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Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

Realidad aumentada (37 page)

Con enorme pesar, Alex se dio cuenta de que si esa tecnología caía en manos de un solo país, el ya precario y corrupto equilibrio existente del planeta se rompería para siempre. Lo normal es que ese país intentara aprovecharse, y que el resto tratara de arrebatársela, o, al menos, de impedir que sacaran tajada, es decir, que, en cualquier caso, habría auténticas guerras por apoderarse de los secretos que encerraba esa cueva. Por fin creyó comprender el extraño silencio de Skinner: consciente de lo que aquello podía suponer, había decidido dejarlo allí, ocultando su hallazgo. Él quizá no hubiera pensado en un posible nuevo orden mundial, razonó, pero desde luego no quería problemas, y allí habría demasiados si se levantaba la liebre. Sin embargo, fruto de ese egoísmo inherente al ser humano, no había podido evitar arrancar unas cuantas piezas como prueba de la existencia de aquello, quizá para tratar de venderlas, como al final había hecho, una vez descubierto su potencial.

Alex pensó que, probablemente, Skinner trató de colocar los chips pensando que nadie sospecharía de su origen. ¿Quién iba a pensar que provenían de otra civilización?, dedujo Alex, como si estuviera en la mente de Skinner.
Así que —
continuó pensando—,
si las metralletas ya son de por sí peligrosas en tribus africanas que no cuentan ni con agua, ¿qué supondría toda esta tecnología en manos inadecuadas?
Recordando las vidas que ya se habían perdido por culpa de unos chips que apenas habían comenzado a utilizarse, tuvo claro que esa nave supondría el principio del fin. Con aquel pensamiento rondando su cabeza, Alex por fin supo lo que realmente debía hacer. Extrajo su iPhone del bolsillo y comenzó a tomar fotos de todo lo que le rodeaba. Lia le contemplaba sin atreverse a hablar. Con unos movimientos de su dedo, las agregó en bloque al programa de Owl.

—Con esto creo que ya tenemos la protección que buscábamos —le dijo a su compañera—. Ahora debemos salir de aquí. Inmediatamente.

Ella cerró los ojos, aliviada. Sin embargo, él no lo estaba tanto: necesitaba poner los datos a buen recaudo y avisar a quienes fuera oportuno de su intención de desvelarlos si a ellos les ocurría algo. Permanecer allí un minuto más de lo necesario supondría un riesgo: cualquier persona —o algo peor— podría aparecer en cualquier momento con intenciones aviesas. Y aquello era una ratonera, por lo que morirían sin oportunidad de amenazar con revelar aquel secreto.

No se sentía tranquilo, ni tenía claro que fueran a poder salir de allí sin problemas. De hecho, su primer obstáculo consistía en deshacerse del colchón de aire que le envolvía y del que no tenía ni la más remota idea de cómo se manejaba, pero no quería forcejear y caer de forma que pudiera torcerse un tobillo. Espoleado por la nueva prisa, buscó a Lia con la mirada para pedirle que le echara una mano.

Para su sorpresa, al hacerlo vio que el rostro de ella estaba desencajado. Sus ojos, que parecían querer salírsele de las órbitas, miraban hacia la puerta por la que habían entrado unos minutos antes. Sintiendo una inmensa angustia subirle desde el estómago, Alex siguió la dirección de la mirada de la chica. Sintió que el corazón parecía darle un vuelco cuando vio, perfectamente dibujada en la entrada de la sala, una silueta.

15
Traición

Hay puñales en las sonrisas de los hombres. Y cuanto más cercanos son, más sangrientos.

