Septimus (7 page)

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Authors: Angie Sage

—¡Oh! -dijo, sin poder ocultar la desilusión en su voz—. Es un guijarro. Pero es un guijarro realmente bonito, papá, gracias.

Sacó el liso guijarro gris y se lo puso en la palma de la mano. Silas cogió a Jenna en su regazo.

—No es un guijarro, es una piedra mascota -le explicó—. Prueba a acariciarla debajo de la barbilla.

Jenna no estaba muy segura de qué extremo era la barbilla, pero lo intentó. Lentamente el guijarro abrió sus ojillos negros y la miró; luego estiró cuatro patas cortas, se levantó y caminó alrededor de la palma de su mano.

—¡Oh, papá, es genial! —exclamó Jenna.

—Pensamos que te gustaría. Conseguí el hechizo en la tienda de las rocas errantes. Pero no le des mucho de comer, o se pondrá muy pesada y se volverá perezosa. Y necesita andar a diario.

—La llamaré Petroc —dijo Jenna—. Petroc Trelawney.

Petroc Trelawney parecía todo lo contenta que una piedra puede estar, lo cual no se diferenciaba demasiado de su estado anterior. Replegó las patas, cerró los ojos y se volvió a acomodar para dormir. Jenna la guardó en el bolsillo para mantenerla caliente.

Mientras tanto, Maxie estaba ocupado mordiendo el papel de envolver y babeando en la nuca de Nicko.

—¡Ey, apártate, saco de babas! Venga, túmbate —le ordenó Nicko, intentando obligar a Maxie a que se echase en el suelo. Pero el perro no se tumbaba; miraba en la pared un gran retrato de Marcia con su túnica de graduación de aprendiz.

Maxie empezó a gemir bajito. Nicko le dio unos golpes suaves.

—Un retrato escalofriante, ¿verdad? —susurró al perro, que movió la cola sin entusiasmo y luego aulló cuando Alther Mella apareció a través del retrato. Maxie no se había acostumbrado a las apariciones de Alther.

Maxie, el perro lobo, gimoteó y enterró la cabeza bajo la manta que cubría al Muchacho 412. Su nariz húmeda y fría despertó al chico de un sobresalto. El Muchacho 412 se incorporó de un brinco y miró a su alrededor como un conejo asustado. No le gustaba lo que veía. De hecho, era su peor pesadilla.

En cualquier momento llegaría el comandante del ejército joven y entonces sí estaría en un verdadero aprieto. Confraternizar con el enemigo: así es como lo llamaban cuando alguien hablaba con los magos. Y allí estaba él con dos magos y un viejo fantasma de mago, a juzgar por su aspecto, por no mencionar a los dos bichos raros de sus hijos, uno con una especie de diadema en la cabeza y el otro con aquellos delatores ojos verdes de mago, y el asqueroso perro. También le habían quitado el uniforme y le habían puesto ropas de civil; podían matarle por espía. El Muchacho 412 gimió y hundió la cabeza entre las manos.

Jenna le pasó un brazo por los hombros.

—Está bien —le susurró—. Nosotros te cuidaremos.

Alther parecía agitado.

—Esa Linda les está diciendo adonde habéis ido. Están viniendo, están enviando a la Asesina.

—¡Oh, no! —se lamentó Marcia—. Cerraré mediante hechizo las puertas principales.

—Demasiado tarde —jadeó Alther—, ya ha entrado.

—Pero ¿cómo?

—Alguien dejó la puerta abierta —dijo Alther.

—¡Silas, eres idiota! —espetó Marcia.

—De acuerdo —admitió Silas encaminándose hacia la puerta—, entonces nos iremos y me llevaré a Jenna conmigo. Es obvio que no está a salvo aquí contigo, Marcia.

—¿Qué? —exclamó Marcia indignada—. ¡No está a salvo en ningún lugar, imbécil!

—No me llames imbécil —soltó Silas—, soy tan inteligente como tú, Marcia. Solo porque sea un mago ordinario...

