Read Realidad aumentada Online

Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

Realidad aumentada (38 page)

—Buena pregunta, mi inteligente amiga —dijo Jules, sonriendo de forma aviesa—. Existen tres prototipos: el vuestro, el que maneja mi gente, y un tercero en manos de otro equipo a las órdenes directas de nuestro común jefe, con el que llevan a cabo un proyecto, digamos, más ambicioso. Pero, a la vista de vuestro hallazgo —dijo, señalando la nave—, está claro que pronto dispondremos de mucha más tecnología a nuestro alcance.

Alex se dio cuenta de que el ego de su compañero era tal que no solo no tenía reparo en contestar a sus preguntas, sino que lo hacía con evidente gusto. Con ello se situaba en un hipotético plano superior, al revelarse como conocedor de las respuestas. Pensó que quizá por esa vía, la de manipular su ego, pudiera obtener alguna ventaja. Donde no parecía haber muchas opciones era en el terreno físico, donde su enemigo estaba armado.

—Así que —intervino, mirando a Jules— hagamos lo que hagamos, Baldur terminará saliéndose con la suya.

—¿Acaso habías pensado en algún momento que no iba a suceder así? —le recriminó Jules—. En este mundo el poderoso siempre gana. Lamento tener que descubrirte, a tu edad —añadió con sorna—, que es imposible cambiar eso, así que intentar evitarlo, por ejemplo, destruyendo alguno de los chips, o revelando su existencia —dijo esto último mirando fijamente a Alex—, sería una completa estupidez. Una pequeña molestia fácilmente enmendable, pero que podría costarle bastante caro a su perpetrador… —Sus últimas palabras flotaron unos instantes en el aire antes de añadir—: Baldur va a seguir adelante con su plan, sea el que sea, y por encima de quien se cruce en su camino. No te quepa la menor duda.

—Un estilo de trabajo que parece casar bien contigo… —dijo el médico.

Jules arqueó las cejas.

—¿Acaso no eres consciente de que este hallazgo va a cambiar la Historia? —Y con tono de reproche añadió—: ¿Es que no te gustaría estar al lado de los protagonistas de esa nueva página de la Historia?

—Por una vez estoy de acuerdo contigo —dijo Alex, dejándose llevar por su intuición—: Estoy seguro de que un dispositivo de estrategia militar controlado por ese chip sin duda va a revolucionar la historia del hombre, al menos… —añadió en tono irónico— la bélica. No habrá rival que se resista, ¿verdad? —dijo, guiñando un ojo a Jules.

—¿¡Qué!? —exclamó Lia, horrorizada—. ¿De verdad están utilizando ese chip, nada menos que ese chip… ¡con fines militares!?

Alex vio cómo Jules le miraba con una retorcida sonrisa, a la que él correspondió encogiéndose de hombros. Él también era capaz de usar su intuición y su ironía.

—De acuerdo —admitió Jules—, no sería correcto mentirte, Lia: Alex no anda desencaminado. Veo que en esta ocasión nuestro común amigo sí que ha sabido enfocar su nueva habilidad correctamente, algo que me enorgullece. Pensaba que yo era el único capaz de sacarle provecho —esta vez el guiño lo hizo Jules antes de continuar en tono más severo—. Baldur está realizando grandes avances en un deslumbrante proyecto militar digno de admiración.

—«El poderoso siempre gana» —parafraseó Alex, con gesto de asco—. ¿No te das cuenta de en qué te has metido, Jules?

—¡En un gran proyecto! ¡Tú eres el único que no logra verlo, a pesar de las oportunidades que te he dado! —respondió este, ofendido. Con gesto más calmado, añadió—: Baldur es un visionario, aunque a veces cueste entender sus motivos. Se encaprichó con vuestro proyecto y decidió poner uno de sus nuevos y desconocidos chips a trabajar en él. Pero cierto gobierno se empeñó en meter las narices y tomó la decisión de utilizar el procesador que le quedaba en otro desarrollo similar pero en el que nadie husmeara y donde se pudiera ir… —hizo una pausa en la que encogió los hombros—, digamos, un poco más lejos.

