El propio general Borzov tenía la segunda taza con una cruz en el fondo. El general sonrió, colocó uno de los dos diminutos gusanos en su propia taza y el otro en la de Nicole, y alzó su vodka hacia el techo del vehículo espacial.
—Bebamos todos por el éxito de la misión —dijo—. Para cada uno de nosotros, estos próximos días y semanas serán la más grande aventura de nuestras vidas. En un sentido muy real, la docena de hombres y mujeres reunidos aquí somos los embajadores humanos ante una cultura alienígena. Que cada uno de nosotros haga todo lo posible por representar adecuadamente a nuestra especie.
Alzó la tapa de su taza, cuidando de no agitarla para no derramar el líquido, y bebió su contenido de un solo trago. Engulló entero el gusano. Nicole tragó también rápidamente el suyo, comentándose a sí misma que lo único que había comido nunca que supiera peor que el gusano era aquel horrible tubérculo durante su ceremonia Poro en Costa de Marfil.
Tras otros varios brindis, más cortos, las luces de la estancia empezaron a disminuir.
—Y ahora —anunció el general Borzov con un ampuloso gesto—, directamente desde Stratford, la
Newton
presenta con orgullo a Richard Wakefield y sus talentosos robots. — La sala quedó a oscuras excepto un metro cuadrado a la izquierda de la mesa, iluminado desde arriba. En medio de la luz había la sección de un antiguo castillo. Un robot femenino, de veinte centímetros de altura y vestido con una túnica larga, caminaba por una de las habitaciones. Al principio de la escena estaba leyendo una carta. Al cabo de unos pocos pasos, sin embargo, dejó caer las manos a sus costados y empezó a hablar.
Glamis eres, y Cawdor; y serás
lo que has prometido. Sin embargo, temo tu naturaleza:
está demasiado llena de tu bondad humana
para seguir el camino más inmediato. Serás grande...
—Conozco a esa mujer —dijo Janos a Nicole con una sonrisa—. La he conocido antes en alguna parte.
—Shhh —respondió Nicole. Se sentía fascinada por la precisión en los movimientos de lady Macbeth.
Ese Wakefield es realmente un genio,
pensó.
¿Cómo puede hacer con un detalle tan extraordinario estas cosas diminutas?
Nicole estaba sorprendida por la gran gama de expresiones del rostro del robot.
Mientras se concentraba, el diminuto escenario empezó a oscilar en su mente. Olvidó por un momento que estaba contemplando a unos robots en una actuación en miniatura. Entró un mensajero y le dijo a lady Macbeth que su esposo se acercaba y que el rey Duncan pasaría la noche en su castillo. Nicole contempló el rostro de lady Macbeth estallar con ambiciosa anticipación tan pronto como el mensajero se hubo ido.
...venid, Espíritus,
que tendéis hacia los pensamientos mortales. Arrebatadme
mi femineidad y llenadme, de la corona a los pies,
con la más extrema crueldad. Espesad mi sangre...
Dios mío, pensó Nicole, parpadeando para asegurarse de que sus ojos no la estaban engañando, ¡está cambiando! Y así era. Mientras las palabra "arrebatadme mi femineidad" brotaban del robot, su forma empezó a cambiar. La marca de los pechos contra la túnica de metal, la redondez de las caderas, incluso la suavidad del rostro, desaparecieron. Un robot andrógeno siguió representando el papel de lady Macbeth.
Se sentía fascinada y flotando en una fantasía inducida tanto por su alocada imaginación como por la reciente ingestión de alcohol. El nuevo rostro del robot recordaba vagamente a alguien al que conocía. Notó una agitación a su derecha y se volvió para ver a Reggie Wilson hablando ansiosamente con Francesca. Nicole miró rápidamente de Francesca a lady Macbeth y viceversa.
Eso es,
se dijo a sí misma,
esta nueva lady Macbeth se parece a Francesca.
Un estallido de miedo, una premonición de tragedia, la abrumó repentinamente y la sumió en el terror.
Algo terrible está a punto de suceder,
dijo una voz dentro de ella. Inspiró profundamente varias veces e intentó calmarse, pero la extraña sensación no desapareció. En el pequeño escenario, el rey Duncan acababa de ser recibido por su graciosa anfitriona para pasar la noche. A su izquierda Nicole vio a Francesca ofrecer al general Borzov el último vino. Nicole se sintió incapaz de dominar su pánico.
—Nicole, ¿qué ocurre? —preguntó Janos. Podía darse cuenta de que estaba profundamente alterada.
—Nada —contestó. Reunió todas sus fuerzas y se puso de pie—. Algo que he comido debe de haberme sentado mal. Creo que me iré a mi habitación.
—Pero se perderá la película de después de la cena —dijo humorísticamente Janos. Nicole consiguió esbozar una lamentable sonrisa. Él la ayudó a mantener el equilibrio. Nicole oyó a lady Macbeth reprender a su esposo por su falta de valor, y una nueva oleada de miedo premonitorio la atravesó. Aguardó hasta que el estallido de adrenalina se hubo calmado, y entonces se disculpó en voz baja del grupo. Regresó lentamente a su habitación.