—¡Basta! —Gritó Alther—. No es momento para discusiones. Por el amor del cielo, está subiendo la escalera...

Impresionados, todos se quedaron inmóviles y escucharon. Todo estaba en silencio, demasiado en silencio, salvo el susurro de la escalera de plata que giraba inexorablemente mientras subía despacio a un pasajero por la Torre del Mago hasta lo más alto, hasta la puerta púrpura de Marcia.

Jenna parecía asustada. Nicko la abrazó.

—Yo te protegeré, Jen -la calmó—. Conmigo estarás a salvo.

De repente, Maxie echó las orejas hacia atrás y soltó un aullido que helaba la sangre. A todos se les pusieron los pelos de punta.

La puerta se abrió con un ruido.

La silueta de la Asesina se perfiló a la luz. Su rostro estaba blanco mientras supervisaba la escena que tenía delante, sus ojos escrutaban fríamente a su alrededor, en busca de su presa: la princesa. En la mano derecha llevaba una pistola de plata que Marcia había visto por última vez hacía diez años en el salón del trono.

La Asesina dio un paso adelante.

—Estáis arrestados —anunció amenazadoramente—. No tenéis que decir nada en absoluto. Se os llevará a un lugar y...

El Muchacho 412 se levantó temblando. Era tal como había esperado: habían venido a por él. Caminó despacio hacia la Asesina. Ella le miró fríamente.

—Aparta de mi camino, chico —vociferó la Asesina, y de un golpe envió al Muchacho 412 al suelo.

—¡No hagas eso! -chilló Jenna. Corrió hacia el Muchacho 412, que estaba tirado en el suelo, pero mientras se arrodillaba para ver si estaba herido, la Asesina la cogió.

Jenna se dio media vuelta.

—¡Déjame! —gritó.

—Quédate quieta, Realícia —se burló la Asesina—. Alguien quiere verte, pero quiere verte... muerta.

La Asesina levantó la pistola de plata hasta la cabeza de Jenna.

¡Crac! Un rayocentella salió de la mano extendida de Marcia. Golpeó a la Asesina, derribándola, y liberó a Jenna de sus garras.

8. EL CONDUCTO DE LA BASURA.

—¡Cubrir y preservar! —gritó Marcia. Una brillante cortina de luz blanca saltó como una cuchilla brillante del suelo y los rodeó, aislándolos de la Asesina, que estaba inconsciente.

Entonces Marcia abrió la tapadera del conducto de la basura.

—Es el único modo de salir de aquí —anunció—. Silas, tú irás primero. Intenta realizar un hechizo limpiador mientras bajas.

—¿Qué?

—Ya has oído lo que he dicho. ¡Métete! —le espetó Marcia, dando a Silas un fuerte empellón hacia el conducto abierto. Silas se tambaleó sobre el conducto de la basura y luego, con un aullido, cayó y desapareció.

Jenna tiró del Muchacho 412 hasta ponerlo en pie.

—Vamos —dijo, y le empujó de cabeza por el conducto. Luego saltó ella, seguida de cerca por Nicko, Marcia y un enloquecido perro lobo.

Cuando Jenna se tiró por el conducto de la basura, estaba tan aterrorizada por la Asesina que no le dio tiempo a asustarse de la pendiente, pero, a medida que caía de manera incontrolada por el agujero negro, sintió muy dentro de ella un pánico sobrecogedor.

El interior del conducto de la basura estaba frío y resbaladizo como el hielo. Era de pizarra negra muy pulida, de una pieza colocada por los maestros albañiles que habían construido la Torre del Mago algunos cientos de años atrás. La pendiente era muy pronunciada, demasiado pronunciada para que Jenna tuviera algún control sobre su caída, así que daba volteretas y giraba de aquí para allá, rodando de un lado a otro.

Pero lo peor era la oscuridad; una negrura espesa, profunda e impenetrable que presionaba a Jenna desde todos los lados, y aunque forzaba desesperadamente los ojos para ver algo, lo que fuera, no lograba distinguir nada. Jenna pensó que se había quedado ciega.