—Y para ello te contrató a ti, ¡una gran elección para llegar, «digamos, un poco más lejos»! —replicó Alex en tono irónico.

—Sí, y te recuerdo que por poco no pude contratarte a ti —argumentó Jules, señalándole con el dedo—, así que no me reproches nada. Por unas pocas semanas no llegaste a trabajar conmigo, lo sabes muy bien. Si ella hubiera estado en mi desarrollo —dijo, señalando a Lia—, te hubieras venido sin pensarlo.

Alex resopló, aún a sabiendas de que su compañero estaba en lo cierto.

—Mi otra misión —continuó Jules— era localizar el origen del chip y es obvio que acerté al pensar en ti para que me ayudaras…, así que, al final, de alguna manera, has trabajado para mí.

—En realidad lo he hecho para Baldur… —puntualizó Alex, con sarcasmo—, como todos nosotros.

—Sí, Baldur es inteligente, rico y poderoso —asintió Jules—: invirtió muchos recursos en este proyecto y todos jugábamos realmente en su equipo, aunque algunos ni lo supierais, como el cándido de Boggs, pero Baldur siempre actúa así, es
vox populi
: empresas rivales que en realidad no lo son y todas esas historias. Así es imposible perder, y él es de los que siempre gana.

—¿Y por qué tanto interés en encontrar el origen del chip? —volvió a intervenir Lia—. ¿No le bastaba con copiarlo?

—Como es lógico lo intentó, pero no le fue posible copiar el chip. A pesar de ser compatible con nuestros sistemas, su tecnología está descomunalmente lejos de la nuestra, y eso que los recursos de Baldur son prácticamente ilimitados. De ahí que fuera fundamental encontrar su origen; claro, que nadie se esperaba esto… —dijo, mirando alrededor—. Además, recuerda los accidentes que habéis tenido con vuestro dispositivo, Baldur estaba bastante preocupado porque eso pudiera ocurrir en el otro proyecto que estaba manejando, de bastante mayor escala, y donde tampoco podía elegir el perfil psicológico de la gente que participaba.

—No sé por qué —le interrumpió Alex— me estoy imaginando a miles de soldados medio tarumbas, recibiendo órdenes directas de un chip de otra galaxia para volarse la cabeza los unos a los otros.

—Una evocativa forma de materializar el mayor temor de Baldur, sí… —dijo Jules.

Alex vio que Lia miraba a su compañero, escandalizada.

—Lo importante —añadió Jules, con voz tajante— es que aquí termina la historia. Vuestro trabajo y la fortuna de que tuvieras un amigo que supiera hallar la conexión entre Milas Skinner y Azabache han permitido que todos los esfuerzos hayan merecido la pena. Baldur tendrá lo que quería, y todos ganamos.

—¿Todos ganamos? —masculló Alex, furioso—. ¿También ganan las personas que han muerto, como mi amigo Owl o el pobre desgraciado de Skinner? ¿Se puede saber qué es lo que han ganado ellos, sus familias…? ¡Eres un maldito asesino y te juro que voy a…!

—¡Un momento! —Jules le interrumpió con voz seria y apuntándole de nuevo—. Admito que sabía quién era tu amigo, que por cierto, cometió un fallo terrible confiando en el módem que os dio Juárez; pero te aseguro que no tengo nada que ver con lo que haya podido ocurrirle.

Alex le miró conteniendo su furia, respirando aceleradamente y sin saber si tragarse las palabras del que ahora consideraba un traidor. Jules aprovechó para añadir una frase más:

—De hecho, si alguien lo puso en peligro, fuiste tú —dijo, señalándole—. Aquella tarde, sentados sobre la arena de la playa, y frente al ocaso, te advertí que hasta el mar podía oírnos. —Alex sintió una profunda angustia al intuir las palabras que venían a continuación—. Para variar, no me hiciste caso.

