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Authors: George R. R. Martin & Lisa Tuttle

Tags: #Ciencia ficción, Fantasía

Refugio del viento (33 page)

Maris sonrió, comprensiva, pero agitó la cabeza.

—¿Cómo puedes saber que éste es el único sitio donde quieres vivir, si nunca has estado en otra parte?

—Nunca he dicho que lo supiera. Pude haberme marchado, pude tener una vida muy diferente. Pero ésta es la que he elegido. La conozco muy bien, y es la mía. Para lo mejor y para lo peor. Ya es demasiado tarde para añorar las oportunidades que he desperdiciado. Soy feliz con lo que tengo.

Se levantó, dando por terminada la conversación.

—Es la hora de tu siesta.

—¿Puedo…?

—Puedes hacer lo que quieras mientras lo hagas tumbada de espaldas y sin moverte.

Maris se echó a reír y permitió que la ayudara a recostarse sobre la cama. No tenía intención de admitirlo, pero sentarse la había dejado agotada, y dio la bienvenida al alivio que le produjo tumbarse. Le frustraba la lentitud de su cuerpo en sanar. Y no comprendía por qué unos cuantos huesos rotos la hacían cansarse con tanta facilidad. Cerró los ojos y escuchó el ruido que hacía Evan al atizar el fuego para caldear la habitación.

Pensó en Evan. Se sentía atraída hacia él, y las circunstancias habían facilitado la intimidad entre ambos. En un momento, llegó a pensar que, una vez sanara, Evan y ella podrían convertirse en amantes. Ahora que conocía su vida, no estaba tan segura. El curandero había amado demasiadas veces, y demasiadas veces le abandonaron. Le apreciaba demasiado como para herirle, y sabía que se alejaría de Thayos, y de Evan, en cuanto pudiera volar de nuevo. Lo mejor sería, pensó en medio del sopor, que se limitaran a ser buenos amigos. Tendría que hacer caso omiso de lo mucho que le gustaba el claro brillo de sus ojos azules, y olvidar las fantasías sobre su delgado y nervudo cuerpo y sus hábiles manos.

Sonrió, bostezó, y se durmió soñando que enseñaba a Evan a volar.

Al día siguiente, llegó S'Rella.

Maris estaba somnolienta y medio dormida. Al principio, creyó que se trataba de un sueño. La caldeada habitación se refrescó de repente al llenarse del claro y limpio aroma de los vientos marinos. Y, cuando Maris levantó la cabeza, S'Rella estaba de pie, ante la entrada, con las alas bajo un brazo. Por un momento, su aspecto fue el de la niña menuda y tímida que había sido hacía más de veinte años, cuando Maris la enseñó a volar. Pero entonces sonrió, con una sonrisa segura que iluminó el delgado rostro atezado y mostró en relieve las arrugas que el tiempo había dejado a su paso. Y, cuando avanzó hacia ella, con el agua salada goteando de sus alas y su ropa, el fantasma de S'Rella Alas de Madera desapareció por completo para dejar paso a S'Rella de Veleth, experta alada y madre de dos hijas ya crecidas. Las dos mujeres se abrazaron, con algo de dificultad por culpa de la rigidez del brazo izquierdo de Maris, pero profundamente emocionadas.

—Vine en cuanto me enteré, Maris. Siento que hayas estado sola tanto tiempo, pero la comunicación entre los alados ya no es lo que era. Especialmente, para los un-ala. Ni siquiera estaría aquí si no fuera porque tuve que llevar un mensaje a Gran Shotan y luego decidí hacer una visita al
Nido de Águilas
. Ahora que lo pienso, fue un capricho extraño. Han pasado cuatro o cinco años desde la última vez que estuve allí. Me encontré con Corina, que acababa de llegar de Amberly. Me dijo que un alado del Archipiélago Oriental llevó hace poco la noticia de tu accidente. Vine inmediatamente. Estaba tan preocupada…

Volvió a inclinarse para abrazar a su amiga, con las alas casi cayéndosele del brazo.

