Read Realidad aumentada Online

Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

Realidad aumentada (41 page)

¿Qué nos ocurrirá a Lia y a mí cuando no estén los chips?
—preguntó, intentando ocultar su nerviosismo.


El chip puede modificar la estructura funcional y física de los cerebros de forma permanente, ¿has olvidado acaso que fuiste capaz de encontrar a Lia sin necesidad del chip?

Alex se quedó petrificado. ¿Su cerebro… se había
modificado
?, pensó, sintiendo un intenso frío. La respuesta, afirmativa, le llegó de forma inmediata:


Fue gracias a lo que aprendiste de él: modificó la forma de funcionar de tu cerebro, que terminó resolviendo un problema, encontrar a esa mujer, con lo aprendido del chip. Es un primer escalón hacia el funcionamiento de nuestros cerebros, eso sí, no todos los humanos estáis preparados para eso: tú y Lia os adaptaréis, los efectos del chip serán permanentes y os ayudarán a estar juntos. Nadie más tendrá un vínculo como el vuestro.

Un motivo más para aceptar, un motivo más para decir que sí y poder conseguir a Lia. Esos malditos extraterrestres llevaban razón: la seguía deseando. Al fin y al cabo, ella no le había traicionado, sino que había hecho caso a sus pueriles creencias, de las que Jules se había aprovechado para engañarla. De hecho, recordó la expresión de horror que ella mostró cuando su rival le apuntó con la pistola, y al ver de nuevo su pálido y ojeroso rostro se dio cuenta de que la amaba, más que a nada en el mundo. Durante unos segundos vio su rostro en un sinfín de situaciones que había vivido con ella, y supo que no podría vivir sin ella. No necesitó más para darse cuenta de que ya había tomado una decisión. Intentando relajarse respiró hondo varias veces, y tras hacerlo, ideó dos sencillas palabras en su mente:

Lo haré.

Lo haré.

Dos sencillas palabras que cambiaban el devenir de la Historia. Al visualizarlas en su mente, Alex confió en salvar a la humanidad de una más que segura autodestrucción, pues aquella era una tecnología para la que el hombre no estaba preparado. Ayudando a aquellos seres ayudaría a sus congéneres. Y conseguiría a Lia.

Sin embargo, lejos de encontrarse con la relajación que esperaba sentir su cerebro, se dio de bruces con una inesperada sensación de avidez: una mezcla de frío, oscuridad, hambre y un deseo insano y expectante que le resultó repulsivo. Aterrorizado, se dio cuenta de que esa sensación procedía del exterior, pues él jamás había sentido algo así. Su primer impulso fue alejar su mente de ella, pero inmediatamente se frenó: a pesar de ser consciente de que era probable que terminara arrepintiéndose, decidió asomarse a ese voraz sentimiento.

Un intenso frío le estremeció los huesos al acercarse a aquella oscuridad. Cerró los ojos y dejó que la parte más profunda de su mente —la que estaba convencido que no percibían esos seres— descendiera a esa especie de oquedad que se había abierto en la conexión con esos seres. Un nauseabundo olor, gélido y podrido, le golpeó. De forma refleja arrugó la nariz, a pesar de saber que solo existía en el interior de su mente, y avanzó. A punto de cruzar la abertura, oyó un grito profundo, lejano y desgarrador que se acercó a toda prisa. Parecía venir de detrás de él, mejor dicho, de detrás de su pensamiento.

Sin más tardanza, e intuyendo que el grito venía de «ellos», hizo que su mente saltara al interior del agujero. Nada más hacerlo sintió que este se cerraba. Con alegría, supo que afortunadamente él ya estaba dentro. Helado, apestado por el nauseabundo olor y muerto de miedo, pero dentro.

¿Dónde estoy?

