. Los dos periodistas deben ir dentro, no sólo porque hay dos tareas independientes, sino también porque la atención mundial está centrada en nosotros en estos momentos. Finalmente, creo que es importante para poder seguir dirigiendo esta misión que yo mismo vaya dentro al menos una vez, y he decidido hacerlo ahora. Puesto que los procedimientos establecen claramente que al menos tres miembros del equipo deben permanecer fuera de Rama durante las primeras incursiones, no es difícil imaginar...

—Usted no me engaña ni por un minuto —interrumpió airado David Brown—. Sé de qué se trata todo esto. Usted ha maquinado una excusa aparentemente lógica para ocultar la auténtica razón de mi exclusión del equipo de la primera incursión. Usted está celoso, Borzov. No puede soportar el hecho de que yo sea considerado por la mayor parte de la gente como el auténtico líder de esta misión.

El comandante miró al científico durante quince segundos sin decir nada.

—¿Sabe una cosa, Brown? —dijo finalmente—. Siento lástima por usted. Posee un notable talento, pero su talento se ve excedido por su propia opinión sobre él. Si no fuera tan... —Esta vez fue el turno de Borzov de callar a media frase. Apartó la vista hacia un lado. —Incidentalmente, puesto que sé que va a volver a su habitación e inmediatamente se pondrá a llorarle a la AIE, probablemente deba decirle que el informe de idoneidad de la oficial de ciencias vitales recomienda explícitamente que usted no comparta ninguna misión con Wilson... debido a la animosidad personal que ustedes dos han demostrado. Los ojos de Brown se estremecieron.

—¿Me está diciendo que Nicole des Jardins ha redactado realmente un memorándum oficial citándonos a Wilson y a mí por nuestros nombres?

Borzov asintió.

—La muy zorra —murmuró Brown.

—La culpa es siempre de alguien, ¿no es verdad, doctor Brown? —dijo Borzov, sonriéndole a su adversario.

David Brown se volvió en redondo y salió furioso de la oficina.

El general Borzov ordenó abrir unas cuantas preciosas botellas de vino para el banquete. El oficial al mando estaba de un excelente humor. La sugerencia de Francesca había sido buena. Había una clara sensación de camaradería entre los cosmonautas mientras juntaban las pequeñas mesas en el centro de control y las anclaban al suelo.

El doctor David Brown no acudió al banquete. Permaneció en su habitación mientras los otros once miembros del equipo lo festejaban con venado salvaje y arroz indio. Francesca informó incómodamente que Brown se sentía "bajo mínimo", pero cuando Janos Tabori se propuso alegremente para ir a comprobar la salud del científico norteamericano, Francesca añadió apresuradamente que el doctor Brown deseaba que lo dejaran tranquilo. Janos y Richard Wakefield, cada uno con varias copas de vino en el cuerpo, bromeaban con Francesca en un extremo de la mesa, mientras Reggie Wilson y el general O'Toole se enfrascaban en una animada discusión acerca de la próxima temporada de béisbol en el extremo opuesto. Nicole permanecía sentada entre el general Borzov y el almirante Heilmann y escuchaba las reminiscencias de sus actividades como mantenedores de la paz en los primeros días post-Caos.

Cuando la cena hubo terminado, Francesca se disculpó. Ella y el doctor Takagishi desaparecieron durante varios minutos. Cuando regresaron, Francesca pidió a los cosmonautas que giraran sus sillas para orientarlas hacia la gran pantalla. Luego, con las luces apagadas, ella y el doctor Takagishi proyectaron una vista completa del exterior de Rama en el monitor. Excepto que no era el cilindro gris mate que todo el mundo había visto antes. No, esta Rama había sido hábilmente coloreada, utilizando subrutinas de procesado de imagen, y ahora era un cilindro negro con franjas amarillo dorado. El extremo del cilindro se parecía casi a un rostro. Hubo un momentáneo silencio en la habitación antes que Francesca empezara a recitar:

Tigre, tigre, que ardes brillante

en los bosques de la noche,

¿qué inmortal mano u ojo

puede enmarcar tu terrible simetría?