—Desgraciadamente hay cosas que no se pueden cambiar —dijo Jules—, como lo que le ha sucedido a tu amigo. Sin embargo aún estás a tiempo de evitar una tragedia mayor.

—¿A qué te refieres con eso? —preguntó Alex, con rabia contenida.

Parte de su ira era contra sí mismo: había pedido ayuda a su amigo Owl, poniéndolo en peligro, y este había pagado las terribles consecuencias. Sin embargo Jules negaba tener nada que ver, y, aunque eso no parecía encajar con el hecho de apuntarles con un arma, Alex tampoco disponía de ninguna evidencia de lo contrario, tampoco de que Jules tuviera algo que ver con los individuos de negro. Pensó que de ser así, ellos habrían estado allí en ese momento.

—Baldur te hizo una oferta —contestó su antiguo compañero—. Debo decirte que sigue en pie —y mirando a Lia, añadió—: por supuesto la tuya también. William quiere que los dos trabajéis con él.

Alex no entendió nada e intentó buscarle un sentido a todo aquello. La pregunta que se le venía una y otra vez a la cabeza era por qué su amigo les apuntaba con un arma para comentarles eso. ¿Acaso una negativa le obligaría a dispararles? ¿Era una forma de mantener esa extravagante situación bajo control? Por otro lado, tampoco se fiaba de las palabras de Jules, algo le decía que no estaba siendo sincero, y era evidente que debía hacer caso a su intuición. El problema residía en saber qué partes de lo que intuía eran ciertas y cuáles no. No era el momento de correr riesgos y las apuestas estaban considerablemente altas, lo suficiente como para pensarse bien cuándo echarse un farol.

Miró a Lia y vio que su rostro reflejaba una profunda angustia. Era una reacción normal, pensó Alex, cuando a uno le apuntaban con un arma dentro de un artefacto extraterrestre. Jules tenía razón, otros ya hubieran perdido la cordura. Verla tan indefensa le hizo meditar sobre la propuesta de su rival: si ambos aceptaban, trabajarían juntos a las órdenes de Baldur y, probablemente, con la tecnología que allí se descubriera. Esto resultaba enormemente tentador para él: sus dos mayores obsesiones, Lia, la mujer que amaba, y una tecnología de otra galaxia —literalmente— juntos.

Pero también sabía que, aunque aquello fuera aparentemente idílico, luego surgirían los problemas: esa tecnología no podía quedarse en manos de un solo país, ni siquiera de unos cuantos, menos aún en las de un empresario particular. Indudablemente sería el principio del fin y con toda seguridad se desencadenaría una debacle. Estaba en un callejón sin salida y, lo que es peor, sin tiempo para tomar una decisión. La voz de Lia interrumpió sus cavilaciones:

—¿Baldur estaría dispuesto a frenar su proyecto militar… si trabajáramos para él?

Jules enarcó las cejas, pero enseguida recuperó la compostura y su taimada sonrisa, esa que tanta repulsión despertaba en Alex.

—Me congratula comprobar que empezamos a acercar posturas —contestó, con voz melosa—. Mi querida y dotada amiga, te voy a ser del todo sincero: dudo que una persona que ha invertido cientos de millones de dólares en un proyecto, sencillamente lo suspenda por las buenas. Al menos… —añadió pensativo— sin una buena causa. Tu suerte reside en que Baldur está francamente preocupado con lo que ha acontecido en vuestro laboratorio. Si un simple proyecto de realidad aumentada ha originado la muerte de varios de sus integrantes, imagina lo que podría suceder en las cabecitas de miles de soldados recibiendo órdenes directas del chip en los visores de sus cascos. Un solo fallo podría resultar fatal. —Mesándose la barbilla, añadió—: Creo que con nuestro asesoramiento el proyecto se desarrollaría solo si fuera completamente seguro. Al fin y al cabo hablamos no ya de la seguridad de miles de hombres, sino de la de Estados Unidos, pues será su ejército el que adopte esta tecnología en caso de completarse con éxito. Pero si la seguridad no se pudiera garantizar sería el propio Baldur quien daría la orden de paralizarlo todo. Por tanto, ¿qué mejores asesores que nosotros…? —concluyó, sonriendo—. Concretamente tú, Lia: precavida y previsora por naturaleza. Creo que conformaríamos un buen equipo.

