—¿Está listo todo el mundo? —preguntó, con los ojos fijos en el general Borzov. El oficial de mando de la
Newton
asintió con la cabeza. Nicole activó el CirRob.
Una de las cuatro manos del cirujano robot inyectó un anestésico al paciente, y al cabo de un minuto Borzov estaba inconsciente. Mientras la cámara de Francesca grababa todos los movimientos de aquella operación histórica (Francesca susurraba ocasionales comentarios en su micrófono ultrasensible), la mano escalpelo del CirRob, ayudada por sus dos ojos gemelos, hizo las incisiones necesarias para aislar el órgano sospechoso.
Ningún cirujano humano había sido jamás tan rápido o diestro. Armado con una batería de sensores que comprobaban centenares de parámetros cada microsegundo, el CirRob dobló hacia atrás todos los tejidos necesarios y dejó al descubierto el apéndice en escasamente dos minutos. Programada en la secuencia automática había una inspección de treinta segundos antes de que el robot cirujano prosiguiera con la extirpación del órgano.
Nicole se inclinó sobre el paciente para comprobar el órgano expuesto. No estaba ni hinchado ni inflamado.
—Mire esto, rápido, Janos —dijo, con los ojos fijos en el reloj digital que contaba hacia atrás el tiempo del período de inspección—. Parece perfectamente sano.
Janos se inclinó al otro lado de la mesa de operaciones.
Dios mío,
pensó Nicole,
vamos a extirpar...
El reloj digital señalaba 00:08.
—¡Alto! —exclamó—. Detengan la operación. —Nicole y Janos tendieron la mano hacia la caja de control del robot cirujano al mismo tiempo.
En aquel instante, toda la nave espacial
Newton
sufrió una sacudida lateral. Nicole fue arrojada hacia atrás, contra la pared. Janos cayó hacia delante, golpeándose la cabeza contra la mesa de operaciones. Sus dedos tendidos cayeron sobre la caja de control, y luego resbalaron lentamente de ella mientras caía al suelo. El general O'Toole y Francesca habían sido lanzados ambos contra la pared del fondo. Un
¡biiip! ¡biiip!
de una de las sondas Hakamatsu insertadas indicó que alguien en la habitación tenía serios problemas físicos. Nicole comprobó brevemente que O'Toole y Sabatini estaban bien y luego se debatió contra el impulso torsor que aún proseguía para recuperar su posición al lado de la mesa de operaciones. Se arrastró con gran esfuerzo, usando las ancladas patas de la mesa como apoyo. Cuando estuvo al lado de ésta se afirmó, sujetándose aún a ellas, y se puso de pie.
La sangre salpicó a Nicole cuando su cabeza cruzó el plano de la mesa de operaciones. Contempló incrédula el cuerno de Borzov. Toda la incisión estaba llena de sangre, y la mano/escalpelo del CirRob estaba enterrada en ella, al parecer cortando todavía. Era la sonda de Borzov la que emitía su
¡biiip! ¡biiip!
, pese al hecho de que Nicole había insertado una orden manual que ampliaba enormemente los valores de emergencia poco antes de la operación.
Una oleada de miedo y náusea barrió a Nicole cuando se dio cuenta de que el robot no había abortado sus actividades quirúrgicas. Sujetándose fuertemente contra la intensa fuerza que intentaba empujarla de nuevo contra la pared, consiguió de alguna forma alcanzar la caja de control y desconectar la energía. El escalpelo se retiró del charco de sangre y se replegó sobre sí mismo en actitud de espera. Luego Nicole intentó detener la masiva hemorragia.
Treinta segundos más tarde, la inexplicada fuerza desapareció tan rápidamente como había aparecido. El general O'Toole se puso trabajosamente de pie y se acercó a la ahora desesperada Nicole. El escalpelo había causado demasiados daños. El comandante se estaba desangrando ante sus ojos.
—¡Oh, no! ¡Oh, Dios! —exclamó O'Toole cuando vio el desastre en el cuerpo de su amigo. El insistente pitido proseguía. Ahora los sistemas de alarma vitales en torno de la mesa sonaban también. Francesca se recuperó a tiempo para grabar los últimos diez segundos de la vida de Valeri Borzov.
Fue una noche muy larga para todo el equipo Newton. En las dos horas inmediatamente siguientes a la operación, Rama pasó por una secuencia de otras tres maniobras, cada una de las cuales, como la primera, duró uno o dos minutos. La Tierra confirmó finalmente que las maniobras combinadas habían cambiado de posición, índice de giro y órbita de la nave espacial alienígena. Nadie podía dilucidar la finalidad exacta de ese conjunto de maniobras; eran simplemente "cambios de orientación" que habían alterado la inclinación y alineación de los ápsides de la órbita de Rama. Sin embargo, la energía de la trayectoria no había resultado significativamente variada... Rama seguía aún en una hipérbole de escape con respecto al Sol.
