Roma (43 page)

Read Roma Online

Authors: Steven Saylor

Tags: #Fiction, #Historical, #General Interest

El hombre era alto y delgado, pero enjuto y musculoso. Su túnica estaba impoluta, pero llevaba las uñas sucias.

–Así que eres el joven Fabio, dispuesto a aprender cosas sobre el acueducto. Me llamo Albino.

Soy el responsable de todas las obras del acueducto dentro de las murallas de la ciudad, la parte más interesante del proyecto desde el punto de vista de su ingeniería. ¿Sabes de dónde se obtiene actualmente el agua de Roma?

–Del Tíber, me imagino, y de los manantiales que hay repartidos por la ciudad. Y hay gente que recoge el agua de lluvia.

–Eso es. Y es así desde los inicios. Pero el agua del Tíber no siempre está todo lo limpia que nos gustaría, hay manantiales que se han secado y no podemos depender de la lluvia constantemente. Y cuanto más grande se hace Roma, más agua necesita su población. Agua para beber y cocinar, naturalmente, y para regar los campos de fuera de la ciudad, pero también para bañarse. A la mayoría de la gente le gusta lavarse un poco cada día, y muchos quieren lavarse de la cabeza a los pies cada pocos días. ¡Esto exige mucha agua! La demanda ha crecido tanto que ha llegado un momento en el que la ciudad no puede ya acomodar a más gente a menos que podamos conseguir más agua. – ¿Qué hacer? «Traeremos agua de cualquier otra parte», dijo Apio Claudio. «¿Piensas transportarla a carretadas?», contestaron los escépticos. «¡No, estáis locos!», respondió Claudio.

«Haremos que el agua fluya hasta aquí por su propia cuenta a través del canal que construiré». Y así, gracias al genio del censor, fue como nació el acueducto, el primero de esta índole en el mundo, y muy pronto la envidia de cualquier ciudad sedienta de esta tierra. Aquí será el punto donde terminará el acueducto, donde el agua irá a parar a una gran fuente pública. ¿Sabes dónde empieza el acueducto?

–A diez millas al oeste de la ciudad, en los manantiales que hay cerca de Gabii -dijo Kaeso.

–Eso es. El agua fresca de esos manantiales se verterá en un canal subterráneo revestido con piedras y mortero. Como desde allí es cuesta abajo, el canal transportará el agua hasta las murallas de la ciudad, hasta un punto próximo a la puerta Capena. El canal subterráneo es impresionante de por sí, aunque sea sólo por la cantidad de trabajo que requiere la obra. ¡Diez millas significan muchas excavaciones! Y no es una línea recta, sino que va dando giros para seguir el contorno del paisaje y para que el agua fluya en todo momento cuesta abajo. Pero lo que sucede cuando ese canal llega a la ciudad es más impresionante todavía. »Claudio quiere que el agua llegue hasta aquí, hasta el lugar donde nos encontramos en este momento. La forma natural de hacerlo, dejar que el agua siga el desnivel del terreno y corra cuesta abajo, significaría excavar un canal que fuera a parar directamente al centro del Circo Máximo donde corren los caballos. No sería acertado. Lo que quiere Claudio es que el agua rodee el Circo Máximo. Para conseguirlo, estamos excavando un túnel por debajo del Aventino. El canal desaparece por un lado de la colina y aparecerá por el otro. ¿Asombroso, verdad? Pero eso no es lo más impresionante. Sígueme.

Caminaron por los pies de la colina del Aventino, cruzando la zona abierta situada al sur de la pista de carreras. Y al aproximarse a la muralla de la ciudad y a la puerta Capena, apareció ante ellos la novedosa solución de Claudio para transportar el agua. Para tender un puente en el espacio entre el terreno elevado a la izquierda de la puerta y el terreno elevado a su derecha, se estaba construyendo un canal que corría por encima de una serie de arcos construidos con ladrillo y mortero. La calzada que se dirigía hacia la puerta pasaba directamente por debajo de uno de aquellos arcos.

–Para llevar el agua a Roma, Claudio no sólo la hará correr bajo tierra… ¡sino que también la hará fluir por encima de nuestras cabezas! – dijo Albino-. Esta parte elevada del acueducto supone sólo unos cientos de pies de la distancia total, que cuenta con muchas millas. Pero es una solución brillante. ¡Un río en el cielo! No hay razón por la que este tipo de construcción no pueda repetirse en otras partes, ni para que un acueducto elevado como éste no pueda construirse a una escala aún mayor, milla tras milla. Ahora podemos transportar agua desde cualquier punto elevado hasta cualquier punto más bajo. Lo único que se necesita es cavar un túnel y, donde sea necesario, hacer correr un canal por encima de una serie de arcos, tal y como hemos hecho aquí. Desde los principios del mundo, los hombres habían tenido que construir ciudades allí donde había agua. Pero ahora ya se puede construir una ciudad allí donde se desee y llevar el agua hasta ella. Era una posibilidad que no existía. ¡El acueducto cambiará no sólo Roma, sino el mundo entero!

