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Authors: Nieves Concostrina

Tags: #Historia

Se armó la de San Quintín (55 page)

Inglaterra, en pleno periodo colonialista, se propuso construir un ferrocarril de mil kilómetros en lo que ahora es Kenia. Se lo llamó el Lunatic Express y su construcción se convirtió en un infierno. A los obreros, cuando no les picaban las moscas tse-tse, les breaban los mosquitos de la malaria, y cuando no caían fulminados por la disentería, les atacaban los masais.

El remate llegó cuando se dejaron caer por los campamentos de trabajadores dos leones que noche sí y noche también se comían a algún obrero. Al parecer, una peste había menguado la dieta habitual de los leones —ya saben, gacelas, cebras, ñus…— y como el hambre apretaba, los dos leones añadieron hombres a su menú, que además corren menos.

El ingeniero John Henry Patterson se propuso matar a los conocidos como leones de Tsavo, porque los trabajadores desertaban a cientos y así no acabarían nunca el ferrocarril. Ingenió mil y una trampas y estuvo días y días subido a un árbol esperando poder abatir a los leones. Aquel 9 de diciembre cayó el primero: un león enorme, lustroso, rollizo, y poco después tumbó al segundo.

Los obreros volvieron al trabajo, el ferrocarril se terminó y los felinos fueron facturados a Estados Unidos para su exhibición pública, previo pago de cinco mil dólares. Precisamente a principios de diciembre de 2009 un estudio genético de los leones de Tsavo desveló que en realidad solo uno de ellos se zampó humanos.

El otro era más remilgado y prefirió darse a su menú de toda la vida, las cebras, aunque fueran escasas y corrieran más.

Nace el Tour de Francia

De nuevo una genial idea surgida de forma tonta, aunque siempre tiene que haber un genio a quien se le ocurra la tontería, porque las ideas tontas de los tontos no cuajan. Así empezó el Tour de Francia, a lo tonto.

El 19 de enero de 1903 un periódico deportivo francés anunció la convocatoria de la primera vuelta ciclista. Días antes, un redactor jovenzuelo engatusó al director del diario durante un almuerzo diciéndole que para promocionar las ventas, porque estaban fatal, el periódico podría organizar un recorrido en bici de dos mil y pico kilómetros. El director le dijo: «¿Tú estás loco? Vas a matar a los corredores…».

La convocatoria del diario no tuvo mucho éxito al principio y hubo que alargar el plazo de inscripción porque no se apuntaba nadie. Daba vértigo, con las bicis y las carreteras de entonces, poner el culo en un sillín y aventurarse a realizar seis etapas de cuatrocientos y pico kilómetros cada una. Al final se apuntaron setenta y ocho, todos franceses, y el 1 de julio siguiente el director del periódico dio la salida con estas palabras: «Que la gran batalla que vais a librar bajo el sol, al frescor de las noches y ante las dificultades de las oscuras carreteras os sea favorable». Caray… parecía que iban a invadir Inglaterra.

Pero la verdad es que fue duro. De los setenta y ocho inscritos, se rajaron dieciocho antes de empezar y solo remataron la faena veintiuno. Ganó un deshollinador parisino, un tipo escuálido y bajito que pasó a la historia como el primer vencedor del Tour de Francia.

Tuvieron que pasar siete años para que se apuntara un español. El héroe se llamaba Vicente Blanco, conocido como el Cojo, que tiene guasa. Era bilbaíno, pero calculó mal sus fuerzas y cometió un error de estrategia. Se fue en bicicleta de Bilbao a París y llegó tan derrengado que abandonó en la segunda etapa. A quién se le ocurre.

La maniobra promocional del Tour para revitalizar el periódico fue un bombazo, porque las ventas pasaron de veinticinco mil a sesenta mil ejemplares. Y, por cierto, el maillot del ganador es amarillo porque amarillas eran las páginas del diario. Así de tonta fue la cosa.

La huelga de las piernas caídas

¿Alguien se acuerda de cuándo se hizo la primera huelga de futbolistas en este país? Fue el 4 de marzo de 1979, domingo. Los futbolistas de Primera y Segunda División de la Liga española se negaron a jugar. Se llamó «la huelga de las piernas caídas», y habría que buscar al guionista que puso el nombre y pedirle explicaciones.

Los jugadores, la verdad, aguantaron vapuleos de todo el mundo. Con la prensa en contra, los aficionados preocupados solo de rellenar la quiniela; los clubes, cabreados, y aquella Federación de Pablo, Pablito, Pablete Porta que, más que ayudar, estorbaba.

Las huelgas de futbolistas no se entienden, porque todo el mundo piensa que, con lo que cobran, que se aguanten. Pero porque los árboles no nos dejan ver el bosque. Por cierto, Vicente del Bosque fue uno de los huelguistas.

Como siempre ponemos el foco en los pijos Beckhams, Gutis y Cristianos, nunca vemos a esa masa ingente de futbolistas que ni anuncian marcas ni lucen más palmito que cerebro ni salen con modelos. Miles de futbolistas que en aquel 1979 no tenían convenio carecían de Seguridad Social y no podían cambiar de equipo si al presidente de su club no le apetecía. Esto se llamaba «derecho de retención». Los futbolistas se quejaban de que solo las prostitutas tenían menos derechos que ellos.