Abrió los ojos —o lo que él creía que eran sus ojos— y lo que vio estuvo a punto de provocarle un infarto de lo bruscamente que le subió la tensión arterial: ya no se encontraba en el interior de la sala, ni siquiera tenía una forma física que él pudiera percibir. Su cuerpo no estaba. De hecho, supo que, de alguna manera, simplemente no existía, al menos en el plano físico.

Horrorizado, perdió el control. Trató de gritar, pero no pudo —no tenía garganta—; agitó los brazos sin éxito y, tras unos instantes, intentó no perder la cabeza. Supo que si eso ocurría jamás podría salir de allí. Durante unos terribles instantes temió realmente volverse loco, pero tras un lapso de tiempo imposible de determinar —sabía que, donde fuera que estuviese, el tiempo no existía— se sosegó. Allí solo había imágenes, ideas. Todas a la vez, mezcladas. E inmediatamente supo que no estaba utilizando los ojos: de una forma que se le antojó sorprendentemente natural pudo ver en todas las direcciones del espacio que le rodeaba. Y supo también que no había un «él».

Al menos, físicamente, razonó. Tampoco había un punto donde estuviera ubicado. Todas esas ideas no pertenecían a ese lugar, y de alguna forma, comprendió que lo que estaba allí era su percepción, no su cuerpo. Solo entonces se dio cuenta de que su pensamiento fluía más rápidamente, como si se hubiera liberado de una atadura. Enseguida entendió cuál: la de tener que atravesar las neuronas y sus conexiones, las sinapsis, supeditado a las múltiples debilidades y limitaciones de la transmisión nerviosa humana, como el rozamiento inherente a la materia y la inestabilidad del delicado equilibrio celular necesario para su funcionamiento. Allí todo eso estaba de más y su esencia —o conciencia— eran completamente libres.

Tras unos primeros momentos en los que estuvo aturdido —y a la vez eufórico— por ese cúmulo de sensaciones, por fin descubrió que lo más llamativo no era que pudiera percibir de esa forma tan plena, sintiéndose energía pura, y sin las restricciones del plano físico, lo más sorprendente fue lo que comenzó a percibir después.

Le rodeaba un intenso colorido, y al preguntarse por qué estaba allí, todo alrededor se volvió negro, pero no un negro oscuro y amenazante (esas sensaciones habían desaparecido nada más cruzar la abertura), sino un negro azulado y salpicado de lejanas estrellas. Dedujo que debía de estar en algún lugar del firmamento. Entristecido, echó de menos tener algún conocimiento de astronomía. De repente fue consciente de que estaba viendo algo que reconoció inmediatamente: la Tierra, con la Luna y el Sistema Solar. Extasiado, contempló la magnificencia de la imagen, sintiéndose minúsculo y ridículo. Cuánto les faltaba a los hombres por comprender, se dijo.

Emocionado por aquel espectáculo se preguntó de nuevo qué hacía allí y buscando respuesta viajó a velocidades impensables hasta que por fin distinguió algo, que inmediatamente reconoció como una abrumadora flota de impresionantes naves con una amenazadora forma entre ovalada y triangular, con un atractivo, inquietante y reluciente color gris.

Temiendo conocer la respuesta, se preguntó cómo serían de cerca, y lo percibió de forma instantánea: las superficies de estas descomunales aeronaves parecían de aluminio anodizado y estaban cubiertas de infinidad de finos surcos que las recorrían en todas las direcciones posibles. De vez en cuando algunos haces de luz de atractivos colores —la mayoría en tonos verdes y azules—, los atravesaban fugazmente. La imagen le resultó tan bella como amenazante.