Todo el mundo a bordo de la
Newton
y en la Tierra se sintió abrumado por la repentina muerte del general Borzov. Fue elogiado por la prensa de todas las naciones, y sus muchos logros fueron alabados por sus amigos y asociados. Su muerte fue informada como un accidente, atribuido a un desafortunado movimiento de la nave espacial Rama que se había producido en el transcurso de una apendectomía rutinaria. Pero, al cabo de ocho horas de su muerte, la gente curiosa se estaba haciendo preguntas en todas partes.
¿Por qué la nave espacial Rama se había movido precisamente en aquel momento? ¿Por qué el sistema de protección contra fallas del CirRob no había detenido la operación?
¿Por qué los oficiales médicos humanos que controlaban todo el proceso no habían desconectado la energía antes que fuera demasiado tarde?
Nicole des Jardins se hacía a sí misma idénticas preguntas. Ya había completado todos los documentos requeridos cuando se produce una muerte en el espacio, y había sellado el cuerpo de Borzov en un ataúd al vacío en la parte de atrás de la enorme bodega de pertrechos de la nave militar. Había preparado y archivado rápidamente su informe del incidente; O'Toole, Sabatini y Tabori habían hecho lo mismo.
Sólo había una discrepancia significativa en los informes. Janos no mencionó que había intentado alcanzar la caja de control durante la maniobra ramana. Por aquel entonces Nicole no creyó que aquella omisión fuera importante.
Las teleconferencias requeridas con los oficiales de la AIE fueron extremadamente dolorosas. Nicole era la persona que soportó la mayor parte del absurdo y repetitivo interrogatorio. Tuvo que buscar nuevas reservas muy dentro de ella para no perder el control en varias ocasiones. Nicole había esperado que Francesca apuntara una incompetencia por parte del equipo médico de la
Newton
en su teleconferencia, pero la periodista italiana fue justa e imparcial en su reportaje.
Tras una corta entrevista con Francesca, en la que Nicole le habló de lo horrorizada que se había sentido en el momento en que vio por primera vez la incisión de Borzov llena de sangre, la oficial de ciencias vitales se retiró a su habitación, ostensiblemente para descansar y/o dormir. Pero no se permitió el lujo de descansar. Revisó una y otra vez los segundos críticos de la operación. ¿Podía ella haber hecho algo para cambiar el resultado? ¿Qué podía explicar la falla del CirRob en desconectarse automáticamente?
En la mente de Nicole había muy pocas o ninguna posibilidad de que los algoritmos de protección del CirRob tuvieran alguna falla de diseño; no habrían pasado todas las rigurosas pruebas prelanzamiento si hubieran contenido algún error. Así que, de alguna forma, tenía que haberse producido algún error humano, o una negligencia (¿habían ella y Janos, en su apresuramiento, olvidado inicializar algún parámetro interno de protección?), o un accidente durante aquellos caóticos segundos que siguieron a la inesperada torsión. Su infructuosa búsqueda de una explicación y su fatiga casi total hicieron que se sintiera extremadamente deprimida cuando finalmente se durmió. Para ella, una parte de la ecuación estaba muy clara. Un hombre había muerto, y ella era la responsable.
Como era de esperar, el día siguiente a la muerte del general Borzov estuvo lleno de tensión. La investigación del incidente por parte de la AIE se amplió, y la mayor parte de los cosmonautas se vio sometida a otro largo careo. Nicole fue interrogada acerca de su sobriedad en el momento de la operación. Algunas de las preguntas era malintencionadas, y ella, que estaba intentando conservar sus energías para su propia investigación de los acontecimientos que rodearon la tragedia, perdió la paciencia dos veces durante los interrogatorios.
—Miren —exclamó en un momento determinado—, ya les he explicado cuatro veces que tomé dos copas de vino y una taza de vodka tres horas antes de la operación. He admitido que no habría probado nada de alcohol antes de la cirugía, si hubiera sabido que iba a tener que operar. Incluso he reconocido, en retrospectiva, que tal vez uno de los dos oficiales de ciencias vitales hubiera debido permanecer completamente sobrio. Pero todo esto es a posteriori. Repito lo que dije antes. Ni mi juicio ni mis habilidades físicas estaban disminuidos en ningún sentido por el alcohol en el momento de la operación.
De vuelta a su habitación, Nicole centró su atención en el tema de por qué el robot cirujano siguió con la operación cuando sus sistemas internos de protección hubieran debido abortar todas sus actividades. Según la Guía de Usuario del CirRob, era evidente que al menos dos sistemas de sensores independientes hubieran debido enviar mensajes de error al procesador central del robot cirujano. El sistema de acelerómetro hubiera debido informar al procesador de que las condiciones ambientales estaban más allá de los límites aceptables debido a una fuerza lateral desfavorable. Y las cámaras estéreo hubieran debido transmitir un mensaje indicando que las imágenes observadas sufrían una variación con respecto a las imágenes predichas. Pero, por alguna razón, ningún juego de sensores interrumpió la operación en curso. ¿Qué había ocurrido?