Sin embargo, aún podía oír. Y detrás de ella, acercándose a toda velocidad, Jenna oía el rumor de piel húmeda del perro lobo.

Maxie, el perro, lo estaba pasando bien, le gustaba aquel juego. Se sorprendió un poco cuando saltó al conducto y no encontró a Silas preparado con su bola. Y todavía más cuando sus patas parecían no funcionar, así que durante breves momentos pataleó en el aire buscando una explicación. Entonces su hocico topó con la nuca de la espantosa mujer e intentó chupar un suculento bocado de algo que había en su pelo, pero en ese momento, ella le dio un violento empujón que lo puso patas arriba.

Ahora Maxie era feliz. Primero el hocico, las patas dobladas; se convirtió en un rayo peludo y aerodinámico y los adelantó a todos. Adelantó a Nicko, que se agarró a su cola, pero luego lo soltó; adelantó a Jenna, que le gritó a la oreja; pasó al Muchacho 412, que estaba acurrucado hecho una bola, y luego adelantó a su amo, Silas. Maxie se sintió incómodo al pasar a Silas, pues Silas era el macho dominante y a Maxie no le estaba permitido ir delante de él. Pero no tenía elección; pasó a Silas a toda velocidad en medio de una ducha de estofado frío y pieles de zanahoria y continuó bajando.

El conducto de la basura serpenteaba alrededor de la Torre del Mago como un tobogán enterrado en el interior de las gruesas paredes. Descendía pronunciadamente a cada piso llevándose consigo no solo a Maxie, a Silas, al Muchacho 412, a Jenna, a Nicko y a Marcia, sino también los restos de todas las comidas que los magos habían tirado a la basura aquella tarde. La Torre del Mago tenía veintiún pisos de altura. Los dos últimos pertenecían al mago extraordinario y en cada piso inferior había dos apartamentos de magos. Eso supone un montón de comidas. Era el paraíso de un perro, y Maxie comió bastantes sobras en su descenso de la Torre del Mago como para mantenerse el resto del día.

Al final, después de lo que parecieron horas, pero en realidad fueron solo dos minutos y quince segundos, Jenna sintió que la caída casi vertical se nivelaba y su ritmo se frenaba hasta un extremo soportable. Ella no lo sabía, pero habían salido de la Torre del Mago y viajaban por debajo del suelo, fuera del pie de la torre y hacia los cimientos de los juzgados de los custodios. Aún estaba negro como el carbón y hacía un frío terrible en el conducto, y Jenna se sintió muy sola. Se esforzó por oír cualquier ruido que los demás pudieran hacer, pero todos sabían lo importante que era guardar silencio y nadie se atrevía a gritar. Jenna pensó que había detectado el frufrú de la capa de Marcia detrás de ella, pero desde que Maxie había pasado a toda pastilla no había tenido ningún indicio de que hubiera alguien más allí con ella. La idea de quedarse sola en la oscuridad para siempre empezaba a hacerse más fuerte y sintió otra oleada de pánico, pero justo cuando pensaba que iba a gritar, una rendija de luz iluminó desde una cocina lejana mucho más arriba y pudo vislumbrar al Muchacho 412 hecho una bola no muy lejos, delante de ella. A Jenna le levantó el ánimo verlo y sintió mucha pena por el delgaducho y helado centinela en pijama.