Se preguntó qué hacían allí, y de nuevo todo alrededor cambió: el espacio fue sustituido por una pradera. Supo que lo que estaba viendo pertenecía a algún lugar real de la Tierra y supo que seguía sin tener cuerpo. Simplemente se limitaba a percibir. Lo que vio le recordó uno de sus sueños: había una enorme extensión de césped y al fondo parecía vislumbrarse el mar. Incluso creyó ver las ruinas de un pequeño castillo a lo lejos. La imagen cambió, como si se hubiera desplazado en el tiempo, y lo pavoroso de la nueva fue que por todas partes veía ahora también seres altos, espigados y de color gris. Cientos de pelotones recorrían la superficie escoltados por inmensas naves que flotaban a cientos de metros del suelo, haciéndolo vibrar con el zumbido de sus motores. Supo que si hubiera sido humano ese sonido habría reverberado en cada uno de sus huesos, anunciándole que la muerte y la destrucción se acercaban.

Angustiado, quiso gritar, pero no pudo, pues no disponía de una garganta con la que hacerlo. Una intensa zozobra se apoderó de él y supo que, si no la controlaba, volvería el pánico. Aterrado, intentó moverse a pesar de no tener forma. Para su sorpresa notó que algo oponía resistencia a sus esfuerzos.
¡Si hay resistencia, es que hay rozamiento!,
pensó, y al hacerlo, se dio cuenta de que ese pensamiento había sido lento y torpe, como si estuviera de nuevo anclado a un pesado soporte físico y con las limitaciones que eso conllevaba. Supo que estaba volviendo a su cerebro —y a su cuerpo— cuando el peso de la materia le hizo sentirse viejo, anclado y, sobre todo, atraído hacia el suelo.
¡Estoy siendo consciente de la fuerza de la gravedad!
, se dijo, fascinado. A la vez sintió cómo la sangre circulaba, sus músculos se contraían y el corazón producía un ruido ensordecedor al latir. Oyó el crujir de sus huesos y el chapoteo de los litros de agua que había en sus diferentes tejidos.

Enseguida volvió la negrura, y con ella el silencio. Alex sintió de nuevo sus brazos y sus piernas, que le parecieron sorprendentemente pesados hasta que recuperó parte de su tono muscular. Respiró conscientemente y sintió cómo el aire entraba en sus pulmones. Agradeció esas sensaciones, incluido un incipiente dolor de cabeza que le sirvió para certificar que había retornado a su estado natural: el interior de un cuerpo humano. Pero también supo que iba a echar de menos esa extraña e inconmensurable forma de percibir que acababa de vivir. De alguna forma supo que no entraba en los planes de esos seres. En ese momento, su mente encajó definitivamente en su cuerpo y sintió sus neuronas achicharrándose. Abrió los ojos y comenzó a gritar de una forma desgarradora, casi inhumana.


Tranquilízate.

Sin embargo, Alex fue incapaz. Ardiendo de dolor siguió gritando. Sentía todas y cada una de sus neuronas retorciéndose, sufriendo, casi chirriando literalmente por el sufrimiento. Como respuesta los seres le enviaron nuevas imágenes, y enseguida comprendió que eran del interior de su cuerpo. Sin saber cómo, vio su corazón, golpeando desbocado a más de doscientos latidos por minuto. Su sangre fluía a presión, disparando así su tensión arterial. Vislumbró pequeños vasos en su cerebro amenazando con romperse, y a lo lejos distinguió la inconfundible figura de un globo hinchado a punto de estallar: un aneurisma cerebral. Esa imagen le angustió aún más. Decenas de preguntas se agolparon en su pensamiento superior, aquel que mantenía en contacto con los seres:

¡Me habéis mentido! ¿Qué es eso que he visto? ¿El pasado, el futuro, el presente acaso…? ¿¡Era la Tierra!?

Volvió a contemplar, más hinchado, el pequeño globo en el interior de su cerebro. Alertado, se dio cuenta de que había aparecido una raja, por donde asomó de repente una gota de sangre. El estallido era inminente, pensó horrorizado. En el plano consciente percibió cómo uno de los seres le señalaba con el brazo, lo que en un principio le asustó aún más, hasta que, inmediatamente, constató que su corazón frenaba el ritmo de sus latidos. Al mismo tiempo su respiración se acompasó y una extraña, pero aplastante, sensación de calma cayó sobre él. Vio el aneurisma comenzar a desinflarse, lo que permitió que la sangre dejara de salir por la herida. Asustado, intentó comprender lo que estaba sucediendo.