WILLIAM SHAKESPEARE

Lunes, 23 de marzo de 2009

Alex forcejeó con su invisible asiento hasta que logró impulsarse hacia un lado y a duras penas consiguió aterrizar sin lesionarse. Dio dos zancadas en dirección a Lia sin dejar de apartar en ningún momento la mirada de la entrada.
No puede ser
—pensó en una fracción de segundo—,
esta nave lleva enterrada miles de años. Es un milagro que siga funcionando, ¡imposible que albergue ninguna forma de vida!
Se detuvo en seco al constatar la respuesta, que le llegó desde su propio cerebro. Este ya había distinguido la forma y los movimientos de la silueta como humanos y, además, los había catalogado como conocidos.

—¡Jules! —exclamó parpadeando—. ¿Pero qué demonios…?

La pregunta quedó en el aire al ver que su amigo empuñaba una pistola con la que les apuntaba. Su rostro pálido iluminado por la escasa luz azulada de la sala de control le resultó mortecino.

—¿Acaso no conoces la respuesta a esa pregunta? —contestó el interpelado, esbozando una cruel sonrisa que terminó de helarle la sangre en las venas.

—¡Nos has estado siguiendo! —le recriminó Alex, más asustado que ofendido—. ¡Y has intentado asesinarnos!

Jules arqueó las cejas.

—Una vez más no solo te equivocas, sino que me infravaloras —dijo, negando lentamente con la cabeza en señal de paciencia—. Si te refieres a esos individuos que creyeron que os habían matado, y que se fueron sin comprobar vuestra trampa infantil, me sorprende que no hayas intuido que no tenían absolutamente nada que ver conmigo. He de admitir que yo también me tragué vuestro montaje, pero afortunadamente, o quizá guiado por mi «intuición» —sonrió al decir esta última palabra—, me acerqué a comprobar los restos. Aún sé distinguir unos restos humanos, así que, tras alegrarme por vuestra sensata ocurrencia, solo tuve que seguir vuestro rastro, que, por cierto, no conseguisteis limpiar del todo, como estáis comprobando en este momento.

—¿Realmente te alegraste de que esos tipos no nos mataran? —dijo Alex en tono cínico—. No lo parece, a juzgar por tu original forma de celebrarlo —añadió, mirando el arma.

—Alex, Alex… —dijo Jules, como si fuera un padre reprimiendo en tono comprensivo a un hijo—, me temo que no ves las cosas con perspectiva… Creo que esa nueva capacidad tuya de «intuir» —Alex se sobresaltó al escuchar el retintín que Jules le dio a la palabra— no te está ayudando ahora. Está bien —añadió, con gesto condescendiente—: si eso te tranquiliza, bajaré el arma.

Lentamente bajó el brazo, aunque no hizo el menor gesto de guardar la pistola. Alex permanecía aún boquiabierto por el comentario de Jules.

—¿Cómo puedes saber lo de…?

—¿Tu capacidad? —le interrumpió Jules—. Vamos, creía que estabas a la altura de todo este asunto. Sabes perfectamente que no eres el único al que le sucede, y que, por supuesto, está relacionada con el chip.

—Pero —dijo Lia—, ¿tú también has estado trabajando con el chip?

Alex la miró, sorprendido.

—Mi querida Lia —le respondió Jules con voz melosa—, veo que tu belleza no merma aunque te encuentres en circunstancias tan adversas que hubieran hecho enloquecer a cualquiera. —Alex sintió cómo se le revolvía el estómago al oír aquel pedante discurso—. Efectivamente he tenido el honor de trabajar con un chip similar y que producía los mismos efectos que el vuestro, que como habéis comprobado, no son iguales en todas las personas. En el caso de Alex y en el mío, por ejemplo, el resultado ha sido la potenciación de nuestra capacidad intuitiva, algo que a ti, querida, también te ha ocurrido…, aunque en menor medida.

—¿Qué? —exclamó ella—. ¿Qué significa eso?

—Básicamente —se adelantó Alex, intentando evitar la palabrería de Jules— se trata de un aumento de la eficiencia de nuestra inteligencia intuitiva, aquella que nos permite sacar conclusiones de datos de los que a lo mejor no somos ni conscientes, pero que sí son procesados por nuestro cerebro a altísimas velocidades. Es como si pudiéramos percibir algo más allá de la realidad, de hecho es como una auténtica «realidad aumentada»… por decirlo de alguna forma.