Nicole des Jardins sintió que un helado estremecimiento recorría su espina dorsal, y escuchó a Francesca iniciar la siguiente estrofa:

¿En qué distantes profundidades o cielos

arde el fuego de tus ojos...?

Ésta es la auténtica pregunta después de todo, pensó Nicole.
¿Quién construyó esa monstruosa nave espacial? Eso es mucho más importante para nuestro destino definitivo que el porqué.

¿Qué martillo? ¿Qué cadena?

¿En qué horno se modeló tu cerebro?

¿Cuál fue el yunque? ¿Qué temerosa mano

se atrevió a aferrar su mortal terror...?

Al otro lado de la mesa, el general O'Toole parecía también hipnotizado por el recitado de Francesca. Su mente estaba luchando de nuevo con las mismas cuestiones fundamentales que lo atormentaban desde que se había presentado voluntario para la misión.
Querido Dios,
pensó,
¿dónde encajan esos ramanes en Tu universo? ¿Los creaste a ellos primero, antes que a nosotros? ¿Son en cierto sentido nuestros primos? ¿Por qué los has enviado aquí en este momento?

Cuando las estrellas arrojen sus lanzas

y mojen el cielo con sus lágrimas,

¿sonreirá Él al ver Su obra?

Él que creó el Cordero, ¿te creó también a ti?

Cuando Francesca terminó el corto poema hubo un breve silencio, luego espontáneos aplausos. Ella se apresuró a mencionar graciosamente que el doctor Takagishi era quien había proporcionado todo el procesado de la imagen, y el agradable cosmonauta japonés hizo una turbada inclinación de cabeza. Luego, Janos Tabori se puso de pie junto a su silla.

—Creo que hablo por todos nosotros, Shig y Francesca, al felicitarles por esta exhibición original y estimulante —dijo con una sonrisa—. Casi, aunque no completamente, me ha hecho tomarme en serio lo que vamos a hacer mañana.

—Hablando de eso —dijo el general Borzov, alzándose en la cabecera de la mesa con su recién abierta botella de vodka ucraniana, de la que había tomado ya dos largos tragos—, ahora es el momento de poner en práctica una antigua tradición rusa... los brindis. Sólo traje conmigo dos botellas de este tesoro nacional, y propongo compartirlas con ustedes, mis camaradas y colegas, en esta velada tan especial.

Colocó las dos botellas en las manos del general O'Toole, y el norteamericano utilizó hábilmente el dispensador de líquidos para canalizar el vodka a pequeñas tazas con tapa que circularon alrededor de la mesa.

—Como Irina Turgeniev sabe —prosiguió el comandante—, siempre hay un pequeño gusano en el fondo de una botella de vodka ucraniana. La leyenda dice que aquel que coma el gusano se verá dotado de poderes especiales durante veinticuatro horas. El almirante Heilmann ha señalado el fondo de dos de las tazas con una cruz en infrarrojos. Las dos personas que beban de las tazas marcadas recibirán el permiso de comer uno de los gusanos saturados de vodka.

—Uf —dijo Janos un momento más tarde, mientras pasaba el escáner de infrarrojos a Nicole. Acababa de verificar que no había ninguna cruz en el fondo de su taza—. Éste es un concurso que me alegra perder.

La taza de Nicole tenía una marca en el fondo. Era uno de los dos afortunados cosmonautas que podrían comerse un gusano ucraniano como postre. Pensó:
¿Debo hacerlo?,
y se respondió afirmativamente cuando vio la ansiosa expresión en el rostro de su oficial al mando.
Oh, bueno, pensó, probablemente no me matará. Cualquier parásito tiene que haberse convertido en algo inofensivo por la acción del alcohol.

Other books

The Eighth Day by Tom Avitabile
Drowned Ammet by Diana Wynne Jones
El viaje de los siete demonios by Manuel Mújica Láinez
Crystal Bella by Christopher, Marty
Saturn Run by John Sandford, Ctein
Burn by John Lutz