Hemos relajado tu ritmo cardíaco
—le llegó la respuesta—
y bloqueado parcialmente los efectos de la adrenalina. Tu cerebro acaba de experimentar, digamos, una sobreexposición.

¿¡Sobreexposición!? ¿Qué narices es eso? ¿Y qué es lo que he visto? ¿Eran recuerdos, pensamientos vuestros, o… algo que va a suceder?

Sin darle tiempo a preguntar nada más comenzaron a llegar las respuestas en un tono (si es que lo podía llamar así) sincero:


Lo que has visto es real
—expresaron los seres—
: hubo un tiempo en que nuestra especie estuvo colonizando planetas. El vuestro era uno de los objetivos, pero nuestros antepasados descubrieron que ya estaba habitado por una especie con principios de inteligencia, y eso los hizo desistir, ya que no es nuestra intención aniquilar civilizaciones.

¿Entonces por qué he visto esas imágenes?
—pensó Alex, exasperado—
. ¿Y por qué sueño que nos destruís, desde que tengo uso de razón?


Tus sueños son normales en muchos humanos: nuestra aeronave, los chips y todo lo que había en ella han ejercido una fuerte influencia en vuestras mentes. Han afectado a algunas especies de monos, a los delfines y, como era de esperar, a los humanos, y, por supuesto, no a todos por igual. Algunos habéis logrado establecer una especie de vínculo con nosotros, con nuestros recuerdos y con nuestra consciencia. El que hayas soñado con nuestra civilización se debe a que una parte de tu cerebro ya nos conocía: ha recibido la influencia de nuestra tecnología desde el día en que comenzó el desarrollo de tu tejido nervioso, dentro del útero de tu madre.

Pero, ¿cómo es posible?


Nuestra tecnología tiende a interaccionar directamente con los sistemas neurológicos: es un paso evolutivo de la tecnología que aún no habéis alcanzado. En tu caso, tu… peculiar estructura cerebral permitió que te amoldaras desde que fuiste concebido, pero esta fusión se potenció exponencialmente cuando empezaste a trabajar próximo a uno de nuestros chips. Tu cerebro y nuestra tecnología ahora son solo uno. No eres el único humano al que le ha sucedido, pero sí el único que ha logrado encontrarnos, por eso sabemos que eres una de las escasas personas que nos podría ayudar. Pocos humanos soportarían comunicarse con nosotros de esta forma, y casi ninguno sobreviviría a la sobreexposición que acabas de sufrir.

A pesar de no sentir dolor, Alex estaba agotado, y era incapaz de pensar con claridad. ¿Fusión entre tecnología y cerebro? ¿Otros humanos afectados? Pensó que saber aquello debería haberle generado un intenso estrés, pero por algún motivo ni siquiera se sorprendió. Estaba agotado y solo quería descansar, incluso una mente como la suya no estaba preparada para todo lo que estaba viviendo. Sin apenas fuerzas, intentó preguntar por la imagen que más le había estremecido.

¿Por qué… he visto la Tierra invadida por vosotros?


Esa parte no es real
—el pensamiento de los seres pareció tajante—
, formaba parte de tu subconsciente. Uno teme a lo desconocido, y en tus sueños una parte de tu cerebro te mostraba algo que tu otra parte, la consciente, no conocía. Eso, unido a tu aprendizaje sobre lo que puede ser una civilización ajena a tu planeta han motivado que tus sueños, con nuestros recuerdos, se hayan tornado en lo que vosotros llamáis pesadillas: la visualización de vuestros mayores temores durante la fase REM de vuestro sueño. No estabas preparado, al igual que ningún humano, para admitir que existíamos, ni para comprender que no fuéramos violentos, aun estando más desarrollados. Esto es algo que os resulta imposible de asimilar.

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