—Exacto, una «realidad aumentada», sin necesidad de dispositivos externos… ¡yo no lo hubiera explicado mejor! —añadió Jules—. Y gracias a la que he podido intuir cosas como, por ejemplo, vuestra infantil, pero en parte efectiva, trampa de los conejos.

Alex apretó los labios y se sorprendió calculando la mejor forma de abalanzarse sobre su adversario. Pensó que si lograba acercarse un solo paso sin que él lo notara…

—Ni lo intentes —dijo Jules, apuntándole de nuevo con el arma—. Necesitarías al menos un par de zancadas, y mientras las das me daría tiempo a apretar el gatillo varias veces. No me obligues a hacer algo tan desagradable…

Una vez más Alex se quedó boquiabierto: la intuición —o realidad aumentada— de Jules parecía ser incluso mayor que la suya. Bastante mayor, a tenor del sorprendente comentario que acababa de hacerle: parecía haberle leído la mente. Descorazonado, pensó que iba a tener que andar con pies de plomo para salir de aquel embrollo.

—Ya que mencionas la posibilidad de dispararme… —dijo, intentando ganar tiempo—, aún no nos has explicado por qué nos apuntas con un arma.

—No tengo intención de hacerle daño a nadie a menos que me obliguéis —dijo Jules a modo de respuesta—. Me habéis ayudado bastante más de lo que esperaba, pues gracias a vosotros he encontrado el origen de los chips. No ha sido una tarea fácil, hay gente que ha invertido mucho tiempo y dinero en esta búsqueda, y fue una intuición mía la que nos puso en el buen camino.

—¿Una intuición… tuya? —le interpeló Alex.

—¿Se te ha olvidado nuestra agradable conversación en la playa, con el sol poniéndose? —preguntó Jules, sonriendo—. No tenía pensado hacerlo, pero algo me dijo que en aquel momento debía proporcionarte la única pista que tenía.

—«Azabache»… —dijo Alex.

—Exacto, un seudónimo que aparecía en una dirección de correo electrónico que el vendedor usó tan solo una vez. Lo que me llamó la atención fue su interés en no volver a utilizar ese correo.

Alex se sintió burdamente manipulado.
¿Cómo me he dejado manejar tan fácilmente?
, pensó, con el corazón acelerado, mientras notaba sus latidos detrás de las órbitas de sus ojos. Angustiado, se dijo que debía calmarse si quería salir de aquella situación, por lo que se concentró en respirar despacio. Dejó que su oponente siguiera hablando:

—Es irónico —añadió Jules—, a riesgo de acabar vilipendiado me salté las cláusulas de confidencialidad, y te proporcioné una información que finalmente me va a permitir proveer de inmensa satisfacción a mi, digamos, jefe. Al fin y al cabo, él le pagó a Milas una fortuna por los chips, y ni siquiera sabía quién era ese tipo. Os está francamente agradecido.

Alex abrió los ojos, sorprendido por una súbita revelación, y de reojo vio que Lia hizo exactamente lo mismo.

Antes de que pudieran decir nada, Jules se les adelantó sonriente:

—Sí, amigos, estáis en lo cierto: mi jefe es el mismo que el vuestro. Entendedlo —dijo en tono comprensivo—, para ganar a veces hay que jugar con más de un as en la manga…

—Baldur… —exclamó Lia—, ¿compró los chips?

—¡Nos mintió! —añadió Alex, furioso—. ¡Así que él es el responsable de las muertes! ¡Hijo de…!

—Os recuerdo —le interrumpió Jules— que ha sido en vuestro proyecto donde ha muerto gente. No tengo nada claro que podáis achacar la responsabilidad de lo que le ha ocurrido a Baldur.