—Deja que las cuelgue —dijo Evan con voz tranquila, entrando en la habitación.

S'Rella le tendió las alas sin apenas dirigirle una mirada, toda su atención concentrada en Maris.

—¿Cómo… cómo estás? —preguntó.

Maris sonrió. Con el brazo sano, apartó las mantas para mostrarle las dos piernas entablilladas.

—Con fracturas, como puedes ver, pero recuperándome. Al menos, eso dice Evan. Ya apenas me duelen las costillas. Y estoy segura de que pronto podrá quitarme las tablillas de las piernas. ¡Me pica muchísimo! —Se estiró y sacó una pajita larga de un vaso con flores que había en la mesilla. Con el ceño fruncido por la concentración, la introdujo entre la piel y los vendajes—. Esto sirve a veces, pero otras lo empeora todo. Hace cosquillas.

—¿Y el brazo?

Maris miró a Evan, pidiéndole una respuesta.

—No me metas en esto, Maris, sabes tanto como yo. Creo que el brazo se está soldando perfectamente, y de momento no han aparecido más infecciones. En cuanto a las piernas, podrás hartarte de rascártelas en un día o dos.

Maris dio un pequeño bote de alegría, pero a continuación contuvo el aliento. Palideció y tragó con dificultad. Preocupado, Evan se acercó a la cama.

—¿Qué ha pasado? ¿Te ha dolido algo?

—No —dijo Maris rápidamente—. Nada. Sólo que de pronto… Me mareé un poco. Sólo eso. Debo de haber sacudido el brazo.

Evan asintió con un movimiento de cabeza, pero no parecía satisfecho.

—Prepararé un poco de té —dijo.

Salió de la habitación, dejando solas a las dos mujeres.

—Ahora quiero que me des noticias —empezó Maris—. Ya sabes las mías. Evan ha sido maravilloso, pero la cura ha llevado mucho tiempo. Y me he sentido espantosamente aislada en este sitio.

—Está muy alejado —convino S'Rella—. Y hace frío.

Los nativos del Archipiélago del Sur consideran frío cualquier sitio que no esté en sus islas. Maris sonrió. Aquélla era una antigua broma entre las dos mujeres. Tomó la mano de S'Rella.

—¿Por dónde empiezo? ¿Por las noticias buenas o por las malas? ¿Por los cotilleos o por la política? Tú eres la atada a la cama, Maris, ¿qué quieres saber?

—Todo, pero puedes empezar hablándome de tus hijas.

S'Rella sonrió.

—S'Rena ha decidido casarse con Arno, ese chico que tiene un puesto de pasteles de carne en el puerto de Garr. Ella sólo tiene un kiosco con pasteles de frutas, y han decidido combinar los dos para acaparar el negocio de pasteles en el puerto.

—Parece una maniobra muy inteligente —rió Maris.

—Sí, un matrimonio de conveniencia —suspiró S'Rella—. Mucho negocio. No tiene ni ápice de romanticismo en el alma. A veces, me cuesta creer que S'Rena sea hija mía.

—Marissa tiene romanticismo de sobra para las dos. ¿Cómo está?

—Vagabundeando por ahí. Se ha enamorado de un bardo. Hace un mes que no tengo noticias suyas.

Evan apareció con dos humeantes tazones de té, una infusión especial que él aromatizaba con flores blancas, y se marchó discretamente.

—¿Alguna noticia del
Nido de Águilas
?

—Pocas, y ninguna buena. Jamis desapareció mientras volaba de Geer a Pequeño Shotan. Los alados temen que se haya perdido en el mar.

—¡Oh!, lo siento. No llegué a conocerle bien, pero se dice que era un buen alado. Su padre presidió el Consejo de los Alados cuando adoptamos el sistema de academias.

S'Rella asintió.

—Lori de Varón dio a luz, pero el niño era enfermizo y no vivió ni una semana. Está desconsolada, y a Garret le pasa lo mismo. El hermano de T'katin murió durante una tormenta. Ya sabes que capitaneaba un barco comerciante. Dicen que el temporal arrasó toda la flota. Son malos tiempos. He oído que vuelve ha haber guerra en Lomarron.