Aquella huelga del domingo en Primera triunfó, pero porque empujaron los modestos de Segunda el sábado anterior. Los chicos del Castilla y del Sabadell fueron los primeros en negarse a jugar, y, visto lo visto, ya no saltaron al césped los de Primera pese a que la huelga era ilegal (había sido prohibida por el Ministerio de Trabajo), y con los futbolistas amenazados por los clubes y la federación.

¿Qué se sacó en limpio de todo aquello? Pues que la Asociación de Futbolistas Españoles, creada prácticamente para esa huelga, demostró que la unión hace la fuerza y que los jugadores de fútbol de este país son trabajadores. Para entenderlo hay que sacarse de la cabeza a las estrellitas galácticas y publicitarias. También juegan al fútbol, pero son otro tipo de flora y eso de la Seguridad Social les suena a chino.

Fuga de Alcatraz

Vuelvo a echar mano de una película: ¿han visto Fuga de Alcatraz…, la de Clint Eastwood? Pues es real. Pasó así.

El 11 de junio de 1962 tres hombres desaparecieron en mitad de la noche de la prisión de máxima seguridad de Estados Unidos después de siete meses preparando su fuga. Deberían haber huido cuatro, pero uno de ellos no llegó a tiempo y los otros tres se largaron sin él. Por supuesto, Estados Unidos aún hoy sigue negando que aquellos hombres se fugaran. Murieron ahogados, dicen… pero no se lo creen ni ellos.

La fuga, contada a vuelapluma, fue de la manera que sigue: hicieron túneles a partir de las rejillas de ventilación de las celdas, subieron a la azotea, se descolgaron por las rocas y se fueron en unas balsas fabricadas con impermeables. No se descubrió la fuga hasta la hora de abrir las celdas, cuando tres presos no se levantaban del catre. Unas cabezas falsas apoyadas en la almohada y fabricadas con pelo humano robado de la peluquería sirvieron para hacer creer a los guardias que los ya fugados estuvieron durmiendo toda la noche.

Nunca más se supo de Frank, John y Clarence, los tres evadidos; por eso oficialmente se les dio por muertos.

En Alcatraz se contabilizaron hasta catorce intentos de fuga, todos abortados o fracasados según las autoridades, porque así se mantiene el mito de que de La Roca no escapaba ni Dios. Pero, claro, es que los que huyeron no iban pregonando la hazaña. Desaparecían y santas pascuas.

Estados Unidos aún mantiene que escapar de Alcatraz era imposible: o te morías de frío en el agua o te llevaba una corriente o te comía un tiburón. Se supone que era imposible que nadie nadara los seis kilómetros que separan La Roca de la orilla de San Francisco. Lo peor eran las aguas gélidas; por eso los presos tenían que ducharse por obligación con agua muy caliente para evitar aclimatarse a las bajas temperaturas del mar.

Resultó luego que tanto mito vino a derrumbarlo David Meca, cuando se puso unos grilletes y, sin traje de neopreno, recorrió esos fatídicos seis kilómetros sin incidencias. Y aunque los presos no tuvieran la preparación de David Meca, sí tenían condenas perpetuas en Alcatraz, lo cual anima mucho más a nadar que el logro de un récord.

El Chacal, cazado

Han pasado menos de dos décadas desde que el 23 de diciembre de 1997 el famoso terrorista internacional de los dos seudónimos, aquel al que unos llamaban Carlos y otros El Chacal, entrara en la cárcel con la condena de dos cadenas perpetuas.

Con este hombre se mezclan fantasía y realidad a partes iguales, porque los medios de comunicación le dieron tanta cancha, lo rodearon de tanta parafernalia que aún hoy, en su pequeña celda de un penal de Francia, Chacal continúa creyéndose el rey del mambo.

Chacal se llama en realidad Ilich Ramírez, es venezolano y ya no cumple los sesenta. El nombre de Ilich se lo puso su padre en honor a Lenin; o sea, que al muchacho ya le dirigieron los pasos desde su más tierna infancia en Caracas.

Acabó metido en mil fregados con terroristas palestinos, alemanes, libios, rumanos… porque a él le gustaba definirse como «revolucionario profesional», cuando en realidad era un simple mercenario que se alquilaba al mejor postor y un vivalavirgen amante de actividades más propias de un play boy.

En sus aproximadamente veintisiete años de actividad terrorista participó en numerosos atentados, secuestros y asesinatos, pero como en el fondo se creía un divo consiguió que todos los gobiernos que antes le habían amparado acabaran hasta el gorro de él.

Es cierto que era un maestro del camuflaje, y precisamente en su último intento de cambiar de aspecto los servicios secretos franceses lo pillaron. Estaba internado en un hospital de Sudán para hacerse una operación de estética facial cuando, en plan peliculero, lo secuestraron en la habitación, lo metieron en un saco, lo trasladaron en un avión privado a Francia, lo juzgaron y lo condenaron.