—¡Pero él sabía que todo lo que ocurría era por el chip! —dijo Lia, con voz desesperada.

—No, hermosa amiga —respondió Jules, sonriéndole—, Baldur no sabía nada: vosotros mismos estuvisteis elaborando diferentes teorías y él achacó los problemas a vuestro código, que os recuerdo fue desarrollado a toda prisa —y con gesto condescendiente añadió—: toda una imprudencia, por cierto… Él sabía que en mi proyecto no habíamos tenido vuestros problemas, aunque a la postre averiguamos que en parte no los tuvimos porque yo fui muy selecto eligiendo a la gente, algo que el estúpido de Boggs no pudo hacer: él apenas pudo escoger a la mitad del personal, el resto procedía de la universidad. Y, si os fijáis, los afectados fueron los integrantes con los cocientes intelectuales más bajos y con problemas neurológicos. Los más débiles mentales, por decirlo de alguna forma. Siempre son ellos los que pagan el pato, ¿no es curioso?

Alex se quedó boquiabierto.
¡Las personas con un cociente intelectual más bajo!
, se repitió mentalmente. No había caído en ello, a pesar de que sabía que el chip no afectaba a todos por igual. Sabía que, efectivamente, afectaba más a las personas con problemas neurológicos, pero no había pensado en lo del cociente intelectual. Estaba seguro de que esas sí eran unas explicaciones adecuadas para los accidentes ocurridos.

—Afortunadamente —concluyó Jules—, yo elegí mejor a mi gente y mi programación ha sido más exquisita, por eso no hemos tenido problemas. Al fin y al cabo, vosotros mismos habéis concluido recientemente que el chip funcionaba bien, ¿no es así?

Frustrado, Alex se dio cuenta de que su compañero llevaba razón.

—Muy bien —admitió a regañadientes—, tu proyecto está más avanzado, tienes planes ambiciosos, y supongo que Baldur estará encantado cuando sepa que has encontrado el origen de los chips. También podrás expoliar toda esta nave si te apetece, pero —miró a los ojos de Jules fijamente—, ¿has pensado en las consecuencias? —exclamó en tono exasperado—. ¡No estamos preparados para esta tecnología…! —dijo agitado—. Será el fin del hombre, ¡la Tercera Guerra Mundial!

—¡Alex, el pesimista!… —dijo Jules exagerando las palabras y guiñándole un ojo a Lia—, ¡Alex el trágico! Si hubieras nacido en otra época, hubieras sido un gran profeta: siempre vaticinando desastres… ¡Es algo que nunca falla!

Alex dio un paso hacia delante, notando cómo la sangre se le agolpaba en la cabeza. Jules le apuntó con un rápido gesto.

—Tranquilo, compañero: esas absurdas teorías sobre los riesgos de usar tecnologías para las que no estamos preparados acontecen cuando a unos salvajes les entregas un puñado de fusiles. Y nosotros no somos unos salvajes: en este proyecto trabajan las mentes más privilegiadas del planeta, ¿o es que ya no te acuerdas que tuviste la oportunidad de incorporarte a él?

El neurólogo lo miró desafiante, y su compañero continuó:

—Como entenderás fácilmente, ya tengo casi todo lo que andaba buscando. Veo que concuerdas conmigo en que este hallazgo no se puede evaluar a la ligera, y, para bien o para mal, ambos formáis parte de él. El único problema es que ahora tenéis que tomar una importante decisión, y ese es el motivo por el que —añadió, con gesto aparentemente inocente—, bastante a mi pesar, os apunto con este arma.

—¿Cuántos chips hay? —preguntó Lia en tono imperativo.

Alex se volvió hacia ella, sorprendido por la pregunta. Teniendo en cuenta que Jules les estaba encañonando, le resultó bastante llamativo que Lia interviniera con ese tono de voz. Entristecido, pensó que, probablemente, era un síntoma más del colapso que su compañera parecía a punto de sufrir.

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