—¿De verdad escucharía Baldur nuestros dictámenes —insistió ella— hasta el punto de detener el proyecto si fuera necesario?

—¿De verdad crees —respondió Jules con retintín— que arriesgaría su fortuna proveyendo al ejército de Estados Unidos de un proyecto sin garantías?

Durante unos instantes se hizo el silencio. Alex no pudo creer lo que acababa de oír. Jules estaba intentando convencer a Lia con argumentos retóricos y demagógicos. Fue a hablar, furioso, pero ella se le adelantó, asintiendo. Al verla, Alex sintió un profundo escalofrío que terminó de convencerle: su compañera estaba cayendo en una trampa. Sin pensar en la posibilidad de recibir un tiro, se acercó a ella.

—¡No le hagas caso, miente! —dijo, agarrándola del brazo por sorpresa.

Ella se volvió bruscamente y, al encontrarse con él, gritó:

—¡Suéltame! —dijo, sacudiendo el brazo—. ¿Quién te has creído que eres para decidir por mí? ¿Es que no te das cuenta de que esta es la única opción que tenemos para frenar esta locura? Si trabajamos para Baldur quizá podamos convencerle de que detenga ese descabellado proyecto. Si no lo hacemos seguirá adelante y dudo que haya alguien con las agallas suficientes como para oponerse a su voluntad.

»Además, ¿cómo piensas salir de todo esto? ¿Es que no has visto que hay gente que nos quiere ver muertos? —desesperada, añadió—: Por si no te habías dado cuenta, ¡necesitamos su ayuda! —concluyó, señalando a Jules.

—¡Eres tú la que no se da cuenta, es una trampa! —exclamó él, furioso por la candidez de su compañera—. ¡Baldur siempre nos pedirá una opción más! Un nuevo intento, otra solución nueva, más tiempo… —dijo, respirando agitadamente—. Además, no me creo su historia —añadió, señalando también a Jules—: ¿Cómo ha llegado hasta aquí? ¿Cuáles son sus intenciones en todo esto? Y sobre todo y lo más preocupante, ya que tú pareces no haberte fijado en ese detalle… ¿¡por qué nos apunta con una pistola!? —gritó, exasperado.

Por el rabillo del ojo le pareció ver una fina sonrisa en el rostro de su antiguo compañero. Intentó que Lia se volviera para ver la malévola expresión de Jules, sin embargo ella no solo no siguió su movimiento, sino que se frenó en seco, mirándole confundida. Alex se dio cuenta de que Lia pensaba que la había intentado empujar.

—Lia, yo… no… —intentó excusarse, viendo cómo la sonrisa de Jules se ensanchaba.

—¡Estoy harta, de ti y de tu fatalismo! —dijo ella gritando llorosa—. ¡Harta de esa visión apocalíptica, en la que solo cuenta tu opinión! En tu pequeño y egoísta universo, veo que los demás siempre estamos un escalón por debajo. ¿Has pensado acaso que hay personas que

creemos que podemos cambiar las cosas…? —dijo, atragantándose al hablar—. ¡Eres el peor hombre que he conocido en mi vida! Alex, estás condenado a desesperarte eternamente… por eso es imposible que haya nada entre nosotros, tú nunca me darás lo que yo necesito.

Si una estalactita de hielo hubiera caído del techo y le hubiera atravesado el corazón, probablemente Alex no se habría sentido peor que en ese momento. Angustiado por lo que acababa de oír, sintió como si todo comenzara a dar vueltas a su alrededor. Las piernas le fallaron y la vista se le nubló.

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