El entusiasmo del capataz era contagioso, y Kaeso estaba impresionado. Le habría gustado pasar el resto de la jornada al lado de aquel hombre pero, siguiendo las instrucciones de Claudio, tuvo que despedirse de Albino por aquel día.

Kaeso pasó por debajo del inmenso arco del acueducto, atravesó la puerta Capena y cruzó las murallas de la ciudad. Una caminata rápida lo condujo hasta el otro gran proyecto de construcción del censor.

La obra bullía de trabajadores ocupados con las excavaciones, que mezclaban mortero y empujaban carretillas llenas de gravilla. Kaeso preguntó por el capataz, un hombre llamado Decio, y fue conducido en presencia del hombre más grande y fornido que se veía por allí.

–Así que estás aquí para aprender sobre construcción de calzadas, ¿no? – dijo Decio-. Muy bien, pues yo llevo en ello toda la vida. Alguna cosa habré aprendido en mis cuarenta y pico de años. Pero gracias a Apio Claudio, ésta es la primera vez que veo una calzada planificada de antemano con tanto detalle y precisión. Se ha diseñado todo el trazado, adquirido los materiales adecuados y reunido al mejor equipo de trabajadores de Roma… ¡por mucho que los chicos que trabajan en el acueducto digan que son ellos los mejores! Va a ser una obra de la que todo el mundo se sentirá orgulloso. De aquí a mil años, tus descendientes caminarán por esta vía y dirán: «¡Por Júpiter, qué trabajo más estupendo hicieron Apio Claudio y sus muchachos cuando construyeron esta calzada! – ¿Crees que la carretera seguirá aquí después de mil años? – ¡Por supuesto que sí!

Kaeso imaginó que el grandullón estaba exagerando, pero cuando Decio le explicó los pasos para su construcción, empezó a pensar que su afirmación podía tener algún fundamento.

–Los primeros caminos no eran más que senderos -dijo Decio-, abiertos en el terreno por el paso de los hombres… o de los animales, pues también ellos abren pistas y suelen adivinar la mejor manera de superar un paso difícil o rodear un lugar complicado. Cuando los hombres empezaron a utilizar carros, las ruedas abrieron surcos en el suelo y eso hizo más anchos los caminos. Al final, un genio desconocido decidió que había llegado el momento de construir una calzada con un fin determinado, en lugar de dejar que apareciese de modo espontáneo, y así fue como nació el arte de la construcción de calzadas.

–La vía que estamos construyendo sigue un camino muy antiguo que lleva siglos abierto; dice Apio Claudio que se remonta a la época de los antiguos comerciantes de sal y de metal, antes de que Roma existiese. Aquí puedes ver a algunos trabajando en el primer paso del proceso. ¿Ves cómo cavan dos trincheras poco profundas y paralelas entre sí? Las trincheras marcan la anchura de la vía.

Ésta tiene quince pies de ancho, la suma de la longitud del cuerpo de tres hombres de la cabeza a los pies. Hombres romanos, claro está; con dos galos y medio bastaría para cubrir la misma anchura. ¡Dicen que el mejor galo es aquel que está cortado por la mitad, sobre todo si se trata de la mitad sin la cabeza!

Decio rió con ganas de su propio chiste y le dio a Kaeso una palmada en la espalda, como si sacudiéndolo así él fuera a hacer lo mismo.

–Ahora, si me sigues, verás cómo más allá ya se encuentran en el segundo paso. Han extraído la tierra que queda entre las trincheras y han excavado hasta alcanzar una base sólida sobre la que podrán descansar los materiales. La profundidad de la excavación depende del terreno. A veces, si se trata de un terreno pantanoso o de un suelo peculiar, es necesario clavar pilones en la tierra. Por suerte, no es el caso aquí. Un obrero fuerte puede alcanzar el firme sólido de la vía sin partirse la espalda. Estos tipos ni siquiera sudan. ¿No es así, eh?

Los obreros levantaron la cabeza para mirar a Decio y sonrieron. Kaeso se dio cuenta de que apreciaban al capataz.

–Sigue andando. Te mostraré la siguiente fase. ¿Ves allí adelante, aquellos grandes montones de piedras? Son para la primera capa de la vía. Las piedras se han clasificado por tamaños; éstas son las que llamamos del tamaño de una mano, ni más grandes ni más pequeñas que lo que cabe en la mano de un hombre. Por encima de éstas, dispondremos una capa de piedras partidas que tendrá unas nueve pulgadas de grosor, bien apisonadas y argamasadas con cal; es lo que llamamos cascotes. Por encima de eso, disponemos otra capa de la calzada, de unas seis pulgadas de grosor, y que está hecha de trozos de ladrillo y cerámica, más pequeños que las piedras de los cascotes, argamasadas también con cal. Podrás ver una sección donde esta parte ya está terminada, allí más adelante.

–Es un poco más alta en el medio que en los lados, ¿verdad? – dijo Kaeso.