Nicole necesitó casi cinco horas para eliminar la posibilidad de un error importante, ya fuera de software o de hardware, en el sistema del CirRob. Verificó que el software y la base de datos cargados habían sido correctos revisando un código de comparación con la versión estándar del software extensamente comprobada durante el prelanzamiento. También aisló la imagen estéreo y la telemetría del acelerómetro de los escasos segundos inmediatamente después que la nave sufriera la sacudida. Esos datos fueron correctamente trasmitidos al procesador central, y hubieran debido dar como resultado una secuencia abortiva. Pero no lo habían hecho. ¿Por qué no? La única explicación posible era que el software había sido cambiado por una orden manual entre el tiempo de carga y la realización de la apendectomía.
Nicole estaba ahora fuera de su lenguaje. Había llevado al límite sus conocimientos del software y de la ingeniería de sistemas convenciéndose a sí misma de que no había habido ningún error en el software cargado. Determinar cómo y cuándo podía alguna orden haber cambiado el código o los parámetros después de instalados en el CirRob requería a alguien que pudiera leer el lenguaje de la máquina e interrogar cuidadosamente a los miles de millones de bits de datos que habían sido almacenados durante todo el proceso. Su investigación se detuvo hasta que pudiera hallar a alguien capaz de ayudarla.
¿Quizá debería abandonar?,
dijo una voz dentro de su cabeza.
¿Cómo podrías?,
respondió otra voz.
No hasta que no sepas con certeza la causa de la muerte del general Borzov.
En la raíz de su deseo de conocer la respuesta se hallaba un anhelo desesperado de demostrar con toda seguridad que aquella muerte no había sido culpa suya.
Se apartó de su terminal y se dejó caer en la cama. Mientras permanecía tendida allí, recordó su sorpresa durante el período de inspección de treinta segundos cuando el apéndice de Borzov quedó a la vista.
Definitivamente no sufría de apendicitis,
pensó. Sin ningún motivo en particular, Nicole regresó a su terminal y accedió al segundo conjunto de datos de evaluación que había obtenido del diagnosticador electrónico, justo antes de su decisión de operar. Miró sólo brevemente el PROBABLE APENDICITIS 92% de la primera pantalla, y pasó al diagnóstico de comprobación. Esta vez REACCIÓN MEDICAMENTOSA era la segunda causa más probable, con un cuatro por ciento de probabilidad. Nicole hizo que los datos fueran ahora mostrados de otra forma. Solicitó una rutina estadística para calcular las causas probables de los síntomas, dado el hecho de que no podía ser apendicitis.
Los resultados parpadearon en el monitor en unos segundos. Nicole se sintió abrumada. Según los datos, si la información de la biometría recogida de las sondas de Borzov era analizada según la suposición de que la causa de la anormalidad no podía ser apendicitis, entonces había unas posibilidades de un 62% de que fuera debida a la reacción a alguna droga o medicamento. Antes que Nicole pudiera completar ningún otro análisis, hubo una llamada en la puerta.
—Adelante —dijo, y siguió trabajando en el terminal. Se volvió ligeramente y vio a Irina Turgeniev de pie en el umbral. La piloto soviética no dijo nada por un momento.
—Me pidieron que viniera a buscarla —murmuró al fin. Siempre se había mostrado muy tímida con todo el mundo excepto sus compañeros europeos orientales, Tabori y Borzov.
—Estamos celebrando una reunión del equipo en la sala.
Nicole guardó sus archivos temporales de datos y se reunió con Irina en el corredor.
—¿Qué tipo de reunión? —preguntó.
—Una reunión de organización —respondió Irina. No dijo nada más. Había un acalorado intercambio de palabras entre Reggie Wilson y David Brown en el momento en que las dos mujeres entraron en la sala.
—¿Debo entender entonces —estaba diciendo sarcásticamente el doctor Brown— que cree usted que la nave espacial Rama decidió a propósito maniobrar exactamente en aquel momento? ¿Le importaría explicarnos a todos cómo este asteroide de estúpido metal podía saber que el general Borzov estaba siendo sometido a una apendectomía en ese preciso instante? Y, puesto que está en ello, ¿nos explicará por qué esta supuestamente maligna nave espacial nos ha permitido conectarnos a ella y no ha hecho nada para disuadirnos de continuar con nuestra misión?
Reggie Wilson miró alrededor en busca de apoyo.
—Usted está usando de nuevo la pseudológica, Brown —dijo, con evidente frustración—. Lo que dice siempre suena superficialmente lógico. Pero yo soy el único miembro de este equipo que halla inquietante la coincidencia. Mire, aquí está Irina Turgeniev. Ella es precisamente la que me sugirió la conexión.