En su sueño, Nicole tenía de nuevo diez años y jugaba en los bosques detrás de su casa en el suburbio parisiense de Chilly-Mazarin. Tuvo la repentina sensación de que su madre se estaba muriendo. La niña se sintió presa del pánico. Corrió hacia la casa para decírselo a su padre. Un pequeño gato le bloqueó gruñendo el paso. Nicole se detuvo. Oyó un grito. Abandonó el camino y siguió por entre los árboles. Las ramas arañaron su piel. El gato la siguió. Oyó otro grito. Cuando despertó, un asustado Janos Tabori estaba de pie junto a ella.
—Es el general Borzov —dijo Janos—. Sufre terribles dolores. Nicole saltó rápidamente de la cama, se puso una bata, tomó su maletín de primeros auxilios y siguió a Janos al corredor.
—Parece como apendicitis —mencionó él mientras se apresuraban a la sala—. Pero no estoy seguro.
Irina Turgeniev estaba arrodillada al lado del comandante y le tenía la mano. El general estaba echado en un diván. Tenía el rostro completamente blanco y su frente estaba perlada de sudor.
—Ah, la doctora des Jardins ha llegado. —Borzov consiguió esbozar una sonrisa. Intentó sentarse, hizo una mueca de dolor, y se dejó caer nuevamente. —Nicole —dijo en voz baja—, me estoy muriendo. Nunca me había sentido tan mal en toda mi vida, ni siquiera cuando fui herido en el ejército.
—¿Cuánto hace que empezó? —preguntó ella. Había sacado su escáner y su monitor biométrico para comprobar todas sus estadísticas vitales. Mientras tanto, Francesca se había situado con su videocámara junto al hombro derecho de Nicole para filmar a la doctora realizar su diagnóstico. Nicole le hizo un gesto impaciente de que retrocediera.
—Quizá dos o tres minutos —dijo el general Borzov con un esfuerzo—. Estaba sentado aquí en una silla viendo la película, riéndome creo recordar, cuando de pronto se produjo ese intenso y agudo dolor, aquí en mi ingle derecha. Parecía como si algo me estuviera quemando desde dentro.
Nicole programó el escáner para revisar los últimos tres minutos de detallados datos registrados por las sondas Hakamatsu dentro de Borzov. Localizó el comienzo del dolor, fácilmente identificable en término de ritmo cardíaco y secreciones endocrinas. Pidió en seguida una relación completa de todos los canales durante el período crítico. —Janos — dijo a su colega—, vaya a la habitación de material médico y tráigame el diagnosticador portátil. —Le tendió a Tabori la tarjeta código para la puerta.
Luego se volvió de nuevo hacia el general Borzov.
—Tiene un poco de fiebre, lo cual sugiere que su cuerpo está luchando contra alguna infección. Todos los datos internos confirman que usted sufre un dolor agudo. —El cosmonauta Tabori regresó con un pequeño dispositivo electrónico con el aspecto de una cajita. Nicole extrajo un pequeño tubo de datos del escáner y lo insertó en el diagnosticador. Al cabo de unos treinta segundos el pequeño monitor parpadeó y aparecieron las palabras: PROBABLE APENDICITIS 94%. Nicole pulsó una tecla, y la pantalla mostró los demás diagnósticos posibles, incluidos hernia, distensión muscular interna y reacción medicamentosa. Según el diagnosticador, ninguno de ellos tenía más de un dos por ciento de probabilidad.
Tengo dos elecciones en estas circunstancias
, pensó rápidamente Nicole mientras el general Borzov se crispaba de nuevo por el dolor.
Puedo enviar todos los datos a la Tierra para un diagnóstico completo, según el procedimiento...
Consultó su reloj y calculó rápidamente dos veces el viaje a la velocidad de la luz, más la duración mínima de la conferencia médica una vez completado el diagnóstico electrónico.
En cuyo momento tal vez ya sea demasiado tarde.
—¿Qué dice ese trasto, doctora? —preguntó el general. Sus ojos le estaban suplicando que terminara con aquel dolor lo antes posible.
—El diagnóstico más probable es apendicitis —indicó Nicole.
—Maldita sea —respondió el general Borzov. Miró a los demás. Todo el mundo estaba allí excepto Wilson y Takagishi, que se habían saltado la película. —Pero no permitiré que el proyecto se retrase. Seguiremos adelante con la primera y la segunda incursiones mientras me recupero. —Otro agudo acceso de dolor contorsionó su rostro.
—Bueno —dijo Nicole—, eso aún no es seguro. Primero necesitamos algunos datos más. —Repitió la anterior petición de datos, usando ahora los dos minutos extras de información que se habían grabado desde su llegada a la sala. Esta vez el diagnóstico decía: APENDICITIS PROBABLE 92%. Nicole iba a comprobar los diagnósticos alternativos cuando sintió la fuerte mano de su comandante en su brazo.