Allí sigue, encarcelado en el país vecino y con el único apoyo del presidente Hugo Chávez, que lo cree un héroe y está empeñado en llevárselo a Venezuela. Alguna atracción fatal ejerce este hombre, porque logró ligarse, además de a Chávez, a su abogada francesa. Se casaron en la cárcel hace siete años. Siempre hay un roto para un descosido.

La mosca humana

De vez en cuando aparece en los informativos ese personaje conocido como el «hombre araña». Es francés, rubio y menudito, y gatea por las fachadas de los edificios más altos del mundo. Siempre acaba esposado y detenido cuando termina su escalada, porque está prohibido subir a los rascacielos si no es por las escaleras o en ascensor. Se llama Alain Robert y nadie discute el mérito de lo que hace, pero no es el primero en hacerlo.

El 7 de octubre de 1916, ciento cincuenta mil personas se reunieron en Detroit, en Estados Unidos, para ver cómo la mosca humana, que así lo llamaban, escalaba un edificio. Casi siempre acometía sus retos vestido con bombín, chaqueta y corbata.

Se llamaba Harry H. Gardiner y su actividad profesional era escalar edificios para crear espectáculo o para ganar una apuesta. Por ejemplo, para celebrar el final de la Primera Guerra Mundial, un banco de Canadá le contrató para que escalara su fachada a modo de celebración. Por aquel entonces no era ilegal hacerlo. El tipo se jugaba la vida, pero era problema suyo. Es más, las autoridades aplaudían sus hazañas, y de hecho fue el presidente estadounidense Grover Cleveland el que le bautizó como «la mosca humana».

Bien es cierto que los edificios no eran tan altos como ahora, pero el valor de sus hazañas residía en que gateaba por las fachadas vestido de calle; con sus gafitas, su traje de chaqueta, zapatos de vestir, corbata y sombrero. Tendrían que ver sus fotos encaramado a la azotea, a cien metros del suelo y con el sombrero en una mano como diciendo: «¡Tachán!… He llegado».

Harry Gardiner no usaba equipo alguno para alcanzar la cima; solo sus pies y sus manos, y en este plan escaló setecientos edificios de varios continentes. O sea, que la proeza de aquel 7 de octubre, trepando hasta lo más alto del Majestic Building, con setenta metros de altura, fue solo una más.

Sin olvidar que era rápido como un mono, porque llegó arriba en solo treinta y siete minutos ante la expectación de ciento cincuenta mil ciudadanos de Detroit, todos mirando hacia arriba y con la boca abierta. Esa es la ventaja con la que contó, porque, de haberse caído, el colchón humano le habría amortiguado el golpe. Si no se apartan, claro.

La madrugada también es noche

Atención, pregunta: las dos de la madrugada, qué es, ¿día o noche? Cierto que a las doce de la noche empieza otro día, pero eso no significa que sea «de día». Bien, pues semejante estupidez llegó a provocar que el Tribunal Supremo sentenciara el 3 de febrero de 1904 que las primeras horas de la madrugada forman parte de la noche.

Parece una tontería, pero el asunto tiene mucha chicha, porque algunos abogados pretendían que a sus defendidos no se les aumentara la pena con el agravante de nocturnidad si el delito lo habían cometido en el inicio de la madrugada. Qué listos.

Las circunstancias agravantes son aquellas que aumentan la responsabilidad del delincuente. Ejemplo: si alguien te atraca a plena luz del día, está feo; pero si lo hace de noche, está más feo aún. Los profanos en asuntos de leyes repetimos como loros eso de la nocturnidad, la premeditación y la alevosía, pero en el Código Penal hay muchas más agravantes.

Que un delincuente vea incrementada su pena puede depender de la hora en la que haya hecho de las suyas, y algunos abogados, con tal de arrimar el ascua a su sardina, intentaron convencer a los jueces de que la madrugada no era noche. Se desconoce cuánto tiempo empleó el Supremo en deliberar sobre el asunto o si se limitaron a mirar el diccionario para sentenciar lo que ya se sabía: que la madrugada es el tiempo posterior a la medianoche y anterior al amanecer.

Es curioso esto de la nocturnidad, que además viene de muy antiguo. Está recogido hasta en la Biblia, pero como atenuante para la víctima. Dice el Éxodo que si un ladrón es sorprendido forzando una casa de noche, y el dueño lo mata, será absuelto de asesinato. Pero si es de día, el dueño de la casa será culpable del asesinato del caco. En fin, que todo depende del color del cristal con que se mire. El que vuelve de hacer botellón siempre puede decir que volvió a casa pronto, a las tres de la madrugada, cuando para su madre siempre serán las tantas de la noche.

El Campeonato Nacional de Liga

La Liga ha superado las ocho décadas de vida. El 23 de noviembre de 1928, después de muchos dimes y diretes, después de muchas discusiones por ver quién jugaba en Primera y quién en Segunda… se alcanzó un acuerdo para que comenzaran las idas y venidas de los equipos de su campo al campo contrario.

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