—No tardará en haberla también en Thayos —repuso lúgubremente Maris—. ¿No traes ninguna noticia agradable?

—El Nido ya no es un lugar agradable —dijo, agitando la cabeza—. Tengo la sensación de que no soy bienvenida. Los un-ala nunca van por allí, pero ahí estaba yo, violando el último santuario de los alados de cuna. Hice que se sintieran incómodos, pese a que Corina y algunos más fueron muy educados.

Maris asintió. Era una vieja historia. Las tensiones entre los alados de cuna y los un-ala que habían conseguido las suyas en competición, habían aumentado con el tiempo. Cada año eran más los atados a la tierra que se acercaban al cielo, y las viejas familias de alados se sentían más y más amenazadas.

—¿Cómo está Val?—preguntó.

—Val es Val. Es más rico que nunca, pero eso es lo único que ha cambiado. La última vez que estuve en Colmillo de Mar, llevaba puesto un cinturón de metal. No quiero pensar cuánto le costó. Trabaja mucho con los Alas de Madera. Todos le miran con veneración. El resto del tiempo lo pasa en Ciudad Tormenta con Athen, Damen, Ron y el resto de sus amigos de un-ala. Tengo entendido que mantiene relaciones con una atada a la tierra de Poweet, pero no creo que se haya molestado en decírselo a Cara. Intenté echarle una bronca, pero ya sabes lo ególatra que puede llegar a ser…

—¡Ah, sí! —sonrió Maris.

Tomó un sorbo de té. S'Rella siguió hablando, pasando por todo Windhaven. Chismorrearon sobre otros alados, hablaron de amigos y familiares, de sitios donde ambas habían estado, y mantuvieron una conversación que duró largo rato. Maris se sentía bien, cómoda y relajada. La cautividad ya no duraría demasiado. En cuestión de días volvería a caminar, y empezaría a hacer ejercicio y a ponerse en forma para volar de nuevo. S'Rella, su mejor amiga, estaba a su lado para recordarle la vida que le esperaba al otro lado de aquellas delgadas paredes, y para ayudarla a volver a ella.

Unas horas más tarde, Evan se reunió con ellas. Traía platos con queso y fruta, pan de hierbas recién horneado, y huevos revueltos con cebollas silvestres y pimienta. Se sentaron en la enorme cama y comieron vorazmente. La conversación, o quizá la nueva esperanza, habían dado a Maris un inmenso apetito.

La charla se desvió hacia la política.

—¿De verdad puede haber una guerra aquí? —preguntó S'Rella—. ¿Por qué?

—Por una roca —gruñó Evan—. Una roca de apenas medio kilómetro de ancho por dos de largo. Ni siquiera tiene nombre. Está justo en medio del estrecho de Tharin, entre Thayos y Thrane. Todo el mundo la tenía olvidada. Sólo que ahora han encontrado hierro en ella. Fue una partida de Thrane la que encontró el yacimiento y empezó a explotarlo, y no están dispuestos a abandonar sus reivindicaciones. Pero la roca está ligeramente más cerca de Thayos que de Thrane, así que nuestro Señor de la Tierra está intentando apoderarse de ella. Envió una docena de guardianes para apoderarse de la mina, pero fueron derrotados. Ahora, Thrane está fortificando la roca.

—Thayos no parece tener demasiados motivos —objetó S'Rella—. ¿De verdad piensa declarar la guerra vuestro Señor de la Tierra?

—Me gustaría decir que no —suspiró Evan—, pero el Señor de Thayos es un hombre belicoso y lleno de codicia. Ya derrotó una vez a Thrane en una disputa sobre derechos de pesca, y está seguro de poder repetir la hazaña. Preferirá que muera gente a aceptar una solución de compromiso.

—El mensaje que me encomendó llevar a Thrane estaba lleno de amenazas —intervino Maris—. Me sorprende que la guerra no haya empezado todavía.