—Si lo hacemos rápido, antes de que se acumulen demasiadas toxinas en mi sistema, se trata de una operación para el robot cirujano, ¿verdad?
Nicole asintió.
—Y si perdemos tiempo obteniendo una confirmación de diagnóstico de la Tierra...
¡ouch!...
entonces mi cuerpo puede sumirse en un trauma profundo.
Está leyendo mi mente,
pensó al principio Nicole. Luego se dio cuenta de que el general no hacía más que ofrecer su profundo conocimiento de los procedimientos establecidos para la Operación Newton.
—¿Intenta el paciente ofrecerle a la doctora alguna sugerencia? —preguntó Nicole, sonriendo pese al evidente dolor de Borzov.
—Nunca me atrevería a ser tan presuntuoso —respondió el comandante, con el asomo de un guiño en sus ojos.
Nicole miró de nuevo el monitor. Seguía parpadeando: APENDICITIS PROBABLE 92%.
—¿Tiene algo que añadir? —le preguntó a Janos Tabori.
—Sólo que he visto una apendicitis antes —respondió el pequeño húngaro—. En una ocasión, cuando era estudiante, en Budapest. Los síntomas eran exactamente los mismos.
—Está bien —dijo Nicole—. Vaya a preparar el CirRob para la operación. Almirante Heilmann, ¿quieren usted y el cosmonauta Yamanaka ayudar al general Borzov a ir a la enfermería, por favor? —Se volvió a Francesca. —Reconozco que esto es una gran noticia. Autorizaré que permanezca en la sala de operaciones con tres condiciones. Se lavará con la misma meticulosidad que el equipo quirúrgico. Permanecerá constantemente contra la pared con su cámara. Y obedecerá absolutamente cualquier orden que yo le dé.
—Me parece bien —asintió Francesca—. Gracias. Irina Turgeniev y el general O'Toole se quedaron aguardando en la sala después que Borzov se marchara con Heilmann y Yamanaka.
—Estoy seguro de que hablo por los dos —dijo el norteamericano, en su sincera manera habitual—. ¿Podemos ayudar de alguna forma?
—Janos me ayudará mientras el CirRob realiza la operación. Pero podría usar un par más de manos, como respaldo de emergencia.
—Me encantará hacerlo —dijo O'Toole—. Tengo alguna experiencia hospitalaria de mi trabajo social.
—Estupendo respondió Nicole—. Venga conmigo a lavarse.
El CirRob, el cirujano robot portátil asignado al equipo de la misión Newton precisamente para ese tipo de situaciones, no formaba parte, en términos de sofisticación médica, de las salas de operaciones completamente autónomas de los hospitales más adelantados de la Tierra. Pero era una maravilla tecnológica por derecho propio. Podía guardarse en un maletín pequeño, y pesaba sólo cuatro kilos. Sus necesidades de energía eran pocas. Y podía ser usado en más de un centenar de configuraciones.
Janos Tabori desempaquetó el CirRob. El cirujano electrónico tenía un aspecto más bien anodino. Todas sus largas y flexibles articulaciones y apéndices estaban
cuidadosamente dobladas para un más fácil almacenaje. Después de consultar la Guía de Usuario del CirRob, Janos tomó la unidad de control central y la sujetó tal como se indicaba a un lado de la mesa de la enfermería donde estaba tendido ya el general Borzov. Sus dolores sólo habían cedido un poco. El impaciente comandante urgía a todo el mundo que se apresurara.
Janos introdujo el código que identificaba la operación. El CirRob desplegó automáticamente todos sus miembros, incluida su extraordinaria mano/escalpelo con cuatro dedos, en la configuración necesaria para extirpar el apéndice. Nicole entró entonces en la sala, con las manos enfundadas en guantes y el cuerpo cubierto con la bata blanca de cirujano.
—¿Ha terminado ya la comprobación del software? —preguntó. Janos asintió con la cabeza.
—Completaré todas las pruebas preoperación mientras usted limpia —le dijo Nicole. Hizo un gesto hacia Francesca y el general O'Toole, que permanecían de pie al otro lado de la puerta, para que entraran—. ¿Se encuentra mejor? —le preguntó a Borzov.
—No mucho —gruñó este.
—Le administré un sedante ligero —dijo ella—. El CirRob le administrará el anestésico completo como primer paso de la operación. —Nicole había estado refrescando sus ideas en su habitación mientras se vestía. Conocía aquella operación con los ojos cerrados; era uno de los procedimientos quirúrgicos realizados durante las pruebas de simulación. Entró el archivo de los datos personales de Borzov en el CirRob, conectó los hilos electrónicos que trasmitirían constantemente la información de los datos del paciente al CirRob durante la apendectomía, y verificó que todo el software hubiera pasado el autotest. Como última comprobación, sintonizó cuidadosamente un par de pequeñas cámaras estéreo que trabajarían en concierto con la mano quirúrgica.
Janos volvió a entrar en la sala. Nicole pulsó un botón en la caja de control del robot cirujano, y dos copias de la secuencia de operaciones fueron impresas rápidamente. Nicole tomó una y le tendió la otra a Janos.