–Muy observador. Lo hacemos con un objetivo, dejar que corra el agua. Y entonces, para terminar la calzada, ponemos una capa de gravilla. Normalmente los trabajos se acaban aquí. Pero en este proyecto, la capa de gravilla será sólo temporal. Si el tiempo y el dinero lo permiten, el plan es retirar la gravilla para colocar bloques de la piedra más dura que podamos encontrar. En las cercanías de Roma, estaríamos hablando de lava basáltica. Las piedras no son uniformes, como los ladrillos; se parten y se cortan en todo tipo de formas (poligonales, las llamamos), y los obreros más habilidosos saben escogerlas y encajarlas hasta que la superficie queda tan perfectamente lisa y regular que incluso con los dedos costaría encontrar un diminuto agujero. He visto muros construidos así, y no hay razón para que no pueda hacerse también en una calzada. Allá arriba hemos terminado una pequeña sección de la vía y ya está rematada con una capa de piedra, aunque de momento no es más que un modelo. Aquí está. Échale un vistazo. Camina sobre ella. ¡Salta!

Agáchate y pasa las manos. Es tan plana, suave y perfecta que dirías que está hecha de una única piedra sólida cuando en realidad tiene muchas junturas. – ¡Es asombrosa! – dijo Kaeso-. Y bellísima.

–Y con probabilidades de durar muchas más vidas que las de todos tus antepasados juntos. – ¿Crees de verdad que toda la calzada, hasta llegar a Capua, podrá tener este acabado tan bueno?

–Creo que calzadas tan buenas como ésta recorrerán algún día toda Italia de arriba abajo, y también más allá… hasta donde un romano se atreva a viajar. Desde las Columnas de Hércules hasta las orillas del mar Euxino, la gente dirá: «¡Por aquí pasa una calzada romana!». – Decio rió-. ¿Sabes qué me dijo Apio Claudio en una ocasión? Alejandro conquistó medio mundo con su ejército, pero ¿te imaginas lo qué habría hecho si los griegos hubieran sabido construir una calzada romana? – ¿Y cuánto tiempo hace que dura esto? – preguntó Quinto Fabio, con mala cara.

–Más o menos un mes. Desde el día después de mi día de la toga -dijo Kaeso.

–Lo que me imaginaba. Esta relación con Apio Claudio no vale, jovencito. ¡Simplemente, no vale!

Quinto había pedido a su primo más joven que fuera a visitarlo, pero no lo recibió en el jardín, sino en el vestíbulo. No sólo mantenía a Kaeso lejos del centro de la casa, como hace un comerciante con una visita que no es bienvenida, y no lo invitaba a sentarse obligándolo a quedarse de pie, sino que además en el vestíbulo, siguiendo la costumbre patricia, estaban los bustos esculpidos en cera de los antepasados de Quinto colocados en hornacinas en las paredes, mirando sin pestañear a todo aquel que entraba y salía. Kaeso tenía la sensación de que no sólo Quinto estaba juzgándolo y mirándolo con mala cara, sino también varias generaciones de los Fabio con mirada hosca.

–Primo, conozco tus desavenencias con Apio Claudio… -¡Ese hombre es un degenerado! Tiene la cabeza contaminada con las supuestas enseñanzas griegas. Y a la mínima oportunidad, contaminará también la tuya.

–Me parece que no tienes que preocuparte por eso -dijo Kaeso. Hasta el momento, los esfuerzos de Claudio por enseñarle griego habían sido infructuosos. Por suerte, las aptitudes de Kaeso para la ingeniería superaban incluso sus mejores esperanzas y Claudio estaba impresionado con la inteligencia y el entusiasmo de su nuevo protegido-. Me dirigí a Apio Claudio únicamente por sus proyectos de obras públicas. Estoy aprendiendo mucho sobre la construcción de calzadas, y también mucho sobre el nuevo acueducto…

–Todo lo que necesitas saber sobre esos proyectos despilfarradores e ineficientes podrías haberlo averiguado preguntándomelo a mí, jovencito. Son el resultado de un grandioso abuso por parte del despacho del censor. No sé cómo, pero Claudio ha conseguido burlar al Senado y desvalijar el tesoro para financiar sus planes ilegales.

–Pero estos planes, como tú los llamas, son para el beneficio de toda Roma.

–Son para el beneficio de Claudio, ¡una forma de extender su mecenazgo político! Dándoles trabajo, compra la lealtad de los miles de ciudadanos a los que emplea. ¡Y no me cabe duda de que además está enriqueciéndose!

Kaeso frunció el entrecejo. – ¿Estás acusándolo de malversar fondos públicos?

Quinto refunfuñó. – ¡No pondría la mano en el fuego por él! Eres joven, Kaeso. Aún no has visto suficiente mundo para poder juzgar el carácter de un hombre. Créeme, Claudio no es el tipo de hombre con quien deberían relacionarse los de nuestra clase.

–Pero es tan patricio como tú o corno yo -dijo Kaeso. ¿Dudó Quinto antes de responderle? ¿Estaría pensando en que el origen de Kaeso era una adopción y en su poco claro linaje? Negó con la cabeza.

Other books

Special Ops Affair by Morey, Jennifer
The View From the Cart by Rebecca Tope
The Marriage Wager by Ashford, Jane
Shadows of Sounds by Alex Gray
The Void by Kivak, Albert, Bray, Michael
The Nationalist by Campbell Hart