—Las dos islas están reuniendo armas, aliados y promesas —dijo Evan—. Tengo entendido que los alados van y vienen todo el día. Estoy seguro de que el Señor de la Tierra querrá utilizar tus servicios cuando te marches, S'Rella. Nuestros alados, Tya y Jem, no han tenido un solo día de descanso en todo el mes. Jem se ha hecho cargo de los mensajes que cruzan el estrecho, y Tya de las ofertas y promesas a potenciales aliados. Afortunadamente, ninguno parece interesado. Siempre vuelve con negativas. Creo que es lo único que retrasa el inicio de la guerra. —Suspiró de nuevo—. Pero sólo es cuestión de tiempo —dijo con tono fatigado—. Habrá muchas muertes antes de que eso termine. Me llamarán para remendar a los que puedan ser remendados. Todo es grotesco. En tiempos de guerra, un curandero tiene que ir sanando los síntomas sin que se le permita mencionar la posibilidad de eliminar las causas, la propia guerra, a menos que quiera ir a la cárcel por traidor.

—Supongo que debería sentirme aliviada por estar al margen de todo —suspiró Maris. Pero su voz sonaba renuente. No sentía lo mismo que Evan hacia la guerra. Los alados se mantenían al margen de los conflictos, de la misma manera que sobrevolaban el mar traicionero. Eran neutrales, y jamás se les debía hacer daño. Objetivamente, la guerra era algo lamentable, pero nunca había rozado a Maris ni a ninguno de los que amaba, así que no podía sentir el horror en toda su profundidad—. Cuando era más joven, podía aprender de memoria un mensaje sin oírlo de verdad. Creo que he perdido ese talento. Algunas de las palabras que he llevado le quitaban la alegría al vuelo.

—Te entiendo —asintió S'Rella—. A veces he visto los frutos de los mensajes que he entregado, y me he sentido muy culpable.

—No hay por qué —dijo Maris—. Eres una alada, no la responsable de los mensajes.

—Val no está de acuerdo, ¿sabes? Una vez lo discutí con él. Cree que sí somos responsables.

—Es comprensible.

—¿Por qué? —inquirió S'Rella con el ceño fruncido, sin comprender.

—Me sorprende que no te lo haya contado nunca. Su padre fue ahorcado. Un alado llevó la orden de ejecución desde Lomarron hasta Arren Sur. Fue Arak, ¿te acuerdas de él?

—Demasiado bien. Val siempre ha sospechado que es el que estaba detrás de la paliza que le dieron. Recuerdo lo furioso que se puso cuando no pudo encontrar a sus asaltantes para probarlo. —Sonrió amargamente—. También me acuerdo del banquete que dio en Colmillo de Mar cuando Arak murió, con pasteles negros y todo eso.

Evan miró pensativo a las dos mujeres.

—¿Por qué llevas mensajes, si te sientes culpable? —preguntó a S'Rella.

—Porque soy una alada, ése es mi trabajo. Es lo que sé hacer. La responsabilidad viene con las alas.

—Supongo que es así —repuso Evan levantándose para recoger los platos vacíos—. Pero, la verdad, no creo que yo pudiera hacerlo. Claro, que soy un atado a la tierra, no un alado. No he nacido para las alas.

—Nosotras tampoco —empezó a decir Maris.

Pero Evan salía ya de la habitación. La mujer sintió una ligera inquietud, pero S'Rella volvió a hablar y Maris se enfrascó en la conversación. No pasó mucho tiempo antes de que olvidara lo que la había molestado.

Por fin llegó el momento de quitar las tablillas. Evan le iba a liberar las piernas, y prometía que el brazo las seguiría en poco tiempo.

Cuando se vio las extremidades, Maris gritó. Tenía las piernas delgadas y pálidas, y ofrecían un extraño aspecto. Evan empezó a masajeárselas gentilmente, lavándolas con una infusión caliente de hierbas. Poco a poco, con manos expertas, fue doblando los músculos largo tiempo inmóviles. Maris suspiró de placer y se relajó.

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