El Muchacho 412 no estaba en disposición de sentir pena por nadie y mucho menos por él mismo. Cuando la niña loca de la diadema dorada en la cabeza le había empujado al abismo se había acurrucado instintivamente y había pasado todo el descenso de la Torre del Mago dando tumbos de un lado a otro por el conducto como una canica en un desagüe. El Muchacho 412 se sentía zaherido y maltrecho pero no más aterrorizado de lo que había estado en las últimas horas en compañía de los dos magos, un niño mago y un mago fantasma. Mientras él también aminoraba su velocidad al inclinarse el conducto, el cerebro del Muchacho 412 empezó a funcionar. Los pocos pensamientos que logró generar llegaron a la conclusión de que aquello debía de ser una prueba. El ejército joven estaba lleno de pruebas, terribles pruebas por sorpresa que siempre te pillaban en mitad de la noche, justo cuando te habías quedado dormido y estabas en la cama de lo más calentito y cómodo. Pero aquello era una gran prueba. Debía de ser una de esas pruebas a vida o muerte. El Muchacho 412 rechinó los dientes; no estaba seguro, pero ahora mismo tenía la horrible sensación de que era la parte más mortal de la prueba. Fuera lo que fuese, no podía hacer gran cosa. Así que el Muchacho 412 cerró bien los ojos y siguió bajando.

El conducto los llevó aún más abajo; giraba a la izquierda y se internaba por debajo de las cámaras del consejo custodio; viraba hacia la derecha para entrar en las oficinas del ejército, y luego seguía recto para enterrarse en los gruesos muros de las cocinas subterráneas que servían a palacio. Ahí fue donde las cosas se pusieron particularmente desagradables. Las sirvientas de la cocina aún estaban ocupadas limpiando después del banquete de mediodía del custodio supremo, y las escotillas de la cocina, que no estaban muy por encima de los viajeros del conducto de la basura, se abrían con alarmante frecuencia y los duchaban con los restos mezclados del festín. Incluso Maxie, que por entonces ya había comido de todo, lo encontraba desagradable, en especial después de que un pudín de arroz solidificado le diera directamente en el hocico. La joven pinche de cocina que tiró el pudín de arroz vio fugazmente a Maxie y tuvo pesadillas sobre lobos en el conducto de la basura durante semanas.

Para Marcia también fue una pesadilla. Se envolvió en su capa de púrpura seda salpicada de salsa de carne con el forro de piel revestido de crema, esquivando una ducha de coles de Bruselas, e intentó ensayar el hechizo de lavado en seco en un segundo para usarlo en el momento en que saliera del conducto.

Por fin, el conducto los llevó lejos de las cocinas y las cosas se volvieron algo más limpias. Jenna se permitió brevemente relajarse, pero de repente se quedó sin aliento cuando el conducto se hundió bruscamente bajo los muros del Castillo hacia su destino final, el vertedero de la orilla del río.

Silas se recuperó el primero de la aguda caída y supuso que habían llegado al final del viaje. Escrutó la oscuridad para intentar ver la luz al final del túnel, pero no distinguió nada en absoluto. Aunque sabía que el sol ya se había puesto, esperaba que se filtrase alguna luz de la luna llena emergente. Y luego, para su sorpresa, se frenó contra algo sólido. Algo suave y pegajoso que apestaba. Era Maxie.

Silas se estaba preguntando por qué Maxie bloqueaba el conducto de la basura, cuando el Muchacho 412, Jenna, Nicko y Marcia se estrellaron contra él, uno tras otro. Silas se percató de que no solo era Maxie el que estaba suave, pegajoso y apestoso: todos lo estaban

—¿Papá? —sonó la asustada voz de Jenna en la oscuridad—. ¿Eres tú, papá?

—Sí, tesoro —susurró Silas.

—¿Dónde estamos, papá? —preguntó Nicko bruscamente; odiaba el conducto de la basura.

Hasta que no saltó por él, Nicko no tenía ni idea de lo mucho que le aterrorizaban los espacios cerrados. « ¡Vaya modo de descubrirlo!», pensó. Nicko había conseguido vencer su miedo diciéndose a sí mismo que al menos se movían y pronto estarían fuera. Pero ahora se habían detenido y no estaban fuera.

Estaban quietos, atrapados. Nicko intentó sentarse, pero su cabeza se golpeó contra la fría piedra de pizarra que estaba encima de él; estiró los brazos pero ambos se toparon con los lados suaves como el hielo del conducto antes de que pudiera estirarlos del todo. Nicko sintió que su respiración se aceleraba cada vez más. Pensó que se volvería loco si no salían de allí pronto.

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